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Distinguido
colega de acuerdo con su valioso y sucinto análisis y/o breve revisión
histórica del siglo XX y el sistema
capitalista imperante y junto a él el conjunto de problemas centrales surgidos
de la propia realidad entre
transformaciones, revoluciones y proyectos histórico-políticos. Pero en
todo ese proceso histórico está presente una realidad hiriente y cruel, hoy llamada “desigualdad”, pero – como
el concepto aún asusta, es necesario llamarlo por su propio “Nombre y Apellidos”
– es la
explotación del hombre por el hombre producto de la propiedad privada sobre los medios de producción y la
existencia de las clases y la lucha de clases. Sin embargo, existe un
“pequeño” detalle, para nosotros en particular, no es igual el Proyecto Político del “estalinismo” que
el de los fascismos en general. De
acuerdo todos los problemas actuales son consecuencia directa de la “famosa” revolución de los ricos, o la
globalización neoliberal de los 70’ del
siglo XX, su fundamentalismo del mercado único, su codicia desmedida, su
consumismo descomunal y el dogmatismo neoliberal como ideología universal única.
La desigualdad es, económico-social. En América latina es
estructural, multidimensional e histórica.
Hoy
con la globalización neoliberal, sus políticas violentas, injustas, asimétricas
y desiguales, las
consecuencias directas de la propia crisis estructural y los nuevos procesos de
dominación como los TLC, la desigualdad
económico-social se profundiza y extiende a nivel geográfico territorial, llegando
a niveles no comprensibles con la conciencia humana en pleno siglo XXI, o
también abarcando áreas y ámbitos hasta
entonces “libres” de la explotación, exclusión y marginación, como por
ejemplo los sectores medios profesionales y en cambio se profundiza en los
“nuevos” sectores sociales urbano marginales, producto de la migración interna
campo-ciudad, tenemos como resultado directo que la violencia es más radical y
extrema. La crisis vigente llega a las
instituciones y alcanza muy fuerte y es estructural en la política. Tiempos
históricos y políticos neoliberales en que la desigualdad económico social, se
vuelve más compleja, múltiple, turbulenta y polarizada a consecuencia del “Cambio de Época,
Histórica” – producto directo de la gran crisis que explosiona en
setiembre del 2008. Esta “gran crisis” continúa – entre
recesión, default - y la crisis del
propio modelo financiero-especulativo
que ingresa a “su fase final” y el
“fin” de las políticas del Consenso de Washington e (in)surge en el mundo
de la globalización un nuevo “modelo”,
el proceso de acumulación mundial del capitalismo: el capitalismo de la desposesión, el despojo,
el saqueo y el pillaje de nuestros recursos naturales, - materias
primas - biodiversidad y Conocimientos Ancestrales.
Un amplio sector de nuestra cruel e hiriente realidad sociológica latinoamericana. El empleo y los salarios de sobrevivencia que hoy son víctimas directas los millones de jóvenes. Años y miles de millones de dólares de lucha contra la pobreza. Ahora la "inclusión social" de los millones de excluidos históricamente será la solución. O es una farsa y engaño más. Mientras la desigualdad económico social avanza, se amplia y profundiza.
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Hoy Nuestra
América es epicentro principal, concentración de poderes facticos sistémicos, como la gran inversión del
capital corporativo global y las nuevas políticas de dominación y explotación, el
llamado “Consenso de los Commodities” –
La actual complejidad de la problemática, propia de la desigualdad
económico-social, es Plataforma Social
- “bandera” de lucha - de los Nuevos
Movimientos Sociales, presentes en América y responsabilidad histórica de los Nuevos Sujetos
Sociales (Nuevos actores sociales y políticos emergentes), presentes
en la actual y polarizada realidad sociológica, se profundiza ante el fracaso
de la propia Democracia
liberal-representativa, la crisis del Estado-nación. Además esta realidad
multipolarizada latinoamericana, mantiene y crece en su propia estructura,
problemas múltiples, entre históricos y actuales, como la corrupción “institucionalizada”, la mentira y la farsa política, la violencia, inseguridad ciudadana, el crimen organizado, la economía criminal diversificada y dominante, también está contribuyendo en su
tambaleante y contradictoria situación actual donde la desigualdad económico social, hoy
está con las “luces prendidas” en todos los sectores y clases sociales, pero con colores diferentes -entre amarillo tradicional, que palidece por falta de capital político y el rojo intenso que alumbra hacia toda la sociedad con nuevas perspectivas y alternativas histórico-políticas .
