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“HB. ¿Existen utopías, tal y como las definís en
el libro, que nos permitan imaginar una salida? EC.
Siempre existen afueras al sistema en las prácticas sociales de las personas y
organizaciones que las imaginan y después las llevan a la práctica,
especialmente en el Sur global. Pero hemos de quitarnos de la cabeza que las
criptomonedas son herramientas descentralizadas o neutras: están al servicio de
una agenda, en este caso la de los buitres financieros. Por ejemplo, pensemos,
como hizo Ecuador, en una criptomoneda atada a las directrices del banco
central argentino que además sea capaz de financiar proyectos colectivos que
faciliten la integración económica del país, su cohesión y su movilización en
favor de proyectos de desarrollo nacional. ¿Por qué jugar y ganar al estilo
neoliberal, entrenando jugadores para luego venderlos más caros a cambio de
criptomonedas con las que especular en una pirámide de Ponzi? De la mano de
Andrés Arauz, incluso se crearon hackatones para mejorar la
integración financiera de los ciudadanos y avanzar en tácticas para
desdolarizar el país.
“La
base de nuestro pensamiento radical debe asentarse sobre la solidaridad,
no la competencia, y después pensar en las tecnologías necesarias para llevar a
cabo esta reorganización de la vida moderna. Existen muchos experimentos con
valiosas lecciones sobre cómo llevarlo a cabo, pero antes necesitamos crear
bloques regionales entre países progresistas, como los del Sur, que sean
capaces de construir dichas infraestructuras de manera colectiva, con acuerdos comerciales
asentados sobre la libre transferencia tecnológica, relaciones entre los
distintos pueblos que permitan escalar las innovaciones derivadas y codificar
todas esas prácticas dentro de un orden mundial alternativo, antisistémico. La
alternativa es la austeridad, la guerra y la destrucción ambiental.
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IMAGINAR
EL FIN DEL CAPITALISMO.
Entrevista
a Ekaitz Cancela.
*****
Por Hernán Borisonik | 29/08/2024 | Economía
Fuentes
Revista Rebelión. Jueves 29 de agosto del 2024.
La velocidad a la que circulan las ideas conservadoras gracias a las
redes sociales ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista.
Cualquier reacción que no responda con una agenda de transformación igual de
radical está destinada a perecer.
¿Es
posible programar la tecnología de manera que fomente la libertad y la
autonomía humana en lugar de la expropiación y la alienación capitalista Ese
interrogante recorre Utopías digitales. Imaginar el fin
del capitalismo (Prometeo, 2024), el último libro de Ekaitz
Cancela, escritor español que lleva una década investigando la intersección
entre tecnología y capitalismo. Editado inicialmente bajo el sello de Verso
Libros, este ensayo pone el foco sobre algunos experimentos, principalmente
ocurridos en el Sur global, para plantear una alternativa a la hegemonía
cultural de Silicon Valley y enriquecer el proyecto comunista.
Utopías digitales aborda, entre otros temas, la potencia
nunca probada de los cables submarinos desarrollados por la India, los centros
de modelación del clima de Brasil, la visualización y colectivización de las
prácticas de trabajo en Chile, los experimentos en soberanía tecnológica de Argentina
o incluso las lecciones que arroja el crédito social en China. Actualmente,
Cancela trabaja para el Center for the Advancement of Infrastuctural
Imagination fundado por Evgeny Morozov, un meta think-tank que
desarrolla software, distribuye trabajos intelectuales y produce
conocimiento. Está terminando un doctorado sobre la transformación del Estado
en la era digital en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) y milita en la
revista radical vasca Hordago-El Salto.
HB. En la introducción de Utopías digitales hablas de disputar la libertad y haces
afirmaciones veladas sobre las políticas neoliberales de privatización que
trata de impulsar Javier Milei en la Argentina mediante la conquista de todo el
poder del Estado. ¿Cómo sobrevive el proyecto neoliberal y su defensa de la
libertad de mercado?
EC.
El triunfo de Milei es
un fenómeno particular de la Argentina, pero nos dice algo a nivel abstracto o
filosófico. Expresa un shock neoliberal, practicado como
austericidio (aumento de la pobreza y la desigualdad, pauperización de las
clases subalternas), que tiene como objetivo derribar ideológicamente la
«modernidad popular» establecida en la época de Perón. En efecto, trata de
estabilizar las turbulencias de la economía de mercado que afronta el país
mediante la privatización de los activos públicos y la financiarización de la
economía. La llamada «Ley bases» expresa eso: un intento por cambiar la
Argentina en solo un mes.
Su ataque se dirige principalmente
contra el Estado, hasta ahora entendido como una espacio para la redistribución
colectiva de los recursos y el desarrollo; contra un modelo de sociedad
altruista y colaborativo, en lugar de competitivo y egoísta. Además procura
avanzar contra un tipo de economía, si bien atada a la relación capital-trabajo
y la propiedad privada, con un carácter menos dependiente de las inversiones
extranjeras o transferencias tecnológicas.
La vida bajo el régimen de Milei —y
el uso de ese concepto es, per se, una innovación reaccionaria— se
entiende como la libertad del capital para conquistar cada esfera de la vida.
Su ofensiva política busca colocar al mercado como la única institución de
coordinación social, lo que explica por qué la represión de los movimientos
autorganizados es tan importante. Es un proyecto anticomunista en un país donde
esta ideología no existe, que ofrece una respuesta sencilla a las ambivalencias
(políticas, culturales y sociales) de esta modernidad: «estás tú solo ahí
fuera, sobrevive». No hay rastro alguno de «lo popular» en esa enunciación.
HB. ¿Cuándo se produce esta ruptura, si se
quiere, epistémica?
EC.
Como muestran los trabajos en sociología económica publicados en ese país, las
reformas neoliberales se inician con Menem y se agudizan con la infame receta
ajustadora de Macri.
Pero el éxito de La Libertad Avanza, una iteración mucho más desacomplejada en
lo que respecta a la profundidad de sus reformas de mercado, encuentra su
explicación en la crisis del peronismo hegemónico a la hora de reaccionar ante
la ofensiva neoliberal. De manera más concreta, es la reiterada incapacidad de
la tentativa kirchnerista para reformar de manera radical las instituciones de
la modernidad popular (o, más simplemente, asegurar el bienestar entre las
capas sociales poco pudientes y trabajadoras, que eran el sujeto político del
primer peronismo) la que lo explica. Este proceso se puso de manifiesto
especialmente tras la recuperación económica de la mano de Cristina Fernández
de Kirchner.
Al margen de las cuestiones materiales, también existe sobrada evidencia en otros lugares del mundo como para afirmar que la velocidad a la que circulan los marcos ideológicos conservadores gracias a las redes sociales, en propiedad de empresas de Estados Unidos, así como la incapacidad para desarrollar canales de comunicación soberanos (recordemos que Milei es un estúpido experimento mediático del kirchnerismo), ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista y alimentado un perfil político absolutamente alineado con la hegemonía cultural de Silicon Valley. Cualquier intento por combatirlas que no responda con una agenda de transformación igual de radical está destinado a perecer.
HB. En el libro dices que la izquierda es incapaz
de salir del marco de la Guerra Fría (el libre albedrío del mercado versus la
planificación central del Estado) a la hora de pensar alternativas…
EC.
En La larga revolución, Raymond Williams señala que la cultura es
una de las esferas más estratégicas para superar la dicotomía Estado-mercado
desde posiciones emancipatorias. Desde las filas socialistas, el debate ha girado sobre cómo distribuir
y asignar los recursos. Pero los neoliberales han sabido politizar cuestiones
más relacionadas con el ser y la existencia en la sociedad moderna. La pregunta
que debemos hacernos es cómo despertar las partes más imaginativas del ser
humano, articular el deseo desde la solidaridad de clase y el altruismo,
colocando en el centro las actividades creativas y de cuidados para generar
otra forma de valor —social y no de cambio—, descubrir nuevos procesos
productivos y atisbar usos de la tecnología más sociales y sostenibles, así
como encarar formas de trabajar colectivamente en proyectos posindustriales de
los que sentirnos parte activa. Ese es el reto para cualquier visión
poscomunista del mundo.
Me refiero a la importancia que, como
muestra la economía digital, tienen los aspectos más mundanos y cotidianos de
la estructura de sentimientos que organiza nuestra vida, eso de los que hablaba
Williams cuando se refería a lo ordinario: lo que vemos y hacemos cada día, las
instituciones necesarias para el aprendizaje y la coordinación entre seres
humanos. Son procesos lingüísticos y comunicativos que cada vez más tiene lugar
a través de redes sociales y aplicaciones de mensajería corporativas. Debemos
impulsar «infraestructuras del ser», dispositivos tecnológicos, plataformas e
incluso feeds que sean capaces de sacar lo mejor de nosotros
mismos.
HB. ¿Cómo crees que se puede resignificar la
libertad para plantear la batalla cultural en Argentina?
EC.
Creo que tenemos que resignificar este término, quitárselo al neoliberalismo, para escalar todo eso que ahora se
nos aparece como las únicas salidas al régimen de verdad actual. Necesitamos
crear otros incentivos, circuitos de comunicación e intercambios de información
para que toda esa energía humana se canalice de manera radical y pueda
desembocar en una existencia digital que nos permita realizarnos como
individuos que se relacionan en comunidad para alcanzar objetivos colectivos.
