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Los planos que se entregan a los turistas
y la publicidad de las inmobiliarias tienen algo en común: las favelas no
existen, son borradas de los mapas y sustituidas por espacios verdes. La autopista la favela de la Maré, quizá la
más violenta de Rio, está aislada por un muro de plástico que disimula la
pobreza. El intento por invisibilizar a
los favelados es tan ridículo que provoca tanta risa como indignación. Rumbo
a la Barra da Tijuca transitamos por la Línea Amarilla, una autopista que
atraviesa la ciudad. A la izquierda la laguna de Tijuca, a la derecha la de
Jacarepaguá. La amplia avenida bordeada de lujosos edificios,
shoppings, un gigantesco Parque Acuático
y un estadio cerrado, Arena HSBC, donde se realizan conciertos, partidos de
basket ball y competencias de gimnasia, que albergó los Juegos Panamericanos de 2007. Poco más allá, los carteles anuncian
el futuro Parque Olímpico y la Villa de
los Atletas, justo donde hoy está el Autódromo
Nelson Piquet, en vías de ser desmontado. Por un lateral de la autopista
llegamos a Vila Autódromo, un barrio
popular de unas 450 viviendas comprimidas entre la laguna, el autódromo y la autopista. Sus dos mil pobladores están
amenazados de desalojo por “interferir” en los proyectos olímpicos. El más importante es la autopista
Transcarioca que unirá el aeropuerto internacional de Galeão con la Barra de
Tijuca, donde se realizarán buena parte de los eventos de las Olimpíadas y se alojarán los
deportistas. Para
construirla serán demolidas tres mil viviendas entre las que estarían las de
Vila Autódromo.
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Río
de Janeiro: De la Ciudad Maravillosa a la Ciudad Negocio.
*****
Raúl
Zibechi.
Kaosenlared.
Viernes 28 de diciembre del 2012.
“Llegan y
marcan las casas como hacían los nazis”. El relato fluye de la boca de Inalva
con lenta suavidad, como si estuviera hablando de algo lejano que no la
involucra.
“Marcan
tres letras, SMH[1] y un número, y ya se sabe que las van a derribar”. A simple
vista, una de cada tres o cuatro casas de Vila Autódromo están marcadas.
Inalva Britos es profesora jubilada de 66 años. Hija de emigrantes nordestinos, tres décadas atrás llegó a la villa que era un refugio, una isla de libertad bajo la dictadura militar. “El barrio se pobló con militares expulsados del ejército, profesores y pescadores”. Ahora integra el Comité Popular de la Copa y Olimpíadas ya que los megaeventos amenazan desalojar a quienes llevan treinta años viviendo junto al autódromo.
Inalva Britos es profesora jubilada de 66 años. Hija de emigrantes nordestinos, tres décadas atrás llegó a la villa que era un refugio, una isla de libertad bajo la dictadura militar. “El barrio se pobló con militares expulsados del ejército, profesores y pescadores”. Ahora integra el Comité Popular de la Copa y Olimpíadas ya que los megaeventos amenazan desalojar a quienes llevan treinta años viviendo junto al autódromo.
La Ciudad
Maravillosa se ha convertido en “el lugar de mayor concentración de inversiones
públicas y privadas del mundo”[2], gracias a los grandes eventos de esta
década: la conferencia Rio+20 celebrada en 2012, el Mundial de 2014 y los
Juegos Olímpicos de 2016, a lo que deben sumarse los Juegos Mundiales Militares
de 2011 y la Copa Confederaciones de 2013. Se calcula que hasta 2020 la ciudad
recibirá mil millones de dólares para obras de infraestructura, servicios e
industria[3].
Los megaeventos van de la mano de megaemprendimientos, que están radicados en tres lugares y tienen como trasfondo el petróleo de la capa pre-sal, puertos, siderurgia y mineral de hierro: el Complejo de Açu en el norte de la ciudad, para la exportación y procesamiento de mineral de hierro que proviene de Minas Gerais; el Puerto Maravilla, que supone la remodelación del centro para convertirlo en espacio turístico; y la Bahía de Sepetiba, al oeste, donde se trasladará la operativa del puerto de Rio.
Los megaeventos van de la mano de megaemprendimientos, que están radicados en tres lugares y tienen como trasfondo el petróleo de la capa pre-sal, puertos, siderurgia y mineral de hierro: el Complejo de Açu en el norte de la ciudad, para la exportación y procesamiento de mineral de hierro que proviene de Minas Gerais; el Puerto Maravilla, que supone la remodelación del centro para convertirlo en espacio turístico; y la Bahía de Sepetiba, al oeste, donde se trasladará la operativa del puerto de Rio.
Estas
gigantescas inversiones tienen su cara oculta: el desalojo de miles de familias
y la consolidación de un modelo de seguridad que militariza la pobreza, como
asegura el último informe de la Comisión de Derechos Humanos del parlamento del
estado de Rio. En 2011 fueron desaparecidas 5.488 personas, hubo 4.280
homicidios y 524 ejecuciones sumarias bajo la modalidad de “autos de
resistencia”, figura legal nacida en al dictadura.
“La
policía de Rio tiene el récord mundial de muertos en enfrentamientos armados”,
asegura el informe de la Comisión[4]. En São Paulo la policía provoca 0,97
muertos cada 100 mil habitantes, en África del Sur 0,96 muertos y en Rio 6,86
muertos cada 100 mil habitantes. En São Paulo la policía detiene a 348 personas
por cada muerto que provoca, mientras en Rio son apenas 23 detenidos por
muerto.[5]
Polvo de
plata.
Marta se
arrellana sobre el sillón, alisa el pañuelo que le cubre el pelo, tan oscuro
como su piel y saca unos frascos pequeños de su bolso. Cada frasco está
prolijamente tapado con un corcho y sobre sus laterales aparecen dos símbolos:
una calavera negra y una mano con las letras TKCSA[6]. Dentro un polvo gris
brillante que recoge cuando barre el patio de su casa, a 500 metros de la chimenea
de la enorme siderúrgica.
Estamos
en la casa de Telma, en la periferia de Santa Cruz a poca distancia de la mayor
siderúrgica de América Latina, la Compañía Siderúrgica del Atlántico de la
alemana Thyssen Krupp (TKCSA). La ciudad de más de 200 mil habitantes está a
una hora de Rio junto a la bahía de Sepetiba, refugio de aves endémicas y
migratorias por sus bosques y manglares. Por ser un ambiente marino de
transición, estuarios donde convergen aguas marinas y dulces de los ríos, es un
lugar privilegiado para la pesca.
Santa
Cruz forma parte de la periferia Oeste de Rio, la más pobre y la que más creció
en las últimas décadas. Llegamos luego de atravesar Barra de Tijuca, la zona
residencial de las clases medias altas, en la misma franja costera de las
célebres Copacabana, Ipanema y Leblon. La región Sur de la ciudad, la que concentra
los mejores servicios y la edificación lujosa, parece apenas un paréntesis
entre las favelas del centro de Rio y esta región Oeste dormitorio de
trabajadores y subocupados.
En los
planes gubernamentales figura convertir la bahía de Sepetiba en un gran polo
siderúrgico y portuario, junto al vecino puerto de Itaguaí donde la marina
desarrolla su programa de submarinos nucleares. En la década de 1980 se
desarrollaron dos polos industriales en Santa Cruz cuyos efluentes dañaron
manglares y pesca. En 1986 la región litoral de la bahía fue declarada Área de
Protección Ambiental[7].
El nuevo
ciclo de desarrollo de Brasil llevó a la bahía a la petrolera Petrobras, a las
siderúrgicas Gerdau y TKCSA y varias empresas de menor tamaño. Entre ellas
promueven la construcción de un enorme puerto, que se suma al puerto y
astillero de la Marina en Itaguaí, con capacidad para drenar 50 millones de
toneladas de mineral de hierro[8]. Sepetiba se convierte en el puerto
alternativo al de Rio de Janeiro.
Las grandes obras tienen impactos poderosos. Para tener una idea del tamaño del proyecto, los miembros del Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur (PACS) aseguran que la obra para construir la siderúrgica TKCSA (que produce 10 millones de toneladas anuales de acero) ocupaba un espacio similar a la suma de los barrios cariocas de Leblon e Ipanema.
Las grandes obras tienen impactos poderosos. Para tener una idea del tamaño del proyecto, los miembros del Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur (PACS) aseguran que la obra para construir la siderúrgica TKCSA (que produce 10 millones de toneladas anuales de acero) ocupaba un espacio similar a la suma de los barrios cariocas de Leblon e Ipanema.
Hasta la
llegada de la industria la población vivía de la pesca y la artesanía, estaba
integrada por quilombolas[9], indios, pescadores artesanales y pobladores del
litoral marítimo. La primera agresión que sufrieron fue el desalojo de 75
familias del MST que estaban acampadas en el predio que ocupa TKCSA, donde
acampaban desde hacía cinco años viviendo de la agricultura.
La
segunda agresión afecta a los pescadores. La TKCSA no pudo instalarse en el
estado de Maranhão, en el Nordeste, por la potente movilización de pescadores,
ambientalistas, sindicatos, iglesias y autoridades. Ahora las aguas de la bahía
están contaminadas con cadmio, plomo y zinc. Como consecuencia de la
instalación de equipamientos y de la masiva circulación de barcos de gran
calado amplias zonas de la bahía están excluidas para la pesca. Más de 8.000
pescadores se quedaron sin su fuente de vida.
El tercer
impacto es sobre la población en su conjunto. La Secretaría de Medio Ambiente
del estado calculó la TKCSA eleva un 76% las emisiones de CO2 en Rio de Janeiro
y emitirá 12 veces más gas contaminante que toda la industria del estado[10].
El hierro en el aire aumentó un 1.000% según estudios oficiales.
Los
resultados son evidentes. Miguel, pescador desde hace cuatro décadas, asegura
que sacaba hasta 80 kilos de corvina y parati y que ahora apenas recoge tres
kilos cuando sale con su barca. “Los ocho mil pescadores estamos desempleados y
en trabajos informales”, se queja con rabia e impotencia[11]. Nueve
asociaciones de pescadores artesanales están denunciando la contaminación y
resistiendo la siderúrgica.
La lluvia
de plata que recoge doña Marta en sus frascos es consecuencia de que la empresa
almacena arrabio en pozos al aire libre que termina siendo arrastrado por el
viento. Las autoridades ambientales desconocían la existencia de esos pozos y
la TKCSA aún no tiene autorización legal para operar.
Como
sucede en todos los casos de agresión ambiental y social por las grandes
empresas, la población está dividida. Los pobladores organizados son apenas un
puñado, aunque las organizaciones de pescadores y profesores rechazan la
siderurgia. “Hay miedo”, dice Marta. “Ellos son poderosos y fuertes y los vecinos
se sienten pequeños, aunque todos saben que algo malo está pasando con su
salud”. Alude a la multiplicación de afecciones respiratorias, de la vista y la
piel.
Agrega que como las empresas modificaron el curso del río, los barrios más pobres se inundan cada vez que llueve. La palabra “milicias” se pronuncia en voz baja. Nadie se atreve a preguntar y los pobladores nunca hablan del tema ante desconocidos. Estas bandas armadas ilegales de policías, bomberos y militares, controlan, en todos los barrios pobres y en las favelas, el transporte, la distribución del gas y la seguridad del pequeño comercio.
Agrega que como las empresas modificaron el curso del río, los barrios más pobres se inundan cada vez que llueve. La palabra “milicias” se pronuncia en voz baja. Nadie se atreve a preguntar y los pobladores nunca hablan del tema ante desconocidos. Estas bandas armadas ilegales de policías, bomberos y militares, controlan, en todos los barrios pobres y en las favelas, el transporte, la distribución del gas y la seguridad del pequeño comercio.
Las
milicias trabajan junto al poder político local y del estado de Rio de Janeiro,
y son apoyadas por algunos partidos porque las consideran un “mal menor” frente
al narcotráfico. En Santa Cruz apoyan a
las multinacionales controlando a la población que protesta y resiste.
Río de Janeiro. Brasil.
El
cielo y el infierno se tocan.
Cada
escalón es una exhalación dolorosa y una gota de sudor. El termómetro marca 36
grados a la sombra mientras Carlos Walter (quien nos conduce durante todo el
recorrido) asegura que la sensación térmica es de 45 grados celsius[12]. La
subida parece interminable. El Morro de Providencia es tan empinado que los
coches deben quedar a mitad de camino. Nos acompaña Marcia, una mujer tan alta
como elegante que porta su pobreza con orgullo. Integra la Comisión de Vecinos
por Derecho a la Vivienda.
Nos
conduce cuesta arriba por escaleras y callejuelas laberínticas, entre gruesos
caños de agua en los que se incrustan pequeños caños blancos que abastecen a
los domicilios. Cada pocos metros tiene la gentileza de parar para mostrarnos
los huecos dejados en la favela por las topadoras que aquí y allá derribaron
viviendas por razones “de seguridad” para las familias. La elección se antoja
caprichosa.
“Ésta”, señala un enorme pozo repleto de escombros, trozos de chapas, maderas y restos de ropa, “fue derribada con la familia adentro”. Parece un mal chiste en un día de calor insoportable, pero el estupor que causó el relato permitió un descanso más largo que en las otras paradas. Seguimos cuesta arriba, hasta que llegamos a un punto donde la vista de la ciudad es, aunque suene vulgar, maravillosa.
“Ésta”, señala un enorme pozo repleto de escombros, trozos de chapas, maderas y restos de ropa, “fue derribada con la familia adentro”. Parece un mal chiste en un día de calor insoportable, pero el estupor que causó el relato permitió un descanso más largo que en las otras paradas. Seguimos cuesta arriba, hasta que llegamos a un punto donde la vista de la ciudad es, aunque suene vulgar, maravillosa.
Agua fría
embotellada, sillas de plástico y un balcón enorme volcado hacia el puerto y la
bahía de Guanabara. Debajo nuestro el puente a Niteroi de 13 kilómetros, las
islas y las autopistas, y la Cidade da Samba. Girando la cabeza se divisan el
Pan de Azúcar, el Cristo del Corcovado, verdes y recortadas montañas a lo lejos
y el Sambódromo bien cerca. Estamos bien arriba del Morro da Providencia en un
bar familiar.
La
arquitecta Denise Penna Firme, rubia, delgada, precisa, saca sus planos y hace
lo posible por explicarnos de qué se trata esa gigantesca obra que atraviesa el
morro. “El teleférico comienza en la estación de autobuses, cerca del
Sambódromo, tiene una parada en la favela, en la que fue la plaza más popular,
y termina allá, en la Cidade da Samba. Es para los turistas, porque los
favelados no lo pueden pagar”. Con los dedos va marcando el recorrido lineal sobre
el laberinto de la favela.
Marcia
toma la palabra. “Providencia fue la primera favela de Rio, tiene 110 años y
fue formada por combatientes de la Guerra de Canudos”[13]. Con esa sola frase
nos dice muchas cosas: que es un espacio consolidado, con buena
infraestructura, céntrico, a dos pasos del puerto. En suma, un lugar especial.
Por lo tanto, codiciado por la especulación inmobiliaria y el negocio del
turismo.
“Es uno
de los morros más atractivos y bonitos de Rio”, agrega Denise. Toda la zona
será reconvertida en lo que se ha llamado Puerto Maravilla, que incluye los
barrios de Gamboa, Santo Cristo, Saúde y Caja, donde viven 40 mil personas en
favelas, galpones abandonados y casonas ocupadas, casi todos predios públicos
en una de las porciones más degradadas de la ciudad.
Esa zona
fue entregada a un consorcio de tres constructoras (Odebrecht, OAS y Carioca)
durante 15 años para ejecutar obras de infraestructura para levantar torres
para oficinas, condominios para clases medias altas y emprendimientos
turísticos[14]. Puerto Maravilla acoge transatlánticos donde antes era el
puerto de cargas generales que se almacenaban en galpones. Los turistas
desembarcan, se alojan en esa área y allí mismo acceden a un circuito que
incluye visita de favelas y escolas do samba.
La
llamada “revitalización” del viejo casco urbano supone la expulsión de 835
familias sólo en el morro de Providencia y una cantidad aún no revelada de
vecinos de las zonas linderas. La remodelación portuaria supone la
privatización de un área estratégica que se hace con financiación de la estatal
Caja Económica Federal.
Casi saliendo de Morro da Providencia, en la parte más baja de la favela, está el edificio de la UPP (Unidad de Policía Pacificadora) que comenzaron a instalarse en noviembre de 2008. Ya son 28 y aunque se crearon para combatir el narcotráfico, la geografía de las UPP revela cuáles son los intereses que defiende, según la Comisión de Derechos Humanos.
Casi saliendo de Morro da Providencia, en la parte más baja de la favela, está el edificio de la UPP (Unidad de Policía Pacificadora) que comenzaron a instalarse en noviembre de 2008. Ya son 28 y aunque se crearon para combatir el narcotráfico, la geografía de las UPP revela cuáles son los intereses que defiende, según la Comisión de Derechos Humanos.
“Privilegian
el corredor hotelero de la Zona Sur; la zona portuaria para el proyecto Puerto
Maravilla; el entorno residencial de Maracaná y Tijuca, el entorno del
Sambódromo; los complejos Alemão y Penha, pasaje de entrada y salida para el
aeropuerto internacional, que son las áreas de mayor interés de los sectores
económicos”[15].
Por eso la Comisión estima que las UPPs no representan un modelo alternativo de seguridad pública sino “una nueva práctica policial que se articula con el viejo modelo de gestión militar de la pobreza urbana”[16]. En paralelo, Humans Rights Watch advierte que en las cinco áreas donde hay más casos de autos de resistencia y de homicidios no fueron implantadas UPPs ni se advierten planes para instalarlas[17].
Por eso la Comisión estima que las UPPs no representan un modelo alternativo de seguridad pública sino “una nueva práctica policial que se articula con el viejo modelo de gestión militar de la pobreza urbana”[16]. En paralelo, Humans Rights Watch advierte que en las cinco áreas donde hay más casos de autos de resistencia y de homicidios no fueron implantadas UPPs ni se advierten planes para instalarlas[17].
La
Comisión asegura que recibe denuncias de violaciones en las comunidades
ocupadas por las UPPs, sobre la actuación de los policías como abusos, uso
excesivo de la fuerza, prisiones de jóvenes, represión a los informales y
dificultar la realización de bailes funk, ritmo nacido en las favelas con
influencia de las culturas
afro-brasileña, del samba y del nordeste, que es reprimida en Rio.
Río de Janeiro. Brasil.
Especulación,
control y marginación.
Los
planos que se entregan a los turistas y la publicidad de las inmobiliarias
tienen algo en común: las favelas no existen, son borradas de los mapas y
sustituidas por espacios verdes. La autopista la favela de la Maré, quizá la
más violenta de Rio, está aislada por un muro de plástico que disimula la
pobreza. El intento por invisibilizar a los favelados es tan ridículo que
provoca tanta risa como indignación.
Rumbo a
la Barra da Tijuca transitamos por la Línea Amarilla, una autopista que
atraviesa la ciudad. A la izquierda la laguna de Tijuca, a la derecha la de
Jacarepaguá. La amplia avenida bordeada de lujosos edificios, shoppings, un
gigantesco Parque Acuático y un estadio cerrado, Arena HSBC, donde se realizan
conciertos, partidos de basket ball y competencias de gimnasia, que albergó los
Juegos Panamericanos de 2007.
Poco más
allá, los carteles anuncian el futuro Parque Olímpico y la Villa de los
Atletas, justo donde hoy está el Autódromo Nelson Piquet, en vías de ser
desmontado. Por un lateral de la autopista llegamos a Vila Autódromo, un barrio
popular de unas 450 viviendas comprimidas entre la laguna, el autódromo y la
autopista. Sus dos mil pobladores están amenazados de desalojo por “interferir”
en los proyectos olímpicos.
El más
importante es la autopista Transcarioca que unirá el aeropuerto internacional
de Galeão con la Barra de Tijuca, donde se realizarán buena parte de los eventos
de las Olimpíadas y se alojarán los deportistas. Para construirla serán
demolidas tres mil viviendas entre las que estarían las de Vila Autódromo.
Inalva nos recibe en la Asociación de Vecinos pero nos pide sentarnos a la sombra de los árboles, junto al muro que separa la villa del autódromo, en un pequeño espacio de juegos infantiles construido por la comunidad. De hecho es una de las pocas comunidades donde no han ingresado ni los narcos ni las milicias, pero ese pequeño territorio es codiciado por la especulación inmobiliaria.
Le pedimos que explique cómo ha sido posible que una comunidad tan pequeña resista tres largas décadas. “Porque casi todos somos trabajadores independientes, nos sostenemos con nuestras manos. Cuando llegué estuve un año sin comprar nada en la tienda, porque había pesca, frutales y cultivos que intercambiamos”, es su sencilla respuesta.
Inalva nos recibe en la Asociación de Vecinos pero nos pide sentarnos a la sombra de los árboles, junto al muro que separa la villa del autódromo, en un pequeño espacio de juegos infantiles construido por la comunidad. De hecho es una de las pocas comunidades donde no han ingresado ni los narcos ni las milicias, pero ese pequeño territorio es codiciado por la especulación inmobiliaria.
Le pedimos que explique cómo ha sido posible que una comunidad tan pequeña resista tres largas décadas. “Porque casi todos somos trabajadores independientes, nos sostenemos con nuestras manos. Cuando llegué estuve un año sin comprar nada en la tienda, porque había pesca, frutales y cultivos que intercambiamos”, es su sencilla respuesta.
Las
mujeres cultivan plantas medicinales en sus casas y a Inalva le gusta recordar
que su casa se la construyó un pescador solidario. Una pequeña comunidad de
perseguidos por el régimen militar consiguió altos niveles de cohesión interna
y autonomía material: “Somos libres de pagar alquiler y libres de patrones.
Artesanos, albañiles, profesores, pequeños comerciantes”.
Resistieron
las topadoras en 1993 cuando el alcalde intentó desalojarlos. Ahora elaboraron
un Plan Popular para urbanizar la villa con apoyo de centros de investigaciones
de las universidades que son su principal argumento para evitar el desalojo.
“Urbanizar la villa supone un gasto de apenas el 35% del costo de la remoción y
el traslado a una urbanización”, explica Inalva.
Dos días
después, el 10 de diciembre, fue invitada por la Comisión de Derechos Humanos
para hablar en el parlamento. Sentada junto a Frei Betto, abogados y diputados
explica cómo la especulación inmobiliaria destruye la ciudad y las relaciones
humanas empobreciendo la vida. Con la calma de siempre citó a Paulo Freire para denunciar
que los especuladores están despertando “la justa ira de los oprimidos”.
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