En las actuales migraciones, entre las que destacan por sobre todo
aquellas derivadas de la pobreza, hay varios niveles de problema. Hoy, dadas las
características del fenómeno, nadie se beneficia de esos movimientos sino que,
por el contrario, se crean problemas comunes exclusivamente. Quizás sólo el migrante, en tanto
escapa de una situación muy desfavorable, se beneficia en parte, sin contar con
todos los problemas que le trae aparejado un cambio brusco de vida y el
abandono de su lugar. Pero en definitiva,
la experiencia lo enseña, la gran mayoría de población movilizada termina
integrándose a sus nuevas condiciones, más allá de la amargura de la añoranza.
Lo que está claro es que el fenómeno
migratorio en su conjunto (quizás podríamos atrevernos a decir que no sólo
por lo desorganizado, sino también por lo “escandaloso” que ha pasado a ser)
está denunciando una falla estructural del sistema social que lo produce. Las grandes capitales del Tercer Mundo
reciben en conjunto diariamente alrededor de mil personas que migran desde el
área rural; y algunos miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los
países desarrollados. ¿Hay una solución para esto? La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún
tiempo en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y
más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de
llegada de tanta migración: el Norte
desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero
para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa,
que comienza a ser invadida, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en
aumento.
/////
MIGRACIONES: ¿PROBLEMA PARA QUIÉN?.
*****
Marcelo Colussi (especial
para ARGENPRESS.info).
Domingo 1 de febrero del
2015.
Las migraciones han existido siempre
en la historia. Podría decirse que si algo caracteriza a la especie humana es
su afán de búsqueda, de descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el
planeta. En ese sentido, las migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde
hace ya unas décadas, la arquitectura de la sociedad planetaria globalizada
encuentra en las migraciones un problema cada vez más grave. Millones y
millones de personas huyen desesperadas de la pobreza y/o la guerra, para
intentar llegar a las islas de prosperidad. En la actualidad, la situación se
tornó casi inmanejable. Pero hay una doble moral en el discurso dominante
proveniente del Norte: pone frenos a la emigración, y al mismo tiempo se aprovecha
de ella como mano de obra barata. Una visión romántica que busque un perfil más
“humanizado” en los receptores no ayuda a cambiar las cosas. El núcleo pasa por
cambiar la estructura que expulsa cada vez más gente.
Las migraciones humanas son un fenómeno
tan viejo como la humanidad misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas
más consistentes, se estima que el ser humano hizo su aparición en un punto
determinado del planeta y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el
hombre es el único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los
rincones del mundo.
Las migraciones no constituyen una novedad en la historia. Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién? Y, secundariamente, en tanto problema a resolver, esbozar alternativas posibles.
Las migraciones no constituyen una novedad en la historia. Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién? Y, secundariamente, en tanto problema a resolver, esbozar alternativas posibles.
Las aristas del
fenómeno.
La gente ha migrado históricamente
de un sitio a otro: forzada por las circunstancias algunas veces, y
voluntariamente otras. En estos últimos casos, la población migrante buscó
nuevos horizontes simplemente movida por el humano afán de conocer cosas
nuevas, del descubrimiento, de la aventura.
Las emigraciones forzosas se han debido a diversas causas, pero en general puede afirmarse que aparecen ligadas a contingencias naturales: catástrofes, hambrunas, empeoramiento en las condiciones de habitabilidad de una región.
Sólo recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún: pobreza. Sólo en la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a constituirse en un verdadero problema, perdiendo definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva.
Las emigraciones forzosas se han debido a diversas causas, pero en general puede afirmarse que aparecen ligadas a contingencias naturales: catástrofes, hambrunas, empeoramiento en las condiciones de habitabilidad de una región.
Sólo recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún: pobreza. Sólo en la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a constituirse en un verdadero problema, perdiendo definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva.
Si bien es cierto que el movimiento
voluntario de población sigue existiendo (pequeño, ocasional), y que no faltará
ya hoy día quien esté pensando instalarse próximamente en alguna base terrícola
en algún punto del cosmos, las características de aquello a lo que actualmente
asistimos llaman a la reflexión.
Una concepción realmente amplia del desarrollo humano, que no ligue el bienestar exclusivamente a la adquisición de objetos materiales, y que contemple como algo igualmente medular el respeto de las libertades individuales y el cuidado del ambiente, debe interrogarse acerca de fenómenos tan masivos y contundentes que irrumpen en lo social, rompiendo el equilibrio general, tales como la narcoactividad (actualmente uno de los principales negocios en la economía mundial), la violencia generalizada (la producción y venta de armamentos constituye el primero), la amenaza nuclear, el desastre ecológico, la actual pandemia del SIDA. Entre estos fenómenos se inscribe necesariamente el de las migraciones actuales, masivas y sin freno.
Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.
Una concepción realmente amplia del desarrollo humano, que no ligue el bienestar exclusivamente a la adquisición de objetos materiales, y que contemple como algo igualmente medular el respeto de las libertades individuales y el cuidado del ambiente, debe interrogarse acerca de fenómenos tan masivos y contundentes que irrumpen en lo social, rompiendo el equilibrio general, tales como la narcoactividad (actualmente uno de los principales negocios en la economía mundial), la violencia generalizada (la producción y venta de armamentos constituye el primero), la amenaza nuclear, el desastre ecológico, la actual pandemia del SIDA. Entre estos fenómenos se inscribe necesariamente el de las migraciones actuales, masivas y sin freno.
Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.
La dinámica social en curso,
curiosamente, aunque se amplíe en potencialidades productivas, en tecnologías
más efectivas, en racionalidad, no termina de resolver problemas ancestrales de
la humanidad en cuanto a mejoramiento de las condiciones de vida, sino que por
el contrario para una gran mayoría las empeora.
La llamada “era industrial” provocó
las oleadas de migración voluntaria más grandes que hasta entonces se habían
producido. La búsqueda de prosperidad que empezó a ofrecer el capitalismo en su
proceso de crecimiento, movió enormes contingentes de población rápidamente.
Algo similar sucedió recientemente en la República Popular China, llevando
inmensas masas campesinas hacia los centros industriales.
Países enteros comenzaron a nutrirse
de los inmigrantes y algunos construyeron su grandeza sobre esa base: quizás
los Estados Unidos de América son el ejemplo más elocuente. Continentes enteros
se modificaron merced a esos movimientos de población. Expandido el
industrialismo y la sociedad de alto consumo material por prácticamente todo el
orbe, desde la segunda mitad del siglo XX fueron alternativamente apareciendo
nuevos focos de prosperidad que, a su turno, atrajeron migrantes: Canadá
Australia, Nueva Zelanda, zonas francas dentro de países, como Manaos en Brasil
o Hong Kong en China.
La industrialización de las
sociedades, y por tanto el crecimiento de la ciudad en detrimento del campo,
tiene en curso un proceso migratorio en todo el mundo que no da miras de
detenerse. Estas migraciones, que de alguna manera fueron el insumo que
necesitó la industria para expandirse en un primer momento, no dejan de ser un
problema social creciente, por cuanto el número de personas reubicadas en las
ciudades supera grandemente las posibilidades de asimilación de nuevos
habitantes que ellas tienen. Un proceso de algún modo similar se da en el
movimiento Sur-Norte, desde países pobres hacia la metrópoli desarrollada.
Las oleadas de tercermundistas
indocumentados se muestran imparables y quizás ésta, más que ningún otro tipo
de migración, es la que alarma al status quo central. En todos estos casos,
vemos que hay un interés del migrante por desplazarse desde una situación
comparativamente más desventajosa (material, social, culturalmente) hacia una
más beneficiosa.
Las guerras, quizás las peores
catástrofes no naturales, han sido desde siempre un factor determinante de
migraciones. Pero las llamadas “guerras de baja intensidad” de las últimas
décadas, incluidas aquellas desarrolladas en el marco de la Guerra Fría (la
Tercera Guerra Mundial para algunos), entre las que se cuentan toda suerte de
persecuciones por cualquier disensión, han dejado un saldo de migrantes
forzosos como nunca antes se había contabilizado. Seguramente contribuye a
estos movimientos cada vez más masivos de población, la proliferación de
comunicaciones más desarrolladas en todo el mundo, que achican distancias,
globalizando y homogeneizando posibilidades y alternativas.
Podría aventurarse la idea de que
los conflictos armados y las persecuciones provocan tantas migraciones porque,
a partir de la explosión demográfica del último siglo (por ahora siempre en
aumento), cada vez hay cantidades más inconmensurables de gente en el planeta,
y más aún en las zonas donde generalmente tienen lugar esos hechos violentos.
Por tanto, una reubicación de un
grupo poblacional que hace algunos siglos atrás hubiera pasado inadvertida o no
hubiera tenido un impacto relevante, hoy día alcanza a veces ribetes trágicos.
Más aún si se da, como de hecho ocurre, en las áreas más pobres y marginadas
del mundo, menos preparadas por tanto para hacer frente a situaciones tan
adversas.