No solo se trata de garantizar las necesidades (pan, techo, tierra y trabajo),
sino de entender cómo la esfera de las libertades puede contribuir a un
proyecto mucho más innovador, complejo y asentado sobre formas de
emprendimiento no mercantiles, acciones que fomenten la igualdad y el
bienestar.
Al fin y al cabo, tras la derrota en
la lucha capital-trabajo, el «sujeto posperonista» se entiende a sí mismo como
alguien que debe buscar alternativas para desarrollarse en economías populares,
locales y autogestionadas, y que canaliza su ingenio en espacios culturales o
sociales. Plantear la batalla implica reconocer eso que Marx expresaba en sus
escritos filosóficos: la distinción entre necesidad y libertad, como hace
Milei, pero con una agenda distinta a la destrucción de las clases desposeídas.
En cierto modo, en Argentina ya se opera desde los márgenes del Estado y el mercado como los conocemos actualmente. Me refiero al trabajo de artistas, militantes, académicos y otras profesiones avanzadas, donde convergen lo material con lo espiritual, lo gozoso con lo indispensable, la oficina con lo lúdico o recreativo.
HB. ¿Cuál es tu propuesta para crear
instituciones para esa modernidad popular de la que hablas, en la que la
necesidad y la libertad convergerían en un proyecto único?
EC.
En cierto modo, Javier Milei ha triunfado porque su idea de libertad lleva más
de una década en funcionamiento gracias a las herramientas de Silicon Valley. Ahora necesitamos instituciones para
desarrollar todo aquello que promete el «modernismo sin mercado», como lo
define Evgeny Morozov, una sociedad con hábitos y
costumbres cada vez más complejas pero también diferentes, diversas, compuestas
de distintas identidades definidas por los propios sujetos (como muestra la
iteración queer del feminismo), cambiantes, pero sin que
desemboquen en discriminaciones jerárquicas (raza, género, etnia y clase), sino
en su abolición y en la posterior organización colectiva y democrática de la
producción y la reproducción para solucionar los grandes problemas de nuestra
época: la desigualdad y el calentamiento global.
HB. En la introducción hablas del proyecto de
ARSAT (Empresa Argentina de Soluciones Satelitales) como garante de la
soberanía tecnológica. ¿Qué rol puede jugar esta empresa pública —junto con
otras instituciones culturales— a la hora de pensar en formas de desarrollo
nacional distintas a la venta del país a los grandes capitales?
EC.
Las infraestructuras del Estado, como ARSAT, deberían servir para sostener
plataformas públicas digitales que permitan afrontar nuestros problemas así como las nuevas
necesidades biológicas —en palabras de Marcuse, que escribía en los albores de
Mayo del 68— de una manera más eficiente que el mercado. Las universidades
públicas, pero también las galerías, museos, bibliotecas, filmotecas, centros
de documentación (archivo e investigación), los circuitos teatrales, dado que
operan como espacios dedicados a garantizar el acceso conocimiento y el arte y
no la circulación mercancías, son un buen ejemplo del tipo de institución que
podrían convertirse en pilares centrales de la modernidad popular y en un
garante de la libertad creativa.
Diego Tatián afirmaba que la
universidad es una institución «dedicada a la vida no universitaria y a
prácticas de producción de un plusvalor ético-político que excede los intereses
corporativos, profesionales, empresariales o estatales», y Micaela Cuesta,
profesora de la Universidad Nacional de San Martín, añadía que nos permiten
conocer nuestras determinaciones y anteponer a ellas una mediación
institucional que garantice autonomía subjetiva y capacidad de autogobierno.
Dado que existe esta potencia no realizada, ¿por qué no imaginar las
universidades como motores para el desarrollo nacional?
Debemos reactivar todas esas
instituciones de manera que permitan, además, la interacción entre distintas
habilidades y disciplinas (ingeniería, arte, ciencias sociales, matemáticas,
etc.). Las universidades deben ser espacios donde interactúan perfiles diversos
y crean sinergias que hacen progresar a la sociedad. Son algo así como motores
espirituales donde descubrimos quiénes queremos ser y cómo queremos aportar al
resto de personas; un espacio de felicidad, pero también de trabajo digno, sin
hambre y sin exclusión, como rezaban las manifestaciones en las calles de
Argentina en favor de la universidad pública, la base para alcanzar la
soberanía científica y tecnológica que después enriquezca al país, en lugar de
subdesarrollarlo debido a la competencia con los países del Norte. Esta debe
ser la base sobre la que debe erigirse el modelo civilizatorio alternativo al
de Milei.
HB. ¿Qué rol crees que tienen las criptomonedas,
como proyecto libertario, a la hora de consolidar los marcos neoliberales y
llegar a esa nueva generación, milenial o Z, e insertarlas
dentro de los circuitos del dinero en lugar de politizarlas?
EC.
Antes de que estallara la burbuja de las criptomendas (cuándo se derrumbó el
precio de una parte de ellas, dejando a millones de personas sin ahorros) o se reconociera que la
gran mayoría de las NFT eran en realidad un fraude, escribí que estos
instrumentos financieros eran el producto de una pesadilla milenial.
Somos la generación más educada de la
historia, con las mayores habilidades y conocimientos técnicos, capaz de
imaginar otras formas de relacionarnos y existir en sociedad, pero todo ello se
encuentra bloqueado. Somos víctimas de las dos grandes turbulencias económicas
más grandes ocurridas a nivel sistémico en la historia (en Argentina, de hecho,
cuatro: el Rodrigazo, en 1975, la crisis hiperinflacionaria de 1989, la
bancarrota de 2011 y el estancamiento derivado del crash global
al que asistimos desde 2012). Heredamos un mundo sin recursos y que se
extingue.
Las élites se han esforzado en negar
que es necesaria una organización de los recursos económicos y políticos a
escala planetaria, y que esta debe recaer en los movimientos sociales. No han
parado de poner en marcha experimentos digitales hiperpragmáticos contra el
Estado, pero sobre todo contra la autorganización, para garantizar la
supervivencia del sistema, sean las redes sociales, la inteligencia artificial
o las criptomendas. Milei lo ha entendido perfectamente y ha instrumentalizado
la situación económica (pobreza, incapacidad de ahorro, salarios paupérrimos) y
existencial (nula formación financiera, falta de un horizonte esperanzador y un
ácido individualismo ) para decantar la lucha del lado de los capitalistas,
consolidando sus proceso de expropiación y explotación.
También ha comprendido algo que el
kirchnerismo no: existe un tipo de sujeto o espíritu emprendedor entre los
jóvenes al que se debe responder políticamente, no a través del mercado. La
gente en este país es increíblemente creativa y, debido a las dificultades
económicas de los últimos años, ha desarrollado la capacidad para montar
proyectos y sacar plata de cualquier lugar. En lugar de canalizar esa agencia
creativa, esa pulsión hacia el emprendimiento, de manera similar a como hacen
los movimientos sociales o los espacios artísticos (es decir, para crear
sujetos que llevan a cabo tareas de militancia política o son simpatizantes
culturales), Milei lo ha orientado hacia la guerra entre individuos, aunque ya
son varios los estudios que coinciden en que quizá no sea capaz de hacerlo. Las
criptomonedas son un intento por solucionar los problemas del neoliberalismo,
pero lo más probable es que terminen creando otros nuevos.
HB. ¿Existen utopías, tal y como las definís en
el libro, que nos permitan imaginar una salida?
EC.
Siempre existen afueras al sistema en las prácticas sociales de las personas y
organizaciones que las imaginan y después las llevan a la práctica, especialmente en el Sur global. Pero
hemos de quitarnos de la cabeza que las criptomonedas son herramientas
descentralizadas o neutras: están al servicio de una agenda, en este caso la de
los buitres financieros. Por ejemplo, pensemos, como hizo Ecuador, en una
criptomoneda atada a las directrices del banco central argentino que además sea
capaz de financiar proyectos colectivos que faciliten la integración económica
del país, su cohesión y su movilización en favor de proyectos de desarrollo
nacional. ¿Por qué jugar y ganar al estilo neoliberal, entrenando jugadores
para luego venderlos más caros a cambio de criptomonedas con las que especular
en una pirámide de Ponzi? De la mano de Andrés Arauz, incluso se crearon hackatones para
mejorar la integración financiera de los ciudadanos y avanzar en tácticas para
desdolarizar el país.
La base de nuestro pensamiento
radical debe asentarse sobre la solidaridad, no la competencia, y después
pensar en las tecnologías necesarias para llevar a cabo esta reorganización de
la vida moderna. Existen muchos experimentos con valiosas lecciones sobre cómo
llevarlo a cabo, pero antes necesitamos crear bloques regionales entre países
progresistas, como los del Sur, que sean capaces de construir dichas
infraestructuras de manera colectiva, con acuerdos comerciales asentados sobre
la libre transferencia tecnológica, relaciones entre los distintos pueblos que
permitan escalar las innovaciones derivadas y codificar todas esas prácticas
dentro de un orden mundial alternativo, antisistémico. La
alternativa es la austeridad, la guerra y la destrucción ambiental.
Ekaitz Cancela. Periodista oriundo del País Vasco que investiga las
transformaciones estructurales del capitalismo, sus expresiones culturales y la
posición de Europa en el mundo. Es autor de Utopías digitales. Imaginar el
fin del capitalismo (Prometeo, 2024).
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