ARTESANOS DEL PERÚ Y BOLIVIA PARTICIPAN EN LA FERIA DE LAS ALASITAS.
En el evento se pueden hallar eventos en miniatura. La tradicional “Feria
Internacional de las Alasitas”, que se desarrolla en la
Región Puno, congrega a unos 400 artesanos de Perú y Bolivia, para
comercializar una amplia variedad de diminutos objetos. El Pasacalle del Ekeko, es el personaje central. El Ekeko en su recorrido entregó réplicas
de billetes al público como signo de “buena fortuna”, mientras que los
asistentes recorren unos 40 stands, donde encuentran réplicas diminutas de autos, aviones, casas, dinero,
alimentos, artefactos eléctricos, muebles, etc. Esta fiesta y artesanía productiva nacional andina, presente en Bolivia y Perú,
cimentada en regiones y ciudades andinas, donde por supuesto ya está presente
la globalización con todos sus
mecanismos, herramientas y tendencias culturales actuales; con respecto a la globalización, como es que sigue ganando
mercados, en escenarios que hasta entonces eran copados por la llamada globalización cultural –
imperialismo cultural u occidentalización del mundo -. Por qué sobrevive, e
incluso de mantiene indisoluble en el tiempo y además va ganando mercados, es
producto de una práctica productiva
andina es parte del desarrollo de la economía local, del desarrollo local, que busca
dentro de un proceso nacional, consolidar las economías locales, pero además
este proceso de fortalecimiento local, con visión regional, nacional, está directamente relacionado con la
población productiva comprometida directamente con esta producción en miniatura y además se consolida con
las practicas de fiestas populares, muy fuertes en la cultura local y parte de
la identidad cultural colectiva. Aquí es donde descansa su fuerza, capacidad
de sobrevivencia, calidad productiva local-nacional. No es un producto más, es parte de la cultura local y nacional y su fuerza de desarrollo está directamente
relacionada con las prácticas culturales
y las diversas formas de resistencia cultural propia de los países en
desarrollo. Pero además donde el desarrollo local-regional es fuerte, positivo y altamente
valorado en perspectiva nacional y su buen posicionamiento en el mercado global.
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GLOBALIZACIÓN Y ALASITA.
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Carlos Toranzo Roca.
Diario Página siete miércoles 18 de febrero del 2015.
Para el ch’aqui de
Carnaval. Muchos entienden que la globalización en el plano cultural conduce
inexorablemente a una homogeneidad que iguala a todo el mundo. Se postula
que buena parte del globo usa Nike, que oye música en Sony, que se
desplaza en Toyota, que se afeita con Gillette, que ve CNN o que tiene la mala
costumbre gastronómica de comer hamburguesas McDonald’s.
Quienes plantean todo esto, por supuesto que tienen una buena cuota de verdad,
pero es necesario ver también que junto a esas tendencias hacia la
homogeneización existe un impulso hacia la diferenciación.
No en vano la
globalización está acompañada de la localización, de la reafirmación de lo
local y, lo que es más importante, de la revalorización de las
distintas identidades culturales. Hoy, más que ayer, se reafirman los catalanes
como catalanes, los vascos como vascos, etcéteras más etcéteras.
En el mundo globalizado
del presente se puede ser universal y, simultáneamente, reafirmar y revalorizar
las identidades propias. No en balde buena parte de los nuevos desafíos de la
generación de una ciudadanía plena es el respeto por la
cultura y las identidades de todos. Es decir, que esas épocas
de creer en que se podía estandarizar las
culturas y las personas ya han pasado; no obstante, no deja
de haber tendencias hacia muchas homogeneizaciones.
En La Paz, ni los Nike, ni
Toyota ni otros sellos de la globalización han podido apagar una
costumbre tan tradicional como la Alasita; más bien y risueñamente podríamos
decir que el culto al Ekeko o al dios de la Abundancia se ha "globalizado”
en nuestra ciudad.
A nadie extraña que se dé
la bendición a los billetitos y a las demás miniaturas no sólo en la plaza
Murillo, sino también en San Pedro, en Chasquipampa, en El Alto, en Villa
Fátima, en Villa Armonía, en Obrajes y hasta en San Miguel, en pleno sur de una
ciudad que parecía estar más cerca de Nike que del Ekeko.
Así pues, a pesar de la mencionada globalización, es posible que algunos datos
de la cultura, llamémosle tradicional, se mantengan y se expandan, en especial
algunos como el de la Alasita, que tienen una marca de combinación de culturas,
de sincretismo religioso que no deja de reflejar bien lo que es una sociedad
tan diversa y pluri-multi como la nuestra.
Pero, es obvio que la
tradición se conserva y hasta expande, pero siempre modificándose; conserva
algo del pasado y suma cosas nuevas, ahora chinas. Es de ese pasado no muy
lejano que me llegan algunos recuerdos: ir a las "Alasas” no sólo me
conducía a perder mi tiempo y mis pocos billetitos reales, -sacados de mi
alcancía con figura de unos Quevedos de la época-, jugando a
la lota o peleando duro en varios partidos de canchitas, sino que también me
empujaba la curiosidad de la niñez para ver a uno de los mejores puestos que
ponía en San Pedro una chola que la apodaban la Llanta Baja; chola
llena de aretes rebosantes de perlas, de mantilla de vicuña con grandes topos
de oro.
Hablo de las épocas en que la Tía Núñez paseaba por el
centro de la ciudad haciendo gala del exceso de maquillaje. En el puesto de esa
chola desfilaban las mejores masitas de la ciudad; comprar un cartucho de ellas
era el inicio del placer de saborear masitas de alta calidad, hasta mejores que
las que se hacían en la Ópera.
Pero, no sólo había
masitas, sino que también estaban colocadas las mejores frutas de la estación,
uvas dulces de Luribay, con las que se hacía el pisco Ormachea; los
sabrosos higos de Río Abajo, que al madurarse derramaban
una miel dulzona.
Los sabrosos duraznos
de Luribay que dieron lugar a una canción: "Luribay durazno,
viditay, perchicur untata …”. En fin, en el pasado ir a la Alasita y no
mirar a la Llanta Baja era un pecado.
Pero, tan pecado era para
los niños no ir a los puestos de pinquillos, pero no por una sed musical, sino
porque ahí se vendían los sopletes, esas fieras armas que servían para
atacar a cuanto t’usu veíamos por delante.
Había dos modalidades: los que debía ser usados con arvejas -arma letal para las
pantorrillas- y los otros para ser utilizados con papel masticado. Cualquier
mujer paceña que haya pasado los 30 años tendrá memoria dolorosa de esas épocas
de las Alasas.
Pero, ellas mismas y
nuestros padres recordarán con buena memoria gastronómica que ahí
mismo, en las Alasas, se podía comer uno de los
mejores platos paceños de la ciudad, con choclos frescos de Valencia y
Mecapaca; hablo de esos pequeños choclos, cuyos huiros eran
una delicia chuparlos, deporte que con la globalización parece haberse perdido.
Así que amigos de La Paz o del país, si están pensando cómo integrarse a esta
difícil época de la globalización, habría sido bueno que vayan a las Alasas. Si
no compraron sus billetitos y no los bendijeron por las dos religiones, es posible que el
desempleo o que la flexibilización laboral los pille y tengan épocas k’enchas.
Carlos
Toranzo Roca es economista.
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