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“El sentido de la tecnología o una
tecnología con sentido. La tecnología solo tiene sentido si contribuye a
superar el dolor y el sufrimiento del conjunto humano. Tales avances no pueden quedar restringidos por clausulas o murallas
comerciales, ni tampoco limitado a determinadas regiones geográficas,
perpetuando así inequidades. La idea del “derrame”, que asegura que el desarrollo
científico y técnico de algunos lugares se expande luego a otros, es tan solo una fórmula de postergación
utilizada por la ideología capitalista para justificar desigualdades. Humanizar
la tecnología
puede sonar para algunos a redundancia – ya que toda tecnología es un producto humano – o para otros una proposición
contradictoria, si es que se ubica a lo
“humano” en una esfera contrapuesta o alejada de la fría mecánica.
“Sin
embargo, este es exactamente el parámetro a seguir, si es que
se pretende construir un mundo social acorde a la dignidad humana. Humanizar la
tecnología quiere decir ponderar el beneficio que un sistema aporta en la
dimensión no solo práctica o económica, sino también a favor del bienestar
psicológico y emocional de las personas. Ampliar solidariamente la libertad humana en sentido
multidimensional es la ética que
debería acompañar a toda innovación
tecnológica, ya que es justamente la
superación de las dificultades y los impedimentos, lo que está en la esencia
del avance en el conocimiento.
“Finalmente, la comprensión del ser humano como un ser histórico cuyo modo de acción
social no solo modifica el paisaje circundante, sino su propia condición, su
aparentemente inmutable naturaleza, será la que guiará nuestros pasos
valientemente hacia nuevos horizontes. Pero
este nuevo paisaje no se producirá por el simple expediente de cambios
tecnológicos externos, sino que requerirá una esencial transformación
simultánea en nuestro interior hacia nuevos valores, conductas de relación
y objetivos vitales. Humanizar la tecnología, entonces, quedará
como una particularidad de la noble misión de Humanizar la Tierra.
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LA
ALUCINACIÓN DESHUMANIZANTE DEL TECNOFETICHISMO.
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Por Javier Tolcachier | 04/06/2025 | Conocimiento Libre
Fuentes.
Revista Rebelión miércoles 4 de junio del 2025
Ciertamente
ha habido invenciones que incidieron radicalmente en la modificación del
paisaje social. Creaciones humanas, que inspiradas en un propósito persistente
de superación, consiguieron avances científicos o tecnológicos emancipadores
La
rueda, el papel, la imprenta, la electricidad, las vacunas, la radio, la
píldora anticonceptiva, el aeroplano, el motor de vapor o la penicilina, por solo mencionar algunos,
contribuyeron sin duda a la ampliación de posibilidades de las personas.
Posiblemente la red internet, más allá de su procedencia y sentido inicial
ligados a objetivos militares, también pueda encuadrarse en esta categoría.
Bien
vistas las cosas,
ninguno de esos portentosos descubrimientos pueda ser adjudicado a una única
persona. Pese a lo que señala cierta historiografía ingenua, individualizar
estos inventos omite el entorno social en el que se producen y la enorme
acumulación de intentos y aportes colectivos que las preceden.
Del
mismo modo, pretender que
estas innovaciones tengan el poder de transformar por sí solas las cosas, es
otorgarles cualidades mágicas que oscurecen otros factores en el orden político
y espiritual, en el campo de las ideas, la organización económica, la
demografía o el desarrollo humano en general. Factores que actúan en estructura
con la ciencia y la tecnología y son fundamentales para operar transformaciones
sociales.
Atribuir
excesiva virtud a tal o
cual tecnología, es colocar en los objetos un influjo similar al que hechiceros
de otros tiempos otorgaban a ciertos amuletos, confiriéndoles propiedades
transmutativas de distinto tipo. Y quizás fuera la fuerte creencia de los
pueblos en dichos conjuros, la carga energética de fe que depositaban en ellos
movidos por necesidad y justificados por la autoridad que poseían los
respectivos taumaturgos, la que efectivamente lograba su cometido.
Algo
similar ocurre hoy con
las tecnologías digitales, a las que se adjudica, de modo cuasi místico, la
prodigiosa capacidad de resolver la acumulación de problemas sociales y la
consecuente crisis multidimensional de la actualidad. Una forma moderna de
fetichismo, cuya fascinación permea hoy estamentos dirigenciales, pero que
también encuentra extendida adhesión en las poblaciones.
No por nada la palabra fetiche significa, a partir de su origen en portugués y su paso por el francés, hechizo o encantamiento.
El tecnofetichismo corporativo.
La
técnica, hermana menor de la ciencia, no siempre ha sido un vector de evolución humana. Basta destacar el
interés de los gobernantes a lo largo de la historia por lograr supremacía
tecnológica para dominar a otros.
El
desarrollo de la metalurgia en la Mesopotamia antigua permitió a imperios sucesivos un
mejor equipamiento armado. De similar importancia fue la experiencia y destreza
en la construcción naval, clave en la expansión colonialista posterior. Así,
hasta llegar a las maquinarias de destrucción masiva que amputaron millones de
vidas, desembocando en el horror del armamentismo nuclear.
La
automatización digital,
comandada hoy desde los altos mandos corporativos, no distingue sino una única
moral, la del rédito a cualquier precio. Por ello, lejos de servir
exclusivamente al bienestar público, se enfoca en servicios y aplicaciones en
las que prima la extracción y mercantilización de datos, la vigilancia, la
manipulación, la desinformación, la explotación y, cómo no podía ser de otro
modo, el perfeccionamiento de máquinas de matar.
Sin
embargo, la propaganda
corporativa – potenciada a su vez por esta misma tecnología –se introduce en
nuestra esfera más íntima a través de dispositivos individuales sofisticados,
intentando convencernos de que constituye una panacea integral para superar
todo problema y conflicto social.
Como
un mantra de tipo
religioso, la “innovación” tecnológica
aparece en cada discurso como única respuesta para paliar la crisis
generalizada del sistema. Así, por ejemplo, la degradación ambiental y
climática encontraría supuestamente remedio en la venta de refinados sistemas
de menor consumo energético, en vez de pensar en proporcionar equitativamente
el consumo irracional de las regiones ricas del planeta, para saciar las necesidades
de las poblaciones empobrecidas.
Del
mismo modo, se
precia la capacidad lingüístico-conceptual en las interacciones de algunas
aplicaciones de la llamada “inteligencia
artificial”, al tiempo que la desinteligencia y magra voluntad política de
las cúpulas impiden ejecutar programas de eliminación del hambre y la miseria.
La
salud al alcance de
todos decae o no existe en muchos lugares, siendo que, en otros, la
sofisticación tecnológica en el sector sanitario alcanza cotas de asombro. La
educación, que debería repensarse como una
metodología de elevación humana, amenaza estar recluida cada vez más en las
cárceles de pensamiento de los programas de aprendizaje empresariales.
Distintos tipos de violencia continúan extendiendo sus tentáculos sin importar
que se anuncie un grandioso “metaverso”,
una suerte de paraíso digital donde todo es posible.
Y
por supuesto que
chatear con bots amables de nombre
humano no paliará en lo más mínimo la intensa sensación de soledad que sufren
cada vez más personas, ante la evaporación creciente de los lazos sociales.
Mientras
tanto, esas mismas
tecnologías sirven a la precarización laboral, la monopolización
comunicacional, la mega especulación financiera, la extensión latifundista, la
sobreexplotación de recursos, la continuidad del supremacismo cultural o la expansión delictiva a través de la web.
Es
evidente que el discurso
de las Big Tech, que publicita su
gama de productos como el único futuro posible, facilita solo la expansión de
sus negocios y profundiza la dependencia de sus tecnologías, en un círculo
vicioso que representa una nueva etapa neocolonial.
¿Puede la Humanidad confiar su destino a las intenciones de los ejecutivos, accionistas y desarrolladores de esas empresas, imbuidos de la misma ideología tecnofetichista e interesados primariamente en su bienestar individual? Sin duda que no.
El tecnofetichismo progresista.
Para
no “quedar atrás”, y
quizás con la mejor de las intenciones, muchos gobiernos, dirigentes y
agrupaciones populares, caen también en la trampa tecnoadictiva. Piensan en una
lógica de progreso única, lineal e irreversible, que los condena a sucumbir a
falsas dádivas (servicios y aplicaciones básicas sin costo) y a seguir los
caminos que trazan las grandes corporaciones de negocios, sin percatarse que ello
conduce a nuevas encerronas de aun mayor dependencia.
Conminados a dar respuestas cortoplacistas, los
(hoy menos) gobernantes intentan reaccionar así al embate del gran capital,
cuyo ariete de demolición es ahora la “convergencia”
de tecnologías como las redes neuronales, la computación cuántica, la robótica
y la digitalización del mundo físico.
Por
un lado, las
prominencias políticas deben mostrarse “modernizadoras”
so pena de no pasar el exigente juicio popular en una próxima escenificación
electoral, pero al mismo tiempo, estos actores siguen atrapados en las
lógicas del industrialismo del siglo anterior, solo que, con herramientas más
livianas, pero igualmente potentes.
Pero
incluso algunos
círculos intelectuales toman los mismos elementos y en algunos casos, llegan al
extremo deshumanizante de dirimir diferencias o elaborar conclusiones en base a
las aplicaciones diseñadas por organizaciones que se encuentran en las
antípodas de su posicionamiento político. ¿Dónde
queda allí el pensamiento crítico, dónde el debate y la deliberación? ¿Dónde
queda la capacidad humana de inspirarse y aportar criterios y propuestas
nuevas?
¿Acaso los jeques que dominan los circuitos binarios que deciden que
habrá de mostrarse y qué no en las llamadas “redes sociales” se mostrarán
favorables, en un rapto de compasión y lucidez, al empuje revolucionario de los
movimientos sociales?
¿Trasladarán sus algoritmos con fuerza contenidos tendientes al cambio
verdadero o dejarán deslizarse, junto a una avalancha de propaganda comercial y
material de relleno, apenas tenues motivos que los hagan parecer democráticos y
pluralistas?
De
lo que no hay duda, es
que estos interrogantes deben ser tomados con máxima seriedad por aquellas y
aquellos que deseamos un mundo completamente diferente.
La tecnofobia.
Los “luditas” fueron un movimiento de
protesta en la Inglaterra de principios de siglo XIX que usó, entre otras tácticas, la
destrucción de maquinaria para oponerse a la instalación de telares y máquinas
de hilar industriales que amenazaban con reemplazar a los artesanos con
trabajadores menos cualificados y que cobraban salarios más bajos.
Esa
modalidad activista
tomó su denominación de Ned Ludd, personaje real o imaginario de un trabajador
que habría incendiado o destruido varias máquinas textiles a modo de respuesta
a las represiones que el proletariado estaba sufriendo.
Dicho
antecedente histórico
suele ser esgrimido en la actualidad para equiparar una actitud crítica y
consciente sobre ciertos riesgos que presentan los intensos y rápidos cambios
técnicos con una enfermiza resistencia al cambio o directamente con posturas
tecnofóbicas. Se desalienta así cualquier mirada equilibrada, exenta de
fundamentalismos a favor o en contra de determinadas metodologías tecnológicas.
Por
supuesto que en este
análisis debe ser considerado el efecto de extrañeza que produce hoy la
modificación acelerada de herramientas y
modalidades, reñidas con usos y costumbres que solo perviven en la memoria de
anteriores generaciones. La sospecha de cierta nostalgia y oposición a los
nuevos tiempos es sin duda una nube que debe ser despejada con espíritu
autocrítico.
Pero
esto no contradice en lo más mínimo la
necesidad de observar con lente de gran aumento las intenciones – sobre todo
aquellas de carácter mercantil o de control – y la arquitectura de diseño lógico que subyacen a los desarrollos
tecnológicos que presentan a diario las corporaciones monopólicas.
Tampoco es menor observar las implicancias en la concentración de poder económico y político, concentración que invariablemente atenta contra el ejercicio universal y la ampliación de los derechos humanos. El progreso será de todos y para todos o no será.
El tecnofetichismo alternativo
En
paralelo al incremento
de la digitalización en los distintos campos, se generó a partir de la década de los 80 un movimiento que no
solo formuló críticas a la dirección capitalista y meramente utilitaria de
los principales servicios y aplicaciones digitales, sino que desarrolló
alternativas de uso eficaces.
Se
multiplicaron así
progresivamente las “tecnologías
libres”, cuyos principios básicos son la libertad de usar, estudiar,
distribuir y mejorar los programas informáticos. Tales libertades fomentan la desconcentración del poder, la
producción de conocimiento colectivo, la adaptabilidad
y facilidad de distribución y, más allá del ámbito estrictamente tecnológico,
estimulan la sana costumbre de compartir solidariamente con otros aquello que
resulta de utilidad para uno.
Para cada uso habitual
existen ya aplicaciones,
servicios y plataformas libres, desarrollados y sostenidos por personas,
colectivos y hasta estados que han comprendido la importancia de despegarse del
yugo comercial corporativo, sin
dejar de proporcionar salidas positivas.
Aun así, debe alertarse sobre un
posible “tecnofetichismo alternativo”, que pudiera reducir la rebelión contra
el sistema capitalista a un simple cambio de hábitos de consumo tecnológico. En términos analógicos, sería como “hacer la revolución por dejar de beber una
determinada bebida cola”.
El
individualismo que
corroe la convivencia humana no habrá de
ser superado por el reemplazo de códigos informáticos, sino por actitudes
solidarias y acciones en común que atraviesen el muro de egoísmo.
La
tecnología es tan solo un frente de lucha para superar el sistema. No
debe perderse de vista que la actual preponderancia del negocio digital
tenderá a cambiar en cualquier momento por el agotamiento de su rentabilidad
frente a otros modelos que los fondos de inversión que administran el capital
consideren más lucrativos.
Por
otra parte, es preciso
evitar como un dañino malware, la tendencia a quedar recluidos en la comodidad
del especialismo informático. Por el contrario, compartir el impulso
revolucionario con otras luchas sociales y políticas es fundamental. En esa dirección, aportar saberes desde el
campo tecnológico es una contribución importante a los cambios por venir.
El sentido de la tecnología o una tecnología con
sentido.
La
tecnología solo tiene
sentido si contribuye a superar el dolor y el sufrimiento del conjunto humano. Tales avances no pueden quedar restringidos
por clausulas o murallas comerciales, ni tampoco limitado a determinadas
regiones geográficas, perpetuando así inequidades.
La
idea del “derrame”, que
asegura que el desarrollo científico y técnico de algunos lugares se expande
luego a otros, es tan solo una fórmula de
postergación utilizada por la ideología capitalista para justificar
desigualdades.
Humanizar
la tecnología
puede sonar para algunos a redundancia – ya que toda tecnología es un producto humano – o para otros una proposición
contradictoria, si es que se ubica a lo
“humano” en una esfera contrapuesta o alejada de la fría mecánica.
Sin
embargo, este es exactamente el parámetro a seguir, si es que
se pretende construir un mundo social acorde a la dignidad humana. Humanizar la
tecnología quiere decir ponderar el beneficio que un sistema aporta en la
dimensión no solo práctica o económica, sino también a favor del bienestar
psicológico y emocional de las personas.
Ampliar
solidariamente la libertad humana en sentido multidimensional es la
ética que debería acompañar a toda innovación
tecnológica, ya que es justamente la
superación de las dificultades y los impedimentos, lo que está en la esencia
del avance en el conocimiento.
Finalmente, la comprensión del ser humano como un ser histórico cuyo modo de acción
social no solo modifica el paisaje circundante, sino su propia condición, su
aparentemente inmutable naturaleza, será la que guiará nuestros pasos
valientemente hacia nuevos horizontes.
Pero este nuevo paisaje
no se producirá por el simple expediente de cambios tecnológicos externos, sino
que requerirá una esencial transformación simultánea en nuestro interior hacia nuevos valores,
conductas de relación y objetivos vitales. Humanizar la tecnología, entonces, quedará
como una particularidad de la noble misión de Humanizar la Tierra.
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