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“Volviendo a la arena
internacional, la política de medidas coercitivas unilaterales (“sanciones”) de Washington y sus vasallos europeos aceleró el colapso de la globalización neoliberal y dio ímpetus
a la reorientación de las relaciones
económicas de Rusia en dirección al mundo asiático. Si antes de
la guerra en Ucrania el intercambio
comercial de Moscú con Europa
equivalía al 47 % del total, en la
actualidad apenas llegan al 11 %.
Por la inversa, el vínculo mercantil de
Rusia con los países asiáticos
pasó del 29 al 66 %, distribuido en
las proporciones siguientes: un 34 por
ciento en la relación con China
(volumen total de 245.000 millones
de dólares) y el 32 por ciento para
el resto de Asia. A lo anterior hay que sumar la creciente importancia del comercio entre Rusia y la India, Turquía e Indonesia.
Y es en este lugar, el Asia Pacífico,
donde hoy se encuentra el centro de
gravedad de la economía internacional y en donde una parte cada vez
más grande de las relaciones comerciales
se pagan con monedas locales, agravando así la creciente desdolarización de la economía mundial,
algo que Trump pretende detener con una guerra arancelaria cuya primera víctima ya está siendo Estados Unidos.
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TRUMP DESBOCADO Y DERROTADO.
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Por Atilio
A, Boron.
Sociólogo.
Dr. en Ciencias Sociales.
Maestro
Universitario.
Fuente.
Página /12 viernes 18 de julio del 2025.
El insólito y a la vez ridículo ultimátum de Donald Trump a Rusia otorgándole un plazo de 50 días para finalizar la guerra en Ucrania es uno más de
las muchas bravatas que el presidente de Estados
Unidos ha venido profiriendo desde el
inicio de su campaña electoral a mediados del año pasado. En el ámbito internacional aquellas, hasta
ahora al menos, no llegaron a concretarse.
La guerra en Ucrania no la detuvo en
24 horas como había prometido y se ha vuelto más encarnizada por
el continuo y creciente flujo de armamento norteamericano y europeo hacia el régimen
neonazi de Zelenski. El nivel de improvisación e
irresponsabilidad de Trump quedó retratado, según
el Financial Times,
cuando en una reunión con el mandatario
ucraniano le preguntó si podría atacar a Moscú
y San Petersburgo, a lo cual Zelenski
respondió que sí, siempre que le proporcionaran las armas para hacerlo.
La única manera de acabar con esa guerra, que ya está perdida para Kiev, es garantizarle a Rusia el derecho a la seguridad nacional. Así como Washington jamás aceptaría la instalación de tropas chinas o rusas en México o Canadá no se entiende por qué Moscú debería aceptar sin chistar estar rodeado por potencias hostiles desde el Báltico hasta el Mar Negro. Pero no sólo en Ucrania tropezó el magnate neoyorquino. Aquellas superbombas que supuestamente destruirían los depósitos de uranio enriquecido de Irán terminaron siendo un fiasco certificado por la Organización Internacional de Energía Atómica cuando días después del bombardeo declaró que no se detectaron aumentos en los niveles de radiación en las inmediaciones de las instalaciones nucleares iraníes.
Mientras tanto no hay noticias de que en
el Canal de Panamá se hubiera producido un cambio de autoridades y
tampoco se observan Marines
patrullando a lo largo del canal. Groenlandia no está en venta
y Canadá rehusó convertirse en el estado número cincuenta y uno de la Unión
dando rienda suelta, además, a un sentimiento antiestadounidense sin precedentes con 59 % de los encuestados diciendo
que su vecino del sur es una amenaza
mayor para Canadá que Rusia, Corea del Norte e Irán. Sin
duda, todo un éxito.
Por su parte los mapas de la National Geographic Society ignoraron la bravata de Trump y al Golfo de México se lo
sigue llamando por su nombre tradicional y en el tema de los aranceles sus idas y vueltas ya se han
convertido en un monumento a la improvisación,
subiendo y bajando caprichosamente el nivel de los mismos aún con los países
con los que Estados Unidos ha
firmado un acuerdo de libre comercio, como México y Canadá y amenazando con aplicar tarifas diferenciadas a todos los demás.. En este asunto el
presidente de Estados Unidos ha llegado a extremos ridículos como pretender
castigar con un arancel del 500 % a
los países que “colaboren” con Rusia
(sin que se aclare a qué se refiere con dicha palabra) o castigar con descomunales tarifas a los
miembros del BRICS pese a que en
muchos casos Estados Unidos tiene un
balance comercial favorable con algunos de los países que lo integran,
entre ellos Brasil.
Esta impresionante lista de fracasos en el escenario
internacional tiene su contrapeso en la poca efectividad que han tenido las
absurdas amenazas de Trump de
deportar a unos diez u once millones de
inmigrantes establecidos supuestamente de forma ilegal en Estados Unidos. Hasta ahora, la deportación masiva ha sido más retórica
que real. La Casa Blanca informó que
hasta abril de este año habrían deportado unas 140.000 personas, pero observadores imparciales estiman que la
cifra real se ubica en poco más de la mitad.
De
todos modos, Trump puso en marcha una cacería indiscriminada de migrantes, sin mayor
distinción entre personas que estaba viviendo
legalmente en ese país durante años y los indocumentados. Una iniciativa injusta,
criminal, particularmente cruel con
familias que se ven desgarradas por la acción de la Casa Blanca dejando niños muchas veces en la orfandad y a merced de autoridades inescrupulosas que son capaces
de hacer cualquier cosa con ellos, desde darlos en adopción o venderlos en no
pocos casos a organizaciones criminales
dedicadas al tráfico de órganos infantiles,
un tema que en Estados Unidos ha adquirido una inusitada gravedad.
Para colmo de males, la
administración Trump no envía a todos
los migrantes capturados a sus países de origen, sino que en algunos casos su
destino es El Salvador. Allí fueron
a parar unas 260 personas, la mayoría venezolanas, alojadas en
calidad de “terroristas” en el
enorme Centro
de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), un redituable negocio para el
régimen de Nayib Bukele que recibió poco más de 6
millones de dólares por colaborar con la nefasta política de deportación masiva de Trump.
Volviendo a la arena internacional, la política de medidas
coercitivas unilaterales (“sanciones”) de Washington y sus vasallos
europeos aceleró el colapso de la globalización neoliberal y dio ímpetus a la reorientación de las relaciones económicas de Rusia en
dirección al mundo asiático. Si antes de la guerra en Ucrania el intercambio comercial de Moscú con Europa equivalía al 47
% del total, en la actualidad apenas llegan al 11 %. Por la inversa, el vínculo mercantil de Rusia con los países
asiáticos pasó del 29 al 66 %, distribuido
en las proporciones siguientes: un 34
por ciento en la relación con China
(volumen total de 245.000 millones
de dólares) y el 32 por ciento para
el resto de Asia.
A lo anterior hay que sumar la creciente importancia del comercio entre Rusia y la India, Turquía e Indonesia.
Y es en este lugar, el Asia Pacífico,
donde hoy se encuentra el centro de
gravedad de la economía internacional y en donde una parte cada vez
más grande de las relaciones comerciales
se pagan con monedas locales, agravando así la creciente desdolarización de la economía mundial,
algo que Trump pretende detener con una guerra arancelaria cuya primera víctima ya está siendo Estados Unidos.
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