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“Los retos y expectativas del nuevo ciclo El
mensaje de Gustavo Petro,
luego de confirmarse su triunfo, es
lo mejor que le hemos escuchado a un
gobernante de izquierda
en la región. Un mensaje que representa un balance de las experiencias
previas de los gobiernos progresistas y la
necesidad de construir otras salidas:
“Al progresismo
de América Latina le propongo dejar de pensar la justicia social, dejar
de pensar la redistribución de la riqueza, dejar de pensar que es posible un
futuro sustentado sobre la base de los altos precios del petróleo, o del carbón
o del gas. Porque es insostenible para la existencia humana”. “Una América Latina
productiva y no extractivista, una América Latina que profundice el
conocimiento hasta las máximas esferas del saber de la humanidad, una América
Latina que gracias a sus raíces negras e indígenas le pueda proponer al mundo
un verdadero reequilibrio con la naturaleza para poder
vivir, para poder existir.”
“Como menciona Carlos Monge, la tarea propuesta por Gustavo Petro de
impulsar esta transición “es monumental y ciertamente
sin garantía de éxito”. Sin
embargo, no hacerla garantiza
con seguridad el fracaso y le resta contenido a cualquier propuesta
de cambio verdadero. Habrá que ver cómo
se confirman los anuncios del electo presidente colombiano. Para comenzar no le será sencillo encontrar
aliados; de hecho, la propuesta ha
sido criticada por el propio Lula Da Silva, que
la ha calificado de irreal y gobernantes como López
Obrador de México y Fernández en Argentina, siguen apostando por los hidrocarburos tradicionales y no tradicionales. En todo caso, que
quede claro que hablar de transiciones
no significa parar en seco todo tipo de actividad extractiva. A estas alturas es
largamente insuficiente hablar de una izquierda
gobernando en base a una propuesta con justicia
social y soberanía nacional. A
la histórica bandera de la justicia
social se le deben agregar otras,
como la de la justicia
ambiental, la de género, la de una matriz productiva diversificada y sostenible, etc. Hay que
darle contenido a una propuesta de transiciones; éste
es parte del reto pendiente para el progresismo en la tercera década del siglo
XXI”.
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LOS
GOBIERNOS PROGRESISTAS ¿UN SEGUNDO MOMENTO PARA HACER CORRECCIONES?
*****
Por:
José De Echave C.
Otra
Mirada Lima miércoles 6 de julio del 2022.
El reciente
triunfo de Gustavo Petro, en la hasta ahora
conservadora Colombia, precedido de la llegada a la presidencia de Gabriel Boric en Chile, Xiomara
Castro en Honduras (la primera
presidenta mujer en la historia de ese país), a lo que le podríamos sumar otros
países y las elecciones que se vienen, como la de Brasil; dan espacio para hablar de un nuevo momento de gobiernos
progresistas en la región.
Por supuesto, en medio de todo esto, se
abren varias discusiones importantes. En un interesante
artículo, Nicolás
Lynch1 apunta
que
“este triunfo es parte de
una tendencia que ya parece imparable y que tiene, aunque muchos insistan en
que nos olvidemos, un cuarto de siglo en América Latina”. Más
adelante señala que “El ciclo entonces
que se quiso ver finalizado con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en mayo de 2016,
ha pasado a ser una primera fase de lo que parece afirmarse como una tendencia
en la región, el avance de una propuesta democrática
con justicia social y soberanía nacional. El
triunfo de Gustavo Petro, en un país como Colombia en el que esto parecía impensable hasta hace
muy poco, hace ver que se trata de una tendencia que ya no parece conocer
límites”.
Si bien se podría discutir las
características del ciclo, si es uno solo o con fases que
simplemente tiene algunos breves
intervalos por derrotas electorales
o, si estamos hablando de una izquierda
que se va habituando a la alternancia
y que está abierta a la posibilidad de ser derrotada
en las urnas, dejar de ser gobierno y pasar a ser oposición política, sin que eso signifique arrear las banderas del proyecto político.
Lo que sí es más complicado aceptar es
que estamos frente a una tendencia imparable que, como menciona Lynch, “ya no parece conocer límites”. ¿Demasiado
optimismo? Es posible. Pero el problema es que una afirmación de este tipo nos puede llevar a no reconocer que el anterior ciclo o fase progresista tuvo
serios límites y se cometieron graves
errores que esperamos se puedan corregir en esta nueva etapa; tanto por la nueva generación de gobernantes de izquierda que
acaban de ganar elecciones en sus países,
como por los que ya gobernaron y
están a punto de regresar, y los que
seguramente regresarán más adelante.
La necesidad de identificar errores
Los problemas de la primera fase de gobiernos progresistas no solo han sido los giros autoritarios de gobiernos como el de Nicaragua o Venezuela. Zanjar con lo que pasa en ambos países no es suficiente. Para lo que se viene es necesario identificar con precisión los principales errores cometidos. Intentaremos señalar algunos de los más importantes.
Siempre se dice que el conjunto de gobiernos progresistas no fue homogéneo, lo
cual es cierto. Sin embargo, los propios
procesos tampoco lo fueron. Como subraya Mássimo Modonesi2, en todo el ciclo se puede identificar períodos
progresistas y también períodos abiertamente regresivos: por ejemplo, al inicio hay un momento claramente progresista caracterizado por la derrota de las derechas; el giro económico; el desmontaje neoliberal (o por lo menos algunos de sus componentes);
las derrotas de los intentos golpistas,
los procesos constituyentes -sobre
todo los de Ecuador
y Bolivia- los derechos de la
Naturaleza; etc.
En esta etapa inicial, los actores sociales que fueron claves para la llegada de los gobiernos
progresistas (los cocaleros y los protagonistas de la guerra
por el agua en
Bolivia; los trabajadores sin
tierra y el movimiento
obrero en Brasil; los piqueteros en Argentina; el movimiento indígena en Ecuador, entre
otros) todavía mantenían niveles de
articulación y movilización. Sin
embargo, subraya el mismo Modonesi, los gobiernos terminaron priorizando un manejo político que
asumía que el Estado era el lugar por
excelencia de la dinámica política/social, lo que significó que muchos de estos gobiernos comiencen a bajar
la intensidad de la movilización social y política.
Es importante subrayar que, si bien
muchos de los gobiernos progresistas significaron cambios profundos en la representación
y la vida política de sus países, lo
mismo no ocurrió en el campo económico: las estructuras de poder económico, en la mayoría de casos, no cambiaron sustantivamente. Como
señala Stalin
Gonzalo Herrera para el caso
ecuatoriano:
“El resultado final es
paradójico: las reformas sirvieron para restructurar las condiciones de vida de
la población, pero al mismo tiempo mejoraron los ingresos de las élites y eso les ha permitido recuperar espacio que
habían perdido en el neoliberalismo…”3.
En Bolivia, a pesar de los importantes cambios ocurridos, Evo Morales terminó implementando una estrategia de acercamiento a los empresarios e hizo suya, antes de su tercera reelección, una hoja de ruta que estos le plantearon. Lo cierto es que en el 2014 e incluso antes, obtuvo el respaldo mayoritario de los departamentos de la denominada media luna, que habían sido tenaces opositores -Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija-. En realidad, se pueden hacer dos lecturas de la tercera elección de Morales: la primera es que el líder del MAS terminó imponiéndose en la media luna y la otra es que los grupos de poder económico de esos departamentos terminaron entendiendo que el gobierno les daba la estabilidad que nunca habían tenido para el desarrollo de sus actividades y así consolidar su poder económico.
Con diferentes variantes, en
Venezuela
se acuñó el término de boliburguesía,
para identificar a los diferentes
sectores beneficiados por el régimen
y en Brasil el
gobierno del PT tuvo un manejo
pragmático de la economía, con una aproximación
al empresariado respaldando su
expansión, sobre todo en el ramo de
la infraestructura a nivel continental, con las consecuencias que ya conocemos.
Ciclo progresista acompañado de precios altos de las materias
primas
Si bien toda la región, al margen de la
orientación política de sus gobiernos, se volvió más extractivista de
lo que era antes, lo cierto es que tomando variables claves -como el
porcentaje de las materias primas en las
exportaciones, en el producto bruto
interno y en los ingresos fiscales-,
tres países llevaron la delantera: Bolivia, Ecuador y
Venezuela. Lo cierto es que el súper
ciclo de precios altos de las materias primas les dio holgura a los gobiernos progresistas -también
a los conservadores-; la fuente de
ingresos estaba asegurada para financiar
el proceso político y optaron por una suerte de conformismo y pasividad (¿revolución
pasiva?), al mismo tiempo que flexibilizaron muchas regulaciones ambientales y recortaron
derechos. Una de las primeras crisis
que enfrentó Lula
durante su primer gobierno
fue precisamente por dar luz verde a
proyectos de infraestructura -presas
y carreteras- en la selva amazónica y cuando optó
por separar la agencia de certificación ambiental del
Ministerio del Ambiente para
acelerar la aprobación de proyectos de energía.
En ningún caso se buscó modificar la matriz productiva y, más bien, se optó por profundizar la dependencia de los sectores extractivos. Algunos ejemplos: la propuesta del Yasuni, que buscaba proteger la Amazonía ecuatoriana, fue dejada de lado por el gobierno de Correa que, además, buscó complementar la extracción de hidrocarburos con la minería metálica, enfrentándose abiertamente a los pueblos indígenas y ambientalistas. El conflicto en el Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) por la construcción de una carretera enfrentó al gobierno de Evo Morales con los pueblos indígenas del departamento del Beni. El denominado Arco Minero en el Orinoco, una de las zonas de mayor biodiversidad de la región, fue declarado por el gobierno venezolano como un territorio bajo control de las fuerzas armadas para garantizar la inversión extranjera, subordinando los derechos de los pueblos indígenas al objetivo de atraer inversión minera. No hay que olvidar que Venezuela abandonó el año 2013 la Convención Interamericana de Derechos Humanos.
Todo esto provocó un aumento de la conflictividad social en los países. Si
bien no es una particularidad de los gobiernos
progresistas,
en estos países también se diseñaron
políticas que significaron una clara
afectación de derechos, principalmente de comunidades campesinas y pueblos indígenas, impactando importantes ecosistemas y depredando la Amazonía. Gudynas señala con razón que “los progresismos terminaron distanciándose de actores sociales clave,
como indígenas, campesinos, ambientalistas o feministas”4
En suma, como sostiene Edgardo Lander5,
pese a las diferencias que marcaron los gobiernos progresistas, sobre todo en la primera etapa, luego se fueron
diluyendo esas diferencias en la etapa
regresiva y comenzaron a aparecer
temas comunes a los otros gobiernos de la región: corrupción; extractivismo; afectación de
derechos. Además, muchas transiciones
políticas y relevos de liderazgos, no fueron bien manejados; se impuso
una lógica
caudillista y, con interpretaciones auténticas se impusieron
re-re-reelecciones, contradiciendo las propias
Constituciones que habían aprobado. En este campo y en sentido opuesto y positivo, es importante
reconocer la experiencia del Frente Amplio uruguayo.
Los retos y expectativas del nuevo ciclo
El mensaje de Gustavo
Petro, luego de confirmarse su triunfo, es lo mejor
que le hemos escuchado a un gobernante
de izquierda en la región. Un mensaje que representa
un balance de las experiencias previas de los gobiernos progresistas y la necesidad de construir otras salidas:
“Al progresismo de América Latina le propongo dejar de pensar la justicia social, dejar de pensar la redistribución de la riqueza, dejar de pensar que es posible un futuro sustentado sobre la base de los altos precios del petróleo, o del carbón o del gas. Porque es insostenible para la existencia humana”. “Una América Latina productiva y no extractivista, una América Latina que profundice el conocimiento hasta las máximas esferas del saber de la humanidad, una América Latina que gracias a sus raíces negras e indígenas le pueda proponer al mundo un verdadero reequilibrio con la naturaleza para poder vivir, para poder existir.”
Como menciona Carlos
Monge 6, la tarea propuesta por Gustavo Petro de
impulsar esta transición “es monumental y ciertamente sin garantía de éxito”.
Sin embargo, no hacerla garantiza
con seguridad el fracaso y le resta contenido a cualquier propuesta
de cambio verdadero. Habrá que ver
cómo se confirman los anuncios del
electo presidente colombiano.
Para comenzar no le será sencillo
encontrar aliados; de hecho, la propuesta ha sido criticada por el propio Lula Da Silva, que la ha calificado
de irreal y gobernantes como López Obrador de México y Fernández en Argentina, siguen
apostando por los hidrocarburos tradicionales
y no tradicionales. En todo caso,
que quede claro que hablar de
transiciones no significa parar en
seco todo tipo de actividad extractiva.
A estas alturas es largamente
insuficiente hablar de una izquierda gobernando en base a una propuesta
con justicia social y soberanía nacional. A la histórica
bandera de la justicia social se le deben
agregar otras, como la de la justicia ambiental, la de género, la de una matriz productiva
diversificada y sostenible, etc. Hay que darle contenido a una propuesta de
transiciones; éste es parte del reto pendiente para el
progresismo en la tercera década del siglo XXI.
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1 en
Otra Mirada (26 de junio de 2022): “Triunfo de
Petro: ¿hecho aislado o tendencia regional?”.
2 “Más allá de los progresismos: crisis de
hegemonía y fin de ciclo en América Latina. Entrevista de Anahí Durand para el
número 2 de Ojo Zurdo. Octubre-diciembre de 2016.
3 Sociólogo e investigador asociado del
Instituto de Estudios Ecuatorianos.
4 En “Los progresismos sudamericanos: ideas
y prácticas, avances y límites”. Entrepueblos. 2016
5 No es cita textual. Conversación con
Ernesto Lander en la ciudad de Lima (2016).
6 En La Mula: “Gustavo Petro coloca la
transición energética justa en el centro de la agenda regional” (junio 2022).
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