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“La excusa esgrimida ahora por el gobierno
estadounidense es realmente risible: la misma DEA
desconoce ese presunto “Cartel de los Soles”, dizque liderado por
el primer mandatario venezolano. Todas las fuentes confiables
indican que el tránsito de drogas ilegales hacia Estados
Unidos procedentes de Sudamérica, en un 85 a 90% lo hace por el Océano
Pacífico. Solo una cantidad muy menor viaja por el Mar Caribe. La
presencia en esa cuenca marítima de navíos de guerra con mil 200
misiles, un submarino nuclear y cuatro mil 500 marines listos para
un desembarco no tienen nada que ver con el control del trasiego
de estupefacientes. Lo único que busca la Casa Blanca en
Venezuela es el oro negro. Pero aquí lo único negro, lo único realmente oscuro,
opaco e inconfesable, es el proyecto geohegemónico de un grupo de oligarcas
super ricos, con gobiernos que le son absolutamente funcionales,
independientemente de ser republicanos o demócratas, buscando
garantizarles la continuidad de su predominio. ¿Hasta cuándo esa infame injusticia?
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¿POR QUÉ ESTADOS UNIDOS INVADIRÍA VENEZUELA?
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Por Marcelo Colussi. Politólogo
y Catedrático Universitario.
Origen argentino. Docente en la
Universidad de Guatemala.
Firmas Selectas. Prensa latina. Sábado
25 de octubre del 2025.
“Controla el petróleo y
controlarás las naciones; controla los alimentos y controlarás a los pueblos.” Henri
Kissinger. (¡Premio Nobel de la paz!)
“Nicolás Maduro puede
correr la misma suerte que Mohamed Khadaffi.”
Marco Rubio, actual
secretario de Estado de Estados Unidos.
Estados Unidos:
gendarme del mundo
“¿Por qué nos odian?”, se preguntaba alguna vez George
Bush hijo, presidente de Estados Unidos. ¿Todavía tenía el
descaro de preguntárselo? Porque es una potencia violentamente
sanguinaria, arrogante, impositiva como no hubo otra en la historia
de la humanidad.
¿Por qué algunas décadas atrás era común quemar banderas
estadounidenses como muestra de visceral repudio a su atrozmente brutal
política exterior? Porque ese país nunca se ha ganado el respeto
de nadie sino, en todo caso, el temor. Sus acciones de hiper
violencia crean temor, asustan (recuérdese la carita de total terror
de la niña vietnamita que corre luego de ser bombardeada por el
ejército del “paladín de la democracia y la libertad”).
No merecen premios Nobel a la Paz (Theodore Roosevelt, Barak
Obama, Henry Kissinger, Ronald Reagan nominado en su momento, Donald
Trump con la enfermiza esperanza de conseguirlo) sino enérgicas
condenas, por asesinos.
A lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI Estados
Unidos ha intervenido en alrededor de 70 países. Esas
intolerables injerencias se han dado de diversas maneras, desde operaciones
militares abiertas, realizadas a gran escala, en muchos casos con letales
bombardeos aéreos, hasta el apoyo a golpes de Estado para instalar
en el poder a sangrientos dictadores que pasaron a ser sus
títeres. O, en otros casos, apoyando indirectamente guerras locales
o regionales, como es el caso de la Contra nicaragüense, o el Estado
de Israel en Medio Oriente, o la actual guerra en Ucrania. Hoy
día ha optado por golpes de Estado “suaves”, promoviendo
las técnicas de guerra jurídica o manipulación mediática de las poblaciones,
para crear climas favorables a sus políticas.
Ahí está, entonces, la preconizada “lucha
contra la corrupción”, con lo que se asegura deponer gobernantes
díscolos a sus intereses (empezando con el exitoso
experimento de Guatemala destituyendo a alguien funcional en su
momento, cercano a la CIA, pero que ya no era necesario
para su proyecto, el general Otto Pérez Molina, llevado luego
como estrategia a Brasil-encarcelando a Lula y Dilma Rousseff-, a
Argentina- encarcelando a Cristina Fernández-, a Ecuador- cerrándole
el paso a Rafael Correa-).
La perfidia de la clase dominante de
Estados Unidos, ensoberbecida
de poder como nadie, permitió que se sintiera dueña de un
presunto “destino manifiesto”, arrogándose el papel de “defensora”
de una supuesta libertad, que en realidad no existe. La única
libertad que hay en ese país es la estatua de origen francés
ubicada en la entrada del puerto de Nueva York. Esta megalomanía
le permitió arrojar bombas atómicas sobre población civil,
justificándolo desvergonzadamente:
“Le damos gracias a
Dios porque esto [la bomba atómica] haya llegado a nosotros antes que,
a nuestros enemigos, y rezamos para que Él nos pueda guiar para usarlo
según Su forma y Sus propósitos”, tal como declarara el presidente Harry
Truman.
O arrojar 400 mil toneladas de armas
químicas (napalm y
agente naranja) sobre Vietnam, en un conflicto que dejó un millón
de vietnamitas muertos y un territorio devastado en términos
de sostenibilidad medioambiental.
¿Cómo no odiar esas intervenciones si
son una muestra descabellada y sangrienta del supremacismo? Sin hablar de “raza superior”, tal
como hacía el nazismo, ese espíritu eugenésico anida en los WASP
estadounidenses. Como la potencia americana fue triunfadora en
la Segunda Guerra Mundial, se permitió juzgar por crímenes
de guerra a los jerarcas nazis en los históricos juicios de Núremberg,
pero jamás aceptó, ni aceptaría, ser juzgada por sus interminables
crímenes de lesa humanidad- que se pueden contar muy largamente-.
El costo humano de todos estos
conflictos es altísimo.
Para graficarlo: en solo siete de estas guerras impulsadas por Washington
en lo que va del siglo XXI (Afganistán, Irak, Siria,
Sudán, Libia, Yemen, Palestina) pueden contabilizarse
aproximadamente tres millones de muertes. La actual “lucha
contra el narcotráfico” es otra forma más de poder intervenir
impunemente en los países que desea, atribuyéndose el papel
de fiscalizador de las acciones antinarcóticos. Con esa excusa
tiene montadas bases militares en toda Latinoamérica, y en estos
momentos prepara una posible intervención en Venezuela.
Hiperconsumo furioso.
¿Por qué ahora Estados Unidos
invadiría al país caribeño?
Hay que entender el contexto y la historia. Con solo el 4% de la
población mundial, hoy día consume un cuarto de la riqueza
planetaria. Esa asimétrica situación contiene el germen
de lo que ahora está sufriendo, y que podría hacer sufrir
enormemente a la población venezolana que, por
supuesto, no se lo merece. El país del Norte, en su desarrollo,
consumió cada vez más, en forma voraz, desenfrenada, con rapacidad,
a lo largo del siglo pasado, y continúa haciéndolo en el actual.
Se podría decir que consume codiciosamente. Y, sin dudas, como
dice el refrán popular: “la codicia rompe el saco”.
El hiperconsumo desmedido comenzó a
cavarle su propia fosa:
no hay forma de pagar todo lo consumido sin límites. Ello hizo ir
endeudando crecientemente su economía: a) la doméstica
de cada familia (105 mil 056 dólares en promedio durante 2024,
según un informe de la publicación The Motley Fool, lo que
incluye hipotecas, préstamos para automóviles, tarjetas de
crédito y préstamos estudiantiles), o b) la nacional (36,2
billones de dólares, equivalente al 124 por ciento de su PIB, superando los
niveles posteriores a la Segunda Guerra Mundial). (país con más deuda
externa del mundo. 36 billones de dólares)
En los últimos 50 años la proporción de deuda estadounidense en manos
de entidades extranjeras se ha quintuplicado. En 1970 solo el 5%
pertenecía a inversores extranjeros; hoy esa cifra ha ascendido al
25%. La economía norteamericana no está sana, dependiendo en buena
medida de la inversión externa, pero ello se maquilla y se tapa a
base de bombas.
El modelo de vida que generó el
capitalismo más
desarrollado, del que Estados Unidos es su principal exponente,
dio como resultado un sujeto y una ética insostenibles. El nuevo
dios pasó a ser ese loco consumo, la adoración de los oropeles,
la veneración cuasi religiosa del “poseer” cosas materiales. En
nombre del “progreso”, medido siempre en términos
de posesión de “cosas” (vehículos, casas, electrodomésticos,
indumentaria, la cantidad interminable de productos que ofrece la industria
moderna, servicios de los más variados, y un largo etcétera- hoy día
también estupefacientes, siendo el país el primer consumidor mundial-),
Estados Unidos sacrificó pueblos enteros, los originarios
de esa tierra, como hicieron los anglosajones invasores, y
los de otras latitudes, transformando el planeta Tierra en
una cantera para explotar sin límites, sin medir
consecuencias a futuro, solo a su servicio. Valga decir que
si toda la humanidad consumiera como lo hace la población
estadounidense, en unos días se acabarían los recursos naturales
del globo terráqueo.
En esa gran potencia todo es consumir y botar a la basura, dejarse
llevar por la novedad, buscar con voracidad el poseer cosas
nuevas. Su gente está manipulada hasta el hartazgo para eso. Fue
el magnate Rockefeller quien dijo que, si le quedaran 10 dólares en el
bolsillo, invertiría uno en la fabricación de un determinado
producto y nueve en su promoción. ¡Creación de necesidades!
¡Promoción del consumo!
Andando el tiempo, ese gigantismo
consumista obligó a
basar su nunca detenida “prosperidad” (¿eso es prosperidad?) en
una medida artificial: hizo depender la economía mundial de su moneda,
el dólar. Pero ese hiperconsumo generó una deuda impagable,
que obliga a ser financiada por el resto de los países,
a los que domina financiera, política, culturalmente, y si ello no
fuera suficiente, también militarmente, con alrededor de
800 bases instaladas en toda la faz del planeta. El dólar, en definitiva,
no tiene respaldo real; se basa en circuitos financieros, tan
mafiosos como Al Capone, pero legalizados. Aunque la
prensa oficial no lo dice, los principales paraísos fiscales-
para lavar dinero sucio- no están en las Islas Caimán, las
Bermudas o Panamá; están dentro del propio Estados Unidos:
Delaware, Nevada, Wyoming, Dakota del Sur, con increíbles exenciones
fiscales. La supremacía del país hoy se basa en la imposición
de esa moneda como patrón universal, obligando al resto
de países a comercializar con ella, estableciendo el vínculo interbancario
global, el SWIFT, solo en dólares.
Ahora bien: el petróleo, elemento vital para la economía
de todas las naciones, es una clave para entender este fenómeno y
la posibilidad de una invasión a Venezuela, donde se encuentran
justamente las reservas probadas más grandes de oro negro. Su comercialización,
al menos hasta la fecha, durante décadas se ha manejado en dólares,
los llamados “petrodólares”. Esa moneda, impuesta por el imperialismo
estadounidense, es la que rige las petrotransacciones
internacionales. Cuando algunos países (Irán, Irak- que
nunca tuvo armas de destrucción masiva-, Corea del Norte- que sí
posee armas nucleares de largo alcance, por lo que Washington
lo respeta-, Libia, Siria) manifestaron su alejamiento de la zona
dólar para pasar a otras monedas (euro, yuan, rublo, yen, cesta
combinada de divisas) en su comercio internacional, básicamente
el petróleo, fueron declarados miembros del “eje del
mal”, supuestamente por apoyar al siempre impreciso y nunca
bien definido “terrorismo”. Y ahí vinieron las infames invasiones
a Irak y a Libia, asesinando a sus líderes:
Saddam Hussein y Mohamed Khadaffi, fomentando la interminable guerra
de Siria y el continuo intento de desestabilización contra Irán.
Caída del petrodólar: guerra para evitarlo
Está claro: Washington tiembla (¡y tiembla muchísimo!) cuando ve que
su moneda puede perder valor. O, dicho, en otros términos, cuando
ve que su reinado puede empezar a caer. Para la geoestrategia
de la Casa Blanca perder la hegemonía del dólar para las transacciones
petroleras marca el principio del fin de su supremacía. Es por
eso que quiere asegurarse a toda costa las reservas petroleras
mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse
sujeta a un comercio donde no es Washington el que pone
las condiciones. Pero esa caída, mal que les pese a su clase
dominante y a su gobierno de turno, ya comenzó: para el 2000, el
71%de las reservas mundiales de todos los bancos centrales estaban
expresadas en dólares; 20 años después bajaron a 58%.
Su reinado comienza a resquebrajarse, apareciendo en el horizonte
los BRICS+, con China y Rusia a la cabeza, impulsando una economía
global no dolarizada.
