La deflación, en economía, es la bajada generalizada y prolongada
(como mínimo dos semestres según el FMI) del nivel de precios de
bienes y servicios. Suele responder a la caída de la demanda y puede tener
consecuencias más negativas que la inflación. Este concepto se utiliza en el
ámbito de la economía para nombrar a la caída de los precios que por lo general,
se ocasiona a partir de una situación de recesión económica. Puede
considerarse, por lo tanto, que la deflación es lo opuesto a la
inflación, una palabra que se utiliza para nombrar a la subida de los
precios que se produce en una determinada economía. Para que exista la deflación, el descenso de los precios debe ser
generalizado y tiene que extenderse por al menos, doce meses ( de acuerdo a
lo que postulan diversos organismos financieros). Lo habitual es que la
deflación se produzca por un retroceso de la demanda de bienes y servicios, la
poca demanda hace que los productores se vean forzados a bajar el precio para
tratar de seducir a los compradores y aumentar de las ventas. Una vez que se inicia el proceso de
deflación, puede resultar muy difícil revertirlo. La caída de los precios
hace que los empresarios obtengan menos ganancias, algo que suele acarrear
despidos y un retroceso a la inversión. Al incrementarse el número de
desocupados, la
demanda sigue cayendo, lo que favorece descensos aún más bruscos en los
precios.
/////
EL FANTASMA DE LA DEFLACIÓN ESTADOUNIDENSE.
*****
Ariel
Noyola Rodríguez (especial paraARGENPRESS.info)
Martes
10 de febrero del 2015.
La
inflación estadounidense acumula más de 30 meses por debajo de 2 por ciento, el
objetivo del Sistema de la Reserva Federal (Fed). Hasta la fecha no existen
indicios de un repunte del nivel de precios sino al contrario, la deflación
(caída de precios) se ha convertido en una amenaza latente en la todavía
economía de mayor tamaño en el escenario global. Los precios al consumo se
ubicaron en apenas 0.4 por ciento en diciembre de 2014, su mayor caída desde
finales de 2008. En términos anuales, la inflación disminuyó a 0.8 por ciento
de ubicarse en 1.3 por ciento en noviembre pasado.
Así
la cosas, es evidente que los riesgos crecientes de deflación en la economía
estadounidense continuarán postergando la decisión de aumentar la tasa de
interés de los fondos federales (federal funds rate) por parte del banco
central. Y es que si bien la presidenta de la Fed, Janet Yellen, ha hecho de
conocimiento público en diversas ocasiones su intención de incrementar la tasa
de interés de referencia a mediados del año en curso o incluso antes
(actualmente en un rango de entre 0 y 0.25 por ciento) y, con ello, mantener
limitados los riesgos derivados del aumento espectacular de los índices
bursátiles, los miembros del Comité de Operaciones de Mercado Abierto (FOMC,
por su sigla en inglés) se resisten a aplicar la medida en medio de un nivel de
precios a la baja.
Sin
embargo, a diferencia de hace unos meses cuando tres miembros de la Fed votaron
a favor del incremento de las tasas de interés, en la reunión más reciente,
llevada a cabo la última semana de enero, los 12 miembros del Comité votaron en
contra de la medida. Al término del encuentro, Yellen declaró en conferencia de
prensa que la “paciencia” regirá la toma de decisiones de la Fed: la
incertidumbre no cede y, por ello, no será sino hasta observar una recuperación
de mayor solidez cuando las políticas monetarias excepcionalmente laxas
comiencen su reversión de manera gradual.
El mensaje oculto detrás de esas declaraciones es que si la inflación continúa cayendo en las próximas semanas, no únicamente la Fed no endurecerá la política monetaria (tightening) en el corto plazo, sino que podría, eventualmente, llevar a cabo una nueva batería de medidas “no convencionales” con la mira puesta en apuntalar la rentabilidad de las empresas y los bancos. La tendencia deflacionaria constituye un signo inequívoco de que algo anda realmente mal en la economía mundial en general, y en Estados Unidos en particular. El nivel de precios extremadamente bajo no está reservado únicamente a la esfera monetaria. Es un fenómeno económico de enorme amplitud que deriva de múltiples causas y que, en términos generales, tiene estrecha vinculación con las raíces más profundas de la crisis que comenzó hace más de 6 años.
El mensaje oculto detrás de esas declaraciones es que si la inflación continúa cayendo en las próximas semanas, no únicamente la Fed no endurecerá la política monetaria (tightening) en el corto plazo, sino que podría, eventualmente, llevar a cabo una nueva batería de medidas “no convencionales” con la mira puesta en apuntalar la rentabilidad de las empresas y los bancos. La tendencia deflacionaria constituye un signo inequívoco de que algo anda realmente mal en la economía mundial en general, y en Estados Unidos en particular. El nivel de precios extremadamente bajo no está reservado únicamente a la esfera monetaria. Es un fenómeno económico de enorme amplitud que deriva de múltiples causas y que, en términos generales, tiene estrecha vinculación con las raíces más profundas de la crisis que comenzó hace más de 6 años.
Hay
que recordar que a partir de la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre
de 2008 y hasta la contracción del crédito (credit crunch) en el plano
internacional los meses siguientes, en Estados Unidos se perdieron alrededor de
8 millones de puestos de trabajo. La tasa de desempleo alcanzó 10 puntos
porcentuales y la actividad económica se desplomó. La falta de liquidez en uno
de los mayores bancos de inversiones de Wall Street detonó una crisis global de
enormes proporciones. No fue sino hasta mediados de 2009 cuando, en términos
estadísticos, la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por su
sigla en inglés) apuntó que la economía estadounidense había superado la
recesión. En medio de la crisis, la caída dramática de la inflación levantó
preocupaciones en la Casa Blanca. Las amenazas de una espiral deflacionaria
estaban a la vista.
En
consecuencia, el Departamento del Tesoro y la Fed ejecutaron enérgicas acciones
dirigidas a reactivar el crédito, básicamente a través de un aumento de los
montos de los programas de estímulos monetarios (quantative easing) enfocados,
a su vez, en depurar el endeudamiento privado de los balances contables de las
corporaciones financieras y no financieras. Sin embargo, las compras combinadas
de activos hipotecarios (mortaged based securities) y bonos del Departamento
del Tesoro (Treasury bonds) aumentaron exponencialmente la hoja de balance
(balance sheet) de la Fed, y con ello potenciaron en buena medida los riesgos
de una caída de precios. Entre agosto de 2007 y el 5 noviembre de 2014, los
activos en posesión de la Fed se incrementaron en más de 500 por ciento al
pasar de 870 mil millones de dólares a 4 billones 486 mil millones de dólares.
Y
es que pese a su sostén irrestricto, el capitalismo estadounidense tiene serios
problemas para encontrar espacios de rentabilidad. No existen nuevos proyectos
de inversión en ningún lugar del territorio estadounidense que, con base en la
innovación tecnológica, permitan avizorar una fase expansiva del ciclo
económico. A lo largo de la última década, la industria estadounidense no
supera el rango entre 79 y 81 por ciento de su capacidad instalada. Aunque
durante 2012 y 2013 el índice se recuperó en comparación con 2007 y 2008,
todavía está muy por debajo de los niveles alcanzados en la década de 1990,
cuando alcanzó 85 por ciento en 1994.
La
denominada “recuperación estadounidense” (algunos economistas de la ortodoxia
se atreven incluso a llamarla “desacoplamiento”) descansa más en el repunte de
los principales índices de la bolsa de valores de Nueva York y menos en la
mejoría sustantiva de las condiciones de vida de la población. Incluso en la
esfera financiera han surgido nuevas barreras para la acumulación de capital.
Si bien es cierto que el índice Standard & Poors (cotiza las acciones de
las 500 mayores empresas de Estados Unidos) continúa registrando aumentos en
sus cotizaciones, la acumulación de ganancias por acción y dividendos es cada
vez menor.
De
esta forma salta a la vista una mayor propensión al riesgo por parte de los
operadores y una volatilidad creciente de los precios en el mercado de
capitales, según el Banco Internacional de Pagos (BIS, por su sigla en inglés).
Los flujos constantes de fusiones y adquisiciones (mergers & acquisitions)
así lo demuestran. Sucintamente, el aumento exponencial de las operaciones del
sistema bancario en la sombra (shadow banking system) en Estados Unidos,
alertado por el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) hace unas semanas,
evidencia, por un lado, la competencia creciente entre capitales individuales
en una batalla a muerte por la obtención de una mayor rentabilidad y, por otro
lado, las limitaciones para regular la actividad financiera de nuevo cuño.
El
curso de la economía estadounidense en los meses recientes pone de manifiesto
una vez más que las ganancias extraordinarias en el mercado de valores guardan
una relación inversamente proporcional a la evolución de las condiciones del
mundo del trabajo. De acuerdo con las estimaciones realizadas por el
Departamento de Trabajo, a lo largo de 2014, aproximadamente 2.95 millones de
empleos se recuperaron, de los cuales 252 mil correspondieron a diciembre,
cuando la tasa de desempleo cerró en 5.6 por ciento, el nivel más bajo de los
últimos 5 años. Bajo esa misma perspectiva, Estados Unidos habría incrementado
de manera sostenida 2 millones de puestos de trabajo anualmente desde 2010.
Sin
embargo, esas cifras contrastan con el deterioro estructural del mercado
laboral que, dicho sea de paso, también contribuye a consolidar la tendencia
deflacionaria. En primer lugar, la población económicamente activa (PEA) se
ubica actualmente en 62.7 por ciento, el registro más bajo de las últimas 3
décadas. En segundo lugar, hay serias dificultades en la absorción de la fuerza
de trabajo: 7 millones de personas son empleados a tiempo parcial y la tasa de
desempleo juvenil se ubica en más de 15 por ciento. En tercer lugar, la
contención salarial neutraliza de manera apabullante los efectos
multiplicadores de la ampliación del mercado interno y la redistribución del
ingreso sobre el crecimiento económico: los salarios cayeron 10 puntos
porcentuales en la composición del producto interno bruto (PIB) entre 1967 y
2013. Los salarios han caído en los meses recientes y el ingreso de las
familias aún no alcanza los registros previos a la crisis. La deuda de los
hogares se mantiene elevada y la polarización de clase aumenta.
No
obstante, el gobierno estadounidense insiste en divulgar opiniones contrarias a
través de la prensa hegemónica (The Financial Times, The Wall Street Journal,
The New York Times, Bloomberg, Reuters, etcétera): la economía se fortalece de
manera acelerada y, con ello, los riesgos en torno a una coyuntura crítica son
cada vez más remotos:
“[Gracias
a] una economía en crecimiento, una disminución de los déficits, una industria
desbordante y una producción energética en auge, hemos salido de la recesión
con más libertad para escribir nuestro propio futuro que cualquier otra nación
en la Tierra […] la sombra de la crisis ha pasado […] la recuperación está
tocando más y más vidas”, sentenció el presidente Barack Obama durante su
mensaje del Estado de la Unión ante el Congreso estadounidense, el martes 20 de
enero de 2015.
Con
todo, las contradicciones intrínsecas de la dinámica capitalista terminarán por
acallar el discurso de la dominación de clase. El fantasma de la deflación se hace cada vez
más presente en la economía estadounidense y, más temprano que tarde, terminará
por revelarse con todas sus fuerzas.
*****
Ariel Noyola Rodríguez es economista egresado de
la Universidad Nacional Autónoma de México.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario