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Cuando hablamos de generalización, no
insinuamos que toda la gente esté viviendo igual, sino que existe una especie de lógica de
desarrollo ampliamente aceptada, que se inscribe en estructuras coercitivas y
dispositivos de acción. A pesar de que
la crisis ecológica se politizó en los últimos tiempos y es también
percibida como un problema en el
discurso dominante, parece que los patrones de producción y consumo y los
patrones culturales subyacentes se están consolidando y generalizando a nivel global con el apoyo del Estado y de la esfera
política. ¿No puede pensarse que en
la medida en que el sur amplía sus patrones de consumo aparece desde el
norte una preocupación por los límites y la crisis
ecológica del planeta?
Desde los conservadores, efectivamente,
se trata de contener el crecimiento del sur. Los neoliberales, en cambio,
dicen ¡qué bien que el sur crece, necesitamos ampliar los límites y una
creciente sustitución de la naturaleza por el capital a partir de los avances tecnológicos! El déficit del debate viene
dado también porque ciertas izquierdas medioambientales tienen una perspectiva
catastrófica. –¿Qué sostienen? –Un aspecto central en este contexto es la superación
de la dicotomía entre la sociedad y la naturaleza,
ampliamente difundida también en las fuerzas sociales y políticas progresivas. Políticamente,
esta dicotomía se refleja, entre otras cosas, para servirse de la cuestión ecológica en contraposición a la cuestión
social. La tendencia de declarar a la
ecología como contradicción secundaria se manifiesta precisamente en la
actual crisis económica, en la cual el catastrofismo ecológico (“Nos queda muy
poco tiempo”) y
la ignorancia (“Ahora no hay tiempo para eso”) están formando una alianza
peligrosa.
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Cumbre de Cochabamba. Cambio Climático Global.
***
"No podemos pensar en el planeta si
no pensamos en la emancipación social".
Entrevista a Ulrich Brand, politólogo y
economista alemán.
*****
Verónica Gago y Diego Sztuleark.
Página /12
Rebelión.- Lunes 17 de septiembre del 2012.
–¿Cómo se
vincula hoy la crítica al desarrollo y la cuestión de la crisis?
–En la cumbre de Copenhague de 2009 sobre el cambio climático por primera vez se formuló desde los movimientos sociales, y más allá de las ONG, una crítica muy fuerte diciendo basta a este modo de gestión global de los recursos. Esto se articula de modo directo con la crisis actual, aunque ya encontramos en el siglo XIX el debate entre Marx y Sismondi referido a qué significa el crecimiento como solución a los problemas. Esta vez, el disenso se articuló también entre las elites. Por ejemplo, Amartya Sen y Joseph Stiglitz dijeron que había que reconocer estas críticas frente a lo que se proponía como salida dominante: redinamizar el crecimiento. Por supuesto, hay cierta historia y cierta preocupación por cómo salimos de la crisis. Está la respuesta neoliberal, que es hoy la dominante en Europa y que consiste en la receta de la austeridad. Luego, la respuesta keynesiana, que pide inversiones y consumo interno para empujar la economía. Y, más al margen, está el debate sobre qué hacemos con el crecimiento. Algunos iconos al respecto son personas como el inglés Tim Jackson, que propone una fórmula ya famosa: bienestar sin crecimiento.
–En la cumbre de Copenhague de 2009 sobre el cambio climático por primera vez se formuló desde los movimientos sociales, y más allá de las ONG, una crítica muy fuerte diciendo basta a este modo de gestión global de los recursos. Esto se articula de modo directo con la crisis actual, aunque ya encontramos en el siglo XIX el debate entre Marx y Sismondi referido a qué significa el crecimiento como solución a los problemas. Esta vez, el disenso se articuló también entre las elites. Por ejemplo, Amartya Sen y Joseph Stiglitz dijeron que había que reconocer estas críticas frente a lo que se proponía como salida dominante: redinamizar el crecimiento. Por supuesto, hay cierta historia y cierta preocupación por cómo salimos de la crisis. Está la respuesta neoliberal, que es hoy la dominante en Europa y que consiste en la receta de la austeridad. Luego, la respuesta keynesiana, que pide inversiones y consumo interno para empujar la economía. Y, más al margen, está el debate sobre qué hacemos con el crecimiento. Algunos iconos al respecto son personas como el inglés Tim Jackson, que propone una fórmula ya famosa: bienestar sin crecimiento.
–¿Qué opina
de esta posición a favor del decrecimiento?
–La postura del decrecimiento restringe el crecimiento a un materialismo inocente, muy positivista, que cree resolver los problemas ecológicos a través de menos consumo, menos producción, más eficacia en el uso de recursos. Lo que se pierde en esta discusión es que el crecimiento supone la comodificación de relaciones sociales y de la naturaleza. Esto significa que desde el decrecimiento no se piensan las formas sociales del crecimiento, ya que no se las vincula con las formas capitalistas ni con la cotidianidad de la gente. Otro problema es que todavía en Europa no se debate en serio sobre el desarrollo porque se sigue viendo como un concepto destinado únicamente al sur. Es por eso que desde el norte no surge una crítica al desarrollo.
–La postura del decrecimiento restringe el crecimiento a un materialismo inocente, muy positivista, que cree resolver los problemas ecológicos a través de menos consumo, menos producción, más eficacia en el uso de recursos. Lo que se pierde en esta discusión es que el crecimiento supone la comodificación de relaciones sociales y de la naturaleza. Esto significa que desde el decrecimiento no se piensan las formas sociales del crecimiento, ya que no se las vincula con las formas capitalistas ni con la cotidianidad de la gente. Otro problema es que todavía en Europa no se debate en serio sobre el desarrollo porque se sigue viendo como un concepto destinado únicamente al sur. Es por eso que desde el norte no surge una crítica al desarrollo.
–¿La postura
del decrecimiento se presenta como anticapitalista?
–Quienes argumentan a favor del decrecimiento
hablan de una crisis del capitalismo, pero sin pensar cómo terminar con las
formas sociales capitalistas. No es suficiente. Hace veinte años que Japón no
crece y es una sociedad capitalista. Argentina en los ’80 y ’90 no creció. Pero
la cuestión es cambiar la forma del valor, la forma de la mercancía, la forma
política del Estado. El capitalismo no se acaba sin crecimiento. El capitalismo
es acumulación de capital. Y si hay crecimiento económico esa acumulación es
más suave porque se puede repartir. Si no hay crecimiento, como ahora en
Europa, la respuesta del capital es la austeridad o las privatizaciones. El
carácter hegemónico del capitalismo se reproduce mejor cuando hay crecimiento.
Pero decir que el no crecimiento lleva a que el capitalismo se acabe para mí es
una tontería.
–¿El término
posdesarrollo es más abarcativo?
–Sí. Es un
debate mucho más pequeño, pero tiene como eje criticar los fundamentos
epistémicos del desarrollo como valor universal y las relaciones de fuerza que
están allí implicadas. El desafío es llevar este debate más allá, hacia lo que
llamo modo de vida imperial, es decir, a cómo se sustenta cierto desarrollo
incluso desde el punto de vista de la vida cotidiana.
–¿Esto
incluiría una crítica a la modernidad?
–Exactamente.
Acá, en el sur, es posible hablar de crisis civilizatoria, como algo mucho más
profundo. En el norte, en cambio, la perspectiva es más estrecha: desde la
izquierda se habla de crisis del capitalismo y la mayoría de los analistas
simplemente señala la crisis del neoliberalismo como una crisis coyuntural que se resolvería con una mayor
intervención del Estado.
El Movimiento Social Ocupa Río, expuso un cartel que rezaba: "Ocupa los Pueblos" con el fin de criticar no sólo a la Cumbre de Río, sino también a la "Cumbre de los Pueblos" por "carnabalizar a los movimientos sociales convirtiendo las protestas en una fiesta".
*****
–¿Cómo la
definiría usted?
–Diría, en
primer lugar, que es una crisis múltiple. Esto significa que no es solamente
una crisis económica ni una crisis financiera, como plantea la perspectiva
keynesiana. Desde ese análisis se propone que hay que regular los mercados
financieros, hacer más inversión pública y luego se llegará a otro modelo de
crecimiento. Yo diría, en cambio, que hay que pensar en la transformación del
modo de producción y del modo de vida. Si finalmente esto implica crecimiento o
no, lo van determinando las luchas concretas en contra de ciertas formas de la
economía que sólo se median por dinero.
–¿Qué
otras economías desafían la noción clásica del crecimiento?
–Me interesa
abrir el debate sobre qué significa una economía de lo común, o solidaria, que
no es parte de un crecimiento formal, pero que es parte efectiva de una vida
mejor. Por ejemplo, esto implica discutir qué significaría en una ciudad como
Buenos Aires la posibilidad de cuadruplicar el transporte público con precios
muy bajos y no pensarlo como algo contra el crecimiento, sino en términos de
aumento de movilidad de la población. En Europa, las huertas comunitarias hacen
que un 20 por ciento de la comida esté asegurada por esa vía, lo cual implica
un decrecimiento puro desde cierta lógica, pero es sobre todo un mejoramiento
concreto de la vida.
–Es muy
difícil, de todas maneras, romper la idea de que el crecimiento es bienestar...
–El
crecimiento no puede ser una cuestión de creencias de la que se está a favor o
en contra. Es un efecto de un acumulado de luchas. La cuestión para mí es si
somos capaces de ampliar el espacio de la producción común, de la producción no
capitalista.
–¿Cuál es la capacidad efectiva de esas otras economías?
–¿Cuál es la capacidad efectiva de esas otras economías?
–La economía
pública-estatal es mercantil, sólo que se maneja el precio de un modo más
político. La economía común, en cambio, es no mercantil. En el 2004, la
estadística alemana hizo un cálculo que decía que había 56 mil millones de
horas de trabajo asalariado y 96 mil millones de horas de trabajo no
asalariado. ¿Qué significa esto? Que la referencia cuando se habla de trabajo
no puede ser únicamente el trabajo asalariado. Hay que abrir esta idea, como ya
han hecho las feministas, incluyendo las horas de cuidado y de actividad
política o comunitaria como actividades centrales para mantener la sociedad. Me
parece importante la perspectiva “4 en 1” de la filósofa Frieda Haug, que
propone la orientación de vivir cuatro horas de trabajo asalariado, cuatro
horas de un trabajo para nosotros mismos, cuatro horas de cuidado y cuatro
horas de trabajo para la comunidad o de trabajo político, como forma de
rearticular los modos del hacer y la idea misma de lo común.
–Usted habla
desde una perspectiva de la ecología política. ¿Qué implica?
–La economía neoclásica supone que la sociedad se aprovecha de la naturaleza y la tecnología resuelve los problemas y los límites que van apareciendo. Para la economía ecológica los límites sí son un problema y se concentra allí. La ecología política, que es mi punto de vista a partir de la Escuela de Frankfurt, va un paso más allá: sostiene que la reproducción material de las sociedades es un proceso de dominación de la naturaleza en el mismo sentido que las relaciones de dominación que estructuran la sociedad. No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social. Me niego a tomar los límites del planeta como punto de partida.
–La economía neoclásica supone que la sociedad se aprovecha de la naturaleza y la tecnología resuelve los problemas y los límites que van apareciendo. Para la economía ecológica los límites sí son un problema y se concentra allí. La ecología política, que es mi punto de vista a partir de la Escuela de Frankfurt, va un paso más allá: sostiene que la reproducción material de las sociedades es un proceso de dominación de la naturaleza en el mismo sentido que las relaciones de dominación que estructuran la sociedad. No podemos pensar en salvar el planeta si no pensamos la emancipación social. Me niego a tomar los límites del planeta como punto de partida.
–¿Entonces...?
–El punto de partida es la dominación social, la cual por supuesto implica un modo de dominación de la naturaleza. Y esto lleva a la pregunta bien concreta de cómo nos reproducimos en el contexto de la movilidad, de las ciudades, de las viviendas, del campo, de la sexualidad, de la comunicación, de lo que comemos. Acá hay un campo de formas de reproducirse materialmente que no son parte del mercado capitalista. La pregunta entonces cambia: ¿cuáles serían las formas emancipatorias de tratar con la naturaleza cambiando los modos de vivir en la ciudad, de moverse, de construir vivienda, de producir, etc.? En este punto la cuestión de la decisión democrática es decisiva.
–El punto de partida es la dominación social, la cual por supuesto implica un modo de dominación de la naturaleza. Y esto lleva a la pregunta bien concreta de cómo nos reproducimos en el contexto de la movilidad, de las ciudades, de las viviendas, del campo, de la sexualidad, de la comunicación, de lo que comemos. Acá hay un campo de formas de reproducirse materialmente que no son parte del mercado capitalista. La pregunta entonces cambia: ¿cuáles serían las formas emancipatorias de tratar con la naturaleza cambiando los modos de vivir en la ciudad, de moverse, de construir vivienda, de producir, etc.? En este punto la cuestión de la decisión democrática es decisiva.
–¿En qué
sentido?
–¿Quién
decide, por ejemplo, las formas de salida de la crisis en Argentina del 2001?
Podríamos decir: es la soja, una forma de comodificación de la naturaleza.
También la minería. Que es un modo de ver a la naturaleza como recurso. ¿Quién
decide, por ejemplo, los materiales con los que se van a construir los
celulares de la próxima generación? Son los núcleos de investigación y
desarrollo de algunas empresas, no es la investigación pública. Si no ponemos
sobre la mesa la cuestión de la democracia, es decir, quién decide cuáles son
los corredores de salida de la crisis, la salida tarde o temprano es la
austeridad. Ustedes en Argentina lo saben mejor que nosotros. En esto es
urgente juntar la perspectiva roja y verde: si no luchamos hoy a favor de la
democratización y nos quedamos en una posición defensiva, como los keynesianos,
la próxima crisis se resuelve por medio
de la austeridad del capitalismo autoritario.
Los Movimientos Sociales de todo el mundo se movilizan en las diferentes Conferencias Mundiales de Naciones Unidas.
***
–Insiste en
que no se trata de una cuestión formal, ¿cómo se logra?
–Vinculando
esto con la experiencia cotidiana de la gente. Porque democracia acá no es algo
formal, sino cómo yo me apropio de la vida, cómo vivo. El problema es cuando la
cuestión ecológica y la cuestión democrática van por caminos diferentes.
–¿Qué significa lo que llama el modo de vida imperial?
–¿Qué significa lo que llama el modo de vida imperial?
–Es la
pregunta por cómo se está universalizando un modo de vida que es imperial hacia
la naturaleza y las relaciones sociales y que no tiene ningún sentido
democrático, en la medida que no cuestiona ninguna forma de dominación. En este
sentido preciso, el modo de vida imperial es no democrático. El modo de vida
imperial no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por
diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción,
distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente
arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte,
pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias en los países emergentes
del sur.
–¿Se trata de una generalización en distintas escalas?
–¿Se trata de una generalización en distintas escalas?
–Cuando
hablamos de generalización, no insinuamos que toda la gente esté viviendo
igual, sino que existe una especie de lógica de desarrollo ampliamente
aceptada, que se inscribe en estructuras coercitivas y dispositivos de acción.
A pesar de que la crisis ecológica se politizó en los últimos tiempos y es
también percibida como un problema en el discurso dominante, parece que los
patrones de producción y consumo y los patrones culturales subyacentes se están
consolidando y generalizando a nivel global con el apoyo del Estado y de la
esfera política.
–¿No puede pensarse que en la medida en que el sur amplía sus patrones de consumo aparece desde el norte una preocupación por los límites y la crisis ecológica del planeta?
–¿No puede pensarse que en la medida en que el sur amplía sus patrones de consumo aparece desde el norte una preocupación por los límites y la crisis ecológica del planeta?
–Desde los
conservadores, efectivamente, se trata de contener el crecimiento del sur. Los
neoliberales, en cambio, dicen ¡qué bien que el sur crece, necesitamos ampliar
los límites y una creciente sustitución de la naturaleza por el capital a
partir de los avances tecnológicos! El déficit del debate viene dado también
porque ciertas izquierdas medioambientales tienen una perspectiva catastrófica.
–¿Qué sostienen? –Un aspecto central en este contexto es la superación
de la dicotomía entre la sociedad y la naturaleza, ampliamente difundida
también en las fuerzas sociales y políticas progresivas. Políticamente, esta
dicotomía se refleja, entre otras cosas, para servirse de la cuestión ecológica
en contraposición a la cuestión social. La tendencia de declarar a la ecología
como contradicción secundaria se manifiesta precisamente en la actual crisis
económica, en la cual el catastrofismo ecológico (“Nos queda muy poco tiempo”)
y la ignorancia (“Ahora no hay tiempo para eso”) están formando una alianza
peligrosa.
–¿Cómo se
discute esto en Europa?
–Hay un
consejo muy importante del gobierno alemán que cada año hace un informe y que
ahora diagnostica que necesitamos una “gran transformación”. Se refieren, sin
embargo, a una transición: la perspectiva es la renovación de un Estado que
ahora se ve como capturado por los neoliberales. Esto supone que una vía de
salida a la crisis es poner precio a la naturaleza. No es sólo una posición
neoclásica, es también keynesiana y de la economía ecológica. Todos comparten
un mismo argumento: la naturaleza necesita un precio. Hay un famoso informe
sobre biodiversidad en 2008 que sostiene que la única manera de salvar la
biodiversidad es que se sepa su precio.
–¿El eje
queda puesto en el papel del Estado?
–El debate
queda encapsulado en la renovación del Estado. El neoliberalismo se asocia
únicamente al imperio del mercado y hoy se supone que con el Estado
interviniendo en la economía estaríamos en otra fase. Pero cuando hablamos de
transformación hablamos de algo mucho más profundo: de la transformación de los
modos de vida y las relaciones de producción, lo cual no puede empezar por el
Estado. El Estado asegura las relaciones existentes, claro que resuelve algunos
problemas, pero siempre al interior de la lógica capitalista. Hablando
teóricamente, hay que pensar cuáles son los actores de la gestión y cuál es el
objeto de la gestión, qué se quiere gestionar.
–Volviendo
el eje al sur. ¿Cómo pensar una alternativa?
–Hay un
miedo a China. El sur se tematiza como competidor industrial, por ejemplo
India. Y como lugar de donde provienen los recursos. Pero no se lo percibe más
allá de la competitividad internacional, dentro del paradigma global actual.
Hay que impulsar el debate sobre qué sería una regulación del mercado mundial a
partir de las luchas sociales. Por ejemplo, ¿qué pasaría si Bolivia exportara
un tercio de lo que exporta hoy, pero manteniendo una renta que le permita una
distribución democrática? ¿Cómo pensar que el mercado mundial debe pagar mucho
más por un recurso que se extrae del sur? Esto tiene que ver, por supuesto, con
las relaciones de poder. Y por eso la respuesta a nivel latinoamericano puede
ser organizar un cartel de precios, imponiendo que Europa deba pagar tres veces
más. Y la justificación debería ser la presión que imponen las luchas en este
continente a favor de distribución más justa de la riqueza y de un
extractivismo moderado.
–¿Supondría que los Estados, presionados por las luchas, negocian a nivel global otros precios?
–¿Supondría que los Estados, presionados por las luchas, negocian a nivel global otros precios?
–Es lo que
hace la Unión Europea con los productos agrarios, que son tres veces más caros
que en el resto del mundo. Entonces, cada tonelada de carne que viene de
Argentina a Europa inmediatamente se triplica en precio. Esto no es decisión
pura del Estado, sino presión social.
–¿Por qué
tiene tanta repercusión el concepto del “buen vivir”?
–Porque
implica tomar en serio que hay otras formas de reproducción social, material y
espiritual, que no son capitalistas. Lo cual abre un espacio para repensar, a
la altura de la modernidad, eso que llamamos buen vivir. Tomando por supuesto
en serio los avances tecnológicos, las nuevas experiencias, las redes internacionales, etc. El
riesgo es petrificar el buen vivir como algo indígena, puramente autóctono.
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