miércoles, 13 de abril de 2011

La globalización moderna, el neoliberalismo como sistema mundial, debe entenderse como una nueva guerra de conquista de territorios.

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Porque la nueva bomba neoliberal, a diferencia de su antecesora atómica en Hiroshima y Nagasaki, no sólo destruye la polis (la Nación en este caso) e impone la muerte, el terror y la miseria a quienes la habitan; o, a diferencia de la bomba de neutrones, no sólo destruye “selectivamente”. La neoliberal, además, reorganiza y reordena lo que ataca y lo rehace como una pieza dentro del rompecabezas de la globalización económica. Después de su efecto destructor, el resultado no es un montón de ruinas humeantes, o decenas de miles de vidas inertes, sino una barriada que se suma a alguna de las megápolis comerciales del nuevo hipermercado mundial y una fuerza de trabajo reacomodada en el nuevo mercado de trabajo mundial.


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El rompecabezas de la crisis mundial del neoliberalismo en el escenario global de las Tres Crisis Sistémicas Multidimensionales - crisis estructurales - .

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La globalización moderna, el neoliberalismo como sistema mundial, debe entenderse como una nueva guerra de conquista de territorios.


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“El golpe ha sido tan brutal y definitivo que los Estados nacionales no disponen de la fuerza necesaria para oponerse a la acción de los mercados internacionales que transgrede los intereses de ciudadanos y gobiernos”.


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Sembrando Ruido. Martes 12 de abril del 2011.


“La guerra es un asunto de importancia vital para el Estado, es la provincia de la vida y de la muerte, el camino que lleva a la supervivencia o a la aniquilación. Es indispensable estudiarla a fondo”.


El Arte de la Guerra. Sun Tzu.


El fin de la III Guerra Mundial o “Guerra Fría” no significa que el mundo haya superado la bipolaridad y se encuentre estable bajo la hegemonía del triunfador. Al terminar esta guerra hubo, sin lugar a dudas, un vencido (el campo socialista), pero es difícil decir quién fue el vencedor. ¿Europa Occidental? ¿Estados Unidos? ¿Japón? ¿Todos ellos? El caso es que la derrota del “imperio del mal” (Reagan y Thatcher dixit) significó la apertura de nuevos mercados sin nuevo dueño. Correspondía, por tanto, luchar para tomar posesión de ellos, conquistarlos.


No sólo eso, el fin de la “Guerra Fría” trajo consigo un nuevo marco de relaciones internacionales en el que la lucha nueva por esos nuevos mercados y territorios produjo una nueva guerra mundial, la IV. Esto obligó, como en todas las guerras, a una redefinición de los Estados Nacionales. Y más allá de la redefinición de los Estados Nacionales, el orden mundial volvió a las viejas épocas de las conquistas de América, África y Oceanía. Extraña modernidad esta que avanza hacia atrás, el atardecer del siglo XX tiene más semejanzas con sus brutales centurias antecesoras que con el plácido y racional futuro de algunas novelas de ciencia-ficción. En el mundo de la Posguerra Fría vastos territorios, riquezas y, sobre todo, fuerza de trabajo calificada, esperaban un nuevo amo…


Pero uno es el puesto de dueño del mundo, y varios son los aspirantes a serlo. Y para lograrlo se desata otra guerra, pero ahora entre aquellos que se autodenominaron el “imperio del bien”.


Si la III Guerra Mundial fue entre el capitalismo y el socialismo (liderados por los Estados Unidos y la URSS respectivamente), con escenarios alternos y diferentes grados de intensidad; la IV Guerra Mundial se realiza ahora entre los grandes centros financieros, con escenarios totales y con una intensidad aguda y constante.


Desde el fin de la II Guerra Mundial hasta 1992, se han librado 149 guerras en todo el mundo. El resultado, 23 millones de muertos, no deja dudas de la intensidad de esta III Guerra Mundial. (datos de UNICEF).


Desde las catacumbas del espionaje internacional hasta el espacio sideral de la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica (la “Guerra de las Galaxias” del cowboy Ronald Reagan); desde las arenas de Playa Girón, en Cuba, hasta el Delta del Mekong, en Vietnam; desde la desenfrenada carrera armamentista nuclear hasta los salvajes golpes de Estado en la dolorosa América Latina; desde las ominosas maniobras de los ejércitos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte hasta los agentes de la CIA en la Bolivia del asesinato del Che Guevara; la mal llamada “Guerra Fría” alcanzó altas temperaturas que, a pesar del continuo cambio de escenario y el incesante sube-y-baja de la crisis nuclear (o precisamente por esto), acabaron por fundir al campo socialista como sistema mundial, y lo diluyeron como alternativa social.


La III Guerra Mundial mostró las bondades de la “guerra total” (en todas partes y en todas las formas) para el triunfador: el capitalismo. Pero el escenario de posguerra quedó perfilado, de hecho, como un nuevo teatro de operaciones mundial: grandes extensiones de “tierra de nadie” (por el desfonde político, económico y social de Europa del Este y de la URSS), potencias en expansión (Estados Unidos, Europa Occidental y el Japón), crisis económica mundial, y una nueva revolución tecnológica: la informática. “De la misma forma que la revolución industrial había permitido el remplazo del músculo por la máquina, la actual revolución informática apunta al remplazo del cerebro (al menos de un número cada vez más importante de sus funciones) por la computadora. Esta “cerebralización general” de los medios de producción (lo mismo en la industria que en los servicios) es acelerada por la explosión de nuevas investigaciones en las telecomunicaciones y por la proliferación de los cybermundos.” (Ignacio Ramonet. “La planété des désordres” en “Géopolitique du Chaos.”. Le Monde Diplomatique ( Abril de 1997.)


El rey supremo del capital, el financiero, empezó entonces a desarrollar su estrategia guerrera sobre el nuevo mundo y sobre lo que quedaba en pie del viejo. De la mano de la revolución tecnológica que ponía al mundo entero, por medio de una computadora, en sus escritorios y a su arbitrio, los mercados financieros impusieron sus leyes y preceptos a todo el planeta. La “mundialización” de la nueva guerra no es más que la mundialización de las lógicas de los mercados financieros. De rectores de la economía, los Estados Nacionales (y sus gobernantes) pasaron a ser regidos, más bien teledirigidos, por el fundamento del poder financiero: el libre cambio comercial. Y no sólo eso, la lógica del mercado aprovechó la “porosidad” que, en todo el espectro social del mundo, provocó el desarrollo de las telecomunicaciones, y penetró y se apropió todos los aspectos de la actividad social. ¡Por fin una guerra mundial totalmente total!


Una de las primeras bajas de esta nueva guerra es el mercado nacional. Como una bala disparada dentro de un cuarto blindado, la guerra iniciada por el neoliberalismo rebota de uno a otro lado y hiere a quien la disparó. Una de las bases fundamentales del poder del Estado capitalista moderno, el mercado nacional, es liquidado por el cañonazo de la nueva era de la economía financiera global. El capitalismo internacional cobra algunas de sus víctimas caducando los capitalismos nacionales y adelgazando, hasta la inanición, los poderes públicos. El golpe ha sido tan brutal y definitivo que los Estados nacionales no disponen de la fuerza necesaria para oponerse a la acción de los mercados internacionales que transgrede los intereses de ciudadanos y gobiernos.


El cuidado y ordenado escaparate que se suponía heredaba el fin de la “Guerra Fría”, el “nuevo orden mundial”, pronto se ve hecho añicos por la explosión neoliberal. El capitalismo mundial sacrifica sin misericordia alguna a quien le dio futuro y proyecto histórico: el capitalismo nacional. Empresas y Estados se derrumban en minutos, pero no por las tormentas de las revoluciones proletarias, sino por los embates de los huracanes financieros. El hijo (el neoliberalismo) devora al padre (el capitalismo nacional), y de paso destruye todas las falacias discursivas de la ideología capitalista: en el nuevo orden mundial no hay ni democracia, ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad.


En el escenario mundial producto del fin de la “Guerra Fría” sólo se percibe un nuevo campo de batalla y en éste, como en todo campo de batalla, reina el caos.


