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“El comienzo y el final del libro funcionan, en su disímil radicalidad, como diagnóstico actual y como resumen de
las esperanzas de Han. Primero cita al Nietzsche de Humano, demasiado humano: "Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que
'ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica'";
mientras que, en el cierre, Han escribe, imaginando la utópica "sociedad venidera" descripta por Novalis: “En el reino de paz por venir se
reconciliarán el ser humano y la naturaleza. El ser
humano ya no será más que un conciudadano de una república de seres
vivos a la cual pertenecerán las plantas, los animales, las piedras, las nubes
y las estrellas”.
Es evidente que
el filósofo, tantas veces tildado de apocalíptico, intenta aquí ofrecer
una salida más amable, en plan bucólico, después
de su diagnóstico lapidario. Cada lector podrá
decir si siente que la humanidad está más cerca del
principio (nietzscheano) o del final (romántico)
del último libro publicado aquí de Byung-Chul Han, el
gran metabolizador de las ansiedades de esta época.
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Para
Byung-Chul Han, "EL ORIGEN DE LA CULTURA NO ES LA GUERRA, SINO LA
FIESTA".
Fue
publicado en español el libro "Vida contemplativa"
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Por Fernando D’addario
Página /12 sábado 15 de marzo del 2023.
El filósofo coreano radicado en Alemania propone en su nuevo ensayo un camino alternativo a la hiperactividad para que el ser humano intente
acercarse a la felicidad en la medida de sus
posibilidades.
En el borde mismo de la autoexplotación, Byung-Chul Han ha
publicado un nuevo libro. La compulsividad editorial que rodea al
filósofo coreano es, paradójicamente,
otro ejemplo del vértigo que denuncia
en varios de sus trabajos. Pero quizás a modo de antídoto, en la flamante edición en español de Vida
contemplativa (Taurus) resigna brevemente su rol de gurú del apocalipsis tecnológico para situarse en el terreno de la eudemonología. Propone un camino alternativo a la hiperactividad
para que el ser
humano intente ser feliz en la medida
de sus posibilidades. No es, sin
embargo, un manual filosófico de autoayuda, sino más bien un ensayo teórico-práctico sobre los beneficios del ocio y del "no hacer" en tiempos de
conectividad permanente.
Han no está solo en la tarea de "desconectar" a sus congéneres.
Al menos no está solo en términos del
anclaje histórico de sus planteos.
En todo momento acude, en busca de "ayuda", a sus filósofos de cabecera, pero
también a escritores
y poetas que imaginaron un mundo menos sometido a la ansiedad por el rendimiento.
Es evidente su deuda filosófica y espiritual con el taoísmo y el budismo, pero sus citas en este libro se circunscriben casi exclusivamente (salvo en
un capítulo dedicado al exquisito Zhuangzi)
a la tradición occidental basada en el pensamiento greco-romano.
Obviamente más platónico que aristotélico, se nutre de las ideas epicúreas,
pero no descarta a los estoicos; elige como aliado a un Heidegger relativamente
tardío para sostener su defensa de la
pausa, de la espera, de la renuncia (que no implica, en este caso, "darse por
vencido" sino abandonarse a una "pasión por lo indisponible")
e inclusive de la fiesta y el juego
como "inactividades" que
dan esplendor a la existencia humana.
Han es taxativo en este punto:
"el origen
de la cultura no es la guerra, sino la fiesta".
Cuando el capitalismo de rendimiento transforma
el tiempo en mercancía, Han destaca, siguiendo a Theodor W. Adorno, lo que denomina el "ceremonial de la
inactividad". Y escribe:
"hacemos, pero para nada. Este para-nada, esta libertad con respecto a la finalidad y la utilidad, es la esencia de la inactividad. Y es la fórmula fundamental de la felicidad".
Han rescata prácticas y estados de
ánimo muy disímiles:
la meditación, el tedio, la experiencia
religiosa y la poesía, entre otras. Sobre ésta
última sostiene lo siguiente:
“La información es la forma de actividad
que tiene el lenguaje. La poesía, por el
contrario, suspende el lenguaje entendido como información. En la poesía el lenguaje se pone en modo contemplación".
El "flaneur" Walter Benjamin y los románticos Hölderlin y Novalis también
son reivindicados por el filósofo coreano en este rescate genealógico de la inactividad.
De estos últimos toma la idealización de
la naturaleza y de la libertad.
"La idea de libertad de los inicios del romanticismo se presenta como un correctivo o incluso como un antídoto contra la libertad individual actual. Esta libertad romántica no se basa en el querer-se o en la voluntad de sí, sino en el ser-con o el querer-con", señala Han.
Vida contemplativa refuta con crudeza el planteamiento ontológico de Hannah Arendt, que propiciaba la "acción" en su célebre La condición humana.
Frente a la
teoría de la filósofa y ensayista alemana, el coreano propone
una suerte de mix:
“la existencia humana se
realiza únicamente en la interacción de la vita activa y la vita contemplativa”.
Para ello subraya la necesidad de rescatar el tiempo libre, "que no
pertenece al orden del trabajo y la producción".
Aunque su mirada puede parecer utópica o romántica en términos de adecuación a la vida actual realmente
existente, en buena parte del ensayo Han
busca mostrarse pragmático.
Lo que él propone, sostiene, es un
método para detener la destrucción de la naturaleza
y el desasosiego tecnológico impuesto por el capitalismo neoliberal. Una apuesta
pragmática que, en posibilidad de
encontrar el verdadero sentido de la existencia lo más profundo, contacta con un viejo imperativo
filosófico: la a través de un modo diferente de habitar el mundo.
A diferencia de sus trabajos más conocidos, atravesados más por un afán de concientización política que por indagaciones
de tipo especulativas, aquí Han se
corre -especialmente en la segunda
parte del libro- de su rol de divulgador para sumergirse en arenas teóricas más complejas. Esto resulta casi inevitable cuando desmenuza el concepto de "meditación" en Heidegger.
El comienzo y el final del libro funcionan,
en su disímil radicalidad, como diagnóstico actual y como resumen de las
esperanzas de Han. Primero cita al Nietzsche de Humano,
demasiado humano:
"Nos estamos asemejando cada vez más a esas
personas activas que 'ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de
la mecánica'"; mientras que, en el cierre, Han escribe, imaginando la
utópica "sociedad venidera" descripta por Novalis:
“En el reino de paz por venir se reconciliarán el ser humano y la naturaleza.
El ser humano ya no será más que un conciudadano de una república de seres
vivos a la cual pertenecerán las plantas, los animales, las piedras, las nubes
y las estrellas”.
Es evidente que el filósofo, tantas veces tildado de apocalíptico, intenta aquí ofrecer una salida más amable, en plan bucólico, después de su diagnóstico
lapidario. Cada lector podrá decir si siente que la humanidad está más cerca del principio (nietzscheano) o
del final (romántico) del último libro publicado aquí de Byung-Chul Han, el gran metabolizador
de las ansiedades de esta época.
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