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A la Memoria del Maestro de
Maestros de América: Don Simón Rodríguez. Hoy todo su pensamiento está presente
entre nosotros. Gran luchador por la libertad y la justicia. Eduardo Galeano expresa en el homenaje recibido: Y mucho me honra
recibir esta ofrenda, porque mucho tiene de desafío: en nuestros países la independencia
plena es todavía, en gran medida, una tarea por hacer, que nos convoca cada
día.
Todas nuestras naciones nacieron
mentidas. La independencia renegó de quienes, peleando por
ella, se habían jugado la vida; y las mujeres, los analfabetos, los pobres,
los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Aconsejo echar un
vistazo a nuestras primeras Constituciones,
que dieron prestigio legal a esa mutilación. Las Cartas Magnas otorgaron el derecho
de ciudadanía a los pocos que podían comprarlo. Los demás, y las demás,
siguieron siendo invisibles. Don Simón
Rodríguez, decía locuras, y hacía locuras. Allá por mil ochocientos veinte y pico, sus
escuelas mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y a los blancos, y también
unían la cabeza y las manos, porque enseñaban a leer y a sumar, y también a
trabajar la madera y la tierra. En
sus aulas no se escuchaban los latines de sacristía y se desafiaba la
tradición del desprecio por el trabajo manual. Poco duró la experiencia. Un clamor de indignadas voces exigía la
expulsión de este sátiro que ha venido a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del
país que ahora llamamos Bolivia, le
exigió la renuncia. A partir de entonces, anduvo
a lomo de mula, peregrinando por las costas del Pacífico y las montañas de
los Andes, fundando
escuelas y formulando preguntas insoportables a los nuevos dueños
del poder: –Ustedes, que imitan todo
lo que viene de Europa y de los Estados Unidos, ¿por qué no les imitan la
originalidad, que es lo más importante? Este
viejo vagabundo, calvo, feo y barrigón, el más audaz y el más querible de los pensadores de América, estaba cada día más
solo, y solo murió. A los ochenta años,
escribió: –Yo quise hacer de la tierra un
paraíso para todos. La hice un infierno para mí.
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“La independencia es otro nombre de la dignidad”
*****
Eduardo Galeano.
México. La jornada 23 de febrero del
2011.
Quiero
dedicar este homenaje a la memoria viva de dos
Carlos: Carlos Lenkersdorf y Carlos Monsiváis, amigos muy queridos que ya
no están, pero siguen estando.
Y
empiezo por decir gracias: Gracias,
Marcelo, por este regalo, esta alegría. Te digo gracias en nombre propio y
también en nombre de los muchos sureños que jamás olvidarán su gratitud a
México, el país de su exilio, refugio de perseguidos en los años de mugre y
miedo de nuestras dictaduras militares.
Y
quiero subrayar que México merece,
por eso y por muchos otros motivos, toda nuestra solidaridad, ahora que esta
tierra entrañable está siendo víctima de la hipocresía del narco-sistema
universal, donde unos ponen la nariz y otros ponen los muertos, y unos declaran
la guerra y otros reciben los tiros.
Este
acto generoso me honra por venir de quien viene. La ciudad de México está a la
vanguardia en la lucha por los derechos humanos, en un amplio abanico que va
desde la diversidad sexual hasta el derecho a respirar, que ya parecía perdido.
Y
mucho me honra recibir esta ofrenda, porque mucho tiene de desafío: en nuestros
países la independencia plena es todavía, en gran medida, una tarea por hacer,
que nos convoca cada día.
En la ciudad de Quito, al
día siguiente de la independencia, una mano anónima escribió en una pared:
Último día del despotismo y primero de lo mismo.
Y en Bogotá,
poco después, Antonio Nariño advertía que el alzamiento patriótico se estaba
convirtiendo en baile de máscaras, y que la independencia estaba en manos de
caballeros de mucho almidón y mucho botón, y escribía: Hemos mudado de amos.
Y el chileno Santiago Arcos
comprobaba, desde la cárcel: –Los
pobres han gozado de la gloriosa independencia tanto como los caballos que en
Chacabuco y Maipú cargaron contra las tropas del rey.
***
Todas
nuestras naciones nacieron mentidas. La
independencia renegó de quienes, peleando por ella, se habían jugado la
vida; y las mujeres, los analfabetos, los pobres, los indios y los negros no fueron
invitados a la fiesta. Aconsejo echar un vistazo a nuestras primeras Constituciones, que dieron prestigio
legal a esa mutilación. Las Cartas Magnas otorgaron el derecho de ciudadanía a
los pocos que podían comprarlo. Los demás, y las demás, siguieron siendo
invisibles.
***
Simón Rodríguez
tenía fama de loco, y así lo llamaban: El loco. Decía locuras, como éstas:
–Somos independientes,
pero no somos libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados
Unidos son, en nuestra América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nuestra
América no debe imitar servilmente, sino ser original.
Y también:
–Enseñemos
a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón:
no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos. Al
que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.
Don Simón decía locuras, y hacía
locuras. Allá por mil ochocientos veinte y pico, sus escuelas
mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y
a los blancos, y también unían la cabeza y las manos, porque enseñaban a leer y
a sumar, y también a trabajar la madera y la tierra. En sus aulas no se
escuchaban los latines de sacristía y se desafiaba la tradición del desprecio
por el trabajo manual. Poco duró la experiencia. Un clamor de indignadas voces
exigía la expulsión de este sátiro que ha venido a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del
país que ahora llamamos Bolivia, le
exigió la renuncia.
A
partir de entonces, anduvo a lomo de mula, peregrinando por las costas del
Pacífico y las montañas de los Andes, fundando escuelas y formulando preguntas
insoportables a los nuevos dueños del poder:
–Ustedes, que imitan todo lo que viene
de Europa y de los Estados Unidos, ¿por qué no les imitan la originalidad, que
es lo más importante?
Este viejo vagabundo, calvo, feo y
barrigón, el más audaz y el más querible de los pensadores de América, estaba
cada día más solo, y solo murió.
A
los ochenta años, escribió:
–Yo
quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para mí.
***
Simón Rodríguez fue
un perdedor. Según la escala de valores de este mundo, que sacraliza el éxito y
no perdona el fracaso, los hombres como él no merecen memoria.
Pero, ¿acaso no está vivo don Simón en
la energía de dignidad que hoy recorre nuestra América de norte a sur?
¿Cuántos hablan por su boca, aunque no lo sepan, como hablaba en prosa aquel
personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa?
¿Acaso don Simón no nos sigue enseñando, un siglo y medio después de su
muerte, que la independencia es otro
nombre de la dignidad? Es verdad que todavía pesa, y mucho, la
herencia colonial, que aplaude la copia y maldice la creación y admira, como
denunciaba don Simón, las virtudes del mono y del papagayo. Pero también es
verdad que son cada vez más los jóvenes que
sienten que el miedo es una cárcel humillante y aburrida, y libremente se
atreven a pensar con sus propias cabezas, sentir con sus propios corazones y
caminar con sus propias piernas.
***
Yo no creo en Dios,
pero sí creo en el humano milagro de la resurrección. Porque quizás se
equivocaban aquellos dolientes que se negaban a creer en la muerte de Emiliano Zapata, y creían que se había
marchado a Arabia en un caballo blanco, pero sólo se equivocaban en el mapa.
Porque a la vista está que Zapata sigue vivo, aunque no tan lejos, no en las
arenas de Oriente: él anda cabalgando por aquí, aquí cerquita nomás, queriendo
justicia y haciéndola.
Y
fíjense ustedes lo que ha ocurrido con otro perdedor, José Artigas, el hombre que
hizo la primera reforma agraria de América, antes que Lincoln y antes que
Zapata.
Hace
casi dos siglos, él fue vencido y condenado a la soledad y al exilio. En años
recientes, la dictadura militar del Uruguay
le erigió un ampuloso mausoleo, queriendo encerrarlo en cárcel de mármol. Pero
cuando la dictadura intentó decorar el monumento con algunas de sus frases, no
encontró ninguna que no fuera subversiva. Ahora el mausoleo tiene fechas y
nombres de batallas, y ninguna frase. Involuntario homenaje, involuntaria
confesión: Artigas no es mudo, Artigas sigue siendo peligroso.
Cosa
curiosa: con tantos vivos que hablan sin decir, en nuestras tierras hay muertos
que dicen callando.
***
Bienaventurados sean los perdedores,
porque ellos cometieron la insolencia de amar a su tierra, y por ella se
jugaron la vida. Pero está visto que el patriotismo es el honorable privilegio
de los países dominantes: sólo los que mandan tienen el derecho de ser
patriotas. En cambio, los países dominados, condenados a obediencia perpetua,
no pueden ejercer el patriotismo, so pena de ser llamados populistas, demagogos, delirantes: nuestro patriotismo se considera una peste, peste peligrosa, y los
amos del mundo, que nos toman examen de Democracia,
tienen la mala costumbre de conjurar esta amenaza a sangre y fuego.
Bienaventurados sean los perdedores,
porque ellos se negaron a repetir la historia y quisieron cambiarla.
Bienaventurados
sean los perdedores, y
malditos sean quienes confunden el mundo con una pista de
carreras y lanzados a las cumbres del éxito trepan lamiendo hacia arriba y
escupiendo hacia abajo.
Bienaventurados sean los indignados, y
malditos sean los indignos.
Maldita sea la exitosa dictadura del miedo, que nos obliga a
creer que la realidad es intocable y que la solidaridad es una enfermedad
mortal, porque el prójimo es siempre una amenaza y nunca una promesa.
Bienaventurado sea el abrazo, y maldito
sea el codazo.
***
Sí,
pero… Cuántos perdedores, ¿no?
Cuando
algún periodista me pregunta si soy
optimista, yo contesto, sinceramente:
–A
veces. Depende de la hora.
Siempre
me parecieron más bien inhumanos los
optimistas full time.
Creo que el desaliento es un derecho
humano, y de algún modo es también la prueba de que somos
humanos, porque no sufriríamos el desaliento si no tuviéramos aliento.
Hay
que reconocer que no es muy alentadora la
realidad, que tiene la jodida
costumbre de recompensar a los exprimidores del prójimo y a los exterminadores
de la tierra, el agua y el aire. Y en cambio, las más apasionantes
aventuras de transformación de la
realidad suelen quedarse a mitad de camino, o se extravían y se pierden, y
muchas veces terminan mal.
Hay
que reconocerlo, digo, pero también cabe preguntar: Cuando esas lindas experiencias colectivas terminan mal, ¿de veras
terminan? ¿No hay nada que hacer, sólo nos queda resignarnos y aceptar el mundo
tal cual es, como si fuera destino? Hace pocos años, se puso de moda la teoría del fin de la historia. Más de uno se
tragó ese sapo, a pesar de que el sentido común nos demuestra, con poderosa
sencillez, que la historia nace de nuevo
cada mañana.
Lo
mejor de este asunto de vivir está en la capacidad de sorpresa que la vida
tiene. ¿Quién podía presentir que los
países árabes iban a vivir este huracán de libertad que están ahora
viviendo? ¿Quién iba a creer que la plaza de Tahrir iba a dar al mundo esta
lección de democracia? ¿Quién iba a creer lo que ahora puede creer ese
muchachito plantado en la plaza durante días y noches, cuando dice: “Nadie
nos va a mentir nunca más”?
Al
fin y al cabo, cuando la historia dice
adiós, o eso parece decir, ella nos está diciendo, o al menos murmurando:
hasta luego, hasta lueguito, nos estamos viendo.
Y yo me despido de ustedes, ahora, que
ya es hora, como
la historia me enseñó, diciéndoles gracias, diciéndoles: hasta luego, hasta
lueguito, nos estamos viendo.
*****
Palabras pronunciadas el 22 de febrero de 2011, en la ceremonia
de entrega de la Medalla 1808, que el jefe de Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, otorgó al escritor
Eduardo Galeano. (Tomado de La Jornada, 23-02-2011)
Comité de Base del Frente Amplio en México
Movimiento
de Solidaridad Nuestra América.
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