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Danilo Zolo: A principios de los años noventa la
“intervención humanitaria fue un elemento
clave en la estrategia internacional de EE.UU. Afirmaba que la “seguridad global” requería que las grandes potencias
responsables del orden mundial sintieran que el principio westfaliano de la no interferencia en la jurisdicción
interior de Estados nacionales era obsoleto. Por ello EE.UU. consideró
que no solo tenía el derecho sino sobre todo un deber moral de intervenir con medios militares para resolver crisis
internas en países individuales, en particular para asegurar el respeto a
los derechos humanos. La guerra iniciada por EE.UU. contra la República Federal de
Yugoslavia – la guerra en
Kosovo en 1999 – estableció finalmente la práctica del intervencionismo
humanitario. Por lo tanto la motivación humanitaria fue tomada explícitamente
como una justa causa para una guerra de agresión. Y EE.UU. ha declarado
que el uso de la
fuerza por razones humanitarias es legítima, aunque esté en contraste con la Carta de las Naciones
Unidas, los principios del estatuto y el juicio del Tribunal de Núremberg,
así como el derecho internacional en general. Frente a esta sangrienta subversión del
derecho internacional, la reacción del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue de sustancial inercia y
subordinación, si no complicidad categórica con las potencias occidentales. En realidad se
impuso la pena de muerte a miles de ciudadanos yugoslavos sin tener en cuenta
ninguna investigación de su posible culpabilidad.
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Danilo Zolo es profesor de filosofía del derecho y de filosofía del derecho internacional en la Universidad de Florencia. Ha sido profesor visitante en las universidades de Cambridge, Harvard, Princeton y Oxford e impartió cursos en universidades en Argentina, Brasil, México y Colombia.
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DANILO ZOLO. El fin
de la Democracia y la llegada de la tele-oligarquía.
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Claudio Gallo.
Asia Times Online.
Traducido del inglés para
Rebelión por Germán Leyens.
Danilo Zolo es profesor
de filosofía del derecho y de filosofía del derecho internacional en la
Universidad de Florencia. Ha sido profesor visitante en las universidades de
Cambridge, Harvard, Princeton y Oxford e impartió cursos en universidades en
Argentina, Brasil, México y Colombia. En el año 2000 fundó Jura Gentium:
Journal for Philosophy of International Law and Global Politics. Sus
publicaciones incluyen: Reflexive Epistemology, Boston 1989; Democracy
and Complexity, Cambridge 1992; Cosmopolis, Cambridge 1996; Invoking
Humanity, Londres 2001; Globalization, Colchester 2007; Victors'
Justice, Londres 2009.
Claudio
Gallo: Primero Kosovo, después Libia y
ahora tal vez Siria: La “guerra humanitaria se está convirtiendo en un
paradigma consolidado que usted ha criticado desde su primera aparición como
“subversión del derecho internacional”. ¿Por qué, según el título de un libro
suyo, que es una cita de Pierre-Joseph Proudhon y Carl Schmitt, sucede que
“Quienquiera dice ‘humanidad’ quiere engañar”?
Danilo Zolo:
A principios de los años noventa la “intervención
humanitaria fue un elemento clave en la estrategia internacional de EE.UU.
Afirmaba que la “seguridad global” requería que las grandes potencias
responsables del orden mundial sintieran que el principio westfaliano de la no
interferencia en la jurisdicción interior de Estados nacionales era obsoleto.
Por ello EE.UU. consideró que no solo tenía el derecho sino sobre todo un deber
moral de intervenir con medios militares para resolver crisis internas en
países individuales, en particular para asegurar el respeto a los derechos
humanos.
La guerra
iniciada por EE.UU. contra la República Federal de Yugoslavia –la guerra en
Kosovo en 1999– estableció finalmente la práctica del intervencionismo
humanitario. Por lo tanto la motivación humanitaria fue tomada explícitamente
como una justa causa para una guerra de agresión. Y EE.UU. ha declarado que el
uso de la fuerza por razones humanitarias es legítima, aunque esté en contraste
con la Carta de las Naciones Unidas, los principios del estatuto y el juicio
del Tribunal de Núremberg, así como el derecho internacional en general.
Frente a
esta sangrienta subversión del derecho internacional, la reacción del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas fue de sustancial inercia y subordinación,
si no complicidad categórica con las potencias occidentales. En realidad se
impuso la pena de muerte a miles de ciudadanos yugoslavos sin tener en cuenta
ninguna investigación de su posible culpabilidad.
Miles de
personas inocentes han muerto en bombardeos terroristas de aviones
estadounidenses, británicos e italianos. El militarismo humanitario de las
potencias occidentales condujo a un colapso del orden internacional. Por lo
tanto la doctrina y la práctica de la “guerra humanitaria” fueron el primer
paso hacia el uso sistemático de la fuerza militar por una superpotencia
“imperial” que se proponía y se sigue proponiendo imponer su hegemonía
económica, política y militar a todo el mundo por medios terroristas. Por ello,
las “guerras humanitarias” han sido el preludio para las siguientes “guerras preventivas”
contra Afganistán, Irak y Libia. Por lo tanto el aforismo de Pierre Proudhon,
posteriormente utilizado por Carl Schmitt, “Wer Menschheit sagt will
betrügen” ("Quienquiera dice ‘humanidad’ quiere engañar”, vuelve a
confirmarse.
CG: La
Declaración de Bangkok de 1993 opuso los “valores asiáticos” a la concepción
universalista de derechos humanos difundida desde Occidente. Se argumentó que
la universalidad de los derechos humanos es una suposición racional que solo
tiene sentido al referirse a la tradición liberal occidental. ¿Es por ello solo
una ideología entra otras?
DZ: En 1948
la Declaración Universal de los Derechos Humanos otorgó a todos los seres
humanos una serie de derechos individuales, incluido el “derecho a la vida”.
Esperaban erradicar las violentas prácticas del pasado y borrar para siempre la
tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Pero la formalización de derechos
humanos básicos, incluido el “derecho a la vida” no logró los resultados
esperados. En particular, en recientes décadas ha habido fenómenos como la
masacre de miles de soldados y de inocentes civiles, el bombardeo de ciudades
completas y el asesinato sumario de cientos de personas supuestamente
responsables de actos terroristas.
Todo esto
prueba, a mi juicio, que el proceso de globalización tiende a contradecir los
principios afirmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y
tiende a destruir el principio mismo del “derecho a la vida”. Por lo tanto la
Declaración de Bangkok que opuso “valores asiáticos” al universalismo
occidental no es infundada.
Como prueban
informes de Amnistía Internacional, la violación de los derechos humanos ocurre
en crecientes proporciones. Afecta a una gran cantidad de Estados, incluidos
todos los Estados occidentales. Organismos y agencias que deben velar por el
respeto a los derechos humanos –primordialmente el Consejo de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas– carecen de todo poder ejecutivo. Y sistemáticamente sus
decisiones se ignoran y se dejan de lado.
Hay que
pensar en los crímenes cometidos por EE.UU. en Abu Ghraib, Bagram, Guantánamo,
Faluya, fuera de los cometidos por Israel en los territorios palestinos,
particularmente en Gaza y en la masacre de diciembre de 2008 a enero de 2009.
Los responsables de esos crímenes han gozado y siguen gozando de la más
absoluta impunidad, gracias a la connivencia del Tribunal Penal Internacional
en La Haya. Luigi Ferrajoli escribió con autoridad: “La era de los derechos
humanos es también la era de su más masiva violación, donde la desigualdad es
más profunda e intolerable”.
Se necesitan
muy pocos datos para confirmar dramáticamente que el sol se pone sobre la “Era
de los derechos” en la era de la globalización. La Organización Internacional
del Trabajo calcula que 3.000 millones de personas viven ahora bajo la línea de
pobreza, fijada en 2 dólares diarios. John Galbraith, en el prefacio al Informe
de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas en 1998, documentó que un 20% de la
población del mundo se apodera de 86% de todos los bienes y servicios
producidos a escala mundial, mientras el 20% de los más pobres solo consume
1,3%. Hoy en día, después de casi 15 años, esas cifras han cambiado para peor:
El 20% más rico de la población consume un 90% de los bienes producidos,
mientras el 20% más pobre consume 1%. También se calcula que un 40% de la
riqueza del mundo es de propiedad del 1% de la población mundial, mientras las
20 personas más ricas del mundo poseen recursos iguales a los de los mil
millones de gente más pobre.
CG: Críticos
del mundo occidental dicen que EE.UU. utiliza su influencia sobre la ONU para
transformarla en un instrumento de su poder. ¿Piensa que es un argumento
creíble?
DZ: No me
cabe duda de que EE.UU. utiliza su poder absoluto militar y nuclear para
influenciar las decisiones políticas y militares del Consejo de Seguridad de la
ONU. Después del colapso de la Unión Soviética, EE.UU. se convirtió en la única
autoridad capaz de controlar o impedir las decisiones del Consejo de Seguridad.
Por otra parte, EE.UU. toma decisiones que infringen seriamente la Carta de la
ONU sin siquiera tomar en cuenta las provisiones de la Carta. Basta con pensar
en las guerras declaradas y realizadas por EE.UU. contra países como Serbia,
Afganistán, Irak y Libia sin la menor reacción de los Estados miembros del
Consejo de Seguridad.
CG: Usted
escribió que es escéptico respecto a intelectuales a los cuales Hedley Bull
llamó, con un asomo de ironía, globalistas occidentales (Richard Falk, David
Held, Ulrich Beck, Zygmunt Bauman, Juergen Habermas). ¿Por qué no cree que un
gobierno del mundo sería el único antídoto para la guerra?
DZ: La idea
de un gobierno del mundo que pueda asegurar la paz en el mundo es un concepto
vacío de contenido. No tiene sentido porque, ante todo, un gobierno del mundo
debería expresar la voluntad de todos los países del mundo mediante un
parlamento universal, jerárquico y unipolar, en el cual las grandes potencias
deberían vivir lado a lado con los países más pobres. No tiene sentido porque
los llamados países del BRICS – Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–
están emergiendo para competir con las principales potencias occidentales,
eliminando cualquier posibilidad militar-política-económica de un pacifismo
cosmopolita. Un gobierno del mundo, de continuidad con las instituciones
internacionales existentes e inspirado por un modelo cosmopolita, sería
necesariamente un Leviatán, despótico y totalitario, y se opondría a la
propagación del terrorismo mediante el uso generalizado de armas.
CG: Usted no
cree, como Pierre Bourdieu, que la globalización es solo retórica capitalista.
Usted la define también como un cambio en las relaciones humanas determinado
por la revolución tecnológica. ¿Cuál es a su juicio, el aspecto positivo de la
globalización?
DZ: No estoy
de acuerdo con Bourdieu, quien niega la necesidad misma de utilizar el término
“globalización”. Desde mi punto de vista, la globalización muestra aspectos muy
diferentes. Por una parte, pienso que deberíamos rechazar firmemente la
retórica occidental de globalización que la convierte en la principal ruta
hacia la unificación de la humanidad, y al advenimiento de la ciudadanía
universal. Al mismo tiempo, tiendo a desconfiar de las posiciones radicalmente
escépticas que explican la globalización como retórica capitalista.
No niego la
retórica y no subestimo la manipulación ideológica. Sin embargo, argumento que
la retórica y la ideología se desarrollan desde algunos fenómenos empíricos de
los cuales sería muy miope ignorar la innovación y relevancia.
En este
sentido, la bien conocida propuesta de la definición de Antony Giddens, a mi
juicio, identifica un elemento que tenemos que aclarar: Lo que llamamos
globalización es de muchas maneras el resultado de una serie de compresiones de
espacio y tiempo, originadas por la gran reducción del tiempo y del coste en el
transporte y las comunicaciones, y la eliminación de muchas barreras
(ciertamente no todas) en el movimiento internacional de bienes, servicios,
capital y conocimiento. Sostener que el proceso de globalización es irreversible
no significa que se considere cómo un fenómeno natural o el resultado de que
“fuerzas anónimas” aleatorias y desordenadas operen en una “tierra de nadie
nebulosa y encenagada”, como escribe Zygmunt Bauman. Por otra parte, Luciano
Gallino tiene toda la razón cuando dice que los resultados políticos,
comunicacionales y económicos de la globalización corresponden a un proyecto
diseñado y construido conscientemente por las principales potencias del mundo y
las instituciones internacionales que controlan. Por ello es necesario
distinguir, como argumenta Joseph Stiglitz, entre los procesos de globalización
como tales y su administración política por las principales potencias
económicas y políticas del planeta. Y esa administración no puede ser
considerada de ninguna manera “irreversible”.
CG: Su
próximo libro, que está a punto de ser publicado por Laterza en Italia llevará
el título Democracy without a Future. ¿Piensa que nuestro futuro será
verdaderamente muy sombrío?
DZ: No cabe
duda, a mi juicio, de que en Occidente las instituciones que llamamos
“democráticas” están en serio peligro, especialmente en Europa e Italia. La
soberanía política y legal de las naciones Estado ha sido considerablemente
debilitada, mientras la función de los parlamentos es limitada por el poder de
burocracias públicas y privadas, incluyendo la burocracia judicial y los
tribunales constitucionales. Al mismo tiempo, el poder ejecutivo tiende a
asumir una función hegemónica sin tomar en cuenta la división de poderes que ha
sido el sello distintivo del Estado constitucional europeo continental y del
Estado de derecho anglo-estadounidense.
La
democracia parlamentaria cede el paso a la “telecracia”.
Los canales de televisión públicos y privados son instrumentos muy efectivos de
propaganda política. Como señaló Norberto
Bobbio, el enorme poder de la televisión ha causado un cambio de rumbo de
la relación entre ciudadanos que controlan y ciudadanos que son controlados. La
minoría limitada de representantes elegidos controla a las masas de votantes y
no viceversa. Por ello estamos en un régimen al que no es retórico calificar de
“tele-oligarquía
post democrática”, en el cual la vasta mayoría de la gente no
“escoge” y no “elige” sino ignora y obedece.
Cientos de
miles de jóvenes, mujeres y ancianos no tienen trabajo, ni siquiera los más
insignificantes, y viven en la pobreza. ¿Significa que nos espera un mañana
“muy sombrío”? No es fácil responder esa pregunta. Lo que parece absolutamente
seguro es el progresivo debilitamiento de las funciones políticas y económicas
de Estados individuales y la dominación de algunas elites económicas y
políticas que sirven intereses privados intocables. Es la así llamada “nueva
clase capitalista transnacional” que domina los procesos de globalización desde la punta de
torres de vidrio en ciudades como Nueva York, Washington, Londres, Frankfurt,
Nueva Delhi, Shanghái.
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Claudio
Gallo es editor de noticias del mundo del diario italiano La Stampa.
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