miércoles, 6 de abril de 2011

CUBA: Congreso del Partido Comunista. La cuenta regresiva.

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Quien haya sido el primero en utilizar el término derrumbe para caracterizar lo ocurrido en la Unión Soviética fue sumamente certero; esa palabra como ninguna otra ilustra lo ocurrido. La URSS, aunque sistemáticamente atacada, no fue destruida desde fuera ni desde dentro lo hizo Gorbachov. Aquella estructura colapsó porque estaba concebida sobre bases erróneas y no soportó las tensiones de las reformas. Lo erróneo del socialismo no son sus fines, sino el modo como se trató de llegar a ellos, proponiéndose la irrealizable tarea de cambiar el curso de la civilización que espontáneamente avanzó desde el Big Bang hasta el siglo XX para “construir conscientemente” una sociedad enteramente nueva, incluso un hombre nuevo a partir de un programa, a veces improvisado y otras con enormes márgenes de incertidumbre. La escala de las metas explica la magnitud de los fracasos.


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CUBA: Congreso del Partido Comunista. La cuenta regresiva.


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Martes 5 de abril del 2011.

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info) *
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Dígase lo que se diga, el triunfo bolchevique obligó al sector más radical de la izquierda a apartarse de ciertas esencias del pensamiento científico de Carlos Marx, para quien el socialismo no era una forma de gobierno, sino un peldaño del proceso civilizatorio el cual se alcazaba desde el desarrollo del capitalismo. Surgieron así ideas, consignas y estrategias justas y atractivas como: “construcción del socialismo”, y otras que resultaron inviables.

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La Unión Soviética, un mega país (la sexta parte de la tierra) que desplegando un admirable heroísmo masivo, lo intentó durante más de 70 años y que en 1945 arrastró a lo que hoy se admite que era una aventura o un tránsito a lo “ignoto”, a casi una decena de otros estados, formando el llamado campo socialista que junto a ella, aunque realizaron avances significativos, fracasaron en el intento. Quien haya sido el primero en utilizar el término derrumbe para caracterizar lo ocurrido en la Unión Soviética fue sumamente certero; esa palabra como ninguna otra ilustra lo ocurrido.
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La URSS, aunque sistemáticamente atacada, no fue destruida desde fuera ni desde dentro lo hizo Gorbachov. Aquella estructura colapsó porque estaba concebida sobre bases erróneas y no soportó las tensiones de las reformas. Lo erróneo del socialismo no son sus fines, sino el modo como se trató de llegar a ellos, proponiéndose la irrealizable tarea de cambiar el curso de la civilización que espontáneamente avanzó desde el Big Bang hasta el siglo XX para “construir conscientemente” una sociedad enteramente nueva, incluso un hombre nuevo a partir de un programa, a veces improvisado y otras con enormes márgenes de incertidumbre. La escala de las metas explica la magnitud de los fracasos.
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Del mismo modo que la aventura socialista, así lo ha calificado Ricardo Alarcón, o el viaje a lo ignoto, como ha dicho Raúl Castro que siguen la lógica de Fidel Castro que declaró que fue un error creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo, no se realizó en abstracto, sino en medio de enormes tensiones políticas, signadas por la lucha contra la reacción y el imperialismo, el “derrumbe” que pudo ser un proceso de reformas para perfeccionar una sociedad necesitada de cambios, fue aprovechado por aquellas fuerzas para promover una restauración salvaje del capitalismo. La historia real, basada en evidencias y que no tienen que esperar porque se desclasifique algún documento, es que en la Unión Soviética, las propias estructuras del poder, especialmente el partido gobernante, llegaron a la conclusión de que era urgente introducir reformas sustantivas, entre ellas liberalizar la economía, poner fin a la centralización absoluta, devolver el derecho a la iniciativa popular y ampliar los márgenes de democracia en el seno de la sociedad y las instituciones.
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Los que observamos minuto a minuto y paso a paso aquel proceso conocemos que Gorbachov no protagonizó un golpe de estado ni entregó traidoramente la revolución a la reacción interna que, por otra parte, apenas existía en la Unión Soviética y, en cualquier caso, carecía de entidad para aspirar a hacerse cargo del país. La verdad fue que cada paso, cada medida fue acordada y santificado por las estructuras del poder: Buró Político, Comité Central, Soviets Supremo y naturalmente por grandes congresos del Partido. Es probable que lo ocurrido pueda ser explicado porque las reformas no fueron bien conducidas, faltó previsión o en algo no se fue coherente; cosa que sería conveniente averiguar; entre otras razones para no incurrir en los mismos errores.
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El hecho cierto, es que para China, Vietnam y Cuba que persisten en el proyecto socialista es que las reformas no son sólo inevitables, sino también urgentes, necesariamente profundas e integrales; significan cambios sustantivos, incluso grandes virajes y obviamente entrañan enormes riesgos. El problema no es tanto definir lo que hay que hacer, sino determinar cuándo se comienza, a qué ritmos se avanza y de qué manera se logra que los protagonistas sean, real y no nominalmente, la sociedad, la clase obrera, el campesinado, la intelectualidad creadora y la juventud ilustrada y no las elites y mucho menos la burocracia. La idea de suprimir el secretismo, poner fin al síndrome del misterio y gobernar con transparencia, es un buen punto de partida.
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A cincuenta años de la definición del carácter socialista de la Revolución Cubana que coincidió con la derrota de una infame invasión concebida, planeada y pagada por Estados Unidos y realizada por el contrario-revolucionarios, la sociedad cubana que necesita y desea las reformas, tiene razones para confiar en la capacidad del liderazgo histórico para iniciarlas y encabezarlas y para creer que la sabiduría colectiva del próximo Congreso del Partido será capaz de encontrar las respuestas imprescindibles. Tal vez haya en la Revolución una dialéctica del poder que se funda en la relación entre la vanguardia y la masa según la cual, durante una parte del camino la vanguardia ha de conducir al pueblo y en otra dejarse llevar por él.
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Se trata de que crecida en todos sus aspectos debido a la obra de la Revolución, la sociedad no tendrá siempre que hacer lo que crean mejor sus líderes, sino a la inversa. Tal vez la lucidez del liderazgo radique ahora, en hacer lo que el pueblo, el fruto mejor de la obra, quiere hacer. Recientemente el presidente Raúl Castro llamó a su gabinete a gobernar con los pies y los oídos pegados a la tierra. Tal vez de eso se trate todo.
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Allá nos vemos.
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Para lograr una buena integración de nuestros pueblos originarios e involucrarlos en las decisiones que el gobierno toma, es necesario de que el Estado cambie su visión hacia ciertos valores y normas que para nuestros pueblos originarios son de suma importancia. La tierra, por ejemplo, es considerada por el gobierno como un artículo con el que se hace ganancia. Los pueblos originarios tienen otra visión sobre la tierra. Para ellos, la tierra está viva, respira, habla, es fértil, les da sustento, etc. Por ser la tierra igual que ellos, se la respeta y cada año se la alimenta.

Las instituciones internacionales, al contrario que el estado nacional, como los tratados, declaraciones y algunas organizaciones no gubernamentales extranjeras, dejan participar activamente a los pueblos originarios en sus proyectos, por ejemplo, de conservación, uso y desarrollo de los recursos naturales en sus territorios con el objetivo de que se respeten los valores culturales, sociales y espirituales que existen entre los pueblos originarios y la naturaleza. Con el fin de que exista una buena relación entre el gobierno nacional y nuestros pueblos originarios, es necesario que se respeten los valores culturales de los pueblos originarios cuando se los trata de involucrar en proyectos, ya sea que se ejecuten en sus territorios o no. A su vez es necesario la creación de leyes que proteja sus tradiciones, arte, música, danza, conocimientos medicinales, etc.
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Actualmente, la identidad cultural de las comunidades originarias se va homogeneizando y fragmentando a la vez. Esta interacción homogeneización – fragmentación representa los efectos paradójicos de la globalización. Los dos son polos opuestos y complementarios, los cuales desdibujan a las identidades tradicionales y a la vez las estandarizan. Por un lado los efectos de la globalización afectan a los pueblos originarios y por el otro trae algunos beneficios. Con el tiempo algunas comunidades indígenas han tenido acceso a los medios de comunicación, como el internet.
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A su vez se fueron generando encuentros nacionales e internacionales entre los pueblos originarios, lo que llevo a consolidar una identidad genérica. Al luchar y oponerse, la identidad cultural de los pueblos indígenas se va reafirmando, fortaleciendo. A pesar de tener una voz propia, se les ha negado el derecho de participar en la toma de decisiones, especialmente en lo relacionado a los asuntos que les incumben y mucho menos han podido tomar parte en la construcción del estado nacional. Entonces me pregunto: ¿qué lugar tienen los pueblos originarios, sus tradiciones, su lengua y prácticas culturales, dentro de la estructura globalizadora? ¿Es la globalización sinónimo de colonización, dominación o dependencia? ¿Cómo podemos integrar a nuestros pueblos originarios en el proceso de globalización de alguna manera que sea beneficioso para ellos? .

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