Estados Unidos necesita asegurarse las reservas
petroleras del mundo, no solo para seguir saciando su consumo-
el más alto de todos los países en este momento: 20 millones
de barriles diarios (China, el segundo consumidor:
casi 17 millones)- sino también para seguir asegurando el reinado
del dólar. Si los petrodólares dejan de ser la única moneda
utilizada para las transacciones petroleras, el poder norteamericano
mengua. O simplemente: cae.
La región de Medio Oriente y el Golfo
Pérsico produce
alrededor de un tercio de todo el petróleo mundial, mientras que el subsuelo
de los países del Golfo Pérsico (Arabia Saudita, Kuwait,
Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Omán, Baréin, todas medievales y
misóginas petromonarquías alineadas con la Casa Blanca, salvo Irak,
ahora un virtual protectorado norteamericano) alberga el 55%
de las reservas mundiales probadas de petróleo. De ahí que el virtual
estado 51 de la potencia americana sea Israel, justamente
para defender esas riquezas de la “intrusión” de otros: Unión
Soviética en su momento; China y Rusia en la actualidad.
Hoy el Estado de Israel es una delegación del poder
estadounidense- secundado también, en alguna medida, por la Unión
Europea- en una zona particularmente rica en petróleo,
riqueza que Occidente- o, mejor dicho: sus enormes multinacionales
(ExxonMobil, Chevron, Halliburton, Phillips 66 -de Estados Unidos-, Shell
-de Gran Bretaña y Holanda-, British Petroleum -de Gran Bretaña-,
TotalEnergies -de Francia-) no quieren perder en absoluto.
Esto explica que Tel Aviv se constituya en una formidable
potencia militar, el único país de la región con armamento nuclear, no
declarado oficialmente pero tampoco nunca negado (alrededor de 90
a 100 bombas atómicas, o quizá más), listo para defender esos intereses
empresariales. Además, apoyado totalmente por la Casa Blanca, en lo militar,
por un lado, y dándole continuamente todas las facilidades para que siga siendo
el matón de la región, vetando cualquier moción de condena en la ONU,
aplaudiendo sus agresiones.
Cuidar esas reservas de petróleo es indispensable para la
geoestrategia actual y futura de la oligarquía dominante de Estados
Unidos. Así como cuida el tesoro de esta incendiaria zona,
también pretende “cuidar”- eufemismo por decir más claramente: robar-
las reservas del país caribeño.
La cantidad interminable de ataques de
Estados Unidos contra
Venezuela desde que comenzó la Revolución Bolivariana no tiene, en
lo más mínimo, la intención de defender un sistema de democracia
occidental- que supuestamente, según su antojadizo parecer, faltaría
en la patria de Bolívar- ni ir contra una pretendida
“dictadura autoritaria y castro-comunista”; tiene como único objetivo
manejar las reservas de oro negro que se encuentran en ese país
caribeño, las más grandes del mundo, con 305 mil millones
de barriles. Eso le aseguraría la posibilidad de seguir manteniendo
a flote el dólar, y por tanto, su hegemonía. Atacó el proceso
abierto por Hugo Chávez de infinitas maneras: intento
de golpe de Estado, paro patronal, paro petrolero,
infiltraciones, violencia callejeras- las tristemente famosas “guarimbas”-,
acciones encubiertas varias, y según algunas
interpretaciones: magnicidio (cáncer inducido al comandante
Chávez). Pero el proceso popular siguió adelante. Muerto
Chávez, con Nicolás Maduro al frente.
La excusa esgrimida ahora por el
gobierno estadounidense
es realmente risible: la misma DEA desconoce ese presunto “Cartel de
los Soles”, dizque liderado por el primer mandatario venezolano.
Todas las fuentes confiables indican que el tránsito de drogas
ilegales hacia Estados Unidos procedentes de Sudamérica, en
un 85 a 90% lo hace por el Océano Pacífico. Solo una cantidad muy menor
viaja por el Mar Caribe. La presencia en esa cuenca marítima de navíos
de guerra con mil 200 misiles, un submarino nuclear y cuatro mil 500
marines listos para un desembarco no tienen nada que ver con
el control del trasiego de estupefacientes. Lo único que
busca la Casa Blanca en Venezuela es el oro negro.
Pero aquí lo único negro, lo único
realmente oscuro, opaco e inconfesable, es el proyecto geohegemónico de un grupo de oligarcas
super ricos, con gobiernos que le son absolutamente funcionales,
independientemente de ser republicanos o demócratas, buscando
garantizarles la continuidad de su predominio. ¿Hasta cuándo esa infame injusticia?
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