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“Pero
Trump no es una anomalía aislada. En América
Latina, sus métodos encuentran eco en
una legión de imitadores ansiosos por privatizar
las universidades públicas, perseguir
a los docentes que piensan, y
criminalizar a los estudiantes organizados. Desde Javier Milei en Argentina,
que califica a las universidades como “nidos
de adoctrinamiento socialista”, hasta José
Antonio Kast en Chile, que propone auditorías ideológicas y recortes presupuestarios a centros críticos, pasando por los embates legislativos de la derecha brasileña contra las
universidades federales, el trumpismo
académico se ha vuelto doctrina
continental. Y no olvidemos los ataques mediáticos sistemáticos en México contra los proyectos educativos de la 4T, acusándolos de “populismo pedagógico” o
“marxismo disfrazado”. Es la Guerra Cognitiva sin fronteras. Hoy, al menos una docena de gobiernos o movimientos
derechistas en América Latina
aplican manuales de intervención
semiótica contra el pensamiento crítico,
recortan recursos, hostigan a investigadores y clausuran líneas de
investigación incómodas. Reproducen, tropicalizan y sistematizan el modelo Trump de asfixia académica, con apoyo de fundaciones transnacionales y medios de comunicación
hegemónicos que operan como custodios
de la ignorancia funcional. Por eso insistimos: la batalla por la universidad
no es sectorial, es civilizatoria.
Defender
el derecho a pensar es defender el futuro de los pueblos. Y
esa tarea no se delega ni se posterga. Se
ejerce, palabra por palabra, idea por idea, aula por aula.
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UNIVERSIDADES
SITIADAS:
Trump contra el
Pensamiento Crítico.
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Por Fernando Buen Abad Domínguez. /03/06/2025/
Conocimiento Libre.
Fuentes.
Revista Rebelión martes 3 de junio del 2025
¿A qué le teme el imperio cuando persigue con saña
a las universidades? ¿Qué tipo de enemigo construyen en sus laboratorios
ideológicos cuando convierten al saber en blanco militar? Hoy, el gobierno de Donald Trump —reinstalado por la máquina neoliberal del caos—
desata una ofensiva brutal contra el pensamiento crítico, la ciencia libre
y los espacios de emancipación cognitiva que aún resisten en los campus universitarios de Estados Unidos. No
es una exageración: estamos ante una guerra semiótica total contra la
inteligencia social organizada.
Es
terrorismo epistemológico de Estado. Trump ha ordenado cancelar todos los contratos federales con la Universidad de Harvard; ha impedido la inscripción de estudiantes internacionales; ha revocado visas por el solo hecho de participar en protestas pacíficas
pro-palestinas. ¿Quién define
ahora qué es odio? ¿Quién controla el diccionario del poder? Trump no actúa solo ni improvisadamente. Lo hace como operador de una casta de propietarios del sentido: magnates del petróleo, fabricantes de armas
y dueños de medios que ven en la
universidad un enemigo estratégico,
un riesgo para el orden semiótico que reproduce la obediencia. Harvard, el MIT, Berkeley o Yale no son
espacios homogéneos, ni inocentes, pero
albergan aún núcleos de pensamiento
crítico, investigación científica
autónoma y redes de solidaridad
internacional que pueden ser insumos
peligrosos para la revolución.
No es una persecución anecdótica, ni coyuntural. Forma parte de una doctrina de choque cultural
que busca disciplinar la producción simbólica y clausurar la autonomía del
conocimiento. Tal como ya lo anticiparon los manuales de contrainsurgencia cultural del Pentágono,
la nueva guerra es contra los
significados y las subjetividades: ya no bastan los tanques, ahora hay que controlar las metáforas.
