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“La
segunda, es la infame directiva Sansón. La apoteosis de la estrategia MAD, prevé el uso
masivo e indiscriminado de armas nucleares, que se lanzarían contra todos los
países vecinos, indiscriminadamente. Sería una especie de disuasión suprema, la amenaza de destruir a todo el
mundo, empezando por uno mismo, para no dar ventaja al enemigo. Evidentemente,
es muy difícil establecer hasta qué punto esta hipótesis puede llegar a ser
viable y práctica (en abstracto, y en lo concreto de la fase actual). Su credibilidad depende de la capacidad
para de convencer al enemigo de que los dirigentes israelíes están realmente tan locos como aniquilarse a sí mismos para arrastrar
consigo a los filisteos. Por tanto, nos
encontramos en el terreno de la pura especulación.
“Ciertamente, Israel se enfrenta a un enemigo que,
por un lado, se muestra muy capaz de calibrar sus movimientos, arrinconando
cada vez más al Estado
judío, pero que, por otro, considera la posibilidad del martirio como
una noble perspectiva. La situación de Oriente Próximo,
por tanto, parece la más peligrosamente próxima a entrar en una espiral
potencialmente destructiva; por infinidad de razones, de hecho, el tablero de Oriente Próximo presenta características
expansivas superiores incluso a las de Ucrania. A
este respecto, lo que Medvédev escribió en el Social X parece extremadamente significativo: El nudo se está apretando en Oriente Próximo. Lo siento por las vidas inocentes que
se han perdido. No son más que rehenes de un Estado
repugnante: EEUU. Mientras tanto, todo el mundo tiene claro que una
guerra a gran escala en Oriente Medio es el
único camino hacia una frágil paz en la región (la
negrita es mía).
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¿HACIA
LA GRAN GUERRA MUNDIAL?
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…hay nada
menos que tres conceptos clave: gran escala, unidireccional
y paz frágil. Esto significa que Moscú probablemente cree que una regionalización del
conflicto es inevitable, y que aun así conducirá a un cambio
en el equilibrio, pero
no a la paz.
Enrico
Tomaselli, Glubber Rosse News.
Fuente. Jaque
al neoliberalismo. Miércoles 7 de agosto del 2024.
De un modo
tal vez inevitable, y tal vez no del
todo previsto, las cosas parecen precipitarse, adquiriendo un movimiento cada
vez más acelerado; todo parece indicar
que la Gran Guerra Global actualmente en curso, que enfrenta al Occidente colectivo con un eje de
países que desafían su hegemonía, se desliza
cada vez más desde su actual fase
híbrida hacia una fase caliente de
guerras que se extenderán como un
reguero de pólvora, hasta correr el riesgo
de confluir en un único choque total.
Varios
factores, algunos de ellos muy
significativos, están interviniendo para provocar
este cambio en el panorama. Quizá el menos evidente, aunque el más
inquietante, sea la situación interna de
Estados Unidos.
Entre el intento fallido de asesinar al candidato presidencial más popular (con el evidente placet de los servicios secretos), y el auténtico golpe blanco que obligó a Biden a abandonar la carrera por la reelección -y, de hecho, de la actual presidencia-, está claro que EEUU se presenta a los ojos del mundo como una potencia que, en plena crisis de proporciones apócales, en lugar de reaccionar cerrando filas, se divide dramáticamente.
El resultado es que los próximos seis o siete meses volverán a ser el escenario de una lucha de poder sin cuartel, con las diferentes
almas del establishment y del Estado
profundo llegando ahora a un enfrentamiento.
Por un lado, esto crea un enorme vacío
de poder, tanto interno (¿quién
manda realmente hoy en Washington?)
como internacional, y por otro, convierte a EEUU en un pato cojo, incapaz de
ofrecer un punto de apoyo fiable, o
incluso un interlocutor fiable, a amigos y enemigos por igual. Y, como
dijo Gramsci,
en este interregno se producen los más
variados fenómenos morbosos.
Existen
numerosos signos de esta crisis del poder hegemónico estadounidense, cuyo desenlace es imprevisible y, en cualquier caso, no
puede resumirse estrictamente en el resultado
de las elecciones presidenciales: desde el crecimiento de los movimientos secesionistas en
varios Estados de la Unión, hasta la
desorientación (cuando no el pánico
absoluto) de los aliados europeos, pasando
por la evidente apertura de Zelensky (hasta ayer un títere en manos de la Casa Blanca) a las negociaciones con Rusia, y la búsqueda de un respaldo en Pekín.
El
extraordinario crecimiento del prestigio chino actúa como contrapeso
al caótico estancamiento estadounidense. Primero el histórico acuerdo
entre Irán y
Arabia Saudí, que fue la obertura de una serie de cambios rotundos en el tablero de Oriente Medio, poniendo fin a la guerra entre saudíes y yemeníes,
allanando el camino para la entrada de Ryad en los BRICS+,
así como el inicio de un proceso de desdolarización
del mercado del petróleo. Después, el reingreso de Siria en la Liga Árabe, la normalización de las relaciones entre Damasco y Ankara, el apaciguamiento entre las distintas organizaciones palestinas (básicamente entre Fatah y Hamás) …
El viaje de Kuleba a Pekín
(y, a su manera, el de Meloni) indican, si no un giro real, sí una fase
de desorientación en el campo occidental,
donde algunos empiezan a considerar a China como la potencia emergente que es, y a
llegar a un acuerdo con ella.
Una China
que, además, se mueve a 360º. No
sólo, precisamente, con una extraordinaria
capacidad diplomática -cuyo atractivo para el resto del mundo no es en absoluto indiferente- ni con su habitual diplomacia del yuan (allí donde
llegan, los chinos aportan financiación sin exigir caprichosas
condiciones políticas).
Desde hace algún tiempo, Pekín se ha dado cuenta de lo necesario que es dotarse de un instrumento militar adecuado no sólo a su papel de gran potencia,
sino también a la creciente amenaza estadounidense
La armada china,
cuyo ritmo de crecimiento no tiene
parangón en Occidente, gracias a una
extraordinaria industria de construcción
naval, no sólo es ya la más numerosa
del mundo y, en conjunto, está dotada de la marina más moderna, sino que opera cada vez más conjuntamente con las armadas rusa e
iraní, ampliando su radio de
acción. Incluso en el sector de la aviación,
tradicionalmente considerado de supremacía
de la OTAN, las cosas están cambiando rápidamente. Según David Axe, que escribe en el Telegraph [1], los cazas de quinta generación ya sitúan a Rusia y China por delante de
EEUU, cuyo único avión de esta clase, el F-35, está
notoriamente plagado de problemas, especialmente en la electrónica y el software de a bordo.
Según Axe, incluso si los
proyectos de cazas de sexta generación (NGAD o Tempest) tuvieran éxito,
la OTAN no podría seguir el ritmo de Moscú y
Pekín durante al menos una década.
La
extraordinaria capacidad de Rusia
para resistir los ataques occidentales, e
incluso para tomar represalias contra
ellos, es otro factor que está desequilibrando
la balanza en el campo de la OTAN. No se trata sólo de la presión sobre el terreno, en el
conflicto ucraniano, que puede parecer incluso limitada; se trata más bien de una cuestión más
general.
En primer
lugar, los dos objetivos políticos occidentales –aislamiento internacional de Moscú, hundimiento de su dirección política– han fracasado
estrepitosamente.
Por el
contrario, desde el inicio de la Operación Militar Especial,
Rusia
ha visto crecer constantemente sus
relaciones con el resto del mundo,
desde sus zonas tradicionales de
influencia hasta Asia, África y América Latina. Por no mencionar el
hecho de que, mientras los dirigentes
occidentales caen uno tras otro como
bolos, Putin
y su equipo se mantienen firmes en el
poder y, de hecho, salen
fortalecidos.
La economía
rusa no sólo ha resistido
perfectamente a las sanciones, a
la pérdida sustancial de comercio con Europa,
sino que se ha reorientado con éxito
no sólo hacia los mercados asiáticos,
sino también hacia una extraordinaria producción
bélica.
Los
indicadores económicos dicen que,
mientras los países europeos se
sumen lentamente en una crisis de
muy larga duración, en Rusia el
consumo crece significativamente y
el desempleo disminuye, elementos
todos ellos que solidifican aún más el
consenso hacia el actual liderazgo.
Esta triple
capacidad rusa -excelentes relaciones internacionales, resiliencia económica, creciente
potencial bélico- no sólo plantea importantes
cuestiones estratégicas al hegemón
estadounidense, sino que también representa un reto muy complejo para los países europeos de la OTAN, que, además, ven avecinarse una desvinculación del tradicional aliado
atlántico.
Aparte de la
anunciada intención de desplegar nuevos misiles en Europa a
partir de 2026 (sobre lo que obviamente no hay ninguna certeza), está claro
que EEUU
se dispone a cerrar su paraguas protector: a partir de ahora, los europeos tendrán que aprender a
arreglárselas básicamente solos.
Los países individuales, y la Unión Europea en su conjunto, se verán sometidos a una importante prueba de estrés, con una alta probabilidad de que esto dé lugar a un desmoronamiento gradual de todo el sistema.
Es difícil
saber si esto se traducirá, y en qué
medida, en un cambio de rumbo, es
decir, en la recuperación de una necesaria autonomía
política europea. Al menos a corto y medio plazo, parece poco probable que
lo que espera el profesor Sachs («El cambio no vendrá de Estados Unidos. El
cambio debe venir de Europa») [2].
Pero, por
supuesto, el factor más acelerador procede de Oriente Medio, donde Israel parece estar irremediablemente
cautivo de sí mismo, de su historia
y de su postura histórica, pero al mismo tiempo totalmente desconectado de la realidad.
El gobierno
del Estado judío, de hecho,
sigue aplicando exasperadamente una estrategia (aparentemente) demencial -en el
sentido de no racional-, pero que en cambio no es sólo una manifestación de
locura criminal,
sino -precisamente- de pérdida del
sentido de la realidad.
Lo que Daniel
Nammour y Sharmine Narwani definen como la «estrategia MAD» [3], y que los israelíes
han aplicado desde el comienzo de la implantación del proyecto sionista en Palestina, consiste de hecho -esencialmente- en una forma exasperada de disuasión:
convencer
a cualquiera (sea amigo o
enemigo) de que Israel compensa sus debilidades objetivas
(demográficas, económicas, militares)
desplegando una capacidad de reacción
desproporcionada, feroz y aniquiladora. Es decir, que en la práctica se
comportará como un loco, traspasando cualquier línea
roja previsible (de hecho, sin fijar ninguna en absoluto). El problema
es que este planteamiento funciona mientras el adversario esté intimidado, es
decir, mientras actúe la disuasión.
Sin embargo, ochenta
años de opresión despiadada y colonización salvaje acabaron por dejar claro
que el Estado judío, por muy loco que actúe, sigue dependiendo
absolutamente del apoyo estadounidense.
La estrategia
de la locura, sin las bombas estadounidenses, no dura ni una semana.
Pero no sólo
eso, estos ochenta años no han conseguido doblegar la
resistencia del pueblo
palestino, que de hecho volvió a levantar la cabeza el 7 de octubre, demostró que ya no teme
la locura judía y simplemente hizo
añicos la disuasión israelí
(en la que se basaba prácticamente todo). En cierto sentido, Israel
está ahora desnudo, y la estrategia de la locura
que pretendía aniquilar a los enemigos corre el peligro de resolverse en la locura de la sociedad israelí.
Por su parte, Israel todavía
puede presumir hoy de dos logros. El primero,
resultado indirecto de la acción diplomática china que revolucionó el panorama geopolítico de Oriente Próximo, es que ha seguido siendo el único aliado estratégico
de EEUU en la región. Tradicionalmente,
Washington siempre ha contado con dos
aliados, precisamente con fines de equilibrio mutuo. Al principio, Israel
estaba flanqueado por la Persia del sha, pero
tras la revolución jomeinista su lugar
fue ocupado por Arabia Saudí. Ahora
que el príncipe Mohammed Bin Salman
ha sacado un poco a Ryad de la estrecha órbita estadounidense, Tel Aviv es la
última guarnición estratégica que le
queda. Y esto, obviamente, refuerza la posición
israelí, frente a su aliado de ultramar. Además, el
mencionado vacío de poder en Washington aumenta su margen de maniobra.
La
segunda, es la infame
directiva Sansón.
La apoteosis de la estrategia MAD,
prevé el uso masivo e indiscriminado de armas nucleares, que se lanzarían contra todos los países
vecinos, indiscriminadamente. Sería
una especie de disuasión suprema, la
amenaza de destruir a todo el mundo,
empezando por uno mismo, para no dar
ventaja al enemigo.
Evidentemente, es muy difícil
establecer hasta qué punto esta hipótesis
puede llegar a ser viable y práctica (en abstracto, y en lo concreto de la
fase actual). Su
credibilidad depende de la capacidad para de convencer al enemigo de que los dirigentes israelíes
están realmente tan locos como aniquilarse a sí mismos para arrastrar
consigo a los filisteos. Por tanto, nos encontramos en el terreno de la pura
especulación.
Ciertamente, Israel se enfrenta
a un enemigo que, por un lado, se muestra
muy capaz de calibrar sus movimientos, arrinconando cada vez más al Estado judío, pero que, por otro, considera la posibilidad del
martirio como una noble perspectiva.
La situación
de Oriente Próximo, por tanto, parece
la más peligrosamente próxima a entrar en una espiral potencialmente destructiva; por infinidad de razones, de hecho, el tablero de Oriente Próximo presenta
características expansivas superiores
incluso a las de Ucrania. A este respecto, lo que Medvédev escribió
en el Social X parece extremadamente significativo:
El nudo se
está apretando en Oriente Próximo. Lo siento por las vidas inocentes que se han perdido. No son más que rehenes de un Estado repugnante:
EEUU. Mientras tanto, todo el mundo
tiene claro que una guerra a gran
escala en Oriente Medio es el único
camino hacia una frágil paz en la
región (la negrita es mía) [4].
Por muy fácil que sea extremar el lenguaje de este hombre, no se puede obviar el hecho de que es una parte importante del establishment ruso, y sin duda no llegaría tan lejos en el fondo, si
de todos modos no estuviera dentro de
los límites de la estrategia rusa.
En la frase
final del post hay nada menos
que tres conceptos clave: gran escala,
unidireccional y paz frágil. Esto significa
que Moscú probablemente
cree que una regionalización del
conflicto es inevitable, y que
aun así conducirá a un cambio en el
equilibrio, pero
no a la paz.
Queda por ver
si la única vía conducirá realmente a una paz regional
frágil, o si por el contrario será la chispa que
encienda el fuego de la guerra en todas partes.
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Notas:
1 – «El mundo libre ha apostado su supervivencia a un solo avión de combate»,
Davi Axe, The Telegraph
2 – Ver la
entrevista del Prof. Jeffrey Sachs con el AntiDiplomatico
3 – «Israel no está loco, simplemente está MAD», Daniel Nammour e Sharmine
Narwani, The Cradle
4 – Cfr.
@MedvedevRussiaE, X
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