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“El
FMI sigue operando como un
cobrador mafioso, imponiendo ajustes que enriquecen a los acreedores y empobrecen
a los pueblos. ¿Qué hizo la ONU por Grecia?
Nada. Y lo mismo podría decirse de Gaza,
Yemen o Ucrania. La ONU observa,
pero no actúa. El sistema internacional
se está convirtiendo en un sistema anárquico donde no existe un vigilante
nocturno, no hay una autoridad superior a quien pedirle ayuda en
caso que un estado vaya en tu contra. Como dice John J. Mearsheimer profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago
“si eres débil, hay una posibilidad sería que se aprovechen de ti”, nadie quiere dar la sensación de ser endeble.
Algunos, como
Serguéi Lavrov,
proponen que la Carta de la ONU sea
la base jurídica de un
nuevo
orden multipolar. Una idea que, aunque
cuestionada por su origen geopolítico, plantea un punto válido: el “orden basado
en reglas” promovido
por Occidente se ha convertido en
una herramienta para consolidar su
hegemonía. La idea de “América
primero” es
alarmantemente similar al eslogan hitleriano “Alemania por encima de todo”,
y una apuesta
por la “paz mediante la
fuerza” podría ser el golpe de gracia a la diplomacia.
La Carta de Derechos y Deberes Económicos de los
Estados no fue destruida por el neoliberalismo solamente, sino también por sus cómplices, aquellos que, desde el poder, la archivaron por
considerarla demasiado incómoda. Pero
el documento sigue existiendo. Dormido, sí. Olvidado, quizás. Pero
no muerto.
Y en un mundo donde resurgen los debates
sobre soberanía, deuda y justicia
económica, su contenido vuelve a cobrar relevancia.
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Fuentes: El tábano economista.
LA
CARTA DE DERECHOS ECONÓMICOS QUE EL NEOLIBERALISMO SECUESTRÓ.
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Por Alejandro Marcó del Pont | 09/06/2025 | Economía
Fuentes. Revista Rebelión lunes 9 de
junio del 2025.
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entierren (El Tábano Economista)
En
1974, en plena Guerra Fría, el Sur Global logró introducir entre los pasillos
de la ONU un documento que intentaría modificar los cimientos del capitalismo
dominante: la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados (Resolución 3281). Este texto
revolucionario proclamaba, entre otras cosas:
Artículo 1 (Soberanía permanente): Todo Estado tiene
el derecho soberano e inalienable de elegir su sistema económico, político,
social y cultural, de acuerdo con la voluntad de su pueblo, sin injerencias ni
amenazas externas.
Artículo 2: Todo Estado
ejerce soberanía plena sobre sus recursos naturales y actividades económicas.
Puede regular la inversión extranjera, supervisar a las empresas
transnacionales y, si lo considera necesario, expropiar bienes con compensación
apropiada, según sus leyes y circunstancias.
Artículo 7: Reconoce el
derecho de los Estados a reestructurar sus deudas.
Transcurrido
más de medio siglo nos sorprende cómo un manifiesto, en plena Guerra Fría, declaraba sin tapujos que los recursos naturales pertenecen a los
pueblos, que las transnacionales deben obedecer leyes locales y que ningún país
está obligado a pagar deudas contraídas por gobiernos ilegítimos o que la propia deuda lo fuera.
Hoy,
algunos de estos
principios serían tildados de
«trotskistas», lo cual demuestra el
retroceso ideológico y el desequilibrio del orden económico global que aquella
carta intentó contrarrestar. Su objetivo era claro: instaurar un nuevo orden
económico internacional basado en la equidad, la soberanía, la cooperación y el interés común.
Mientras figuras como Kissinger promovían golpes en América
Latina y
las petroleras anglosajonas saqueaban
África, la carta fue
condenada al olvido. Estados
Unidos, Alemania y Reino Unido —los actuales
defensores de las «reglas globales»— la
sabotearon. Para la década de 1980,
con Reagan y Thatcher a la cabeza, el neoliberalismo ya había capturado al FMI y al Banco Mundial, convirtiéndolos
en herramientas del capital financiero. La doctrina era simple: endeudar, privatizar, desregular y
subordinar al Estado al mercado.
Durante
la crisis financiera de 2008, mientras la mayoría de los
países rescataban a los culpables, Islandia
tomó un camino diferente:
– No rescató a los bancos privados. Nacionalizó parcialmente el sistema interno y dejó que quebraran las
entidades insolventes.