Quieren vaciar las universidades de toda crítica, convertirlas en fábricas de tecnócratas
sin conciencia, en ingenieros del
capital, en administradores del
despojo —especialmente durante su presidencia (2017-2021)— se inscriben dentro de una ofensiva ideológica más amplia contra las instituciones del conocimiento, la crítica social
y el pensamiento progresista. Trump acusó
repetidamente a las universidades
estadounidenses de ser centros de “adoctrinamiento
marxista” o “liberal radical”, atacando especialmente a las ciencias sociales, las humanidades y
los departamentos de estudios raciales o
de género. Trump incluyó ataques a
científicos y académicos sobre temas como el cambio climático, la pandemia o el
aborto. Trump articuló un
discurso de guerra cultural en el
que las universidades eran vistas
como trincheras del “enemigo interno”,
responsables de sembrar la crítica social
y los valores progresistas. Sus
ataques buscaban disciplinar ideológicamente
al conocimiento, minar la autonomía
universitaria y consolidar una
narrativa neoconservadora.
Desde su regreso a la presidencia en 2025, Donald Trump ha intensificado su ofensiva contra las universidades estadounidenses, con medidas que afectan directamente a la autonomía académica, la diversidad estudiantil y la libertad de expresión. Ordenó el retiro masivo de fondos federales a Harvard. El Departamento de Seguridad Nacional revocó la certificación del Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio de Harvard, impidiendo la inscripción de estudiantes internacionales para el año académico 2025-2026. Esta medida fue bloqueada temporalmente por una orden judicial, pero generó incertidumbre y preocupación en la comunidad académica internacional. Trump nombró a Linda McMahon como Secretaria de Educación con el objetivo declarado de cerrar el Departamento de Educación, devolviendo la autoridad educativa a los estados y comunidades locales. Estas acciones recientes de la administración Trump representan un desafío significativo para la educación superior en Estados Unidos, afectando la diversidad, la libertad académica y la posición internacional de sus universidades.
Hay que
construir una nueva internacional del
pensamiento crítico. Urge
levantar universidades emancipadoras,
descolonizar los saberes, refundar el diálogo entre ciencia, conciencia y pueblo. No
podemos permitir que la humanidad se
quede sin sus fábricas de futuro.
Porque lo que Trump y sus secuaces
atacan no solo en Harvard. Atacan al derecho universal a pensar, a la inteligencia colectiva, a la civilización
educativa. Y si hoy callamos frente a esa agresión,
mañana nos atacarán a todos. Hoy
más que nunca, la defensa del pensamiento crítico es una tarea revolucionaria. La universidad
no es una mercancía, ni un cuartel,
ni un campo de concentración semántico.
Es, debe ser, un territorio de lucha por la verdad, por la libertad y por el sentido humano
de la vida. Y como tal, debemos
defenderla con todas nuestras palabras, nuestras ideas y nuestras trincheras de papel.
Pero Trump no es una
anomalía aislada. En América Latina,
sus métodos encuentran eco en una legión
de imitadores ansiosos por privatizar
las universidades públicas, perseguir
a los docentes que piensan, y
criminalizar a los estudiantes organizados. Desde Javier Milei en Argentina,
que califica a las universidades como “nidos
de adoctrinamiento socialista”, hasta José
Antonio Kast en Chile, que propone auditorías ideológicas y recortes presupuestarios a centros críticos, pasando por los embates legislativos de la derecha brasileña contra las
universidades federales, el trumpismo
académico se ha vuelto doctrina
continental. Y no olvidemos los ataques mediáticos sistemáticos en México contra los proyectos educativos de la 4T, acusándolos de “populismo pedagógico” o
“marxismo disfrazado”.
Es la Guerra
Cognitiva sin fronteras. Hoy, al menos una docena de gobiernos o movimientos
derechistas en América Latina
aplican manuales de intervención
semiótica contra el pensamiento crítico,
recortan recursos, hostigan a investigadores y clausuran líneas de
investigación incómodas. Reproducen, tropicalizan y sistematizan el modelo Trump de asfixia académica, con apoyo de fundaciones transnacionales y medios de comunicación
hegemónicos que operan como custodios
de la ignorancia funcional. Por eso insistimos: la batalla por la universidad
no es sectorial, es civilizatoria.
Defender
el derecho a pensar es defender el futuro de los pueblos. Y
esa tarea no se delega ni se posterga. Se
ejerce, palabra por palabra, idea por idea, aula por aula.
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