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“Por último,
el reciente anuncio
del presidente Trump de que había autorizado a la CIA a
realizar «operaciones letales» en Venezuela y en el área del Caribe
con el claro objetivo de producir el ansiado «cambio de
régimen» en este país y, de ser posible, capturar o, peor aún,
asesinar al presidente Nicolás Maduro, son el disparo en
la nuca del putrefacto «orden mundial basado en reglas» tan exaltado
por el pensamiento oficial del imperio.
“Es imperiosa la creación de un nuevo ordenamiento
legal e institucional de alcance mundial. Pero tal empresa, para ser exitosa, requerirá
un amplio debate, sin exclusión alguna, de todos los pueblos
y gobiernos del mundo cualesquiera sean sus regímenes políticos, en fiel
respeto al principio de la autodeterminación de las naciones. Si la ONU es incapaz
de organizar ese debate correrá la misma suerte de su predecesora, la
infortunada Sociedad de las Naciones, que sucumbió ante el
estallido de la Segunda Guerra Mundial. Y, en esa sorda
guerra de todos contra todos, sin regla alguna que organice el funcionamiento
del sistema internacional, el espectro de una Tercera Guerra Mundial comienza a perfilarse
ominosamente en el horizonte.
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Fuentes: Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales En Defensa de la Humanidad
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TRUMP DISPARA EL TIRO DE GRACIA CONTRA EL ORDEN MUNDIAL.
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Por Atilio A. Boron | 21/10/2025 | EE.UU.
Sociólogo. Politólogo. Dr. En Ciencia
Política.
Maestro Universitario, Buenos Aires.
Argentina.
Fuente. Revista Rebelión. Martes 21 de octubre del 2025.
Desde comienzos de este siglo
sucesivos gobiernos de Estados Unidos fustigaron con mucha fuerza a los
llamados “estados reformistas”,
incluyendo en esa ambigua categoría a quienes criticaban el entramado
jurídico e institucional heredado de la posguerra y procuraban crear uno nuevo,
más acorde con la nueva configuración del poder a escala mundial. A menudo se
los acusaba, oblicuamente, de ser “Estados canallas” por su supuesta
violación, o su intención de hacerlo, a los preceptos del “orden mundial
basado en reglas.” Tal era la expresión utilizada por el imperialismo
para referirse al conjunto de normas y organizaciones internacionales que Washington,
con la ayuda de sus peones europeos, dieron a luz en las postrimerías de la Segunda
Guerra Mundial y en los años subsiguientes.
En los últimos tiempos los expertos y
voceros del gobierno estadounidense
introdujeron una distinción entre los” reformistas”: estaban
aquellos que querían pero no tenían capacidad para gestar un nuevo entramado
internacional principalmente Rusia e Irán. Pero China, en
cambio, estaba en una posición especial porque según aquellos Beijing
“quería y podía” reformar profundamente el “orden mundial basado en reglas”
y era, por lo tanto, el enemigo a vencer. No discutían aquellos
expertos y analistas quienes habían elaborado esas reglas y a quienes
beneficiaron durante tantas décadas, pero era evidente que
estaban al servicio de la perpetuación de la supremacía del Occidente colectivo
y su líder indiscutido, Estados Unidos. Fueron varios los
presidentes de este país que defendieron a capa y espada cualquier
ataque al viejo orden, al paso que reconocían que éste “había
servido muy bien a los intereses nacionales de Estados Unidos” y, al mismo
tiempo, a la estabilidad internacional y la paz en este
mundo. Bill Clinton, los Bush padre e hijo al igual que Joe Biden
y Donald Trump en su primer mandato. Pero fue Barack Obama
quien con mayor franqueza lo expresó en reiteradas ocasiones y debemos
agradecerle su sinceridad.
El problema es que en la
actualidad ese orden
está atravesando por una crisis terminal porque ya de
ninguna manera expresa la correlación mundial de fuerzas entre
un hegemón, Estados Unidos, en irreversible proceso de declinación; un
Sur Global que se está “des-occidentalizando” aceleradamente y
que, al mismo tiempo, emerge como una formidable combinación
de poderío económico, avance tecnológico, gravitación diplomática y,
también, fuerza militar. La falta de correspondencia entre lo que
los teóricos de las relaciones internacionales llaman “el
sistema internacional” -es decir el enjambre de actores
estatales, no estatales y supranacionales- que con sus complejas relaciones
le dan vida y la superestructura legal e institucional es evidente
aún para un ciego. Esta disyunción fue acelerándose desde
comienzos de siglo una vez disipada la ilusión norteamericana de
que el siglo XXI sería el siglo de Estados Unidos, “the American
Century”, espejismo en que creyó buena parte de la academia de
ese país, los principales medios de comunicación y, entre
nosotros, no pocos internacionalistas latinoamericanos, sometidos al influjo
colonial de la academia estadounidense.
Las quejas y las protestas ante las
inequidades del orden colonial regido por Washington no han hecho sino multiplicarse.
Nadie duda que las Naciones Unidas tienen que
refundarse sobre nuevas bases y que el Consejo de Seguridad
carece por completo de la capacidad para encauzar los conflictos de
nuestro tiempo. El anacrónico poder de veto que aún gozan el Reino
Unido y Francia como vencedores de la Segunda Guerra Mundial es un insulto
a la razón, poque ni uno, ni la otra, tienen una gravitación
significativa en la arena internacional siquiera en su entorno geopolítico
inmediato como Oriente Medio. Absurdo también que entre los
cinco países con poder de veto no haya ni uno de América Latina y el
Caribe y de África. Igualmente, inaceptable es el escaso poder que
descansa en las manos de una Asamblea General, cuyas decisiones
no son vinculantes. Lo mismo puede decirse de la necesidad de
reformar, o de eliminar, otras instituciones del viejo régimen.
¿Qué es lo que puede
justificar aún la existencia de una formidable y carísima burocracia como la
del FMI o el Banco Mundial?
¿O que haya una
normativa que permita que una institución como la UNESCO pueda o no ser financiada
por un Estado miembro según los criterios ideológicos que impone Estados
Unidos?
Por ejemplo, si la
UNESCO admite
en su seno a Palestina, Estados Unidos, Reino Unido e Israel abandonan
la institución y con ello el financiamiento que estaban comprometidos a
aportar. Ocurrió en los años 80s con Ronald Reagan como presidente y
Margaret Thatcher como primera ministra y volverá a ocurrir después del 31
de diciembre de 2026, como lo ha anunciado la Casa Blanca. Israel ya se
retiró de esa organización en el 2019, debido a la incorporación de Palestina
a la UNESCO.
Los ejemplos de esta inadecuación entre el “orden mundial”
y la realidad del sistema internacional podrían acumularse
indefinidamente. Los conatos de construcción de un nuevo orden ya
son visibles en el Sur Global. Los BRICS con sus arreglos comerciales y
financieros son tan sólo una expresión de este proceso. Hay
otras también en el terreno diplomático y cultural. Pero le ha cabido a Donald
Trump tener el “mérito” de haber sido él quien de modo más
brutal ha decretado, con hechos concretos, el fin del viejo “orden
basado en reglas” y el inicio de una nueva etapa, signada hoy por los
fragores de la descomposición del viejo orden sumido ahora en
una preocupante anarquía. Trump no sólo viola la normativa internacional,
sino que hace alarde de ello, arrojando un espeso manto de
dudas acerca de la legitimidad de dicho orden. La complicidad de
Washington y la Unión Europea con el genocidio que el gobierno
israelí practicó en Gaza vulneró uno de los principios esenciales
sobre los que se apoya la ONU y el Derecho Internacional. En estos días,
el despliegue de fuerzas navales de Estados Unidos en el mar
territorial de la República Bolivariana de Venezuela ha violado
expresamente la Carta de la ONU que en su Capítulo 1,
artículo 2, sostiene que:
«Los miembros de la
Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la
amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la
independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma
incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas».
Por último, el reciente anuncio del presidente Trump
de que había autorizado a la CIA a realizar «operaciones
letales» en Venezuela y en el área del Caribe con el claro
objetivo de producir el ansiado «cambio de régimen» en este
país y, de ser posible, capturar o, peor aún, asesinar al presidente Nicolás
Maduro, son el disparo en la nuca del putrefacto «orden
mundial basado en reglas» tan exaltado por el pensamiento oficial del
imperio.
Dr. Atilio A. Boron.
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Es imperiosa la creación de un nuevo
ordenamiento legal e institucional de alcance mundial. Pero tal empresa, para ser
exitosa, requerirá un amplio debate, sin exclusión
alguna, de todos los pueblos y gobiernos del mundo cualesquiera sean
sus regímenes políticos, en fiel respeto al principio de la
autodeterminación de las naciones. Si la ONU es incapaz de organizar
ese debate correrá la misma suerte de su predecesora, la infortunada Sociedad
de las Naciones, que sucumbió ante el estallido de la Segunda
Guerra Mundial. Y, en esa sorda guerra de todos contra todos,
sin regla alguna que organice el funcionamiento del sistema
internacional, el espectro de una Tercera Guerra Mundial
comienza a perfilarse ominosamente en el horizonte.
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