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El euro no es la única razón de la crisis, pero sí es parte de ella. El resorte de la crisis es la
arquitectura del euro dentro de Europa. Necesitamos
tener una moneda única, pero no una moneda controlada, que lo único que
hace es hacerles favores al gran capital
y a los ricos. Lo que nos hace falta
es una moneda que responda a la necesidad de los pueblos. Tenemos una moneda única, pero nos falta
contar con la capacidad de tener políticas para todos los países, en
especial para los países de la periferia, que están sufriendo en este momento. El euro es un fenómeno mundial único: tenemos
una moneda única, o sea, una unión monetaria, pero carecemos de unión política y de un Banco Central Europeo capaz de ofrecer ayudas a todos los países de
Europa.
La contradicción existiría si uno defendiera de qué manera funciona el
euro, qué es lo que representa y cuál es la arquitectura y la hegemonía dentro de esa
moneda única. El problema no es la
moneda única sino las políticas que acompañan esta moneda. El euro se ha convertido en una cárcel para los pueblos de Europa,
en especial para las economías más débiles de la periferia que están
enfrentando la crisis. La contradicción
está en la base con que se construyó el euro. El euro
es un polvorín que va a explotar si seguimos con este rumbo. Las
políticas de ajuste que van mano a mano con el modelo neoliberal dentro del euro nos van a conducir a la
destrucción del euro. Pero esta
perspectiva la van a pagar los pueblos y no los bancos, que van a salvarse, o a tratar de salvarse. El sectarismo
dogmático de las elites europeas que defienden ese modelo conduce a Europa
muchas décadas hacia atrás.
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Alexis Tsipras, el héroe o el anti-euro.
"El Euro es un
polvorín que va a explotar”.
Entrevista exclusiva
a Alexis Tsipras.
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El líder de la segunda fuerza
política de Grecia afirma que el problema no es la moneda única, sino las
políticas que la acompañan. En este reportaje destaca el modelo argentino y se
interroga sobre los desaparecidos griegos en nuestro país.
Eduardo Febbro.
Desde Atenas. Página /12 Miércoles 19 de septiembre del 2012.
–Euro o no euro. Esa ha sido
la gran disyuntiva a través de la cual se le presentó a Grecia y,
particularmente, al movimiento Syriza que usted dirige. ¿Cómo analiza el
momento de crisis que atraviesa Europa y que parece poner en tela de juicio
mucho más que la sacrosanta estabilidad del euro?
–Creo que el modelo europeo
debe reconstruirse desde abajo. No podemos estar satisfechos con lo que hoy se
llama Europa. La crisis actual no es una crisis europea sino mundial. Europa no
cuenta hoy con los mecanismos para hacerle frente y controlar el ataque
financiero mundial contra sus pueblos. Esto explica por qué Europa se convirtió
en un continente donde el ataque del sistema financiero mundial fue feroz.
Estamos sin defensa.
–¿Acaso el euro, la moneda
única, no es una moneda imposible, es decir, una divisa que no representa el
nivel real de los 17 países que componen la Zona Euro y que, por consiguiente,
impone sacrificios a muchas naciones que no están a la altura de lo que el euro
necesita para existir?
–El euro no es la única razón
de la crisis, pero sí es parte de ella. El resorte de la crisis es la
arquitectura del euro dentro de Europa. Necesitamos tener una moneda única,
pero no una moneda controlada, que lo único que hace es hacerles favores al
gran capital y a los ricos. Lo que nos hace falta es una moneda que responda a
la necesidad de los pueblos. Tenemos una moneda única, pero nos falta contar
con la capacidad de tener políticas para todos los países, en especial para los
países de la periferia, que están sufriendo en este momento. El euro es un
fenómeno mundial único: tenemos una moneda única, o sea, una unión monetaria,
pero carecemos de unión política y de un Banco Central Europeo capaz de ofrecer
ayudas a todos los países de Europa.
–¿No hay una contradicción en
su postura: ser de izquierda y al mismo tiempo defender el euro?
–La contradicción existiría si
uno defendiera de qué manera funciona el euro, qué es lo que representa y cuál
es la arquitectura y la hegemonía dentro de esa moneda única. El problema no es
la moneda única sino las políticas que acompañan esta moneda. El euro se ha
convertido en una cárcel para los pueblos de Europa, en especial para las
economías más débiles de la periferia que están enfrentando la crisis. La
contradicción está en la base con que se construyó el euro. El euro es un
polvorín que va a explotar si seguimos con este rumbo. Las políticas de ajuste
que van mano a mano con el modelo neoliberal dentro del euro nos van a conducir
a la destrucción del euro. Pero esta perspectiva la van a pagar los pueblos y
no los bancos, que van a salvarse, o a tratar de salvarse. El sectarismo
dogmático de las elites europeas que defienden ese modelo conduce a Europa
muchas décadas hacia atrás.
–El grado de diagnóstico que
usted y la izquierda hacen de la problemática es brillante. Pero no se
encuentra la misma eficacia en la forma de gestionar la confrontación con el
sistema liberal. ¿Cómo salir entonces de la poesía del diagnóstico y entrar de
verdad en un proceso de reforma contundente?
–Una buena manera consiste en
empezar cambiando las correlaciones de fuerzas en la sociedad. En mayo y junio
pasado el partido Syriza estuvo muy cerca de romper esa correlación de fuerzas
que existía. Grecia se convirtió en un experimento ultraliberal, en el
conejillo de Indias. Aquí se puso a prueba la política del shock para luego
ampliarla al resto de Europa. Pero tenemos la reacción de la sociedad. La gente
ya no tiene ahora la vida cotidiana que tenía antes y es esa misma gente la que
reaccionó para que las cosas cambien. Con su movilización la sociedad amenazó a
las elites de nuestro país. Eso significa que sí estamos cambiando la
correlación de fuerzas mediante el comportamiento crítico de las masas. Hay que
recordar que, después de la ocupación nazi y fascista de nuestro país, pocos
años después, en 1958, la izquierda estuvo a punto de llegar al poder. Las
últimas elecciones las perdimos por un estrecho porcentaje. Pero hay que tener
en cuenta que del otro lado no tenía como adversarios solamente a las fuerzas
políticas, sino también a un sistema financiero mundial y europeo muy poderoso
que nos combatió con todas sus armas de manera feroz. Pero si ganábamos las
elecciones quizá Grecia se hubiese convertido en el eslabón débil capaz de
romper la cadena que sujeta a Europa. Tal vez Grecia pueda pasar así de ser un
conejillo de Indias a ser el futuro bebé, el embrión de la esperanza. Esa
oportunidad histórica no la hemos perdido todavía. Los pueblos no han dicho su
última palabra.
–¿Grecia fue un poco el
paradigma de Chile en Europa?
–Si ganábamos las elecciones
nos hubiésemos convertido en el Chile de Europa. Pero no lo sabemos hoy. Las
experiencias latinoamericanas de los últimos años son muy ricas para nosotros.
Lo que pasó en Chile cuando cayó la dictadura, lo que pasa en Venezuela hoy, lo
que pasó en la Argentina hace diez años, cuando el FMI se fue de la Argentina,
todo eso constituye experiencias que nos hacen mucho más ricos y ayudan a
perfeccionar y a concretizar nuestra estrategia, tanto en Grecia como en
Europa.
–¿En qué sentido lo ocurrido
en Chile, Venezuela o la Argentina es un aporte para los movimientos de
izquierda radical del Viejo Continente?
–La lección más importante
radica en que la izquierda no puede desplegar sus armas en la sola propuesta de
cambio político del sistema, no. La izquierda tiene que basar su esperanza y su
trabajo en la sublevación del pueblo. Los pueblos se levantan y luchan. Si en
el futuro llegamos a tener un gobierno Syriza en Grecia, para poder trasladar
el poder de los poderos al pueblo ese proceso tiene que estar acompañado por la
participación de las masas, a fin de revertir la situación. Un gobierno solo no
lo puede hacer. También son necesarias nuevas instituciones democráticas.
Nosotros no podemos cambiarnos de ropa y ponernos el traje del poder anterior.
Ese traje no nos queda bien. Hay que crear entonces nuevas instituciones
sociales y políticas para levantar a las fuerzas del pueblo, que en este
momento están marginalizadas dentro del sistema y no tienen ni participación ni
poder. Debemos trasladar ese poder a toda la gente.
–Muchos comparan lo ocurrido
en la Argentina en 2001 con lo que está ocurriendo en Grecia. Se recuerda a
aquel eslógan argentino que decía “que se vayan todos”. ¿Es válido un enunciado
semejante para la Grecia actual?
–Acá se siguen escuchando
voces que dicen “que se vayan todos”. Los grandes medios de comunicación
apoyaron este eslogan que, en realidad, no tiene contenido político. ¿Pero cuál
fue el resultado de eso?: en un país como Grecia, donde nació la llamada
democracia, tenemos ahora el renacimiento de las ideas fascistas de la mano del
partido neonazi Aurora Dorada, que hoy está en el Parlamento. Aurora Dorada
está encontrando apoyo hasta en las clases populares. Hay sí muchas similitudes
entre lo que pasó en la Argentina y la Grecia de ahora. La política del shock
liberal que se implementó en la Argentina en los años ’90 bajo las órdenes del
FMI también se aplicó aquí. Estamos en ese proceso, lento pero destructivo, un
proceso que se comporta de forma muy violenta contra los pueblos y los
marginados: planes de ajuste, ataque contra los salarios, desempleo. Pero como
estamos en la Zona Euro el FMI no tiene las cosas tan fáciles como en la
Argentina. Si nos abandonan, las consecuencias serían muy importantes para los
otros países de Europa. Nuestra economía representa el 2,5 por ciento del total
de Europa. Además, el euro es la segunda moneda de reserva en los bancos
mundiales.
–¿Qué lecciones saca usted del
desastre argentino del 2001?
–La experiencia argentina es
muy importante para sacar conclusiones políticas. Diría que la conclusión más
importante radica en que la política del neoliberalismo es cínica, inhumana. Es
un callejón sin salida. Pero, por otra parte, la Argentina nos mostró la forma
en que un pueblo se puede parar contra este sistema y reconstruir sus bases
para vivir mejor, para reorganizar el Estado y la sociedad. Tuve que responder
en el Parlamento al ministro griego de Economía cuando atacó de forma muy
racista a la Argentina. El ministro dijo: “Noso-tros no somos como los
argentinos”, y yo le respondí que estábamos mucho peor que Argentina. Esa es la
verdad.
–La democracia argentina se
revalorizó con la crisis. En Grecia, en cambio, surgió un movimiento neonazi
muy poderoso. Esto permite conjeturar que puede haber en el futuro una mayoría
neonazi con una oposición de izquierda radical fuerte, o al revés.
–No creo que lleguemos a tener
un gobierno de extrema derecha. Nuestro pueblo es heredero de una gran historia
antifascista. Este pueblo tiene memoria histórica y no lo va a permitir. Pero
hay algo que debe decirse claramente: el neonazismo y Alba Dorada no son una
fuerza antisistema, no, es una fuerza del sistema dentro del sistema. Es el
brazo más fuerte del sistema que será utilizado si se siente en peligro. El
único peligro para nuestro país son las políticas neoliberales, la troika
(Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo, Unión Europea) y el
movimiento neonazi, que es un aliado para seguir en este camino.
–Usted rompió hace poco el
silencio proponiendo en el Parlamento griego que Grecia se ocupara del destino
de los de-saparecidos griegos en la Argentina. ¿Cómo quedó ese reclamo?
–Dentro de los 30 mil
desaparecidos en la Argentina durante la década de los ’70 hubo casos de
aproximadamente 17 personas que eran hijos de griegos. Sus padres no saben aún
qué pasó con sus hijos. Nosotros planteamos ese tema en el Parlamento para
poder tratar de averiguar con la ayuda del gobierno argentino qué pasó con esos
jóvenes. Nosotros no podemos olvidar cómo un régimen autocrático que gobernó la
Argentina llevó al genocidio a casi una generación. La violencia, la desaparición
y el asesinato de tanta gente en manos de esos regímenes autocráticos no pueden
dejarse en el olvido. En la historia moderna hay un paralelo entre Grecia y la
Argentina, porque acá también hubo dictaduras apoyadas por los grandes
imperios. Debemos proteger con la democracia a las futuras generaciones de esas
dictaduras.
–Los neonazis tienen mucha
fuerza. Parte de ella nace del trabajo social que hace, de su acción en la
calle, de su oferta de seguridad. ¿Acaso a la izquierda no le falta capacidad
de acción para derrotar a la ultraderecha en el terreno de lo concreto?
–Lo que tiene que hacer la
izquierda es crear un frente ideológico y, al mismo tiempo, construir un modelo
de sociedad que resiste y es solidaria. La solidaridad no es la filantropía
sino cómo resistir juntos. No tenemos que permitir que esos grupos se presenten
con la cara lavada cuando en realidad representan la historia de lo más
violento que sufrió la humanidad. Nuestra lucha en la calle tiene que tener
otro modelo para elaborar ese frente ideológico de protección del pueblo. Se
trata de un frente doble: contra las fuerzas neoliberales y contra el fascismo.
–La llamada izquierda radical
tiene muchos enemigos, empezando por quien debería ser, al menos, un aliado
parcial: la socialdemocracia.
–En Europa y en el mundo la
socialdemocracia ha pasado por una mutación increíble en los últimos años. La
socialdemocracia opera como una suerte de cirugía plástica con la cual quieren
cambiar algo que no se cambia. Este capitalismo financiero casino no pueda
cambiar de imagen por más cirugía que se le haga. La socialdemocracia es
incapaz de ofrecer soluciones a los problemas sociales y reales que enfrentan
los pueblos. En Grecia, el partido que representó a la socialdemocracia, el
Pasok, no se diferencia en nada de la derecha. Son una copia. Por eso nuestra
izquierda puede convertirse en un polo de alianzas con auténtica base social y
popular.
–Cuál sería su modelo ideal:
Chávez en Venezuela, los Castro en Cuba, Lula en Brasil o el peronismo de
Kirchner en la Argentina.
–América latina siempre fue un
laboratorio social y político increíble que da resultados. Cada país y cada
movimiento tienen su particularidad. A nosotros nos interesa saber cuál es la
mejor visión del socialismo del siglo XXI para todo el planeta. A pesar las
particularidades necesitamos una visión común y los mismos enemigos. Nosotros
seguimos muy de cerca el proceso de integración en América latina. Ese proceso
no es teórico, está en práctica y da respuestas al dogmatismo neoliberal. Pero
lo que se encuentra más cerca al modelo griego es Argentina y Brasil. En las
realidades sociales y en las paralelas históricas, tenemos mucho más que ver
con lo que sucedió en Argentina y Brasil. Desde luego, también tenemos puntos
en común con Venezuela y Cuba. Nuestros enemigos dicen que Syriza quiere
convertir a Grecia en la Cuba de Europa. Nosotros les respondemos que ellos
quieren crear una Cuba en Europa, pero la Cuba de antes del ’60. A eso quieren
llevarnos.
–Usted representa a una
generación marcada por una época donde se produjo una gran despolitización.
¿Cuál sería la fórmula para reintroducir la política y, más concretamente, el
interés por una política de izquierda?
–En este momento estamos
viviendo la última fase del capitalismo y no del socialismo. Estamos en la
caída del sistema capitalista y esto nos conduce a un análisis diferente del
comportamiento social como generación, tanto más cuanto que constatamos las
condiciones en las que estamos viviendo hoy en día. Mi generación entró en la
política como una fuerza muy pequeña en las universidades y en las escuelas
cuando ya había una hegemonía casi total del neoliberalismo, cuando se
presentaban porcentajes de crecimiento económico enormes y a la vez abstractos
y cuando los ejemplos del buen vivir eran el súper consumismo. Ahora estamos en
otra realidad. Hoy, en Grecia, uno de cada dos jóvenes que tiene entre 24 y 35
años no tiene trabajo. Están condenando a esa generación a vivir mucho peor que
sus padres, los están condenando a vivir sin soñar. Lo que le podemos dar y
decir a esta generación es que tiene que reencontrar en su conciencia la
esperanza dentro de la lucha. Para poder reconstruir esas vidas destruidas
deben creer que hay un futuro mejor, no hay otra manera. La justicia social y
la dignidad son dos cosas muy importantes para una generación que quiere
reconquistar su futuro.
–Usted juega el fútbol y está
rodeado de gente argentina, uno de ellos es de Independiente. Dentro de poco
irá a la Argentina. ¿A qué club le pone fichas? Tomemos tres: Boca, River o
Independiente.
–Apuesto por Boca porque
Maradona jugó en Boca. Yo tengo esa imagen mítica de la Bombonera que vi en las
fotos y en las películas. Tengo mucha fe en la política de Syriza porque tenemos eso
fútbol de la fantasía que es el fútbol argentino.
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