– Impuso controles de capital (2008–2017), impidiendo la fuga de divisas para
estabilizar su moneda.
– Protegió a la población. Aseguró depósitos locales y evitó políticas de
austeridad.
Además,
juzgó y encarceló a 26 banqueros corruptos y sometió a referéndum el pago de la deuda fraudulenta. El 93%
votó NO. ¿El resultado? De 2010 a 2025,
Islandia creció un 3% anual
(frente al 0,5% de la UE), redujo el
desempleo del 9% al 3% y la deuda pública bajó del 90% al 40% del PIB.
Cuando
Grecia enfrentó su
crisis en 2010 y 2015, eligió un
camino muy distinto. A pesar del referéndum del “OXI” (NO), donde el 61,31% votó contra la austeridad,
el gobierno de Tsipras acabó aceptando un tercer memorando, impuesto por la Troika (FMI, BCE, UE). El costo fue
devastador:
–
Desempleo del 27.8% en 2013 (60% en jóvenes), aún en 12% en 2025.
–
Éxodo masivo: 500.000 jóvenes emigraron desde 2010.
–
Privatizaciones forzadas: aeropuertos, puertos, agua y energía.
–
Pensiones recortadas un 40%; los jubilados sobreviven con €500 al mes.
–
La deuda pasó del 127% del PIB (2009) al 180% (2018), y ronda el 160% en 2025.
–
El 92% de los «rescates» fue a bancos alemanes y franceses.
Algunos
analistas atribuyen esta diferencia al hecho de que Islandia tenía su propia moneda. Sin embargo, más allá del euro, fue una cuestión de voluntad política y soberanía.
La crisis
griega (2010-2018) fue un laboratorio de cómo el neoliberalismo impone deudas
ilegítimas a través de instituciones como el FMI, el BCE y la Comisión Europea (la «Troika»). Aunque la ONU no
intervino directamente, su marco legal y
técnico respalda la idea de que Grecia
podría haber repudiado parte de su deuda.
La UNCTAD, en su informe de 2015, calificó la deuda griega como odiosa, recomendando una auditoría y una quita del 50%. Ese mismo año, la Asamblea General de la ONU aprobó principios para reestructurar deudas soberanas, como:
1.
Transparencia y auditoría pública.
2.
Prohibición de injerencias externas.
3.
Respeto a los derechos humanos.
Grecia pudo haberlos invocado, pero eligió
no hacerlo. Como suele ocurrir, los principios legales fueron ignorados por
la realpolitik.
Hoy,
la ONU parece una sombra de lo que aspiraba a ser en 1974. Sus resoluciones sobre Palestina
son vetadas; sus advertencias sobre el cambio climático, ignoradas. Su visión sobre soberanía económica es pisoteada.
El
FMI sigue operando como un cobrador mafioso, imponiendo ajustes que enriquecen a
los acreedores y empobrecen a los
pueblos. ¿Qué hizo la ONU por Grecia?
Nada. Y lo mismo podría decirse de Gaza,
Yemen o Ucrania. La ONU observa,
pero no actúa.
El
sistema internacional se está convirtiendo en un sistema anárquico donde no existe un vigilante
nocturno, no hay una autoridad superior a quien pedirle ayuda en
caso que un estado vaya en tu contra. Como dice John J. Mearsheimer profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago
“si eres débil, hay una posibilidad sería que se aprovechen de ti”, nadie quiere dar la sensación de ser endeble.
Algunos, como
Serguéi Lavrov,
proponen que la Carta de la ONU sea
la base jurídica de un
nuevo
orden multipolar. Una idea que, aunque
cuestionada por su origen geopolítico, plantea un punto válido: el “orden basado
en reglas” promovido
por Occidente se ha convertido en
una herramienta para consolidar su
hegemonía. La idea de “América
primero” es
alarmantemente similar al eslogan hitleriano “Alemania por encima de todo”,
y una apuesta
por la “paz mediante la
fuerza” podría ser el golpe de gracia a la diplomacia.
La Carta de Derechos y Deberes Económicos de los
Estados no fue destruida por
el neoliberalismo solamente,
sino también por sus cómplices,
aquellos que, desde el poder, la
archivaron por considerarla demasiado incómoda.
Pero
el documento sigue existiendo. Dormido, sí. Olvidado, quizás. Pero no muerto. Y en un mundo donde resurgen los
debates sobre soberanía,
deuda y justicia económica, su contenido vuelve a cobrar relevancia.
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