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"Otra
consideración, en un contexto de río revuelto como el actual, China teme que
Estados Unidos aproveche
la ocasión para lanzar alguna iniciativa
en favor de Taiwán, por ejemplo, si Taiwán inicia una maniobra militar
preventiva con la excusa de una inminente invasión
china al estilo de la de Rusia sobre Ucrania; o
si Estados Unidos y sus aliados avanzan en mayores niveles de
reconocimiento político y diplomático a
Taiwán. Asimismo, el gobierno estadounidense anunció recientemente que
revisará el esquema de subsidios de China a aquellas industrias cuyos productos se
colocan en el mercado norteamericano con vistas a un posible aumento de
aranceles, retomando la guerra comercial
que en su momento había intensificado Donald Trump. En suma, se ve una voluntad de Washington de hostigar a China, reafirmando
que el objetivo estratégico principal de Estados Unidos en el siglo XXI es contener a China, debilitarla de
modo tal que no logre superar a Estados
Unidos y disputarle su hegemonía.
"El otro
actor importante, junto a Estados Unidos y China, es Europa. Y en este
sentido la consecuencia más significativa de la guerra es el rearme alemán. Desde la finalización de la Segunda Guerra,
Alemania no
contaba con fuerzas
armadas importantes ni con un presupuesto militar relevante. Era la OTAN, y en última instancia los EEUU, de
acuerdo a los pactos firmados tras el
fin del conflicto armado, quienes aseguraban esencialmente la defensa alemana. Hace pocos días, sin
embargo, el
canciller Olaf Scholz anunció un
programa de rearme colosal, de más de 100
mil millones de euros, que incluye el relanzamiento de la industria militar alemana, la
reconstrucción de los astilleros, la
fuerza armada, la aviación… Los recursos totales equivalen a casi el 3 % del
presupuesto anual, es decir casi tanto como Estados Unidos. Es una verdadera
revolución militar, que tendrá impactos geopolíticos (aunque siga sin
disponer de armas nucleares, Alemania
se convertirá pronto en la principal
potencia militar europea) y económicos (Alemania es el único país realmente
industrializado de Europa y el mayor
exportador industrial del mundo per
cápita; puesto a fabricar armas,
barcos, submarinos o drones,
podemos apostar que producirá una conmoción
en la industria armamentista global).
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UN CONFLICTO GLOBAL.
*****
Por
Ignacio Ramonet |21/03/2022| Opinión
Rebelión
lunes 21 de marzo del 2022.
Fuentes: Le Monde diplomatique.
Aunque por
ahora la guerra se desarrolla en un teatro de operaciones limitado al
territorio de Ucrania, sus repercusiones son planetarias: ningún país está a
salvo de sus efectos. La posición de China, el rearme alemán y el acercamiento
entre Estados Unidos y Venezuela así lo demuestran.
La guerra en
Ucrania marca el inicio de una nueva edad geopolítica. Sus consecuencias ya se sienten en todo el mundo:
ningún país, por lejano que se
encuentre, está a salvo de los efectos
del conflicto.
En
primer lugar, se trata de una confrontación entre dos países –uno grande, el otro mediano– que se desarrolla en un teatro local, preciso (el territorio de
Ucrania,
sobre todo en el Este), y que se está extendiendo por más tiempo de lo
originalmente previsto. En un principio,
se podía imaginar, con cierta razonabilidad, que las fuerzas armadas rusas podían conseguir sus objetivos mediante una operación relámpago de pocos días.
Pero esto no se produjo, y el estado
mayor ruso se enfrenta hoy a un dilema entre dos
necesidades contradictorias: 1) ir rápido, y 2) preservar vidas humanas.
Recordemos que la «operación militar
especial» de Putin tiene también por objetivo
conquistar los corazones de los ucranianos
rusoparlantes, pero no se conquistan corazones
machacando a la gente con bombardeos, incendios y destrucciones…
O sea, las fuerzas rusas no pueden
desplegar una guerra relámpago y al mismo tiempo preservar la vida de la población civil, que está sufriendo
grandes pérdidas.
En segundo lugar, la ofensiva se ha vuelto por lo tanto más lenta y más peligrosa, y no debe descartarse una escalada. El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, le exigió a la OTAN y a EE.UU. que establezcan una prohibición de sobrevuelo –una zona de exclusión– sobre el territorio ucraniano, cosa que las potencias occidentales no aceptaron, porque en los hechos significaría derribar aviones rusos… Rusia, por su parte, anunció que no la respetaría. Llegar a esta situación implicaría un choque directo entre Rusia y las fuerzas de la OTAN, o sea, una guerra nuclear, que hasta ahora se procura evitar.
