&&&&&
Los bancos centrales son las
instituciones con más poder político, aunque no se les inspecciona
adecuadamente, del capitalismo
contemporáneo. Esto es porque no se espera que los bancos centrales sean
poderosos en sentido político. El
sistema moderno de los bancos centrales se base en la suposición de que se
componen de tecnócratas políticamente neutros, que sus actividades se
limitan fundamentalmente al control de la inflación de precios mediante
mecanismos simples y que, como tal, pueden operar independientemente de
controles políticos formales. Con la
crisis, se ha roto en pedazos este guión, puesto que los bancos centrales,
en particular el BCE, se han salido
de sus papeles convenidos con el fin de desempeñar varias funciones
controvertidas: proveedor de bienestar indefinido y sin contrapartidas para el sistema
bancario; el árbitro principal en la deuda soberana -con la capacidad
de derribar gobiernos-; y en el caso del BCE el defensor más directo de la austeridad fiscal
democrática. Ha llegado el momento de examinar esta situación con más
detenimiento.
El BCE soporta estas influencias, pero se
le considera más como hijo del Bundesbank alemán. La estabilidad monetaria es un tema sensible en la
historia alemana. La hiperinflación
preparó el camino para la extrema derecha en los años 30 y los éxitos
económicos iniciales de Hitler implicaron que se obligase al Reichsbank a
financiar el rearme. Después de la
guerra se abolió al Reichsbank, gran parte de la gigantesca deuda
alemana se canceló dentro del Plan
Marshall y el Bundesbank independiente se estableció para
asegurar que nada de esto se repitiera. El
Bundesbank, enemigo de la inflación y que consideraba las políticas
fiscales expansionistas como peligrosas, fue parte íntegra del Ordoliberalism [variante alemana del neoliberalismo]. Se
declaró responsable del wirtschaftswunder
[prodigio económico] de la Alemania de la posguerra, frustró a sucesivos
cancilleres alemanes y convirtió al marco alemán en la moneda fuerte de Europa.
La política
monetaria de todo el continente siguió al Bundesbank con
ciclos constantes de ajuste de la moneda. El euro se suele representar como un proyecto
político de un idealismo ingenuo o un aparente imperialismo nefario. Sin
embargo también nació al amparo de objetivos menos románticos de política monetaria: para acabar con la
inestabilidad de los tipos de cambio y la especulación con las divisas; para
dar a Alemania una moneda más débil
con el fin de impulsar sus exportaciones; para liberar a
Francia de la subordinación al Bundesbank;
y para reducir los impedimentos a la inversión.
/////
Los 5 grandes bancos europeos ganan 8,400 millones de euros, el primer semestre del 2012. Las políticas anti-crisis aplicadas por los diferentes gobiernos de la euro-zona, favorecen íntegramente a los bancos.
***
EUROPA: Austeridad para el pueblo, bienestar para los bancos.
La receta del Banco Central Europeo. BCE.
*****
Andrew
Bowman y Leigh Phillips.
Rebelión
domingo 23 de septiembre del 2012.
El tratamiento despiadado por parte del Banco
Central Europeo de los Estados endeudados contrasta con su apoyo a los
bancos. Andrew Bowman y Leigh Phillips analizan cómo los bancos centrales han
utilizado la crisis para asumir un nuevo papel, que va desde apuntalar a
banqueros a derribar gobiernos.
Traducido
para Rebelión por Christine Lewis Carroll.
|
Mientras la Eurozona se balancea al borde del
precipicio, continúa la construcción, en el distrito financiero de Frankfurt,
de la nueva sede del Banco Central Europeo (BCE). La fecha de terminación está
prevista para 2014 y el rascacielos de 185 metros de altura y diseño futurista
tendrá el doble de espacio para oficinas que el edificio actual del BCE, el Eurotower.
Encarna las expectativas de futuro de la moneda única precisamente para la
institución que, sin ella, no tiene futuro.
A medida que se ha ido
desplegando la crisis financiera en los últimos cinco años, la prensa y el
debate político han concentrado su atención en las acciones de los dirigentes
políticos nacionales. Sin embargo, los funcionarios en la trastienda del banco
central han sido muchas veces unos personajes muy influyentes.
En ninguna parte es esto más
cierto que en el BCE. Los procesos de toma de decisiones en la Unión Europea
(UE) son incapaces de reconciliar los intereses nacionales y paneuropeos y en
ausencia de una política fiscal para la Eurozona, el BCE ha llenado la brecha.
Todos han recurrido al BCE: primeros ministros que no saben cómo
controlar los intereses sobre los préstamos en sus países, los bancos que necesitan liquidez durante la prolongada crisis
crediticia y la más escurridiza de todas las entidades, ‘los mercados’, que buscan ‘una vuelta a la confianza’. Junto con
la Reserva Federal de USA y el Banco de Inglaterra el BCE ha actuado como un
sistema de soporte vital para el inflado sector financiero de occidente.
Los bancos centrales son las
instituciones con más poder político, aunque no se les inspecciona
adecuadamente, del capitalismo contemporáneo. Esto es porque no se espera que
los bancos centrales sean poderosos en sentido político. El sistema moderno de
los bancos centrales se base en la suposición de que se componen de tecnócratas
políticamente neutros, que sus actividades se limitan fundamentalmente al
control de la inflación de precios mediante mecanismos simples y que, como tal,
pueden operar independientemente de controles políticos formales.
Con la crisis, se ha roto en
pedazos este guión, puesto que los bancos centrales, en particular el BCE, se
han salido de sus papeles convenidos con el fin de desempeñar varias funciones
controvertidas: proveedor de bienestar indefinido y sin contrapartidas para el
sistema bancario; el árbitro principal en la deuda soberana -con la capacidad
de derribar gobiernos-; y en el caso del BCE el defensor más directo de la
austeridad fiscal democrática. Ha llegado el momento de examinar esta situación
con más detenimiento.
Antecedentes.
Desde el establecimiento de los
primeros bancos centrales en el siglo 18 han tenido siempre una relación
tirante con la política. Sus deberes, métodos e independencia se han
renegociado periódicamente: desde el papel original de ayuda al Estado para
conseguir financiación para la guerra; a un ‘banco de bancos’ independiente durante el patrón oro previo a
1914; y un siervo del crecimiento estatal y las políticas de empleo de la
posguerra. La crisis de stagflation [cuando
se produce un estancamiento de la economía y el ritmo de la inflación no cede]
de los años 70 y el triunfo político del neoliberalismo acarreó un enfoque
‘monetarista’ más limitado, donde se atajaba la inflación mediante el control
de la cantidad de dinero disponible y, más tarde, los tipos de interés a corto
plazo.
La independencia formal de las influencias
corruptoras de la política democrática -que se consideró responsable de la
incapacidad de los bancos centrales de controlar la inflación de los años 70-
llegó a ser la meta. El papel histórico como guardián de la estabilidad
financiera fue menos prioritario porque se suponía que la innovación financiera
que sembraba riesgo y los avances en la ‘ciencia’ de la política monetaria
harían menos probables las crisis financieras.
El BCE soporta
estas influencias, pero se le considera más como hijo del Bundesbank alemán.
La estabilidad monetaria es un tema sensible en la historia alemana. La
hiperinflación preparó el camino para la extrema derecha en los años 30 y los
éxitos económicos iniciales de Hitler implicaron que se obligase al Reichsbank
a financiar el rearme. Después de la guerra se abolió al Reichsbank, gran
parte de la gigantesca deuda alemana se canceló dentro del Plan Marshall y el Bundesbank
independiente se estableció para asegurar que nada de esto se repitiera.
El Bundesbank, enemigo de la inflación y que consideraba las
políticas fiscales expansionistas como peligrosas, fue parte íntegra del Ordoliberalism
[variante alemana del neoliberalismo]. Se declaró responsable del wirtschaftswunder
[prodigio económico] de la Alemania de la posguerra, frustró a sucesivos
cancilleres alemanes y convirtió al marco alemán en la moneda fuerte de Europa.
La política monetaria de todo el continente siguió al Bundesbank con
ciclos constantes de ajuste de la moneda.
El euro se suele representar como un proyecto
político de un idealismo ingenuo o un
aparente imperialismo nefario. Sin embargo también nació al amparo de objetivos
menos románticos de política monetaria: para acabar con la inestabilidad de los
tipos de cambio y la especulación con las divisas; para dar a Alemania una
moneda más débil con el fin de impulsar sus exportaciones; para liberar a
Francia de la subordinación al Bundesbank; y para reducir los
impedimentos a la inversión.
La salida del marco alemán no fue
fácil para Alemania. A Helmut Kohl
se le atribuye haber dicho a Mitterand
durante las discusiones sobre la moneda única: “El marco alemán es nuestra
bandera. Es el fundamento de la reconstrucción de la posguerra. Es parte
esencial de nuestro orgullo nacional; no tenemos mucho más”.
Para aplacar las preocupaciones,
el BCE se localizó en Frankfurt con
una estructura de gobierno y atribuciones similares al Bundesbank, lo
que incluía el objetivo primario de estabilidad en los precios. Se sugirió que
la moneda única no funcionaría si la política monetaria estuviera sometida al
regateo entre los distintos gobiernos nacionales. Por lo tanto, mientras los
bancos centrales nacionales implementaban las operaciones monetarias, el BCE tomaría sus decisiones
independientemente de los gobiernos mediante la combinación de un consejo de
administración de seis personas y los representantes de los bancos nacionales
centrales de la Eurozona. Sus reuniones de toma de decisiones serían secretas.
Su constitución declaraba ilegal que el BCE siguiera instrucciones de las
instituciones de la Comisión Europea o los gobiernos nacionales o que se
financiaran los gastos de los Estados miembro al comprar sus bonos. En ausencia
de una autoridad fiscal de contrapeso, el BCE se encontraba entre los bancos centrales más poderosos
del mundo y sin rendir cuentas a nadie.
La crisis de la democracia y la destrucción del Estado de Bienestar ha generado directamente el nuevo poder financiero-político: La Bancocracia. El nuevo poder político de los bancos.
***
La
gestión de la crisis: hacer cumplir las medidas de austeridad.
El euro no planteó inicialmente
ninguno de los problemas que sus detractores habían vaticinado. La Eurozona
participó en la llamada ‘Gran Moderación’ de la primera década del siglo 21:
crecimiento estable, baja inflación, bajos tipos de interés y una moderada
regulación financiera. La credibilidad de los banqueros centrales subió e igual
que la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra se convirtió en cheerleader
de los servicios financieros.
Jean-Claude Trichet, presidente del BCE en los momentos del auge económico, aseguró a los
dudosos que la integración allanaría los desequilibrios económicos de la
Eurozona y que el capital se trasladaría automáticamente donde pudiera
utilizarse con más eficiencia sin una redistribución fiscal políticamente
controvertida. Las mayores tasas de crecimiento de Irlanda, Grecia, España y
otros en los primeros años del siglo 21 parecen confirmar esto. Los mayores
bancos de inversión prosperaron al trasladar capital de las naciones del norte
de Europa que arrojaban excedentes presupuestarios -en especial Alemania- para
invertirlo en las burbujas crediticias de la periferia de la Eurozona. Junto
con las burbujas, se ignoraron en gran medida las diferencias crecientes en los
balances de pago, los sueldos y la inflación.
La arrogancia precrisis de los banqueros centrales se apoyó en la capacidad de predicción de la
economía monetaria que -como la economía en general- había llegado a ser más
esotérica y algebraica. Esto también reforzó las alegaciones de neutralidad
política. Después de la crisis la fachada se derrumbó.
El BCE respondió a la crisis
crediticia de 2007 con una provisión de liquidez bancaria que continuó en los
años posteriores. A diferencia del Banco de Inglaterra y la Reserva Federal, no
se lanzó a la compra masiva de bonos del Estado -flexibilización cuantitativa-
a causa de su mandato de no financiar gobiernos, ya que ésta desincentiva la
prudencia presupuestaria. El BCE siguió a Angela Merkel al calificar la
flexibilización cuantitativa anglosajona como un riesgo inflacionista.
La crisis de la deuda de la
Eurozona que empezó en Grecia en mayo de 2010 forzó un cambio de rumbo. El BCE
tuvo que escoger entre (1) meterse en el mercado de bonos y monetizar los bonos
de Estado de la zona periférica con el fin de reducir el coste de pedir
prestado y los riesgos de suspensión de pagos de los bancos que sostenían la
deuda (anatema de los principios del Bundesbank) o (2) contemplar la
posible desintegración de la unión monetaria.
Decidió meterse en el mercado con
la compra por valor de 74.000 millones de euros de deuda pública griega,
portuguesa e irlandesa mediante el Securities market programme (SMP) en
el mercado secundario de bonos (la compra de bonos a titulares que no son los
gobiernos). La demanda cayó en picado a consecuencia de los desastrosos
programas de austeridad y los llamamientos a la acción por parte del BCE han
sido implacables. Cuando el programa SMP se detuvo en marzo de 2011, los
rendimientos de los bonos volvieron a subir. Cuando la crisis llegó a España e
Italia y el mecanismo europeo de estabilidad financiera (el fondo de rescate
temporal de la UE) se mostró inadecuado, el BCE volvió a intervenir y compró en
el verano de 2011 deuda soberana con problemas por valor de 210.000 millones de
euros al ritmo de aproximadamente 14.000 millones a la semana.
Sin embargo, el BCE ha utilizado
su poder selectivamente; Merkel lo atacó por ser demasiado indulgente mientras
Sarkozy y Cameron (éste imploró que el BCE usara la “gran bazuca”) lo hicieron
justo por lo contrario. Las peleas sobre el tamaño del SMP crearon discordia
dentro del BCE, lo que provocó la dimisión del economista jefe alemán del BCE,
Jürgen Stark, y Axel Weber del Bundesbank.
Para los pueblos de los países de
la periferia de la Eurozona, las acciones del BCE han tenido su precio: la
austeridad. Al BCE se le conoce por su alergia a cualquier insinuación de
interferencia política en sus asuntos. Pero Frankfurt no tiene inhibiciones
cuando se trata de los asuntos de los gobiernos democráticamente elegidos en
los que interviene habitualmente. El presidente actual del BCE, Mario Draghi,
sigue a su antecesor al reiterar la falacia de que el gasto irresponsable de
los gobiernos ha causado la crisis -un análisis que los exonera
convenientemente de sus propias deficiencias- y hace hincapié en el mensaje de
cómo hay que tratar a los receptores de rescates.
La mayoría de los ciudadanos de
los ‘países del SMP’ -que quiere decir que han perdido soberanía a cambio de
los rescates- estará familiarizada ya con la temida llegada trimestral de los
inspectores de la Troika (los controladores de la austeridad y los ajustes
estructurales procedentes de la Comisión Europea, el Fondo Monetario
Internacional y el BCE). Después de contemplar esta rendición humillante y casi
completa de la soberanía fiscal, el primer ministro portugués, José Sócrates, y
más recientemente su homólogo español, Mariano Rajoy, negó la posibilidad de sufrir
una indignidad similar. Un golpe de estado financiero perpetrado por el BCE
metió en vereda a Sócrates.
“He visto lo que pasó a Grecia e
Irlanda y no quiero que ocurra lo mismo en mi país. Portugal se las arreglará
solo; no será necesario un rescate”, afirmó. Pocos días después de sucumbir en
abril del año pasado, se supo que el jefe del BCE había impuesto su voluntad al
quitar el tapón al Estado. Cuando los bancos portugueses anunciaron que ya no
comprarían bonos si Lisboa no pedía el rescate, Sócrates no tuvo más remedio
que solicitar una cuerda de salvamento externa. Más tarde esa semana el jefe de
la asociación de la banca de Portugal, Antonio de Sousa, dijo que había
recibido “instrucciones precisas” del BCE y del Banco de Portugal de cerrar el
grifo. Hasta los cínicos más curtidos en Lisboa y Bruselas se asombraron y
declararon en privado que el BCE había cruzado la línea.
En agosto del año pasado el BCE
se apresuró a rescatar a Italia y España mediante la compra masiva de bonos
cuando los niveles de rendimiento de éstos se estaban acercando a los de Grecia
e Irlanda y estos países solicitaron ayuda a los prestamistas internacionales.
Una carta secreta del jefe del BCE en aquel momento, Jean-Claude Trichet, y su sucesor Mario Draghi, cuyo contenido divulgó el diario italiano Corriere
della serra, esbozó lo que querían a cambio de esta ayuda: todavía más
austeridad y la desregulación del mercado laboral. La carta indicaba con
exactitud al gobierno italiano qué medidas tenía que implantar, cuándo y con qué
mecanismos legislativos. El BCE, no elegido y que tampoco rinde cuentas a
nadie, dirigía ahora la política fiscal y laboral de Italia. En secreto. Hasta
Silvio Berlusconi dijo en aquel momento “parecemos un gobierno ocupado”.
Cuando el primer ministro griego,
Geórgios Papandréou, anunció en
octubre del año pasado que iba a celebrar un referéndum sobre el segundo
rescate y mayor austeridad, a los mercados les dio un ataque de nervios. El 2
de noviembre el grupo de Frankfurt -un
octeto autoescogido, no elegido y que se creó en octubre del año pasado, se
dice durante la fiesta de despedida de Jean-Claude Trichet- lo llamaron al
orden.
El grupo de Frankfurt constaba en aquel momento de la jefa del FMI,
Christine Lagarde; la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente francés
Nicolas Sarkozy; el recién instalado jefe del BCE, Mario Draghi; el presidente
de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso; el presidente del Eurogrupo
(el grupo de Estados que utilizan el euro), Jean-Claude Juncker; el presidente
del Consejo Europeo, Herman van Rompuy; y el comisionado de la Unión Europea,
Olli Rehn. Decidieron que ya habían visto suficiente de Papandréou, incapaz de
implementar los recortes y la desregulación que exigían.
Unos días más tarde, Papandréou suspendió el referéndum y
dimitió. Fue sustituido por el tecnócrata no elegido, Lucas Papademos, anterior
vicepresidente del BCE y negociador del primer rescate griego. La Troika había
dado un paso más que la maniobra que forzó al dirigente portugués a pedir un rescate
en contra de su voluntad; por primera vez se había derrocado a un gobierno,
suspendido la democracia griega e instalado un gobierno propio. Días más tarde
se hizo lo mismo en Italia.
Si el derrocamiento del primer ministro griego fue más una consecuencia de la intervención del
politburó europeo -con el BCE en el centro-, la mayoría de analistas tiene
claro que el derrocamiento de Berlusconi, intocable incluso después de 18 años
de juicios, fiestas bunga-bunga y escándalos de corrupción, fue obra
directa del BCE. A medida que el rendimiento de los bonos se acercaba al 6,5%
-la zona de peligro en que Atenas, Dublín
y Lisboa habían solicitado que se les rescatara-, se informaba ampliamente
de que Draghi presionaba a Berlusconi para que dimitiera. Esto se hizo patente
porque la compra de bonos italianos por parte del BCE fue muy limitada. Esta
arma del mercado de bonos a disposición de Frankfurt fue mucho mayor que
cualquier presión procedente del partido de Berlusconi o la oposición.
