&&&&&
Así pues, parece claro que el capitalismo es un
sistema que chirría tanto con la justicia social como con la felicidad humana.
Como pusieron de manifiesto hace unos años Richard Wilkinson y Kate Pickett –en
su magnífica obra Desigualdad: Un
análisis de la (in)felicidad colectiva– estas dos cuestiones (justicia social y felicidad humana) son
dos asuntos íntimamente relacionados. Parece ser que las desigualdades sociales tienden a hacernos más infelices: en
aquellas sociedades en donde son mayores los niveles de desigualdad, mayores son también los niveles de infelicidad. De todo esto se puede extraer la acertada
conclusión de que una sociedad preocupada por maximizar sus niveles de felicidad debería ser una sociedad
centrada en rebajar al mínimo sus niveles de desigualdad (lo cual, dicho sea de paso, parece una tarea
incompatible con las actuales políticas de desarrollo occidental). Por ello,
como sostiene Jorge Riechmann en su
libro ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena ,
el
capitalismo es “un enemigo declarado de la felicidad”. Y por esta misma
razón “los partidarios de la felicidad humana no pueden ser sino
anticapitalistas”.
/////
La inviabilidad de un sistema que aboga por el crecimiento constante en
un mundo que es limitado es algo mucho más fácil de comprender para la gente
normal que la tendencia descendente de la tasa de ganancia o el fetichismo
de la mercancía de la que nos hablaba Marx.
***
SER
ANTICAPITALISTA HOY: UNA CUESTIÓN DE SENTIDO COMÚN.
*****
Mateo Aguado.
Rebelión lunes 14 de abril del 2014.
Hace poco más de un año
tres reputados científicos de la NASA
publicaron un impactante estudio en el que, basándose en complejos modelos
matemáticos, pronosticaban el posible colapso de la civilización humana para dentro de
pocas décadas. Las causas que se aludían como determinantes para llegar a tales
conclusiones eran principalmente dos: la
insostenible sobreexplotación humana de los recursos del planeta y la cada vez
mayor desigualdad social existentes entre ricos y pobres (1).
Más allá de analizar la
gravedad de esta predicción, me gustaría hacer notar que los dos motivos que –
según estos investigadores – podrían acabar provocando el derrumbe de nuestra
civilización son precisamente dos de las más claras características que posee
el sistema capitalista: una insensibilidad total hacia la sostenibilidad
ecológica del planeta y una abrumadora despreocupación hacia la (des)igualdad y
la (in)justicia social.
En consecuencia – y como se
verá en mayor profundidad en las líneas que siguen – no resultaría demasiado
descabellado afirmar que el capitalismo es, a día de hoy, una de las mayores
amenazas que se ciernen sobre la continuidad de la cultura humana en el planeta
Tierra.
Evidencias de un
sistema insensato.
En las sociedades modernas
de hoy en día nos hemos acostumbrado a asociar el poder adquisitivo con
la capacidad de alcanzar una vida feliz. Es decir, se asume que –más que menos–
nuestro nivel de renta determina la felicidad que podemos llegar a alcanzar en
nuestra vida (o, como se suele decir, que el dinero da la felicidad).
Esta engañosa forma de
concebir la vida (basada en los aspectos materiales y monetarios como medida a
través de la cual lograr una vida buena) representa, probablemente, la mayor
herramienta moral que posee el capitalismo en la actualidad. Sin embargo, y
como veremos a continuación, esta concepción ofrece al menos dos evidencias que
la hacen insostenible.
I) La evidencia social.
Desde el punto de vista
social el capitalismo es insostenible en tanto en cuanto promociona una
sociedad global de poseedores y desposeídos en donde el sobre-consumo
innecesario de unos pocos se produce a costa de las carencias vitales de la
mayoría. Y es que una de las características que ha demostrado tener el
capitalismo moderno es la construcción de sociedades en las que tienden a
crecer las desigualdades sociales (lo cual sucede tanto si pensamos a una
escala planetaria, a nivel de países, como si lo hacemos dentro de un mismo
país bajo el prisma, cada vez más simplificado, de clases).
Paralelamente a esta
estratificación económica de la sociedad en dos claros grupos (unas élites muy
ricas y unas masas pobres), el capitalismo no ha logrado tan siquiera cumplir
su clásica promesa de traer la felicidad a un creciente número de personas. Son
cuantiosos los estudios que en este sentido han cuestionado rotundamente el
axioma tan fuertemente instaurado en el ADN capitalista (y en el imaginario
colectivo) de que el dinero da la felicidad. Estos estudios vendrían a
mostrarnos cómo la correlación entre los ingresos y la satisfacción con la vida
sólo se mantiene en etapas tempranas, cuando el dinero es usado para cubrir las
necesidades más básicas. A partir de este punto entraríamos en una situación de
“comodidad” en donde más dinero ya no significa necesariamente más felicidad.
Es más, una vez ha sido alcanzada esta situación, seguir buscando
obstinadamente el crecimiento económico (en el plano macro) y el aumento de la
renta y el consumo (en el plano micro) puede resultar incluso contraproducente,
pues tiende a hacernos descuidar otros aspectos de nuestra vida –intangibles
pero igualmente esenciales para la felicidad– como las relaciones sociales o el
buen uso del tiempo (2).
Así pues, parece claro que
el capitalismo es un sistema que chirría tanto con la justicia social como con
la felicidad humana. Como pusieron de manifiesto hace unos años Richard
Wilkinson y Kate Pickett –en su magnífica obra Desigualdad: Un análisis de
la (in)felicidad colectiva– estas dos cuestiones (justicia social y
felicidad humana) son dos asuntos íntimamente relacionados. Parece ser que las
desigualdades sociales tienden a hacernos más infelices: en aquellas sociedades
en donde son mayores los niveles de desigualdad, mayores son también los
niveles de infelicidad (3).
De todo esto se puede
extraer la acertada conclusión de que una sociedad preocupada por maximizar sus
niveles de felicidad debería ser una sociedad centrada en rebajar al mínimo sus
niveles de desigualdad (lo cual, dicho sea de paso, parece una tarea
incompatible con las actuales políticas de desarrollo occidental). Por ello,
como sostiene Jorge Riechmann en su
libro ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, el capitalismo es “un enemigo declarado de la felicidad”. Y por esta
misma razón “los partidarios de la felicidad humana no pueden ser sino
anticapitalistas”.
II) La evidencia ecológica.
Por otro lado, el axioma
del crecimiento indefinido que el capitalismo defiende, a la vez que (como
hemos visto) un sinsentido social, es una inviable biofísica. La constante
demanda de materiales y energía que conlleva una economía como la que tenemos
no puede mantenerse de forma indefinida en el tiempo sin acabar chocando con
los límites biofísicos de nuestro planeta (un lugar éste, no lo olvidemos,
finito y acotado). Este hecho, a pesar de ser firmemente ignorado por los
economistas convencionales (y por la inmensa mayoría de los políticos),
constituye una realidad absolutamente incontestable, tal y como nos enseña la
segunda ley de la termodinámica. Se podría afirmar, por lo tanto, que el
capitalismo es, desde el punto de vista ecológico, biofísico y termodinámico
(desde el punto de vista científico al fin y al cabo) un sistema imposible
abocado al desastre.
Es por razones como ésta
que en política y en economía, al igual que sucede con el resto de aspectos de
la vida, se hace imprescindible poseer un mínimo de cultura científica para
poder ejercer como ciudadanos responsables y comprometidos (o lo que es lo
mismo a efectos termodinámicos, para acomodar nuestro comportamiento a los
límites biofísicos del planeta).
Me resultan muy
interesantes en este sentido las sabias palabras de Wolfgang Sachs, quien
sostiene que, en el futuro, el planeta ya no se dividirá en ideologías de
izquierdas o de derechas, sino entre aquellos que aceptan los límites
ecológicos del planeta y aquellos que no. O dicho de otro modo, entre aquellos
que entiendan y acepten las leyes de la termodinámica y aquellos que no. No se
trata por lo tanto de arreglar o refundar el capitalismo (como algún político
sostuvo hace no mucho) sino de entender que
nuestro futuro como especie en este planeta será un futuro no - capitalista o,
sencillamente, no será.
Hacer comprender al común
de los mortales que la esfera económica no puede crecer por encima de la esfera
ecológica (al menos no sin comportarse antes como un cáncer) es, por sencillo
que pueda parecer de entender, uno de los mayores desafíos a los que se
enfrenta la ciencia y la educación del nuevo milenio.
Sin embargo, esta cuestión
de las esferas concéntricas – cual muñecas rusas – y de los límites del planeta
es ( pese a los reiterados mensajes ilusorios en pro del gasterío
insensato que el capitalismo se empeña en difundir) un asunto sencillo de
concebir para todas las personas. Y aquí reside – precisamente – nuestra
esperanza: la esperanza de un cambio social en aras de poder alcanzar otro
mundo posible, más justo y sostenible.
Como argumentaba recientemente Juan Carlos Monedero, es mucho más factible hacerse anticapitalista
a día de hoy desde posiciones ecologistas
que desde posiciones marxistas.
La inviabilidad de un sistema que aboga por el crecimiento constante en un
mundo que es limitado es algo mucho más fácil de comprender para la gente
normal que la tendencia descendente de la tasa de ganancia o el fetichismo
de la mercancía de la que nos hablaba Marx.
Por lo tanto, y a modo de
corolario, urge entender que ser anticapitalista a día de hoy no es ya
una cuestión de ecologistas o de marxistas aislados, sino que es algo de
sentido común; algo directamente relacionado con la lógica de supervivencia.
Esperemos que este asunto sea entendido –más temprano que tarde– por la inmensa
mayoría de individuos que pueblan la Tierra hasta convertirse en una evidencia
popular. Nuestra
continuidad sobre el planeta y nuestra felicidad de ello dependerán.
*****
(1) Motesharrei, S., Rivas, J., & Kalnay,
E. (2012). A Minimal
Model for Human and Nature Interaction .
(2) Para profundizar algo más sobre
este tema se recomienda leer este artículo
(3) La obra de
Wilkinson y Pickett (2009) muestra minuciosamente como
el incremento en las desigualdades tiene significativas repercusiones negativas
sobre otros aspectos de la vida que afectan directamente al bienestar y a la
felicidad. Tal sería el caso de la educación, la esperanza de vida, la
mortalidad infantil, la incidencia de enfermedades mentales, el consumo de
drogas, las tasas de obesidad y sobrepeso o el número de homicidios; variables
todas ellas que presentan peores valores en aquellos lugares en donde mayor es
la desigualdad.
MATEO AGUADO es
Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de
Madrid.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario