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“No
se trata sólo de un problema de resolución tecnológica,
no se soluciona simplemente con el desarrollo de energías
renovables y menos si la transición queda bajo control corporativo.
En su excelente libro, Andreas Malm (2020)
demuestra, con una sustanciosa evidencia empírica,
que la opción por una industrialización en base a la máquina de vapor y el uso
del carbón en la Inglaterra del siglo XIX no se basó en un cálculo de rentabilidad
ni de eficiencia tecnológica sino en el hecho de que resultaba la mejor opción para los industriales
ingleses en el objetivo de debilitar las demandas
y fuerza de los trabajadores. Una opción del capital
contra el trabajo. También, a principios del
siglo XX se fabricaban autos eléctricos -el
famoso Detriot Model D, entre otros-, pero
socialmente se impuso el del motor de gasolina.
Las opciones tecnológicas se sustentan en intereses sociales. Cuando las olas de calor nos agobien, o las lluvias
inunden la vida de las poblaciones urbanas, o las sequías
provoquen desertificación e incrementen
los precios de los alimentos y los incendios
vuelvan irrespirable el aire, cuando se intensifique
lo que ya está sucediendo, sabemos bien quienes
son los responsables, quienes defienden sus escandalosas ganancias y su super-bienestar a
expensas de la mayoría de la población mundial.
Enfrentar esos sectores e intereses, ese es el desafío que el cambio
climático le impone a nuestros pueblos y a la humanidad.
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Fuentes: Rebelión [Imagen: Una de las olas de calor más extremas de 2023 se está produciendo en pleno invierno austral. MetDesk]
*****
EN
LA ERA DEL HERVOR GLOBAL, ¿QUIÉNES SON LOS RESPONSABLES?
*****
Por José
Seoane | 12/08/2023 | Ecología social
Fuente.
Rebelión domingo 13 de agosto del 2023.
La onda de calor en pleno invierno registrada en los días pasados en la región central sur de Sudamérica es un aviso para nuestros pueblos de lo que viene sucediendo en el hemisferio norte, a nivel global y sobre lo que vendrá.
Casi un mes
atrás, en el primer artículo de esta serie,
señalamos estas anomalías climáticas que ya despertaban las preocupaciones de
científicos y activistas:
/. récord en la temperatura de superficie en el Atlántico Norte,
/. en la de
los océanos a nivel global,
/. en la
retracción del crecimiento del hielo antártico en
plena temporada fría,
/. en la de
la superficie terrestre.
Y referíamos
también a las trazas de sequías e incendios que
se desplegaban por diferentes partes del mundo.
En este breve
tiempo, el problema no ha hecho más que agravarse.
Con una ola de calor histórica recorriendo parte
del hemisferio norte, el 27 de julio pasado la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio
de Cambio Climático Copernicus de la Comisión Europea confirmaron que el mes de julio fue el más caluroso jamás registrado en la historia de la humanidad y se
estima que, en términos anuales, el 2023
alcanzará similar
récord. El propio Secretario
General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en conferencia de prensa afirmó:
“la era del calentamiento global ha terminado;
ha llegado la era del hervor global […] El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es sólo el principio […] La única
sorpresa es la velocidad del cambio […] Las consecuencias son claras y
trágicas” (Guterres, 2023, la traducción es
nuestra). Y dirigiéndose a los líderes mundiales exclamó “No más vacilaciones. No más excusas. Basta de esperar
a que otros actúen primero. Ya no hay tiempo para eso. Todavía es posible […]
evitar lo peor del cambio climático […] Pero sólo con una acción climática
drástica e inmediata […] No más green washing (maquillaje
verde). No
más engaños” (ídem).
Una
interpelación que recuerda el tono de las advertencias formuladas por Greta Thumberg y tantos activistas y movimientos a lo largo de años
pasados.
Estas
aseveraciones del Secretario General de Naciones
Unidas tienen lugar cuando, al mismo tiempo, avanza la persecución de
estos movimientos en el Sur y también en el Norte. Recordemos que sólo un mes y
medio atrás, el pasado 21 de junio, el gobierno de Macron en Francia ilegalizó y decretó la disolución
de la organización socioambiental Les
Soulèvements de la Terre bajo la acusación de terrorismo; y sólo, tras las intensas críticas que esa decisión despertó
a nivel local e internacional, el propio Consejo de Estado en agosto
suspendió dicho decreto. Les Soulèvements es un colectivo
fundado en 2021 que cuenta con más de 180 comités locales a lo largo del país, y que,
en marzo pasado, había promovido una multitudinaria acción por el agua en
la localidad de Sainte-Soline
con la participación de más de 30 mil
manifestantes. En la misma dirección,
en España
y el resto de Europa
se incrementaron los procesos judiciales a activistas, en un contexto de emergencia ambiental donde estos movimientos crecen y avanzan, cada
vez más, con formas de desobediencia civil y acción
directa. En Nuestra América y
el Sur global conocemos bien estas persecuciones y la trágica marca de asesinatos y
amenazas, y de represión brutal a las
protestas que golpean a nuestros pueblos; particularmente, a los que se enfrentan
contra el despojo
extractivista, como hoy sucede
en la provincia de Jujuy en el norte de la
Argentina.
Mientras
tanto, “el clima extremo se está convirtiendo en la
nueva normalidad”, como lo definió Guterres en
la conferencia mencionada, afirmando que
“todos
los países deben responder y proteger a su población del calor abrasador, las inundaciones
mortales, las tormentas, las sequías y los incendios furiosos que se derivan de ello [es
necesario] salvar millones de vidas de la carnicería climática [climate carnaje en el original]” (ídem).
Y sólo es una cita textual de lo dicho por el propio Secretario
General de las Naciones Unidas días atrás.
Ahora bien, conociendo las causas, la probable evolución y las consecuencias de esta catástrofe; sabiendo perfectamente lo que hay que hacer para impedirla o morigerarla; ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? ¿Quiénes nos han conducido hasta esta pretendida “nueva normalidad”? ¿Quiénes son los responsables de que ahora debamos pensar en sobrevivir en la “era del hervor global”?
El calentamiento global es resultado del incremento sustantivo en la atmosfera de los llamados “gases de efecto invernadero” (GEI), particularmente del dióxido de carbono (CO2), y la solución obvia es reducir o eliminar su emisión. Repasemos brevemente los datos científicos disponibles sobre ello. Si analizamos la distribución de estas emisiones de GEI por país, sabemos que los 20 países más industrializados y ricos son responsables del 80% (Guterres, 2023). Solamente, EE.UU., la Unión Europea, China, India, Rusia y Japón emiten más del 65% del CO2 (Marchini, 2022). Si bien, considerando el total por país, el principal emisor hoy es China; la distribución es completamente diferente si examinamos el tema en relación con la población, siendo que los países con mayores emisiones de CO2 per cápita son los Estados del Golfo Pérsico, EE. UU., Australia y Canadá (ídem).
A todas luces, los responsables
del cambio climático resultan
principalmente los países más ricos, del norte y,
en especial, los del viejo centro del capitalismo
industrial. Tal es así, que la Convención y los primeros acuerdos de Naciones Unidas
sobre esta cuestión reconocían
explícitamente estas responsabilidades diferenciadas. Una desigualdad que se ensancha
más aún si consideramos la
contribución por país a las
emisiones de CO2 en términos históricos, un rubro donde sólo las emisiones de EE.UU. y
la Unión Europea representan el 47% (ídem). Siendo que el dióxido de carbono permanece
en la atmósfera por cientos de años, las emisiones incrementadas desde la I° Revolución
Industrial, por Inglaterra
primero, en base a la máquina de vapor y el consumo de carbón, constituyen una deuda climática
significativa que tiene el Norte con el Sur.
Examinemos el
aspecto social del cambio climático. El 50% de
la población
mundial con menores ingresos solo es responsable del 7% de las emisiones mientras que
el 10% más rico es el culpable
de casi el 50% de las emisiones de CO2 anuales (Chancel y Piketty, 2022). De modo
incuestionable, el cambio climático está
vinculado a un modo de vida imperial del que goza
solo una pequeña porción de la sociedad
(Brand y Wissen, 2021) y su resolución conlleva cuestionar este patrón
de distribución y consumo donde
inevitablemente la
justicia climática y la social marchan íntimamente
unidas. La injusticia es de tal magnitud que los países y poblaciones que menos han contribuido y contribuyen al cambio climático, los más pobres y menos industrializados, son los que más sufren y sufrirán los efectos de esta catástrofe en progreso.
Finalmente,
podemos considerar las emisiones de CO2 por sector de actividad económica y
matriz energética. Considerando todos los gases de
efecto invernadero, según mediciones de 2019, el 34% de las emisiones proviene de la industria, el 22% de la agricultura,
y el 16% del transporte y de la infraestructura
edilicia (Marchini, 2022).
Resulta claro que una reducción radical de las emisiones supone una transformación profunda de las formas de producción y de vida.
Respecto de las fuentes de energía, los datos son aún más elocuentes; para 2019 más del 84% de las emisiones corresponden al
consumo de los llamados combustibles
fósiles (petróleo, gas y
carbón) que, paradójicamente,
sigue incrementándose a nivel global (ídem).
Del calentamiento global, al hervor global.
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No se trata
sólo de un problema de resolución tecnológica, no se soluciona simplemente con el desarrollo de energías
renovables y menos si la transición queda bajo control corporativo.
En su excelente libro, Andreas Malm (2020) demuestra, con una sustanciosa
evidencia empírica, que la opción
por una industrialización en base a la máquina de vapor y el uso del carbón
en la Inglaterra del siglo XIX no se basó en un cálculo de rentabilidad ni
de eficiencia tecnológica sino en el
hecho de que resultaba la mejor opción para los industriales ingleses en el objetivo de debilitar las demandas y fuerza de
los trabajadores. Una
opción del capital contra el trabajo. También, a principios del siglo XX se
fabricaban autos eléctricos -el famoso Detriot
Model D, entre otros-, pero
socialmente se impuso el del motor de gasolina.
Las opciones tecnológicas se sustentan en intereses sociales.
Cuando
las olas de calor nos agobien, o las lluvias inunden la vida de las poblaciones
urbanas, o las sequías provoquen desertificación e incrementen los precios de los alimentos y los incendios vuelvan
irrespirable el aire, cuando se intensifique lo
que ya está sucediendo, sabemos bien quienes son
los responsables, quienes defienden sus escandalosas ganancias y su super-bienestar a
expensas de la mayoría de la población mundial.
Enfrentar esos sectores e intereses, ese es el desafío que el cambio
climático le impone a nuestros pueblos y a la humanidad.
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