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Las causas más saltantes. Es indiscutible que la pobreza y la desigualdad son las causas estructurales más gravitantes de todas las formas de inseguridad alimentaria y malnutrición, que a su vez amplifican los efectos negativos de otros factores como, los conflictos armados internos y externos, el cambio climático, la especulación de alimentos, la crisis energética, el costo de los alimentos nutritivos, etc. La inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas se ven agravadas por los niveles de desigualdad altos y persistentes en cuanto a ingresos, activos productivos y servicios básicos (salud y educación), así como en cuanto al acceso a la información y la tecnología (por ejemplo, la brecha digital) y, en un sentido más amplio el acceso desigual a la riqueza. Mientras estas causas persistan, el buen deseo de hambre cero, seguirá siendo inalcanzable. La recesión económica mundial provocada por la pandemia, así como la propagación de la propia enfermedad, ha agravado las desigualdades existentes principalmente en los países en vías de desarrollo. La pandemia también ha provocado otras alteraciones: el perfil de las nuevas víctimas del hambre ha cambiado. Antes, el hambre estaba estrechamente vinculado a la pobreza. La pandemia ha provocado un fuerte giro que no se esperaba. Ha sido por la duración de las duras cuarentenas impuestas y por su relación con la informalidad laboral, que en promedio es del 75%, como ocurre en Perú. Parte de la clase media perdió todo de la noche a la mañana. Y se sumaron por primera vez a la estadística del hambre. Ya no son solo los pobres".
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LA GRAN PARADOJA: MÁS HAMBRE
EN UN MUNDO EN EL QUE SOBRA ALIMENTOS
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Por:
Alejandro
Narváez Liceras.
Otra
Mirada Lima martes 1 de marzo del 2022.
La producción mundial de alimentos,
sigue marcando récords históricos año tras año, tal como se dio en 2020 – 2021,
e igual comportamiento se espera en la campaña 2021 – 2022. Sin embargo, esa
mayor producción de alimentos no ha sido suficiente para detener el alza de
precios internacionales y menos para reducir el hambre en el mundo que azota
aproximadamente a 811 millones de seres humanos, según
la FAO.
El reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y
la Alimentación (FAO) de febrero de 2022, revela que la producción
mundial de alimentos (trigo, maíz, cebada, sorgo y arroz) aumenta cada año. En
el periodo 2018/2019 se llegó a producir 2,647 millones de toneladas. En
el siguiente periodo 2019/2020 pasó
a producirse 2,712 millones de toneladas
de alimentos. Entre el 2020/2021 la producción mundial aumento
nuevamente llegando a 2,771 millones de
toneladas. Por último, para la campaña
2021/2022 se estima un récord de producción de alimentos, equivalente a 2,793 millones de toneladas, que
representa un aumento de 22 millones de
toneladas respecto al periodo anterior.
Sin embargo, el buen rendimiento del
campo no ha servido para frenar el aumento de los precios
internacionales de los alimentos. Según el índice de precios de los alimentos de la FAO,
que viene a ser una medida de la variación mensual de los precios
internacionales de una canasta de productos (carne, productos lácteos, cereales, aceites vegetales y azúcar),
los precios de estos alimentos en 2021 alcanzaron en conjunto un aumento del 28.1%,
su nivel más alto desde 2012. Los beneficiados de estas alzas
históricas de precios son los países exportadores y los complejos
agroindustriales controlados generalmente por las grandes multinacionales de alimentos, inmersas en el negocio
agroalimentario mundial.
Entre las principales causas que se
esgrimen como impulsoras del aumento de precios de los alimentos son: la crisis energética y de los insumos
productivos que se usan en el campo (abonos, fertilizantes, plásticos,
cartones, etc.) y el acopio de cereales por parte de China en previsión de una futura
escasez. Otro factor no menos relevante, es la persistente sequía en el
hemisferio sur, concretamente en Argentina
y el Brasil, dos importantes productores de cereales en el mundo. Son
factores externos que, sin embargo, impactan directamente en la economía
doméstica o nacional, de los países
importadores, principalmente.
Hambre cero para 2030, una utopía
A pesar de la producción global de alimentos aumenta cada año, no obstante, el mundo atraviesa sus peores momentos de hambruna. Hoy, la situación es mucho más dramática que hace siete años, cuando los países firmantes de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) se comprometieron a cumplir el objetivo de poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición para 2030. Desde 2015, año en el que se firmó el compromiso de hambre cero, el número de personas malnutridas y hambrientas en el mundo, no ha dejado de aumentar. Según las cifras de la FAO, en 2014 había 607 millones de personas que padecían hambre en todo el mundo, en 2015 un total de 615 millones, en 2019, año de prepandemia el hambre alcanzó a 650 millones de personas. En 2020, bajo la sombra de la pandemia, padecieron hambre 811 millones de personas. Para el año 2030, se pronostica que habrá 841 millones de personas hambrientas en todo el mundo (véase, “El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2021” de la FAO).
El HAMBRE en América Latina y el Caribe hasta diciembre del 2019 - pre pandemia - comprometió a 47 millones 700 mil personas (más del 70% niños, niñas y Mujeres) Con la pandemia a finales del 2021 - aumento a 65 millones (aquí fue el golpe más grande) y sigue el Hambre, NO hay Políticas de Estado que aborden con responsabilidad esta realidad inhumana.
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Por regiones, del número total de
personas que padecieron hambre en 2020 (811 millones), más de la mitad (418 millones) viven
en Asia, un poco más de un tercio (270 millones) en África, mientras
que corresponde a América Latina y el
Caribe (ALC) cerca del 8% (65 millones). En comparación con 2019 de prepandemia, en 2020 padecían hambre 46 millones de
personas más en África, 57 millones
más en Asia y unos 14 millones
más en América
Latina y el Caribe.
El hambre en ALC se extiende
El hambre en América Latina y el Caribe
está en su punto más alto desde 2000. El reciente
“Informe Regional de
Seguridad Alimentaria y Nutrición 2021” de las Naciones Unidas, revela un escenario sombrío para el futuro de la
región. Desde 2014, el hambre en la
región no dejo de aumentar. En ese año la inseguridad alimentaria moderada
(personas que ven reducidas la calidad y/o cantidad de sus alimentos) o severa (cuando no se consumen
alimentos durante un día o más) alcanzaba
a 154 millones de personas (24.9%), en
2019 estuvo en 207 millones (31.9%) y al cierre de 2020 esa cifra se había incrementado a 267 millones de
personas lo que equivale al 40.9% de la población total de la región. No menos
importante es señalar que la inseguridad alimentaria no
afectó a hombres y mujeres por igual.
En 2020, 41.8% de las mujeres sufrió
algún grado de inseguridad alimentaria, en comparación con el 32.2% de los
hombres.
No
cabe duda de que una parte de esta situación de más hambre puede
atribuirse al impacto de la pandemia del
coronavirus, que redujo los ingresos
de millones de personas en la región. Sin embargo, la pandemia no es la única responsable de la expansión del hambre, ya que las estadísticas regionales del hambre
llevan siete años consecutivos aumentando.
Por otro lado, hay otras secuelas por la falta de una adecuada alimentación. Por ejemplo, en la región, uno de cada cuatro adultos sufre de obesidad. El sobrepeso infantil ha aumentado en los últimos 20 años y es mayor que la media mundial, afectando a 7.5% de los niños menores de cinco años en 2020. El sobrepeso y la obesidad tienen importantes repercusiones económicas, sociales y sanitarias en los países, ya que provocan una reducción de la productividad y un aumento de la discapacidad y la mortalidad prematura, así como un incremento de los costos de atención y tratamiento médico.
PERÚ hoy el HAMBRE comprende a 6 millones 300 mil peruanos (más del 70% son Niños, Niñas, Mujeres y Ancianos), pero si además consideramos las Familias VULNERABLES o con inseguridad Alimentaria Moderada, la tenemos la cruda e inhumana realidad de 15 millones con 700 mil habitantes. El 47.8% de la población. A nadie le importa porque, la crisis Política sigue imparable. Ejecutivo, Legislativo. Pronto rendirán cuentas ante la historia.
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El virus del hambre en el Perú
no se detiene
El escenario en el Perú ya era muy preocupante en 2014. En ese entonces,
un total de 4 millones 100 mil peruanos estaban en situación de inseguridad
alimentaria severa. En 2019, antes de la pandemia 5 millones 800 mil personas
pasaban hambre. El último “Informe
Regional de Seguridad Alimentaria y Nutrición 2021”, elaborado por cinco
agencias de Naciones Unidas, alerta
de un nuevo escenario “significativamente
más desolador y desafiante”: 6 millones 300 mil peruanos (19.2% de la población total) padecen de inseguridad alimentaria grave al cierre del
2020. La cifra es aún mayor si se
incluye a aquellas personas que
sufren inseguridad alimentaria moderada, que hacen un total de 15 millones 700 mil lo que
representa el 47.8% de la población peruana.
Esta cifra quedaba demasiado lejos del Objetivo de Desarrollo Sostenible, que apuntaba a
erradicar el hambre para 2030, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible. En el
Perú, como en el resto del mundo, la
pandemia ha supuesto un enorme traspié que ha alejado más aún de la meta de
hambre cero para el 2030. Las previsiones para los años venideros tampoco son halagüeñas, seguirá habiendo millones de peruanos hambrientos en
parte por los efectos colaterales de la
crisis desencadenada por el COVID-19 y otros factores tanto internos como
externos.
Las causas más saltantes
Es indiscutible que la pobreza y la desigualdad son las causas estructurales más gravitantes de todas las formas de inseguridad alimentaria y malnutrición, que a su vez amplifican los efectos negativos de otros factores como, los conflictos armados internos y externos, el cambio climático, la especulación de alimentos, la crisis energética, el costo de los alimentos nutritivos, etc. La inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas se ven agravadas por los niveles de desigualdad altos y persistentes en cuanto a ingresos, activos productivos y servicios básicos (salud y educación), así como en cuanto al acceso a la información y la tecnología (por ejemplo, la brecha digital) y, en un sentido más amplio el acceso desigual a la riqueza. Mientras estas causas persistan, el buen deseo de hambre cero, seguirá siendo inalcanzable. La recesión económica mundial provocada por la pandemia, así como la propagación de la propia enfermedad, ha agravado las desigualdades existentes principalmente en los países en vías de desarrollo. La pandemia también ha provocado otras alteraciones: el perfil de las nuevas víctimas del hambre ha cambiado. Antes, el hambre estaba estrechamente vinculado a la pobreza. La pandemia ha provocado un fuerte giro que no se esperaba. Ha sido por la duración de las duras cuarentenas impuestas y por su relación con la informalidad laboral, que en promedio es del 75%, como ocurre en Perú. Parte de la clase media perdió todo de la noche a la mañana. Y se sumaron por primera vez a la estadística del hambre. Ya no son solo los pobres.
Los Objetivos del Desarrollo Sostenible - hambre cero y fin de la pobreza rural al 2030. hoy con los resultados globales que deja la Pandemia, la crisis civilizatoria mundial y principalmente la multiplicación de la riqueza en unos cuantos Billonarios, en realidad hoy es un sueño, que se profundiza y cada día es más brutal e inhumana la Desigualdad Social.
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Reflexiones finales
Las frías estadísticas nos dicen que los
peruanos estamos perdiendo en la lucha contra el virus del hambre y otras
formas de malnutrición, como el resto del mundo.
Hemos vuelto a los niveles de hace 15 años. Los números también revelan el fracaso de la lucha contra el hambre
en el país. El impacto del Plan Nacional
de Seguridad Alimentaria y Nutricional 2015-2021 y de los programas
nacionales de alimentación, han sido claramente insuficientes. Es evidente que el problema del hambre no
es un asunto de mayor producción, es esencialmente, de distribución. Y eso
está ligado a la pobreza y desigualdad
estructural reinante.
En este escenario los desafíos urgentes
para mitigar el hambre, pasan por poner en marcha medidas sencillas pero
efectivas, como, por ejemplo:
a) Proteger a las familias en situación de
pobreza y pobreza extrema y apoyar a la agricultura familiar,
b) Tomar medidas audaces de mitigación y
adaptación al cambio climático,
c) Adoptar medidas que aseguren el buen
funcionamiento de los mercados de alimentos de productos básicos y sus
derivados,
d) Promover la educación alimentaria y
nutricional en todos los niveles educativos,
e) Invertir en infraestructura rural, en
la investigación, el desarrollo y la innovación agrícola, y
f) Perfeccionar el marco jurídico que fije
políticas y estrategias que garanticen el derecho a la alimentación, la
seguridad alimentaria y nutricional de todos. Y
finalmente, erradicar el hambre, es también, un asunto de voluntad política.
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