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“Es evidente que las recientes elecciones
vividas en Venezuela activaron todas las fuerzas interesadas por acabar con el
“chavismo” y en derrocar a
Nicolás Maduro. Para ellas no es un tema solo electoral, sino del régimen
político. Se conoce que la trama estuvo preparada con anticipación (https://t.ly/MmC78).
De modo que estalló la polarización social y política que vive el país desde
años atrás, bien para defender a la Revolución Bolivariana o bien para
liquidarla. Y el asunto sin duda inquieta al progresismo de izquierda
latinoamericano, en cuyo espectro social incluso hay motivos para las críticas
a la conducción del proceso venezolano, pero que no puede admitir que la
oposición encabezada por la ultraderechista María Corina Machado asuma ante sí misma
la victoria y sea la que proclama los resultados electorales (tal como ocurrió
cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente) al propio tiempo que se activan
las amenazas de injerencia imperialista en Venezuela.
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VENEZUELA:
LA ENCRUCIJADA POLÍTICA.
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Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Fuentes. Firmas Selectas.
Prensa Latina miércoles 14 de agosto del 2024.
El gobierno de Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013) inauguró el primer ciclo históricamente inédito de gobiernos progresistas en América Latina, en el que distintos estudios han incluido a: Inácio Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016) en Brasil; Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015) en Argentina; Leonel Fernández (2004-2012) en República Dominicana; Tabaré Vásquez (2005-2010 y 2015-2020) en Uruguay; Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) en Chile; Evo Morales (2006-2019) en Bolivia, Manuel Zelaya (2006-2009) en Honduras, Rafael Correa (2007-2017) en Ecuador, Daniel Ortega (2007-hoy) en Nicaragua, Fernando Lugo (2008-2012) en Paraguay; José Mujica (2010-2015) en Uruguay; y, además, el gobierno revolucionario de Cuba.
En el “débil” segundo ciclo progresista
han sido incluidos: Nicolás Maduro
(2013-hoy) en Venezuela, Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) en México,
Pedro Castillo (2021-2022) en Perú, Luis Arce (2020-hoy) en Bolivia, Gustavo
Petro (2022-hoy) en Colombia, Xiomara Castro (2022-hoy) en Honduras, Gabriel
Boric (2022-hoy) en Chile y Lula da Silva (2023-hoy).
Pero esa amplitud del espectro
“progresista” resulta inadecuada, inexacta y errónea. Porque el progresismo se ha identificado con las
nuevas izquierdas latinoamericanas; el impulso a economías sociales sustentadas
en el fortalecimiento de capacidades estatales, inversiones y servicios
públicos, para liquidar la vía neoliberal que se había impuesto en la región
desde la década de 1980; las posiciones soberanistas y populares; una visión
común sobre los ideales de la integración geoestratégica de América Latina como
región de paz opuesta al americanismo monroísta e intervencionista y a la
hegemonía unipolar de los Estados Unidos en el mundo; el fortalecimiento de la
democracia representativa; el desarrollo económico orientado al bienestar
colectivo.
La experiencia de los gobiernos
progresistas de nueva izquierda marcó profundamente un nuevo camino económico,
político y social para América Latina, de modo que, como no
ocurrió en otros momentos históricos contemporáneos, convergieron en la
creciente oposición varios sectores, encabezados por altos empresarios,
oligarquías tradicionales, capas ricas, élites acomodadas, medios de
comunicación empresariales, clases medias identificadas con todos ellos,
derechas políticas. Allí se cultivó el combate al progresismo, porque esas
fuerzas comprendieron que sus intereses clasistas, capitalistas y neoliberales
quedaron relegados; que el dominio social mantenido durante décadas se había
terminado y que se volvía real la posibilidad de construir el Socialismo del
siglo XXI. Arrebatarles el poder, controlar el Estado y sus funciones e
instituciones nacionales se convirtió en un objetivo a conseguir por cualquier
medio, en contra de los gobiernos izquierdistas.
Lograron instalar gobernantes que
revivieron el neoliberalismo, incluso con presidentes empresarios y millonarios, como ha ocurrido en Ecuador desde 2017. En forma
paralela actuaron los EEUU. para respaldar y fomentar no solo las políticas
neoliberales, sino también a los gobiernos empresariales, a fin de proteger sus
intereses en la región y alinear bajo sus geoestrategias mundiales a los países
latinoamericanos, visualizando unas relaciones internacionales desfavorables a
su hegemonía, por el ascenso de Rusia, China, los BRICS y los soberanismos de
los países del Sur Global. De este modo se ha consolidado una internacional
derechista de Occidente dedicada a defender la economía de mercado libre y a
los gobiernos empresariales, así como a combatir a los gobiernos contrarios a
sus posiciones y a encaminar estrategias y recursos para impedir la llegada de
cualquier progresismo al poder. Son explícitas las ambiciones proclamadas desde
los EEUU. sobre los recursos económicos de América Latina y sus geoestrategias
contra Rusia y China, como en reiteradas oportunidades lo ha señalado la
Comandante del Comando Sur (https://bit.ly/3LSnzGz).
Este es el telón de fondo que enfrentan
los sectores progresistas y de izquierda en toda la región. Fuerzas poderosas, con coordinación y apoyo
nacional e internacional, han actuado mediante los golpes de Estado blandos, el
lawfare, la persecución política, la judicialización de expresidentes y líderes
políticos, la criminalización de la protesta social, la narco-política, el
paramilitarismo, la corrupción de las instituciones, la violencia y hasta la
inseguridad ciudadana. Desde el poder han impuesto el achicamiento del Estado,
la privatización de sus recursos, la implantación de los negocios empresariales
a costa de lo público, el deterioro de los servicios de educación, salud o
seguridad social; la generalización de la pobreza, la miseria, el desempleo, el
subempleo y la emigración; el abandono del desarrollo con bienestar social,
pues solo interesan las rentabilidades de los propietarios del capital, los
buenos negocios. Imposible dar cuenta aquí de todos estos procesos, que están
bien documentados y estudiados por las ciencias sociales latinoamericanas.
Así como en Ecuador se ha cultivado el
odio al “correísmo” y todo lo que este calificativo significa, igual es el triunfo que han obtenido las fuerzas
antiprogresistas en otros países, especialmente por la guerra mediática (y la
“ciberguerra”: https://t.ly/XCFrV)
que libran y que es difícil contrarrestar. Los presidentes Gustavo Petro, Lula
da Silva, López Obrador representan para ellos el mal intolerable. Peor si se
trata del gobierno de Venezuela o de Cuba, las “dictaduras abominables”. No
importa si han sido víctimas de la injerencia, el bloqueo y las sanciones de
tipo imperialista. Se justifican simplemente porque son “dictaduras”. Y es tal
el nivel de convencimiento político en ese sentido, que resultan ejemplares y “democráticos”
los gobiernos de Argentina o Ecuador, a pesar de que los estudios académicos y
reportes internacionales dan cuenta del debilitamiento de sus instituciones, la
desestabilización de sus economías y el derrumbe de las condiciones de vida y
de trabajo de la enorme mayoría de la población. Ecuador pasó de ser el segundo
país más seguro en América Latina a uno que ocupa los primeros lugares en
inseguridad ciudadana, el tercer peor lugar mundial para los trabajadores,
entre los diez con mayor concentración de la riqueza. Miles de venezolanos
creyeron llegar a Ecuador para vivir mejor, pero han pasado a ser explotados
por patronos inescrupulosos y también estigmatizados al atribuirles ser la
fuente de la delincuencia diaria.
Es evidente que las recientes elecciones
vividas en Venezuela activaron todas las fuerzas interesadas por acabar con el
“chavismo” y en derrocar a
Nicolás Maduro. Para ellas no es un tema solo electoral, sino del régimen
político. Se conoce que la trama estuvo preparada con anticipación (https://t.ly/MmC78).
De modo que estalló la polarización social y política que vive el país desde
años atrás, bien para defender a la Revolución Bolivariana o bien para
liquidarla. Y el asunto sin duda inquieta al progresismo de izquierda
latinoamericano, en cuyo espectro social incluso hay motivos para las críticas
a la conducción del proceso venezolano, pero que no puede admitir que la
oposición encabezada por la ultraderechista María Corina Machado asuma ante sí misma
la victoria y sea la que proclama los resultados electorales (tal como ocurrió
cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente) al propio tiempo que se activan
las amenazas de injerencia imperialista en Venezuela.
Ante semejante panorama ha correspondido
a los presidentes progresistas Ignácio Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés
Manuel López Obrador, la adopción de las
posiciones diplomáticas más sensatas (https://t.ly/70E_1), en medio de las pasiones
despertadas, en las cuales la racionalidad parece ser lo que menos importa.
Mientras el Departamento de Estado de los EEUU. declara unilateralmente
reconocer como triunfador de las elecciones venezolanas a Edmundo González
Urrutia (https://t.ly/kwHkV),
cabe destacar y respaldar, ante todo, la posición asumida por el presidente de
México, Andrés Manuel López Obrador, que es la que mejor expresa el camino
latinoamericanista: ha sido claro en cuestionar a la descalificada OEA,
pronunciarse contra cualquier intervención extranjera y reivindicar las soluciones institucionales que corresponden exclusivamente a
Venezuela (https://t.ly/cF2b5).
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