A finales de la “Guerra Fría”, el capitalismo crea un nuevo horror bélico: la bomba de neutrones. La “virtud” de esta arma es que sólo destruye la vida y respeta las construcciones. Ya se podían destruir ciudades enteras (es decir, sus habitantes) sin que fuera necesario reconstruirlas (y pagar por ello). La industria armamentista se felicitó a sí misma, la “irracionalidad” de las bombas nucleares era suplantada por la nueva “racionalidad” de la bomba de neutrones. Pero una nueva “maravilla” bélica será descubierta a la par del nacimiento de la IV Guerra Mundial: la bomba financiera.


Porque la nueva bomba neoliberal, a diferencia de su antecesora atómica en Hiroshima y Nagasaki, no sólo destruye la polis (la Nación en este caso) e impone la muerte, el terror y la miseria a quienes la habitan; o, a diferencia de la bomba de neutrones, no sólo destruye “selectivamente”. La neoliberal, además, reorganiza y reordena lo que ataca y lo rehace como una pieza dentro del rompecabezas de la globalización económica. Después de su efecto destructor, el resultado no es un montón de ruinas humeantes, o decenas de miles de vidas inertes, sino una barriada que se suma a alguna de las megápolis comerciales del nuevo hipermercado mundial y una fuerza de trabajo reacomodada en el nuevo mercado de trabajo mundial.


La Unión Europea, una de las megápolis producto del neoliberalismo, es un resultado de la presente IV Guerra Mundial. Aquí, la globalización económica logró borrar las fronteras entre Estados rivales, enemigos entre sí desde hace mucho tiempo, y los obligó a converger y plantearse la unión política. De los Estados Nacionales a la federación europea, el camino economicista de la guerra neoliberal en el llamado “viejo continente” estará lleno de destrucción y de ruinas, una de ellas será la civilización europea.


Las megápolis se reproducen en todo el planeta. Las zonas comerciales integradas son el terreno donde se erigen. Así ocurre en América del Norte, donde el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (“NAFTA” por sus siglas en inglés) entre Canadá, los Estados Unidos y México no es más que el preludio del cumplimiento de una vieja aspiración de conquista estadounidense: “América para los americanos”. En América del Sur se camina en igual sentido con el Mercosur entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. En África del Norte, con la Unión del Magreb árabe (UMA) entre Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Mauritania; en África del Sur, en el Cercano Oriente, en el Mar Negro, en Asia Pacífico, etc., en todo el planeta explotan las bombas financieras y se reconquistan territorios.


¿Las megápolis sustituyen a las naciones? No, o no sólo. También las incluyen y les reasignan funciones, límites y posibilidades. Países enteros se convierten en departamentos de la megaempresa neoliberal. El neoliberalismo opera así la DESTRUCCIÓN / DESPOBLAMIENTO por un lado, y la RECONSTRUCCIÓN / REORDENAMIENTO por el otro, de regiones y de naciones para abrir nuevos mercados y modernizar los existentes.


Si las bombas nucleares tenían un carácter disuasivo, intimidatorio y coercitivo en la III Guerra Mundial, en la IV conflagración mundial no ocurre lo mismo con las hiper-bombas financieras. Estas armas sirven para atacar territorios (Estados Nacionales) destruyendo las bases materiales de su soberanía nacional (obstáculo ético, jurídico, político, cultural e histórico contra la globalización económica) y produciendo un despoblamiento cualitativo en sus territorios. Este despoblamiento consiste en prescindir de todos aquellos que son inútiles para la nueva economía de mercado (por ejemplo los indígenas).


Pero, además, los centros financieros operan, simultáneamente, una reconstrucción de los Estados Nacionales y los reordenan según la nueva lógica del mercado mundial (los modelos económicos desarrollados se imponen sobre relaciones sociales débiles o inexistentes).


La IV Guerra Mundial en el terreno rural, por ejemplo, presenta este efecto. La modernización rural, que exigen los mercados financieros, trata de incrementar la productividad agrícola, pero lo que consigue es destruir las relaciones sociales y económicas tradicionales. Resultado: éxodo masivo del campo a las ciudades. Sí, como en una guerra. Mientras tanto, en las zonas urbanas se satura el mercado de trabajo y la distribución desigual del ingreso es la “justicia” que espera a quienes buscan mejores condiciones de vida.


De ejemplos que ilustran esta estrategia está lleno el mundo indígena: Ian Chambers, director de la Oficina para Centroamérica de la OIT (de las Naciones Unidas), declaró que la población indígena mundial, calculada en 300 millones, vive en zonas que tienen el 60% de los recursos naturales del planeta. Así que “no sorprenden los múltiples conflictos por el uso y destino de sus tierras alrededor de los intereses de gobiernos y empresas. (…) La explotación de recursos naturales (petróleo y minería) y el turismo son las principales industrias que amenazan los territorios indígenas en América” (entrevista de Martha García en “La Jornada”. 28 de mayo de 1997). Detrás de los proyectos de inversión vienen la polución, la prostitución y las drogas. Es decir, se complementan destrucción / despoblamiento y reconstrucción / reordenamiento de la zona.


En esta nueva guerra mundial, la política moderna como organizadora del Estado Nacional no existe más. Ahora la política es sólo un organizador económico y los políticos son modernos administradores de empresas. Los nuevos dueños del mundo no son gobierno, no necesitan serlo. Los gobiernos “nacionales” se encargan de administrar los negocios en las diferentes regiones del mundo.


Este es el “nuevo orden mundial”, la unificación del mundo entero en un solo mercado. Las naciones son tiendas de departamentos con gerentes a manera de gobiernos, y las nuevas alianzas regionales, económicas y políticas, se acercan más al modelo de un moderno “mall” comercial que a una federación política. La “unificación” que produce el neoliberalismo es económica, es la unificación de mercados para facilitar la circulación de dinero y mercancías. En el gigantesco hipermercado mundial circulan libremente las mercancías, no las personas.


Como toda iniciativa empresarial (y de guerra), esta globalización económica va acompañada de un modelo general de pensamiento. Sin embargo, entre tantas cosas nuevas, el modelo ideológico que acompaña al neoliberalismo en su conquista del planeta tiene mucho de viejo y mohoso. El “american way of life” que acompañó a las tropas norteamericanas en la Europa de la II Guerra Mundial, en el Vietnam de los 60´s, y, más recientemente, en la Guerra del Golfo Pérsico, ahora va de la mano (o más bien de las computadoras) de los mercados financieros.


No se trata sólo de una destrucción material de las bases materiales de los Estados Nacionales, también (y de manera tan importante como poco estudiada) se trata de una destrucción histórica y cultural. El digno pasado indígena de los países del continente americano, la brillante civilización europea, la sabia historia de las naciones asiáticas, y la poderosa y rica antigüedad del África y Oceanía, todas las culturas y las historias que forjaron naciones son atacadas por el modo de vida norteamericano. El neoliberalismo impone así una guerra total: la destrucción de naciones y grupos de naciones para homologarlas con el modelo capitalista norteamericano.


Una guerra pues, una guerra mundial, la IV. La peor y más cruel. La que el neoliberalismo libra en todas partes y por todos los medios en contra de la humanidad.


Pero, como en toda guerra, hay combates, hay vencedores y vencidos, y hay pedazos rotos de esa realidad destruida. Para intentar armar el absurdo rompecabezas del mundo neoliberal hacen falta muchas piezas. Algunas se pueden encontrar entre las ruinas que esta guerra mundial ha dejado ya sobre la superficie planetaria. Cuando menos 7 de esas piezas pueden reconstruirse y alentar la esperanza de que este conflicto mundial no termine con el rival más débil: la humanidad.


7 piezas para dibujar, colorear, recortar, y para tratar de armar, junto a otras, el rompecabezas mundial.


La una es la doble acumulación, de riqueza y de pobreza, en los dos polos de la sociedad mundial. La otra es la explotación total de la totalidad del mundo. La tercera es la pesadilla de una parte errante de la humanidad. La cuarta es la nauseabunda relación entre crimen y Poder. La quinta es la violencia del Estado. La sexta es el misterio de la mega-política. La séptima es la multiforme bolsa de resistencia de la humanidad contra el neoliberalismo.


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