En
tercer lugar, el actual escenario, el objetivo principal de Estados Unidos podría ser inmovilizar
por largo tiempo, enlodar, a las fuerzas
rusas en los campos de Ucrania.
Literalmente. Es decir, lograr que queden empantanadas. Hay que tener en cuenta un elemento estratégico que
no siempre se considera: la invasión rusa se inició el 24 de febrero, cuando
los campos ucranianos todavía
estaban cubiertos de nieve; la tierra
congelada, dura, permitía que los tanques
y los camiones avanzaran sin problemas campo a través. Porque muchas carreteras y puentes están minados, saboteados o destruidos… Pero
en poco más de un mes, cuando lleguemos a fines de abril, comenzará allí la primavera, la temperatura subirá y
la nieve y el hielo transformarán
las inmensas estepas ucranianas en
barro… Los tanques, los camiones y los vehículos de las largas líneas de aprovisionamiento de Rusia
comenzarán a enterrarse, a inmovilizarse, y esto marcará el comienzo de una guerra totalmente diferente… Fue, sin
ir más lejos, lo que le ocurrió al
ejército alemán cuando Hitler se topó con la resistencia soviética en Ucrania.
Por eso Rusia
no dispone de mucho tiempo: si quiere
ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un mes. Si no, se expone a un
conflicto largo en cierta manera al
estilo Afganistán.
¿Y qué ocurriría si, entre tanto,
sucede algo en otro teatro de operaciones de los rusos, por ejemplo, en Siria?
Rusia
no cuenta con la capacidad para llevar a cabo
dos guerras de gran envergadura al mismo tiempo. Ni siquiera la tiene Estados Unidos,
que es una potencia económicamente muy
superior.
Rusia
no dispone
de mucho tiempo: si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un
mes.
Más allá de
lo que ocurra en el terreno concreto de la batalla, por lo demás se trata de un conflicto mundial: comercial, financiero y
mediático, con derivaciones incluso deportivas y
culturales. Es un conflicto que no deja a ningún país al margen. Nadie puede decir, se encuentre donde se
encuentre, que se trata de un conflicto ajeno. Esto le da a esta guerra un carácter único desde la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría.
La batería
de sanciones o medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos, Reino Unido y
la Unión Europea junto a sus aliados, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australia y
Nueva Zelanda, repercuten de manera global. Esto se
refleja ya en los precios de la energía
y los carburantes, que han pegado un
salto: Rusia,
como se sabe, es un gran productor de
petróleo y gas, Ucrania de carbón. Las dificultades
para sostener la producción y las
sanciones están limitando al aprovisionamiento, sobre todo en Europa. Por Ucrania, además, pasan los oleoductos y gasoductos que llevan petróleo y el gas ruso a Europa, que depende aproximadamente en un 40 % de esos hidrocarburos. Todo esto
altera de manera muy acelerada la geopolítica
de la energía. Y produce nuevos efectos
sobre las sociedades. El gas y el petróleo son clave para la producción de electricidad,
porque muchas centrales generadoras
funcionan con petróleo.
Esto ha hecho que la electricidad,
por ejemplo, en España,
alcance precios altísimos, o que otros países, como Alemania, vuelvan a plantearse la necesidad de mantener las
centrales nucleares.
Del mismo modo, metales como el aluminio, el cobre y el níquel registraron un
aumento de precios exorbitante. El níquel superó los 100 mil dólares la tonelada. Las fábricas de automóviles, en particular
las de modelos más modernos y caros,
están sufriendo los nuevos precios. BMW está estudiando si detiene su producción. Rusia es
además una gran productora de titanio, clave para la fabricación de microprocesadores (chips), que ya venían en
crisis por la pandemia.
En otras palabras, sobre una situación de grave recesión económica mundial provocada por el Covid, el estallido de la guerra de Ucrania y las sanciones impulsan un aumento del costo de vida tan elevado que probablemente despierte movimientos de protesta y eleve el descontento con los gobiernos en muchos países, entre ellos los de América Latina. La traducción política de la guerra probablemente sea una ola de manifestaciones y reclamos sociales a través del planeta.
Pero las
ramificaciones de la pandemia también se sienten en los posicionamientos de las grandes potencias mundiales. China, la segunda potencia global, mantiene una
posición cercana a Rusia, en un
momento delicado y difícil, sin romper necesariamente con el mundo occidental. Por Rusia y Ucrania pasan
parte de las nuevas
rutas de
la seda, el gran proyecto
de infraestructura china, que ahora
están parcialmente interrumpidas por la guerra
y las sanciones. Para China, la guerra
supone un golpe económico fuerte, en la medida en que afecta un proyecto
fundamental, definido por Xi Jinping como uno
de los ejes del desarrollo chino y de su
despliegue por el mundo.
Por otra parte, como consecuencia de las sanciones, Rusia
pasa a depender cada vez más de China. En cierta medida, las medidas coercitivas
impuestas por Estados Unidos y Europa
empujan a Rusia a una creciente dependencia de China, que podría adquirir una
capacidad hegemónica sobre Rusia. Al mismo tiempo estamos viendo una eventual
amenaza de sanciones a China en caso de que le ofrezca a Rusia soluciones que le permitan
evitar las sanciones o morigerar su efecto. Por eso China ha mantenido una línea de
cooperación con Moscú
sin alinearse de maneta unívoca con la posición rusa. Por ejemplo, no votó en contra de la resolución de
Naciones Unidas de condena a Rusia; se abstuvo.
Otra
consideración, en un contexto de río revuelto como el actual, China teme que
Estados Unidos aproveche
la ocasión para lanzar alguna iniciativa
en favor de Taiwán, por ejemplo, si Taiwán inicia una maniobra militar
preventiva con la excusa de una inminente invasión
china al estilo de la de Rusia sobre Ucrania; o
si Estados Unidos y sus aliados avanzan en mayores niveles de
reconocimiento político y diplomático a
Taiwán. Asimismo, el gobierno estadounidense anunció recientemente que
revisará el esquema de subsidios de China a aquellas industrias cuyos productos se
colocan en el mercado norteamericano con vistas a un posible aumento de
aranceles, retomando la guerra comercial
que en su momento había intensificado Donald Trump. En suma, se ve una voluntad de Washington de hostigar a China, reafirmando
que el objetivo estratégico principal de Estados Unidos en el siglo XXI es contener a China, debilitarla de
modo tal que no logre superar a Estados
Unidos y disputarle su hegemonía.
El otro actor importante, junto a Estados Unidos y China, es Europa. Y en este sentido la consecuencia más significativa de la guerra es el rearme alemán. Desde la finalización de la Segunda Guerra, Alemania no contaba con fuerzas armadas importantes ni con un presupuesto militar relevante. Era la OTAN, y en última instancia los EEUU, de acuerdo a los pactos firmados tras el fin del conflicto armado, quienes aseguraban esencialmente la defensa alemana. Hace pocos días, sin embargo, el canciller Olaf Scholz anunció un programa de rearme colosal, de más de 100 mil millones de euros, que incluye el relanzamiento de la industria militar alemana, la reconstrucción de los astilleros, la fuerza armada, la aviación… Los recursos totales equivalen a casi el 3 % del presupuesto anual, es decir casi tanto como Estados Unidos. Es una verdadera revolución militar, que tendrá impactos geopolíticos (aunque siga sin disponer de armas nucleares, Alemania se convertirá pronto en la principal potencia militar europea) y económicos (Alemania es el único país realmente industrializado de Europa y el mayor exportador industrial del mundo per cápita; puesto a fabricar armas, barcos, submarinos o drones, podemos apostar que producirá una conmoción en la industria armamentista global).
Por
último, la importancia de la guerra de Ucrania se refleja
en movimientos geopolíticos que
hasta hace poco tiempo parecían impensables en América Latina. Uno de ellos es la
entrevista entre el presidente de
Venezuela, Nicolás Maduro, y una delegación de Estados
Unidos, para iniciar, al parecer, negociaciones que permitan retomar las exportaciones de petróleo venezolano a ese país. En los hechos,
esto implica un reconocimiento
«de facto» a Maduro que
termina de desplazar definitivamente a Juan
Guaidó del escenario político y
que también afecta al principal aliado
militar de Washington en América Latina, Colombia, cuyo
presidente, Iván Duque, quedó descolocado… Este tipo de cambios súbitos
de posición confirman que estamos ante un conflicto de consecuencias globales.
La historia, en efecto, se ha puesto nuevamente en marcha.
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IGNACIO RAMONET. Periodista, semiólogo, ex director de Le Monde diplomatique, edición española.
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