En
todos los sectores sociales y políticos, de la sociedad civil local, real,
emergente, como escenario
de escenarios de las clases y la lucha de clases, está hoy vigente en la
Plataforma de lucha la desigualdad económico-social. Los pueblos en su lucha
emergente y sus propios Líderes – básicamente comunitarios – hoy enarbolan esta
plataforma social en el centro de la propia crisis de la Democracia electoral. Ahora la gran tarea y responsabilidad
histórica es encontrar el camino
político entre las propuestas políticas de “inclusión social”, aumentar y
profundizar las políticas y programas sociales, la reforma del Estado, etc. –
políticas de las NN.UU, la Cumbre de los G-20 y otros organismos
internacionales, para que al final, nada, absolutamente nada cambie - y la alternativa
política del Poder Local Popular (emergente, participativo y
democrático) hoy inmerso en crecimiento creativo, desarrollo organizativo y
programático en
el Movimiento Social Ciudadano, Participativo y Democrático, e Insurgencia
Mundializada. (El Movimiento Social Ciudadano. Brasil 2013, así como el Movimiento Universitario, Chile 2011-2014, o los Movimientos sociales andinos - Conflictos Sociales en Perú, Bolivia, Argentina, Ecuador, Colombia, México, son muy buenos ejemplos testimoniales de esta realidad sociológica controvertida y polarizada entre crecimiento económico, desigualdad económico social, violencia ciudadana, economía criminal y crisis de las instituciones).
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Los niños, las primeras víctimas del fundamentalismo neoliberal. la miseria, el hambre, la pobreza continua y sus derechos sociales olvidados totalmente. Pero el crecimiento macro-económico, es lo mejor - primeros en el mundo - la población más joven del mundo - ahora, primeros en desigualdad económico social y hoy un "nuevo Título de nobleza imperial", primeros en violencia ciudadana. El discurso neoliberal y su acólitos a sueldo, siguen fantaseando con el mundo de la felicidad prometida que está por llegar y la "solución" a nuestros problemas terrenales.
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MÉXICO. ECONOMISTA,
POLÍTICO Y MAESTRO UNIVERSITARIO:
LA INÚTIL
DESIGUALDAD.
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Rolando Cordera Campos.
La Jornada domingo 20 de abril del 2014.
Se fue y se fue, pero no se
ha ido. Mientras haya soledad y ganas de ahuyentarla con la imaginación y el
deseo, Gabriel estará con
nosotros... más allá de estos primeros 100
años. Para Mercedes, nuestro cariño y un abrazo.
Según los estudios más
recientes y bienvenidos, la desigualdad llega hoy a sus topes para incluso
superar, o casi, la que se registrara en los inicios del siglo XX, que fueron
también los del fin de la belle
epoque. Así lo consigna Thomas
Piketty cuya obra, El capital en
el siglo XXI, recorre el mundo y conmueve seguridades y creencias.
Con la Primera Guerra y sus
subsecuentes dislocaciones históricas y sociales, el fin de los grandes
imperios, la revolución rusa y el rediseño del mapa europeo, da principio una
serie de cambios que habría de desembocar no sólo en tremendas
transformaciones, sino en todo un cambio
de época, como puede estar ocurriendo hoy de nuevo.
Uno de los signos de que
esta nueva era se abría paso a través de la Gran Depresión, el ascenso de las
nuevas formas totalitarias que, de los fascismos al estalinismo, pregonaban la
revolución total de la sociedad y de la historia, fue la redistribución social,
de ingresos, accesos y oportunidades, que se cimentó con los estados de
bienestar de la segunda posguerra y la extensión del New Deal rooseveltiano.
Una época distinta, mejor y llena de promesas parecía irrumpir en el panorama
planetario que amanecía con la victoria aliada, la formación de las Naciones Unidas y el arranque del gran
ascenso de las naciones que emergían del colonialismo o buscaban otras
rutas para su propia modernidad, como ocurrió en América Latina.
La guerra fría impuso un régimen de equilibrio terrorífico,
pero también creó estructuras de oportunidad para los pueblos jóvenes que pugnaban
por construirse como estados nacionales
o reformar las antiguas formas estatales, cuyos subsuelos habían sido
conmovidos o demolidos por la gran crisis. Se buscó entonces la unidad
de estos dispares protagonistas del nuevo drama global, se proclamó la
existencia de un tercer mundo
y el derecho al desarrollo, y desde Bandung
se convoca a recrear las relaciones de poder e intercambio que dieran lugar al
orden periclitado.
El destino de tales
llamamientos a la acción internacional bajo el manto de la declaración de los derechos humanos de la ONU fue muy
diverso, en muchos casos frustrante, pero a la vez propulsor de iniciativas e
imaginaciones que pretendían ser históricas
y sociológicas: ver y entender el mundo que surgía de tanta destrucción,
como uno donde la complejidad evolutiva
se mezclaba con la diversidad y la
pluralidad de creencias, visiones y experiencias, para darle a la globalización
que se recomponía una impronta cualitativamente distinta de la linealidad y
verticalidad que marcaran el sistema centro-periferia estudiado por Prebisch y que a esas alturas aparecía
a los ojos de todos como improductivo, horadado por las mudanzas y desplomes
del periodo de entre guerras.
La desigualdad empezó a dejar de verse como mandato de la historia o requisito ineluctable de la acumulación de capital indispensable para la expansión económica. El bienestar comenzó a medirse como desarrollo (o subdesarrollo) humano, y el Estado constitucional democrático como un conjunto político
institucional sustentado en un gran compromiso histórico y social, de clases,
inspiraciones y ambiciones. Tal acomodo duró hasta los años 70 del siglo XX, cuando la revolución de los ricos que estudia
Carlos Tello se apoderó de escenarios y mentalidades y mandó a parar.
Vino la globalización de los mercados que se veían como mundiales y unificados.
Consumado tal mandato, se profetizaba, sobrevendría la democracia representativa como régimen también mundial y la historia antigua, de confrontación
ideológica y de alternativas polares, llegaría a su fin.
Brasil. entre la miseria, el hambre, la pobreza, la desigualdad económico social de millones de seres humanos en las Favelas, - a quienes aún no llegó las políticas reformistas y asistencialistas del Presidente Lula y Dilma - y la riqueza, lujo, ostentación de un mundo de felicidad de unos pocos, la elite financiero-exportadora y el poder corporativo transnacional brasilero. Brasil, el primer país más desigual del mundo, hoy centro principal del Nuevo Movimiento Social Ciudadano de Insurgencia Globalizada.
***
Duró poco este falso
amanecer, como lo llamara el estudioso británico John Gray. Pero bajo su influjo se puso en cuestión la conveniencia
y virtud de la igualdad social; se
puso por delante el triunfo de los más
aptos y la codicia se volvió costumbre
celebrada como virtud.
Fue el carnaval de los salvajes y el tiempo de los canallas bien vestidos,
que presumieron de dominar el universo y marcarle pautas y modas, reflejos y
formas de ver y entender el mundo: una ética alejada de cualquier coordenada
pública se naturalizó y fue postulada como el cemento indispensable para la
nueva civilización que nacía.
Esta Edad de Oro fue una ilusión y se convirtió en una utopía destructiva, como llamara Polanyi a la que se quiso imponer a fines del siglo XIX.
Todavía estamos por hacer
el recuento de daños y, también, de las configuraciones novedosas que esta
revolución trajo consigo y podrían servir para la reconstrucción del mundo y el inicio de otra globalización y otro desarrollo. Lo que ya está sobre la mesa
es la cuestión de la desigualdad que
se ha apoderado de cimas y simas del
mundo y amenaza con desatar nuevas oleadas de revuelta, por un lado, pero
también la extensión sin fecha de término de esta larga fase de
protoestancamiento económico que se acentuara en la secuela de la Gran Recesión de 2007-2009.
Asumir la desigualdad como enemigo central a vencer no es sólo
retórica, aunque no nos vendría mal un discurso renovado en torno a la injusticia social que se ha adueñado de
la imaginación y la costumbre colectiva. Abatir sus índices y brechas, las
distancias y los enfeudamientos que sustentan este regreso de la desigualdad, es condición sin la cual
el desarrollo moderno globalizado es inconcebible como un fenómeno de larga
duración, condición a la vez para que el mundo encare sus grandes desafíos de
hoy y mañana: la migración en masa,
camino de salvación y redención para millones; el cuidado y reproducción del entorno y en especial el
enfrentamiento a las amenazas del cambio
climático por medio de los recursos e instrumentos más modernos, en vez de
buscar una ilusoria vuelta atrás, renunciando
a la tecnología y el derecho histórico a la ciudad, la capacidad
transformativa y la afirmación del gusto diverso como requisito para una vida
colectiva nutrida por la diversidad en gran escala.
De esto y más debería
ocuparse una agenda progresista para
un nuevo curso de desarrollo para el mundo y México. La izquierda podría hacer su parte y hasta buscar ponerse a la
cabeza si, en efecto, descubre la diferencia específica de su compromiso
democrático, por fortuna compartido por muchos que no son ni se sienten de
izquierda.
Tal especificidad está,
como lo estuvo en los inicios del moderno
capitalismo, en un reclamo igualitario y la demostración práctica y teórica
de que la desigualdad no es el
resultado fatal de ley alguna de la historia o la economía. Que, por encima de
todo, es un fruto de la política y las
ideas que se imponen y, por eso, pueden cambiar y ser sustituidas por otra política y
otros campos conceptuales y éticos, otra forma de ver y estar en el mundo.
Y en esas estamos al terminar la Semana
Mayor.
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