El derrocamiento de dos primeros
ministros en sólo una semana sirvió de aviso musculoso y sin ambigüedad a otros
gobiernos de que el BCE es el que quita y pone. Cuando el primer ministro
español, Mariano Rajoy, se resistía
a pedir un rescate, consciente de que entregaba la soberanía de su país, se
presionó a Madrid para que capitulara. El BCE lo animó públicamente a no
demorar la petición de rescate al recordarlo cortésmente el papel que el BCE había desempeñado en echar a
Berlusconi.
Las propuestas hechas el 25 de
junio de ir hacia una ‘unión política’ de la UE por parte del cuarteto
autoelegido de los presidentes del Consejo Europeo, de la Comisión Europea, del
Eurogrupo y del BCE van mucho más
allá de la revisión centralizada de la Unión Europea de los presupuestos
nacionales y las multas aprobadas el año pasado y hacia un fondo de soberanía
sin supervisión democrática. Se le otorgaría a Bruselas el poder de reescribir
los presupuestos nacionales y si un país necesitase aumentar el volumen de sus
préstamos, tendría que pedir permiso a los demás gobiernos de la Eurozona. Esto
está en línea con la visión de la unión política que el ex jefe del BCE, Jean-Claude Trichet, esbozó en
junio del año pasado cuando todavía estaba en funciones; es decir, un veto
centralizado de los presupuestos nacionales esgrimido conjuntamente por la
Comisión y el Consejo ‘en asociación con’ el BCE, donde los gobiernos que
gastan demasiado se declararían en suspensión de pagos.
La visión del BCE, expuesta en
varias ocasiones por Trichet y su sucesor, se describió como un ‘salto enorme’.
Tiene dos características: por un lado un programa liberalizador radical de
desregulación del mercado laboral, la reestructuración de las pensiones y la
deflación de los sueldos y por otro lado la transferencia del control de la
política fiscal por parte de los parlamentos a manos de ‘expertos’, que a largo
plazo significará un ministerio de finanzas de la UE, de la misma manera que la
política monetaria se ha retirado de las cámaras democráticas para colocarla en
manos de Frankfurt.
Los analistas ortodoxos muestran
bastante simpatía por los objetivos del banco central. Jacob Funk Kirkegaard del Peterson Institute, el grupo de
expertos económicos de Washington, ha escrito “el BCE se halla dentro de un
juego estratégico con los gobiernos democráticos de Europa”, una estrategia
excesivamente política “orientada a conseguir que los diseñadores de políticas
recalcitrantes de la Eurozona hagan cosas que de otra manera no harían”. El
banco “contempla el diseño de las instituciones políticas que gobernarán la
Eurozona durante décadas”. Para
Kirkegaard y otros observadores veteranos del BCE, el principal objetivo no
es en último término España o Italia, sino Francia, históricamente resistente a
una reglamentación fiscal más vinculante de la Eurozona, considerada una
vulneración radical de su soberanía. Al hacer poco frente a los ataques del
mercado sobre España e Italia, Frankfurt advierte a París y a su
nuevo presidente de que no tiene más remedio que acceder a su visión de la
gobernanza fiscal tecnócrata.
La juventud europea es la más afectada por el empleo. El 50% de los jóvenes en varios países de la euro-zona están en condición de desempleados. Profesionales y calificados igualmente no encuentran futuro en un sistema que se cae en pedazos, producto de la crisis estructural multidimensional del sistema capitalista.
***
Welfarism* de los bancos.
El tratamiento despiadado por
parte del BCE de los Estados
soberanos endeudados contrasta con su apoyo a los bancos. La gran cantidad de
liquidez proporcionada a los bancos desde el inicio de la crisis ha
empequeñecido su apoyo a la deuda soberana.
La crisis de la deuda soberana en
realidad ha sido siempre una continuación de la crisis bancaria de 2008. En
ausencia de reformas serias, los bancos han permanecido frágiles,
sobreapalancados y altamente interconectados entre fronteras. Las suspensiones
de pagos soberanas significarían el desastre para muchos de los principales
bancos de las economías más importantes de la Eurozona -sin hablar del Reino Unido- que, escasos de
oportunidades seguras de inversión AAA y provistos de nueva liquidez procedente
de los programas de apoyo de sus bancos centrales, miraron hacia el sur en 2008
y 2009 para invertir en deuda soberana periférica. Los rescates de estos
Estados fueron rescates de los bancos también.
Además del riesgo de suspensión
de pagos, la crisis de la deuda soberana plantea problemas adicionales para los
bancos. La mayoría depende fuertemente de pedir prestado a corto plazo en los
mercados monetarios interbancarios en los que deben comprometer activos como
colaterales para recibir un préstamo. Cuando un prestamista ha recibido este
producto colateral de un prestatario, lo puede usar también como colateral de
sus propios préstamos y así acumular una cadena de deuda en un proceso que se
conoce como ‘rehipotecación’.
Antes de la crisis, los valores
respaldados por activos AAA, ahora
tristemente célebres, fueron importantes por su uso en los préstamos
‘colateralizados’. Pero cuando se cuestionó su valor y su valoración cayó, ya
no eran aptos (un factor principal de la causa de la crisis crediticia). Los bonos del Estado se aceptan
generalmente como un activo colateral seguro para utilizar como préstamo, pero
la crisis de la deuda y las degradaciones de la deuda periférica efectuadas por
las agencias de calificación han hecho que gran parte de los bonos del Estado
no sea idónea, exacerbando los problemas de liquidez.
El BCE ha
intervenido para apoyar el sector bancario al facilitar continuamente balsas de
préstamos baratos para, en la práctica, mantener vivos a los bancos zombis.
Desde 2007 los préstamos del BCE a
las instituciones de crédito de la Eurozona han triplicado desde
aproximadamente 400.000 millones de euros a más de 1.200.000 millones de euros.
El balance del BCE se ha
incrementado desde aproximadamente el 15% a más del 30% del PIB de la Eurozona.
Como continúa aceptando los
activos colaterales ‘no negociables’, el
BCE permite a los bancos cambiar sus malas inversiones de los años buenos
por dinero de mejor calidad: el de la reserva del banco central.
Estas acciones empezaron con el
comienzo de la crisis crediticia de agosto de 2007 cuando el BCE inyectó rápidamente 95.000 millones
de euros de liquidez automática a los bancos con problemas de la Eurozona. Esto continuó en años
sucesivos, pero la intervención más dramática tuvo lugar en diciembre de 2011
con ocasión de una operación de refinanciación a largo plazo (LTRO por sus
siglas en inglés), un término árido para una acción sin precedentes.
Como se temía que el sistema
bancario de la Eurozona estaba al borde de un colapso estilo Lehman, el BCE proporcionó al sistema
bancario un suministro ilimitado de préstamos ‘colateralizados’ a tres años a
un interés del 1% al sistema bancario el 21 de diciembre de 2011 y otra vez el
28 de febrero de 2012. En total la cantidad era aproximadamente de un billón de
euros. Los beneficiarios fueron los principales bancos de la Eurozona y también
del Reino Unido. Dado que los bancos
utilizaron sus activos malos como colaterales, esto casi representó dinero
gratis.
El objetivo declarado de la LTRO
era que los bancos volvieran a prestar a la ‘economía real’. Sin embargo, hay
poca evidencia de que esto ocurriera. Analistas del banco ING estimaron que de
los 489.000 millones de euros prestados en la LTRO de diciembre de 2011, sólo
50.000 millones de euros volvieron a la economía.
Uno de los resultados de todo
este apoyo ha sido el uso de los préstamos fácilmente accesibles del BCE para emprender operaciones de carry
trade -pedir prestado dinero a bajo interés y prestar a interés mayor- con
los gobiernos de la Eurozona. Como el BCE
no puede prestar directamente a los gobiernos, presta más barato a los bancos
que a su vez prestan a gobiernos y reciben mayores tipos de interés a cambio.
Se dice que los bancos españoles, por ejemplo, han comprado 83.000 millones de
euros en bonos del Estado español desde diciembre. Esto es más que una manera
fácil de hacer dinero: intensifica la relación entre los bancos comerciales y
el Estado, de forma que cada uno no pueda sobrevivir sin el otro.
Como consecuencia de este apoyo a
los bancos, el BCE está ahora en
posesión de una gran cartera de cientos de miles de millones de euros de
activos bancarios arriesgados. Esto va mucho más allá de hacer de ‘prestamista
de último recurso’ al sistema bancario -lo que se espera tradicionalmente de
los bancos centrales- y representa una transferencia masiva de riesgo desde las
áreas privadas a la públicas. El valor de estos activos, muchos de los cuales
están vinculados a los mercados inmobiliarios hiperinflados, permanece muy
incierto.
El desenlace para los bancos
centrales no está claro. Algunos economistas argumentan que no pueden volverse
insolventes porque imprimen dinero; otros temen que esto crearía una pérdida de
confianza en la moneda y que se requeriría una recapitalización cara (y
políticamente explosiva) del BCE de
mano de los gobiernos de la Eurozona.
Las operaciones de apoyo al sector financiero por parte de los
bancos centrales se han retratado como medidas técnicas para mantener en
movimiento el sistema de crédito. Pero su mismo tamaño plantea una pregunta
política: ¿por qué mantiene una institución política una industria bancaria tan
grande, tan frágil y con una contribución social tan dudosa?
Hay cada vez más personas que
opinan que el sistema bancario es simplemente demasiado grande y complejo y que
la única solución razonable es encoger y simplificarlo con el fin de devolver a
la banca su función de servicio público. Pero la necesidad de mantener el
régimen de bienestar del sector
financiero hace que a los bancos centrales no les interesa discutir estas
reformas más radicales y conserva con eficacia el sistema en su estado actual.
E igual que el peor estereotipo
de dependencia del estado de bienestar inventado por la prensa derechista, los receptores del régimen de bienestar
bancario -como demuestra su gestión del escándalo del banco Libor- muestran una falta de preocupación por el
bien común y una falta de voluntad de cambiar sus métodos. En comparación con
la austeridad que castiga la periferia de la Eurozona o la reestructuración del
sector público en el Reino Unido, las reformas bancarias
han sido livianas.
¿Y qué hay del futuro de los
bancos centrales? Tanto al Banco de Inglaterra y ahora parece que al BCE se les dará responsabilidades
adicionales en la regulación bancaria. Si se sigue el patrón, los gobiernos
trasladarán la responsabilidad de las decisiones económicas fuera del control
democrático. El hecho de que los bancos centrales se hagan cargo de los activos
malos de los bancos comerciales suscita la pregunta de si llegarán a ser
responsables de rebajar su valor al utilizar su capacidad ilimitada de crear
dinero como agente para la cancelación de la deuda. Frente a la turbulencia
financiera y los probables cambios económicos futuros, la independencia del
banco central parece insostenible.
Esta independencia se basó en
tres factores: la competencia técnica, la neutralidad política y una limitación
estricta de funciones. En el caso del BCE y otros grandes bancos centrales,
estas tres condiciones se han pisoteado. En el Reino Unido, a medida de que la
connivencia en la manipulación del banco Libor entre el Banco de
Inglaterra y los principales bancos comerciales se hace
evidente, es buen momento de volver a poner la democratización de los bancos en
la agenda.
* Evaluación
de las acciones, políticas o leyes de acuerdo con sus consecuencias.
*****
Este
artículo se desarrolla dentro de un proyecto de investigación denominado
‘¿Capitalismo liderado por los bancos centrales?’ que se está llevando a
cabo en la Universidad de Manchester sobre los cambios socioculturales. Se
puede conseguir documentos sin coste en www.cresc.ac.uk.
Leigh
Phillips escribe
habitualmente para Red Pepper y fue anteriormente corresponsal para Europa de
Red Pepper desde Bruselas. Andrew Bowman investiga sobre cambios
socioculturales en la Universidad de Manchester y es editor de Red Pepper y
Manchester Mule.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario