&&&&&
La mentira que defienden para llegar a
tan amarga conclusión es tan sobradamente conocida que sorprende la falta de ingenio: el hambre es
resultado de la escasez de alimentos, por lo que se requiere aumentar la
productividad, y eso sólo sabe hacerlo la industria agrícola, eficiente y dinámica, no la pequeña
agricultura, lastre del desarrollo. Lo contrario de decir verdades es decir mentiras. Si
por algo se caracteriza el sistema agroalimentario industrial es por
su ineficacia a la hora de producir alimentos y combatir el hambre: en la agricultura y ganadería industrial
se acaba despilfarrando la mitad de lo que se produce; en la pesca industrial se
descarta casi 40 por ciento de lo que se pesca y –si hablamos de comer– ¿de qué nos sirve un modelo que destina las
mayores plantaciones del planeta para materias primas que no consume
directamente el ser humano?: granos para combustibles y piensos, árboles para celulosa, soya para
cualquier cosa, etcétera. Finalmente, cuando la industria alimentaria de
los monocultivos produce alimentos para las personas, éstos siguen siempre la
misma ruta: de las áreas de pobreza y hambre a las áreas
de dinero y abundancia.
/////
La FAO se suma a los "cuarteles de
la mentira"
Mentir para matar de hambre.
*****
Rebelión.- Viernes 21 de septiembre del 2012.
Gustavo Duch.
La Jornada.
Hasta ahora
tres son los cuarteles de la mentira desde donde se dirige la globalización [o
la tiranía de cómo hacer de los bienes y recursos colectivos del planeta una
maletín de beneficios privados para unos muy pocos]. A saber. El Fondo
Monetario Internacional, que nació para impulsar la cooperación económica y
evitar otra gran depresión como la de los años 30 y que, dictando políticas
para despolitizar, ha hecho de las depresiones hoyos profundos. Y en cada hoyo
hay una sepultura. En segundo lugar, el Banco Mundial, que dice en su eslogan trabajamos
por un mundo sin pobreza, y tan mal trabaja, condicionando prestamos sí o
prestamos no, que la pobreza se extiende por el mundo entero. Y, por último, la
Organización Mundial de Comercio que, para hacer un comercio más abierto –dice
su página web–, prohíbe proteger al pequeño y prohíbe no defender al grande.
Bien, pues
desde el pasado 6 de septiembre, añadamos a la FAO, Organización de Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Como su función es luchar por
un mundo sin hambre, ha declarado querer hacer de la agricultura una arma
de hambrear. No puede ser otra la conclusión después de leer el artículo que su
director general, José Graziano da Silva, y Suma Chakrabarti, presidente del
Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, publicaron en el Wall
Street Journal. Una ristra de mentiras que alaba y promueve las inversiones
para el acaparamiento de tierras campesinas a favor de los agronegocios de
exportación y especulación.
La mentira
que defienden para llegar a tan amarga conclusión es tan sobradamente conocida
que sorprende la falta de ingenio: el hambre es resultado de la escasez de
alimentos, por lo que se requiere aumentar la productividad, y eso sólo sabe
hacerlo la industria agrícola, eficiente y dinámica, no la pequeña agricultura,
lastre del desarrollo. Lo contrario de decir verdades es decir mentiras.
Si por algo
se caracteriza el sistema agroalimentario industrial es por su ineficacia a la
hora de producir alimentos y combatir el hambre: en la agricultura y ganadería
industrial se acaba despilfarrando la mitad de lo que se produce; en la pesca
industrial se descarta casi 40 por ciento de lo que se pesca y –si hablamos de
comer– ¿de qué nos sirve un modelo que destina las mayores plantaciones del
planeta para materias primas que no consume directamente el ser humano?: granos
para combustibles y piensos, árboles para celulosa, soya para cualquier cosa,
etcétera. Finalmente, cuando la industria alimentaria de los monocultivos
produce alimentos para las personas, éstos siguen siempre la misma ruta: de las
áreas de pobreza y hambre a las áreas de dinero y abundancia.
Por el
contrario, y utilizando ejemplos de los mismos países a los que el artículo se
refiere, en Rusia, Ucrania y Kazajstán la productividad es muchísimo más alta
en las tierras en manos campesinas que en aquellas en manos del agronegocio,
como explica el documento comparativo elaborado por La Vía Campesina, Grain,
Etc Group, entre otros. “Las y los pequeños agricultores de Rusia –continúa el
documento– producen más de la mitad del producto agrícola con sólo un cuarto
del área agrícola; en Ucrania son la fuente de 55 por ciento de la producción
con sólo 16 por ciento de la tierra, mientras en Kazajstán entregan 73 por
ciento con apenas la mitad de la superficie”.
Es fácil de
entender: una finca agroindustrial se diseña para un monocultivo que crece a
base de fertilizantes, maquinaria, pesticidas… dando por resultado un buen
número de unidades alimentarias por hectárea pero castigando tanto el suelo que
progresivamente sus cosechas van disminuyendo. La agricultura campesina, en la
misma superficie, produce variados cultivos que hacen una cesta final mayor,
cuidando –como premisa fundamental– el suelo, que cuando sólo se mantienen o
mejoran sus rendimientos.
No es la
capacidad productiva campesina la razón de la crisis alimentaria, sino las
dificultades con las que la población campesina debe convivir para ponerla en
práctica: las mejores tierras (lo hemos visto) en manos ajenas; normativas que
favorecen los negocios de importación y exportación, arrinconando a las
pequeñas agriculturas nacionales; la industria alimentaria subvencionada, junto
con las desregulaciones, hace que se paguen los alimentos a las y los
productores por debajo de sus costos, mientras que el precio final en el
mercado lo marca la especulación en las bolsas de Chicago o Nueva York; la
expansión de los monocultivos expulsa a millones de personas campesinas de sus
tierras o se hace con sus aguas de riego, y hay muchas más razones. Si el
hambre campesina –no hay duda– nace de la voracidad de la industria agraria, es
inaceptable que la FAO, organismo de Naciones Unidas, olvide a los seres
humanos y sus derechos para ponerse al servicio de los agro-negocios de
especuladores financieros, bancos o multinacionales y de sus cajas de caudales.
Si
verdaderamente la FAO quiere combatir el hambre debe mejorar su análisis. La
población campesina (más de la mitad de la población mundial), aun desposeída
de los recursos productivos, es capaz de producir 70 por ciento de los
alimentos del planeta, pero son ellas y ellos también el colectivo con mayor
porcentaje de pobreza y carestías. No piensen en producir más alimentos;
piensen en cómo reproducir medios de vida para la población productora de alimentos, las
y los campesinos: seres humanos con los pies en la tierra.
*****
Gustavo Duch es autor de
Sin lavarse las manos. Coordinador de la revista Soberanía
Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario