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El México de los oprimidos y explotados necesita
hoy unificar todas sus organizaciones autónomas y unirse detrás de la exigencia de un aumento general de salarios que
satisfaga las necesidades en alimentación, salud, educación, servicios de
calidad. Necesita generalizar la lucha
por barrer a los charros sindicales con la democracia sindical y el control
de las bases sobre los aparatos. Necesita imponer una política de sostén a la
producción campesina y un plan que asegure la soberanía alimentaria. Requiere
un combate cada vez más amplio y sostenido que
permita anular la entrega de Pemex
y las reformas reaccionarias a la Ley
Federal del Trabajo. Pero, sobre todo, para que la resistencia sea más eficaz,
es necesario que todos los esfuerzos se unan detrás de un partido de los
trabajadores, no electoralista sino de lucha, cuya base es la OPT actual, que está abierta a
todos los que quieren un cambio radical.
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Nuevamente tras la demagogia
ultra-liberal de “Amor a la Patria”, “Respeto a los Derechos Humanos”, “Democracia”
y “Nacionalismo” queda la realidad. Los ideales de fraternidad e igualdad de
derechos. Traducido. No hay visión de deberes hacia la Comunidad. No hay
conciencia de la naturaleza y la comunión con la Vida, no hay procesos de
Diálogo y Pensamiento Crítico. Todo el enfoque de la Educación pro-capitalista
se reduce a crear seres que sean “buenos ciudadanos”, “buenos creyentes”, “buenos
vecinos”. Pero al carecer de sentido trascendente, de vocación histórica y de
compromiso social, tales “sentimientos” se reducen a pura demagogia.
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MÉXICO. ES
NECESARIO UN CAMBIO RADICAL.
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Guillermo Almeyra.
Rebelión lunes 28 de abril del 2014.
Los Santa Anna de nuestros
tiempos casi completaron la destrucción de la soberanía e independencia de
México al entregar Pemex a las petroleras extranjeras y con las leyes
antiobreras y antipopulares que eliminan derechos históricos y golpean
duramente el poder adquisitivo de los trabajadores y los pobres reduciendo así
el nivel de vida y cultural y las condiciones básicas para una relación social
civilizada.
El resultado de esas
políticas al servicio del gran capital financiero internacional es un brutal
crecimiento de la diferencia de la pobreza y la miseria extrema y de las
diferencias sociales, el cierre de las perspectivas para los jóvenes- que deben
optar entre el desempleo, la emigración o la delincuencia-, la aceptación como
si fuesen fatales y naturales de los valores, las lacras y la ideología de los
explotadores nacionales y extranjeros y, por último, una total dependencia de
Estados Unidos.
El Estado funciona gracias
a los impuestos de Pemex y a la exportación de recursos naturales no renovables
como el petróleo y con su entrega mata la gallina de los huevos de oro. Debido
a la destrucción del campo y la emigración masiva casi un 60 por ciento de los
alimentos quese consumen en México se pagan con la exportación de combustibles
y de bienes agrícolas e industriales que las transnacionales producen
aprovechando la superexplotación de los trabajadores nacionales. La entrega de
Pemex no sólo significa, por lo tanto, reducir los recursos para la sanidad, la
educación, la vivienda, las carreteras y los servicios indispensables para una
vida civilizada. Esa cesión de un bien común cada vez más escaso y
potencialmente más cotizado es sobre todo un golpe durísimo contra el trabajo
de los mexicanos y el abandono oficial de la preparación del cambio tecnológico
en la producción de energía que será indispensable realizar dentro de un par de
decenios una vez que se acaben los recursos petroleros. Los nuevos Santa Anna –
del PRI, como Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo,
Enrique Peña Nieto o del PAN, como Vicente Fox o Felipe Calderón y sus siervos
de otros partidos- han vendido también el futuro del país.
Desgraciadamente, como
muestran los resultados electorales y la abstención o los votos a los grupos
políticos procapitalistas, una buena parte de la población mexicana ha hecho
suya la ideología de sus explotadores y no tiene aún conciencia de la gravedad
de la situación ni de las implicaciones de las políticas de las clases
dominantes, se resigna desmoralizada o a busca una salida individual dentro del
sistema mediante la emigración o la delincuencia.
Otro gran sector, más
activo y crítico pero no anticapitalista, espera en cambio poder modificar esas
políticas mediante movilizaciones para poner otro equipo en Los Pinos y en el
Parlamento y cree todavía que podría existir un capitalismo con orientaciones
sociales y relaciones más justas y que reduzca las desigualdades, algo así como
un tigre vegetariano. Otros, por último, reaccionan y actúan militantemente en
la lucha social, en su territorio, como campesinos o trabajadores rurales o en
las luchas estudiantiles o democráticas puntuales, sin que exista todavía la
indispensable coordinación nacional de todos esos esfuerzos y conflictos ni un
unificador proyecto político común.
El capitalismo es un
sistema mundial que se basa en la explotación del trabajo ajeno y en el aumento
de las ganancias empresariales reduciendo los salarios reales, la organización
y las conquistas de los trabajadores. El capital se dirige a las ramas de la
economía que le dan mayores ganancias (como el narcotráfico, la guerra y la
prostitución, por ejemplo, en vez de la agricultura). No podría vivir sin
dominar la mente de sus víctimas y por eso tiene que engañar con su TV y sus
diarios y mantener aplastada y en la ignorancia a la mayoría que explota y
oprime. No puede tolerar la paz porque resuelve sus conflictos y
contradicciones internas mediante el despojo, la violencia, la guerra.
Por consiguiente la
justicia, la supresión de las desigualdades, de la desocupación y de la pobreza
sólo serán posibles en un sistema social no capitalista democrático dirigido
por los trabajadores manuales e intelectuales y apoyado en resoluciones
colectivas.
Las empresas que los
trabajadores recuperan en autogestión o como cooperativas, los grupos de
autodefensa territoriales en las zonas rurales, las policías comunitarias
nombradas y controladas por asambleas, los intentos de construcción de regiones
autónomas regidas asambleariamente y las milicias urbanas son formas de poder
que se contraponen al poder del capital y de su Estado. Expresan la viabilidad
de la autorganización democrática para la lucha así como la difusión en
diferentes zonas del país de la decisión de obtener la liberación de los
trabajadores por obra de los trabajadores mismos. Por eso deben ser defendidas
contra los intentos del Estado capitalista de cooptar algunas direcciones, de
dividirlas, de desarmarlas.
El México de los oprimidos
y explotados necesita hoy unificar todas sus organizaciones autónomas y unirse
detrás de la exigencia de un aumento general de salarios que satisfaga las
necesidades en alimentación, salud, educación, servicios de calidad. Necesita
generalizar la lucha por barrer a los charros sindicales con la democracia
sindical y el control de las bases sobre los aparatos. Necesita imponer una
política de sostén a la producción campesina y un plan que asegure la soberanía
alimentaria. Requiere un combate cada vez más amplio y sostenido que permita
anular la entrega de Pemex y las reformas reaccionarias a la Ley Federal del
Trabajo. Pero, sobre todo, para que la resistencia sea más eficaz, es necesario
que todos los esfuerzos se unan detrás de un partido de los trabajadores, no
electoralista sino de lucha, cuya base es la OPT actual, que está abierta a todos los que
quieren un cambio radical.
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