La Segunda Guerra Mundial, más allá
del desastre que en sí misma representó para quienes la sufrieron directamente
en Europa, no provocó un éxodo irrefrenable de población hacia nuevos
horizontes. Pero todo conflicto armado acaecido en el Tercer Mundo tiene como
consecuencia inmediata, además de la pérdida de vidas y de bienes materiales,
movimientos poblacionales donde se huye de situaciones generalmente
irreversibles en el corto y mediano plazos, en las que se combinan el desastre
de la guerra con la precariedad heredada desde siempre.
Tales movimientos, si bien son una
forma de preservar la vida en lo inmediato, producen posteriormente problemas
de reasentamiento definitivamente insolubles, por lo que conflictúan aún más
las ya sufridas sociedades donde tienen lugar. En estas migraciones,
prácticamente forzosas, se huye por una imperiosa necesidad de sobrevivencia.
Las cifras globales indican,
elocuentemente, que las migraciones, ya sea por interés, ya por necesidad,
aumentan; y no sólo en valores absolutos (cada vez hay más población en el
mundo) sino también en términos relativos, lo cual es un indicador de que algo
especial sucede.
¿Por qué emigra
cada vez más gente?.
Es claro que, dada la actual
cantidad de humanos sobre el planeta, cualquier fenómeno masivo debe
contabilizarse en términos monumentales. Pero esto no alcanza para explicar el
por qué de la masividad de las migraciones. Pareciera que, crecientemente, hay
más interés al igual que más necesidad de emigrar. Pero, observando más
detenidamente el fenómeno, vemos que el interés (nos referimos al migrante
voluntario, que fundamentalmente es migrante económico) se reduce también a
necesidad.
La gente huye de la miseria: del
área rural a la ciudad, de los países pobres a la prosperidad del Norte, al
igual que huye de las guerras, de las persecuciones políticas, de las cacerías
humanas, cualquiera sea su naturaleza. Ahora bien, si el número de huidos
aumenta (ya sea en forma de desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes
de barrios marginales en las ciudades o de inmigrantes ilegales en las
sociedades más ricas) esto está indicando que las condiciones de vida, de donde
proviene tanta gente, expulsan en vez de permitir un armónico desarrollo.
Con la globalización en curso, a la
que actualmente todos asistimos, es posible pensar que las fronteras del
Estado-nación moderno puedan tender a debilitarse y que los desplazamientos de
población para fines de crecimiento personal (económico, cultural) entre un
punto y otro del orbe sean paulatinamente más comunes.
Pero esto no deja de ser un
movimiento que no altera la estructura misma del edificio social: los negocios
son y serán cada vez más marcadamente transnacionales, al igual que la cultura,
las modas, los hábitos cotidianos, las distintas formas de poder y las
políticas de control. No es impensable que, dentro de algún tiempo, grandes
áreas del mundo sean la casa común para millones de habitantes (Europa, por
ejemplo, apuesta a ese proyecto). Pero los desplazamientos humanos que allí
tengan lugar no podrían ser considerados migraciones (un pasaporte común, un
destino común; las migraciones no son eso).
¿Qué tienen de especial las migraciones masivas a las que nos referimos? En el hecho migratorio deben considerarse tres elementos: el migrante, el lugar de donde emigra y aquel a donde llega. Cada uno de estos polos tiene su especificidad propia. Cada tipo de migrante (el latinoamericano que se va “mojado” a Estados Unidos, o el sobreviviente de un terremoto que es reubicado por sus autoridades gubernamentales en una nueva región del país, o aquel que alcanza a cruzar la frontera para escapar a un régimen dictatorial sangriento, etc.) tiene una historia personal y colectiva que le hace sobrellevar esa transformación en su vida, con mayor o menor suerte.
¿Qué tienen de especial las migraciones masivas a las que nos referimos? En el hecho migratorio deben considerarse tres elementos: el migrante, el lugar de donde emigra y aquel a donde llega. Cada uno de estos polos tiene su especificidad propia. Cada tipo de migrante (el latinoamericano que se va “mojado” a Estados Unidos, o el sobreviviente de un terremoto que es reubicado por sus autoridades gubernamentales en una nueva región del país, o aquel que alcanza a cruzar la frontera para escapar a un régimen dictatorial sangriento, etc.) tiene una historia personal y colectiva que le hace sobrellevar esa transformación en su vida, con mayor o menor suerte.
De hecho, cualquier gran cambio
existencial provoca una conmoción subjetiva que cada quien sobrellevará como
mejor pueda, no faltando ocasiones en que algunos no podrán procesar todo lo
nuevo, reaccionando con distintos tipos de descompensaciones (sintomatología
psicológica, desadaptación a las nuevas condiciones, duelo perpetuo por lo
perdido). Este es un nivel del problema: el problema concreto para cada
migrante.
Por otro lado, y siempre funcionando
como un problema, se encuentra el medio que fuerza la emigración: algo irrumpe
o actúa como distorsionador en la vida normal provocando las condiciones para
abandonar, temporal o definitivamente, el lugar de origen. Pueden ser
catástrofes naturales, guerras, pobreza, etc., pero para quien lo padece, ello
tiene en todos los casos el valor de problema insoluble, cuya única alternativa
es la evitación.
Finalmente, también es un problema
el proceso de llegada del emigrante a su nuevo destino, no sólo para él (¿cómo
se adaptará, cómo soportará la pérdida?) sino también para el entorno en el que
se reinstala. A veces el nuevo medio acoge solidariamente, pero muchas otras
no, creándose tensiones entre recién llegado y nativo. El proceso de
reubicación no deja de ser un enorme problema, y en ocasiones más complejo que
los otros.
Lo distintivo en las migraciones
actualmente, además de su tamaño, es el hecho de constituirse como problema
para todos los factores que hacen parte de ellas, en virtud de su
desorganización, de su desorden, de la pérdida de su condición constructiva.
Hace tiempo que las migraciones dejaron de ser un motor beneficioso para las
sociedades. Por el contrario, en un mundo en el que, agigantadamente, en vez de
resolverse problemas cruciales, se entroniza la tendencia a dividir entre
aquellos que “se salvan” y los que “sobran”, las migraciones (como recurso
desesperado de muchísimos) son un calvario que, globalmente consideradas, no
salvan a nadie sino que empeoran las condiciones de todos.
Migraciones: un
problema a resolver.
En las actuales migraciones, entre
las que destacan por sobre todo aquellas derivadas de la pobreza, hay varios
niveles de problema. Hoy, dadas las características del fenómeno, nadie se
beneficia de esos movimientos sino que, por el contrario, se crean problemas
comunes exclusivamente. Quizás sólo el migrante, en tanto escapa de una
situación muy desfavorable, se beneficia en parte, sin contar con todos los
problemas que le trae aparejado un cambio brusco de vida y el abandono de su
lugar.
Pero en definitiva, la experiencia
lo enseña, la gran mayoría de población movilizada termina integrándose a sus
nuevas condiciones, más allá de la amargura de la añoranza. Lo que está claro
es que el fenómeno migratorio en su conjunto (quizás podríamos atrevernos a
decir que no sólo por lo desorganizado, sino también por lo “escandaloso” que
ha pasado a ser) está denunciando una falla estructural del sistema social que
lo produce. Las grandes capitales del Tercer Mundo reciben en conjunto
diariamente alrededor de mil personas que migran desde el área rural; y algunos
miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los países desarrollados. ¿Hay
una solución para esto?
La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún tiempo en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, que comienza a ser invadida, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.
La voz de alerta respecto al tema ya se ha dado desde hace algún tiempo en todo el mundo. Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, que comienza a ser invadida, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.
Si efectivamente consideramos que
las migraciones en condiciones de huida, tal como se van dando constantemente,
son un problema (social, humano, ético, económico o como lo queramos
considerar), se impone hacer algo al respecto. De hecho, hay varias respuestas
en curso; de acuerdo al nivel del problema enfocado habría al menos tres
posibilidades: a) trabajar con el
emigrante; b) accionar sobre el
punto de donde sale; y c) intervenir
en el punto de llegada.
Quizás lo más sencillo, pero no por ello
lo más efectivo, es actuar en el lugar de llegada de las corrientes
migratorias, simplemente cerrando fronteras para impedirlas. Esto, si bien se
hace (y con alarma hay que denunciar que es una tendencia creciente en vastos
sectores de los países ricos, llegándose a extremos cavernícolas de xenofobia
en algunos casos) no es una respuesta al problema sino, simplemente, una forma
de sacárselo de encima. Pedir que no lleguen más inmigrantes a un país es,
exclusivamente, preservar la situación de ese país despreocupándose del
problema de otros.
Otra posibilidad, y de hecho la más
desarrollada, es trabajar directamente con la población migrante, tanto en el
proceso de instalación en su nueva morada como en el eventual regreso hacia su
lugar de origen. En general, aquí es donde se concentran todos los esfuerzos de
las diversas agencias, gobiernos e instituciones varias que se dedican al
fenómeno. Ayuda humanitaria para los traslados, acompañamiento, facilidades en
los desplazamientos, asesoría y apoyo en los nuevos asentamientos, programas de
desarrollo para los reinstalados, son algunas de las variantes más usuales en
los servicios prestados a la población migrante.
Todo ello tendiendo a hacer del
hecho migratorio algo digno y constructivo, pero sin entrar a cuestionar el por
qué del mismo.
La tercera opción, tal vez la más
difícil de encarar, es apuntar a ver por qué se emigra y a solucionar en el
sitio expulsor los problemas que fuerzan a abandonar el terruño. Con esto
habría que estar abordando problemáticas tan complejas como la pobreza o la
guerra. Seguramente sea imposible impedir las migraciones (¿quién y cómo
eliminará las causas anteriores?); pero tal vez pueda ser útil ampliar el
debate para profundizar estas temáticas.
Pese a que las organizaciones
dedicadas a atender migrantes no tengan, en principio, respuesta efectiva a
cuestiones tan complejas, es necesario plantearse seriamente qué nos está
diciendo este fenómeno. Si tanta gente huye de su situación cotidiana, ello
debe llamar a la reflexión inmediata: ¿es tolerable un mundo que integra a
algunos y marginaliza a tantos? Las migraciones actuales ¿no nos están hablando
de poblaciones “excedentes” en el planeta? Y ¿qué mundo puede ser este donde
haya gente “de sobra”? Obviamente, los modelos de desarrollo en juego hacen
agua, por lo que hay que replantearlos.
Migraciones y
migrantes: una mirada crítica.
Las penurias que deben pasar los
migrantes en su marcha hacia la supuesta salvación son enormes, terribles. En
estos últimos años de crisis sistémica, esas penurias se acrecentaron. Y
justamente por esa crisis global del sistema capitalista, las condiciones de
recepción de migrantes en el Norte se ponen cada vez más duras, más denigrantes
incluso.
Hay ahí una doble moral en juego:
por un lado se aprovecha la mano de obra barata, casi regalada, que llega a los
bolsones de desarrollo en el Norte; y por otro, se le pone trabas cada vez
mayores, alentándola a no migrar.
Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación.
Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación.
El antiguamente llamado “ejército de
reserva industrial”, es decir: las poblaciones desocupadas y siempre listas a
trabajar por migajas, no ha desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global,
mundial. Se lo declara problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a
mantener bajos los salarios.
No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una verdadera pesadilla. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la pesadilla.
No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una verdadera pesadilla. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la pesadilla.
Ahora bien -y ahí está el sentido
último de este escrito-, permítasenos esta reflexión: suele levantarse la voz,
lastimera por cierto, en relación a las penurias de los migrantes
indocumentados. Suele decirse que la vida que llevan en los países del Norte es
deplorable, lo cual es cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte
de esos países para con la enorme masa de migrantes irregulares.
Todo eso está muy bien. Es, salvando
las distancias, como preocuparse por la situación actual de los niños de la
calle. Pero ese dolor, expresado en la lamentación por la situación de esas
poblaciones especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes
indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la otra
cara del problema: ¡la verdadera y principal cara! ¿Por qué hay millones y
millones de migrantes que escapan de sus países de origen, forzados por la
situación económica? La cuestión no es tanto pedir un trato digno en los países
de llegada, sino plantearse por qué deben escapar.
En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida los legalicen no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?
En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida los legalicen no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?
Del mismo modo que nadie debe
discriminar ni castigar a un niño de la calle (él es el síntoma visible de un
proceso social mucho más complejo) del mismo modo nadie debe excluir, segregar
o maltratar a un migrante en condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si
alguien tiene que salir huyendo de su sociedad natal porque ahí no puede
sobrevivir, es ahí donde hay que trabajar para cambiar esa injusta y deplorable
situación. Llorar por los efectos visibles puede ser muy bien intencionado,
pero poco efectivo para afrontar con posibilidades de éxito las inequidades.
Todas estas preguntas, aparentemente
alejadas en principio de respuestas prácticas concretas, deben ser el
fundamento de nuestras acciones en torno al tema de las migraciones.
En definitiva, el debate teórico
serio (creemos que imperioso) sobre todo esto es lo que mejor puede encaminar
las futuras intervenciones. Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante
judío: “no hay nada más práctico que una buena teoría”.
*****
Material
aparecido originalmente en la Revista “Análisis de la Realidad Nacional” del
Instituto de Análisis de Problemas Naciones de la Universidad de San Carlos de
Guatemala -IPNUSAC- N° 66. Guatemala, 2015.
*****
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