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¿Inteligentes? Creemos
que portamos un teléfono personal,
inteligente. Pensamos que el celular nos pertenece, pero no hay nada menos
personal. El algoritmo está en nuestro querido
celular, donde se esconde un tipo de sociedad, que es
del conocimiento, de un sistema de poder, dicen que sostenido en una
ideología algorítmica neutral.
Y
uno va viendo cómo, de a poco, el celular se
va apropiando de tu ser: te pide la huella digital mientras
realiza sin que se lo pidas tu reconocimiento facial, lo tienes ligado a tu
cuenta de correo digital, a tu tarjeta de
crédito o de débito, y vas recibiendo notificaciones y noticias de
instituciones y gente que ni siquiera sabías que existen. Y entonces te
acuerdas que había algo que se llamaba intimidad y
que lo fuiste perdiendo.
En
un mundo capitalista donde el 1% de la
población posee el 50% de la riqueza, y
el 10% posee el 88%, la inmensa mayoría que no
es propietaria de medios de producción y vive de la venta de su fuerza de trabajo devendrá inútil en
cuanto las máquinas desempeñen sus labores de forma más rápida,
barata y eficiente.
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EL DOMINIO DE LA COMUNICACIÓN
Y LA LUCHA POR SU DEMOCRATIZACIÓN
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Por 21/03/2023
| Conocimiento
Libre
Fuente Rebelión martes 28 de marzo dl
2023.
Fuentes: CLAE - Rebelión
Lo primero
que debemos recordar es que la comunicación es un derecho humano sostiene el
autor y analiza desde diferentes autores cómo influyen la tecnología y la
inteligencia artificial en esta etapa del capitalismo. Dice y explica que
“Hoy vivimos
en un feudalismo tecnodigital, lejos, muy lejos
de la libertad y la equidad prometida por los
mentores de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC)”.
El mundo
cambia, la tecnología avanza -hoy hablamos hasta de metaverso y discutimos si la inteligencia
artificial sustituirá a los periodistas-
pero parece que nos empujan a pelear en
campos de batalla equivocados,
munidos de herramientas perimidas,
mientras las corporaciones
mediáticas hegemónicas desatan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos escenarios, en guerras que pasaron de ser de cuarta y
quinta generación a un nuevo
formato acorde a esta etapa del capitalismo
de plataformas y vigilancia.
Lo primero que debemos recordar es que la comunicación es un derecho humano. Y hoy pretendemos pelear por su democratización, pero no bastan arcos y flechas contra los misiles informáticos, los drones, la inteligencia artificial.
Hoy vivimos
en un feudalismo tecnodigital, lejos, muy lejos de la libertad y la equidad prometida por los
mentores de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC). El investigador argentino Alfredo Moreno,
señala que bajo el manto de una retórica de democratización y acceso
a la información, progreso e innovación se esconde el más puro y antiguo
sistema de dominación…
Nick Srnicek en Capitalismo
de Plataformas, afirma que
“internet se
ha transformado en una suerte de utopía neoliberal desregulada y con pocos ganadores”. Las plataformas no tributan
en casi ningún país y muchas veces ni tienen oficinas, lo que impide cualquier
tipo de verificación y sometimiento a las normas y leyes de nuestros países.
Los datos generados en la actualidad por los usuarios en internet constituyen una materia prima y las plataformas son quienes extraen la plusvalía de ésta. Es una forma de reorganización del capitalismo que, ante la caída paulatina de la rentabilidad de la manufactura en los últimos años, se volcó hacia los datos como un modo de mantener el crecimiento económico y la producción.
Unas semanas
atrás causó conmoción un robot que pasó exitosamente el test de Turing al producir mensajes difícilmente diferenciables
de los que emite un ser humano. Lo
cierto es que mecanismos
informáticos nos suplantan progresivamente; cajeros automáticos; dispositivos cibernéticos conducen autos, aeroplanos
y drones; analistas artificiales diagnostican
enfermedades o interpretan documentos jurídicos
con mayor precisión que nosotros los humanos,
sus colegas biológicos.
Las máquinas redactan, componen música, elaboran gráficas
e incluso compiten en ajedrez mejor que el
campeón mundial del juego ciencia. Incrementan su velocidad y capacidades de
manera vertiginosa y exponencial, mientras que
las nuestras permanecen estáticas. Los analistas anticipan que en
pocos años la informatización hará desaparecer más del 40% de los puestos de trabajo.
Las grandes tecnológicas digitales han servido para el crecimiento de la desigualdad a escala mundial. Y hoy, cada vez se hacen más necesarias las políticas públicas que cuiden y promuevan el bien común del conocimiento, la seguridad sobre los datos y el acceso de la ciudadanía, de las comunidades, a los servicios basados en software e Internet. El mito del Silicon Valley californiano cayó junto a la acumulación escandalosa de ganancias, tecnoempresarios dictadores, desigualdades sociales indecorosas, desempleo crónico, millones de pobres suplementarios y un puñado de tecnooligarcas que acumularon fortunas jamás igualadas.
Pandemia y progresismo
Las medidas
transitorias llegaron para quedarse y a medida que
se prolongó la
pandemia, los nuevos hábitos se incorporaron en la cotidianeidad, en un proceso paralelo al ritmo que las empresas privadas crean,
implantan y expanden sus diversas plataformas digitales (durante el año 2020 se decuplicaron respecto a 2019).
Esta nueva
situación está permitiendo registrar, recopilar,
almacenar, mercantilizar y analizar las
respuestas de la mayoría social. Porque con la implantación y obligación de las
TIC, todos nuestros movimientos dejan una huella electrónica, datos al desarrollarse gran parte de las relaciones, transacciones y gestiones
de forma telemática.
La
pandemia impulsó un inédito y profundo cambio
social, un gran salto cualitativo (y cuantitativo) respecto de la
situación previa: se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0), de forma silenciosa (paradójicamente) y sin resistencia social.
La pregunta es quien impulsó la pandemia…
Más allá de
la pandemia, lo cierto
es que los gobiernos
progresistas nunca creyeron en la necesidad de una política informativa, que redundara en la información y en la formación, y en la participación
ciudadana. Se recitó el
estribillo de la batalla de ideas, pero siempre desde
el síndrome de plaza sitiada –hay que defenderse
permanentemente de un eventual
ataque enemigo-, síndrome que se apropió
de los espacios oficiales de comunicación
y en la reacción
defensiva permanente y de corto plazo de los ataques
hostiles, olvidando la agenda propia del diálogo
con la ciudadanía y del debate con los adversarios
políticos.
Para ello colaboraron los nuevos conquistadores, que desde universidades europeas nos vinieron a vender espejitos de colores e impedir locuras como la de Telesur, que insistía en vernos con nuestros propios ojos después de cinco siglos de colonización. Algunos reviven el Informe McBride 1980 (de hace 43 años) cuando hoy el big data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, convirtiendo a la democracia en una dictadura de la información manejada por las grandes corporaciones. Seguimos en guerra y en ella no hay neutralidad posible.
El verso de la democracia
Tal vez
ningún término usado recurrentemente en el espacio público fue ultrajado de tal
manera que no solo fue vaciado de contenido,
sino que perdió
todo sentido, como la voz
democracia, Hoy
se exalta un concepto reduccionista
de la democracia,
que encierra y congela la soberanía
y la participación
popular en un palacio presidencial y un hemiciclo parlamentario.
En nuestros
países, la forma más adecuada para garantizar la estabilidad
gubernamental ha sido la democracia controlada o
democracia de
baja intensidad. Que consigue
la estabilidad a través de la desinformación
que promueven los medios de comunicación
monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las dictaduras militares.
La
desinformación juega un papel relevante en el sostenimiento del
orden sistémico occidental, que controla los principales medios que llegan a la población, que son los que asesinan la verdad y la democracia. Los mejores
contenidos periodísticos no tienen,
generalmente, ninguna consecuencia,
porque el poder y los medios a su servicio los ignoran.
Es esencial
que la redistribución de la riqueza esté en el tope
de las prioridades de un gobierno del y para el pueblo. ¿Es esto posible sin
hablar de la redistribución de la palabra? ¿O seguiremos siendo rehenes de la dictadura
del discurso único de medios concentrados, meros apéndices del poder
establecido? La deuda con la comunicación popular debe ser saldada
con acción afirmativa valiente y no cosmética. En definitiva, con política pública que
permita que la libertad de expresión no quede solo reservada a los patrones.
Se trata de
crear medios propios, sin duda, pero no para competir por la opinión de las
mayorías, sino para consolidar el campo popular, a los pueblos en movimiento, al abajo
que se mueve y resiste. No es algo menor.
Para nuestro
Sur, ese “modelo” siempre vino de la mano de la retórica, de las potencias coloniales. La democracia
fue asesinada en nombre de la democracia, para emplearla como instrumento de legitimación de
las estructuras de poder, dominación y riqueza. Antes esos mismos habían asesinado la verdad usando las herramientas
del terrorismo mediático de los medios corporativizados en todo el mundo.
Es evidente
que la democracia no existe en los medios. Ese control casi absoluto ha conseguido algo que décadas atrás parecía imposible: erradicar
el conflicto de la percepción del público. Los más brutales crímenes pueden pasar
inadvertidos si los medios se
empeñan en ello.
Cuando este
control mediático se desborda, porque la realidad resulta
demasiado evidente, ahí está la policía,
el golpe de Estado permanente,
para reventar las protestas, o la llamada justicia para deshacer, con el lawfare, los caminos democráticos. De nada han servido las leyes de medios, porque son
carne de cañón para el aparato judicial elitista
y corrupto, aliado a los grandes
intereses corporativos.
No
existe algo llamado democracia, si es que alguna vez existió. Desde el momento en que las opiniones y
las voluntades
de las personas son moldeadas y manipuladas por gigantescas maquinarias que escapan a cualquier
control que no sea el de las clases dominantes,
entrar en el juego electoral parece no tener sentido ni futuro.
La derecha política y mediática regional repite eslóganes y prejuicios contra el Estado y su presencia en políticas públicas de inclusión social y cuidado en salud, mientras los gigantes del mundo digital abusan de la posición dominante de mercado y del mega flujo de datos que alimentan sus algoritmos como “armas de destrucción matemática”.
¿Inteligentes?
Creemos que
portamos un teléfono personal, inteligente. Pensamos
que el celular nos pertenece, pero no
hay nada menos personal. El algoritmo está
en nuestro querido celular, donde se
esconde un tipo de sociedad, que es del conocimiento,
de un sistema de poder, dicen que sostenido en una ideología algorítmica
neutral.
Y uno va
viendo cómo, de a poco, el celular se va
apropiando de tu ser: te pide la huella
digital mientras realiza sin que se lo pidas tu reconocimiento facial,
lo tienes ligado a tu cuenta de correo digital, a tu tarjeta de crédito o de débito, y vas recibiendo notificaciones y noticias de instituciones y gente que
ni siquiera sabías que existen.
Y entonces te acuerdas que había algo
que se llamaba intimidad y que lo fuiste
perdiendo.
En un mundo
capitalista donde el 1% de la población posee
el 50% de la riqueza, y el 10% posee el 88%, la inmensa mayoría que no es
propietaria de medios de producción y vive de la venta de
su fuerza de trabajo devendrá inútil en cuanto las máquinas desempeñen sus labores de
forma más rápida, barata y eficiente.
El
capital ha esclavizado pueblos, exterminado naciones,
desencadenado genocidios sin más objetivo que
obtener dividendos. ¿Qué hará con una fuerza laboral suplantada
por mecanismos que no exigen salarios?, se pregunta el intelectual venezolano Luis Britto.
Hoy, bajo el
manto de una retórica de democratización y acceso a la información,
progreso e innovación que disparan desde las ONG
europeas, se esconde el más puro y antiguo sistema de dominación
Seguimos
negándonos a vernos con nuestros propios ojos. Seguimos viendo con ojos
ajenos, del enemigo, copiando sus modelos,
discutiendo las temáticas que agendan las ONG europeas, muy socialdemócratas ellas,
olvidando a nuestras gentes en nombre de
la lucha por nuestro futuro.
En
Argentina, la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
materializó un marco legal propicio para avanzar en la democratización de un ámbito tan crucial
para el ejercicio del poder en las
sociedades actuales. En términos de
balance, lo más evidente es la
distancia entre ese marco legal y lo
que se llegó a aplicar. De hecho, el
poder de fuego y el peso económico de los “medios dominantes”, que la ley
venía a regular y a limitar, hoy es mayor que entonces.
La
desinformación (incluyendo el bombardeo
de los fakenews) juega un papel
relevante en el sostenimiento del
orden sistémico occidental, que controla los
principales medios que llegan a la población, que son los que siguen
asesinando la verdad y la democracia.
Construir abajo y a la izquierda, parece ser el único camino emancipatorio
posible. Porque lo único que se construye desde arriba,
es un pozo.
Aram Aharonian. Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster
en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la
Integración Latinoamericana (FILA) y dirige
el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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