martes, 8 de marzo de 2011

ASIA derriba las Ideologías de la globalización. El reto de los "tres mares" chinos y el hundimiento de la ideología neoliberal.

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Nos detenemos en esta formulación de Le Figaro no porque sea más creíble que las demás versiones, sino por la trama de fondo que deja entrever. La realpolitik de Henry Kissinger parece una combinación de cinismo, intereses de los lobbys de negocios y atracción para una tiranía sobrevalorada; en el juicio negativo convergen tanto los conservadores del GOP como la opinión democrática de rasgo wilsoniano. Significativamente, se da a entender que tanto los «derechos humanos» como la «seguridad» se descuidarían en favor de la contemporización con Pekín. Si bien con otra mordacidad polémica, la misma representación marcó el debate estadounidense en los Setenta y Ochenta, cuando el objeto de la contienda eran las relaciones con la URSS y las negociaciones sobre el desarme de mísiles.
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ASIA derriba las Ideologías de la globalización.
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El reto de los "tres mares" chinos y el hundimiento de la ideología neoliberal.
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No es verdad que el comercio aleja la guerra. Porta aviones y potencia económica marchan juntas.
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Lotta Comunista. Boletín Internacional.
Para Kaos en la Red. Lunes 7 de marzo del 2011.
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Ya que no hay señal de que las tensiones militares en Asia oriental marquen una ruptura estratégica inminente entre Washington y Pequín, es evidente que por ahora las fricciones simplemente acompañan el ascenso de potencia del Imperio de Medio. Provisionalmente la verdadera novedad del reto de los “tres mares” chinos es la admisión del hundimiento de la ideología liberal de una globalización pacificadora. No es verdad que el comercio aleja la guerra. Portaaviones y potencia económica marchan juntas.
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Un pasaje de Montesquieu es la fuente de las tesis liberales que contraponen las relaciones económicas, vistas como factor de pacificación, a las relaciones entre las potencias. El comercio «cura los prejuicios destructivos», escribe Montesquieu en el "Espíritu de las leyes", «es casi una regla general que donde hay costumbres razonables haya comercio, y donde hay comercio haya costumbres razonables».
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La relación entre el liberalismo y el realismo en política exterior es históricamente tormentosa. Angelo Panebianco (1), en la línea de Raymond Aron, se queja del hecho de que la corriente prevaleciente del pensamiento liberal a partir del Ochocientos casi se desentienda de la política exterior, abandonando la reflexión realista que sin embargo encontramos en Locke, Hume, Hamilton y Tocqueville. En el ensayo Il potere, lo Stato, la libertà escribe que es Benjamin Constant el exponente de la corriente liberal más unida a la domestic analogy, la analogía entre política exterior y relaciones internas. Se trata de la idea de que comercio, democracia y derecho conducen a la pacificación de las relaciones internacionales a través de «la transposición dentro del contexto internacional de instituciones y/o prácticas que se han mostrado capaces de pacificar las relaciones entre individuos y grupos dentro de los Estados nacionales».
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Según Panebianco, la idea de la paz a través del comercio es llevada al extremo por el Montesquieu del doux commerce, pero se inspira en las nuevas tesis de la economía política sobre el comercio internacional y, por tanto, en la teoría de las «ventajas comparativas» sostenida por David Ricardo. Si todos los países pueden sacar provecho del comercio, «en virtud de la división del trabajo y de la especialización internacional», eso determina «entre las distintas economías nacionales una interdependencia tan grande que hace demasiado costosa, económica y socialmente, su interrupción debido a guerras entre los Estados». Así, sostiene Constant, anglófilo en la tempestad de las guerras de Napoleón Bonaparte, «cuanto más prevalece la tendencia al comercio, tanto más, por supuesto, disminuye la tendencia a la guerra».
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A este respecto el marxismo escribió páginas muy reveladoras. El Estado es la admisión de del conflicto irreconciliable entre las clases, pues no puede «pacificar» su antagonismo; el desigual desarrollo económico y político muta las relaciones entre las potencias y requiere una prueba de fuerza, por eso lleva a la ruptura del orden internacional. La teoría de Lenin zanja la cuenta con Karl Kautsky precisamente respondiendo a su sujeción a la teoría burguesa liberal, cuando la teorización del «superimperialismo» o de un «interimperialismo» concibe la posibilidad de un desarrollo pacífico en la interdependencia económica, contrapuesta a la «política» imperialista reducida a elección de una política de potencia.
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El hecho es que la cuestión vuelve al campo de las ideologías dominantes, ahora que el mito de la "globalización" vacila bajo la presión de Asia y China. La misión del presidente chino Hu Jintao en los Estados Unidos ha conducido de nuevo el debate sobre las incógnitas de la rápida mutación de la balanza mundial. Escribe el Financial Times que China descubrirá pronto que su crecimiento como potencia conlleva más responsabilidades políticas. Hasta ahora Pekín se ha escondido tras una imagen apolítica de no interferencia para consolidar sus relaciones comerciales, «relaciones comerciales más extendidas, sin embargo, significa mayor vulnerabilidad a la inestabilidad tanto local como global». Dependerá en gran medida de si va a adoptar el «papel de potencia global» aceptando las reglas dictadas por Occidente o si «intentará cambiar las reglas a su favor».
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El francés Le Figaro cree que en Washington se puede distinguir tres grupos de análisis de la política exterior en relación a China. La influencia de Henry Kissinger sigue siendo decisiva, a favor de una política total de colaboración con Pekín, «propenso a pasar por alto la cuestión de los derechos humanos o las preocupaciones en materia de seguridad» frente a la importancia estratégica de China y de su potencial económico. Este «criterio de realpolitik» es considerado de modo transversal por el gobierno, sobre todo por los ministros y consejeros económicos, y tiene el apoyo del «lobby prochino» de los grandes grupos americanos. Una línea de «deferencia pragmática», insinúa Le Figaro, impuesta por las dificultades económicas americanas.
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En el Departamento de Estado, Hillary Clinton sostendría un «criterio de firmeza», apoyada por el subsecretario para Asia Kurt Campbell. El vicesecretario Jim Steinberg sostiene en cambio la línea dominante de compromiso con Pekín. Le Figaro menciona las voces críticas tanto del pasado gobierno republicano como de las organizaciones liberales obcecadas con el tema de los «derechos humanos». Dana White, que dirigió en el Pentágono el departamento para China y Taiwán, sostiene que el criterio de Kissinger dominante en Washington «radica en una visión romántica de China, como civilización milenaria que vuelve a la escena en primera fila» pero «sobrestima la potencia real china» e ignora la fragilidad de un país en vías de desarrollo. Y por tanto, cede al compromiso sin que Pekín tenga una posición de fuerza real.
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Según Richard Fontaine, ex consejero del senador y candidato presidencial John McCain, el criterio conciliador inicial adoptado por el gobierno Obama tuvo que ser revisado. Todos los gobiernos tienen la tentación de entablar una «ambiciosa relación global con Pekín», pero paulatinamente se ven obligados a volver al inicio: «aspirar a la cooperación pero adoptando más firmeza respecto a los sujetos en desacuerdo». Según "Campaign for Tibet", Hillary Clinton representa «instintivamente» una línea de firmeza, y tendría hoy «mayor margen de maniobra», pese a «la fuerza formidable del lobby filochino de Kissinger y sus protegidos».
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Un tercer grupo, unido a las cuestiones de la seguridad, tiene una «influencia creciente». Conducido por el secretario de la Defensa Robert Gates, ha jugado un papel clave en el refuerzo de la red de alianzas, especialmente con India e Indonesia, dirigidas «a retener el empuje militar chino». La síntesis tendría lugar en la Casa Blanca, donde el nuevo consejero para la seguridad nacional Thomas Donilon ya tendría la «supervisión» del dossier.
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Nos detenemos en esta formulación de Le Figaro no porque sea más creíble que las demás versiones, sino por la trama de fondo que deja entrever. La realpolitik de Henry Kissinger parece una combinación de cinismo, intereses de los lobbys de negocios y atracción para una tiranía sobrevalorada; en el juicio negativo convergen tanto los conservadores del GOP como la opinión democrática de rasgo wilsoniano. Significativamente, se da a entender que tanto los «derechos humanos» como la «seguridad» se descuidarían en favor de la contemporización con Pekín. Si bien con otra mordacidad polémica, la misma representación marcó el debate estadounidense en los Setenta y Ochenta, cuando el objeto de la contienda eran las relaciones con la URSS y las negociaciones sobre el desarme de mísiles.
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Es una trama que se ha de tener presente, no porque prefigure el mismo guión simplificador de la Guerra Fría, con Pekín en lugar de Moscú, sino por cómo ilumina un rasgo regular de las figuras de escuela de la tradición política americana. Es lo que Walter Russell Mead resume en la dialéctica entre realismo de los hamiltonianos, retórica de la fuerza de los jacksonianos y retórica de la democracia de los wilsonianos: el peso real y el papel político de las distintas corrientes es función también de su correlación.
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En la combinación, como se vio en la crisis de las Senkaku, la postura de «firmeza» adoptada por Hillary Clinton dio apoyo al Pentágono, pero el realismo de Kissinger seguramente no descuida el rasgo militar, y puede ganar mucho con las contragarantías de las alianzas regionales con Tokio, Nueva Delhi y Seúl. Se puede sostener al Dalai Lama enviando el portaviones "USS Ronald Reagan" al Mar Amarillo, y se pueden enviar portaviones para negociar las inversiones chinas en Illinois.
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De cara a la confirmación de la relación chino-americana constatada con la misión de Hu Jintao, que es una confirmación estratégica según Henry Kissinger, queda por valorar el sentido del incremento del reame asiático. Desde hace meses el Mar Amarillo, el Mar Chino Oriental y el Mar Chino Meridional han visto acrecentarse la tensión militar, cómplices del roce entre Pekín y Tokio y la crisis entre Corea del Norte y del Sur.
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El informe anual del Pentágono sobre las fuerzas militares chinas, publicado el julio pasado, señaló el aumento de la capacidad de China para interceptar a la flota norteamericana en el área marítima frente a sus orillas. James Holmes y Toshi Yoshihara, analistas de la Academia militar de la US Navy norteamericana, en Red star over the Pacific sostienen que Pekín aspira al control de las aguas costeras «dentro de la primera cadena isleña». Se trata de una línea que hace del área una suerte de equivalente del Mar Caribe para la influencia china, pero que es una verdadera sucesión de conflictos internacionales, a partir del nudo histórico de la independencia de Taiwán respecto a Pekín. En el fondo, es la apuesta por el control de los rumbos marítimos hacia Occidente, hasta el estrecho de Malaca entre Malasia e Indonesia.
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Ya que no hay señal de que las tensiones militares en Asia oriental marquen una ruptura estratégica inminente entre Washington y Pequín, es evidente que por ahora las fricciones simplemente acompañan el ascenso de potencia del Imperio de Medio. Provisionalmente la verdadera novedad del reto de los “tres mares” chinos es la admisión del hundimiento de la ideología liberal de una globalización pacificadora. No es verdad que el comercio aleja la guerra. Portaaviones y potencia económica marchan juntas.
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Traducido de Lotta Comunista, N. 485, enero de 2011. Figures Footnotes
(1) Angelo Panebianco: nació en 1948. Es politólogo y docente de ciencias políticas en la Facultad de Ciencias políticas de la Universidad Alma Mater Studiorum de Bolonia, además de ser editorialista del Corriere della Sera. Durante su carrera presentó algunas obras de Raymond Aron.
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