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“En América Latina fue difícil superar las economías del subdesarrollo, porque el despegue
capitalista exigió derrocar la hegemonía oligárquica. Con la Revolución de 1910 y la pionera Constitución social de 1917, México inició el proceso
de superación del régimen oligárquico; pero las
bases para una economía de tipo social se afirmaron con el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). En Brasil, un camino similar se logró durante el gobierno
de Getulio Vargas (1930-1945) y la implantación
del Estado Novo. En Argentina fue Juan Domingo
Perón (1946-1955) quien buscó consolidar un Estado
de bienestar. Los tres gobernantes “populistas”,
así calificados por la literatura sociológica
clásica, con las contradicciones y límites que se quiera señalar,
ejemplifican la búsqueda de una economía social,
distante de los postulados de la economía capitalista de libre competencia.
La posibilidad de crear economías de tipo social y con Estados de bienestar en otros países latinoamericanos también rondaron en las décadas de 1920 y 1930. Uruguay, por ejemplo, inició ese camino en 1925, Costa Rica igual y Ecuador a partir de la Revolución Juliana y sus gobiernos entre 1925-1931. Pero es en las décadas de 1960 y 1970, con el despegue del desarrollismo como modelo industrial y de fuerte intervencionismo estatal, cuando propiamente se logró superar los regímenes oligárquicos e impulsar el definitivo desarrollo capitalista de la mayoría de los países latinoamericanos. En varios de ellos, como ocurrió en Ecuador, incluso favoreció el programa Alianza para el Progreso impulsado por EE.UU., que las oligarquías tradicionales resistieron y tildaron de “comunista”.
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DE
LA GRAN DEPRESIÓN AL NEOLIBERALISMO.
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Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda | 10/08/2023
| Opinión
Fuentes.
Rebelión jueves 10de agosto del 2023.
La
inédita Gran Depresión, desencadenada en 1929
con el crac de la Bolsa de Valores de New York,
tuvo graves repercusiones, durante una década, sobre la economía capitalista
mundial. También afectó a Latinoamérica,
incidiendo en la caída de sus exportaciones,
encareciendo las importaciones, volviendo impagables las deudas externas, con estrangulación a los ingresos
estatales y freno a las inversiones públicas y privadas. Si en los Estados Unidos crecieron el desempleo y la miseria, en
América Latina estas consecuencias sociales se
agigantaron, además de ocasionar inestabilidades políticas e institucionales.
En los EE.UU. y Europa la crisis demostró el
descontrol al que había llegado el modelo de “libre
competencia”. En América Latina, en cambio, con economías
subdesarrolladas y solo contados países en despegue capitalista, la crisis
evidenció la persistencia de los regímenes
oligárquicos. Para solucionar la crisis, el presidente
norteamericano Franklin D. Roosevelt (1933-1945) ensayó inéditas
políticas económicas y sociales que rompieron
con los dogmas de la teoría económica liberal clásica. Implantó el New Deal, que inauguró el activo papel del Estado: sancionó a empresarios deshonestos; hizo
grandes inversiones públicas; reguló precios e intereses; impuso altos
impuestos particularmente sobre rentas;
estableció el sistema de seguridad social y
garantizó derechos laborales; otorgó subsidios y
ayudas (“bonos”) para pobladores en situación precaria; generó empleo
en todo tipo de actividades; reimpulsó el consumo
interno, que sirvió para levantar la oferta.
En cien días la crisis fue controlada. En los
sucesivos años las nuevas políticas destinadas a crear una economía social
del bienestar en los EE.UU. fueron
reforzadas y Roosevelt fue reelecto por tres
ocasiones.
Bajo el marco
de la crisis mundial, en Europa, la trilogía fascismo, nazismo y
falangismo fue la respuesta política ante el avance de los partidos comunistas y los radicales
movimientos de los trabajadores en Italia,
Alemania y España, respectivamente. Pero una vez concluida la II Guerra Mundial (1939-1945), en los países europeos
se extendió el modelo de economía social de mercado,
como base de sus Estados de bienestar. En
esencia, igualmente rompiendo con la ortodoxia liberal, se implantó la activa participación del Estado en la economía,
con generalización de la seguridad social pública,
amplias garantías a los derechos de los trabajadores y fuertes impuestos.
En América Latina fue difícil superar las economías del subdesarrollo, porque el despegue
capitalista exigió derrocar la hegemonía oligárquica. Con la Revolución de 1910 y la pionera Constitución social de 1917, México inició el proceso
de superación del régimen oligárquico; pero las
bases para una economía de tipo social se afirmaron con el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). En Brasil, un camino similar se logró durante el gobierno
de Getulio Vargas (1930-1945) y la implantación
del Estado Novo. En Argentina fue Juan Domingo
Perón (1946-1955) quien buscó consolidar un Estado
de bienestar. Los tres gobernantes “populistas”,
así calificados por la literatura sociológica
clásica, con las contradicciones y límites que se quiera señalar,
ejemplifican la búsqueda de una economía social,
distante de los postulados de la economía capitalista de libre competencia.
La posibilidad de crear economías de tipo social y con Estados de bienestar en otros países latinoamericanos también rondaron en las décadas de 1920 y 1930. Uruguay, por ejemplo, inició ese camino en 1925, Costa Rica igual y Ecuador a partir de la Revolución Juliana y sus gobiernos entre 1925-1931. Pero es en las décadas de 1960 y 1970, con el despegue del desarrollismo como modelo industrial y de fuerte intervencionismo estatal, cuando propiamente se logró superar los regímenes oligárquicos e impulsar el definitivo desarrollo capitalista de la mayoría de los países latinoamericanos. En varios de ellos, como ocurrió en Ecuador, incluso favoreció el programa Alianza para el Progreso impulsado por EE.UU., que las oligarquías tradicionales resistieron y tildaron de “comunista”.
A pesar de los recurrentes procesos históricos para implantar economías sociales, comparables con las de Europa o Canadá e incluso con los EE.UU. de antes de la “reforma neoliberal” inaugurada por el presidente Ronald Reagan (1981-1989), quien abandonó el modelo rooseveltiano e implantó el neoliberalismo, en América Latina no lograron mantenerse ni consolidarse economías de bienestar. Permanentemente existió el freno de las oligarquías tradicionales y de las nuevas burguesías, porque su acumulación de riqueza dependió siempre de disminuir capacidades a los Estados, recortar impuestos a sus rentabilidades y negocios, pero, sobre todo, explotar la fuerza de trabajo, en lo que existe una larga historia que bien puede remontarse a la época colonial.
El
neoliberalismo introducido en la región en las décadas finales del
siglo XX liquidó todo proyecto de economía social.
Fue un retorno al capitalismo de “libre competencia”, con
las consignas de reducir capacidades estatales, privatizar bienes y servicios públicos, suprimir impuestos, pero, sobre todo, flexibilizar las relaciones
laborales, arrasando los derechos de los
trabajadores. Las nefastas consecuencias de ese modelo
se hallan en cualquier país latinoamericano. De
manera que fueron los gobiernos del primer ciclo
progresista en la primera década del siglo XXI, los
que retomaron la construcción de economías sociales,
bajo circunstancias históricas distintas a las
del pasado. Lograron recuperar las capacidades del
Estado, hacer amplias inversiones públicas,
fortalecer y extender los servicios públicos,
imponer sistemas redistributivos de la riqueza,
así como garantizar derechos sociales, laborales y
ambientales, al mismo tiempo que conducir políticas
internacionales basadas en principios soberanistas, nacionalistas
y latinoamericanistas.
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