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“Blades está
ayudando a crear la posibilidad de la democracia
en el continente. Está muy lejos del panfleto
revolucionario. Aquí los héroes no van “matando canallas con su cañón de futuro”. Ni siquiera
hay héroes propiamente. La recuperación de América aparece como una tarea
colectiva, ciudadana. Que es lo que reaparece en la canción que cierra
el álbum y que también se llama Buscando América. Ahí retrata un continente perdido en la oscuridad.
Sin embargo, retruca Blades, a “nosotros nos toca ponerte en libertad”. Así, al
cerrarse el disco regresa a la ciudadanía y a un
futuro que solo podrá ser el que ella construya. Buscando
América se trata menos de crear a América Latina
en tanto unidad cultural, que de crearla
como territorio democrático. Donde no se tortura, desaparece ni olvida; donde la ciudadanía manda.
“Cuarenta
años después, mucho cambió, mucho sigue aquí.
En Centroamérica ya no
hay guerras civiles, pero las cifras de homicidios
no están lejos de una. Si en Caminos verdes Blades cantaba
con esperanza “voy llegando a la frontera/ pa’salvarme
en Venezuela”, cuatro décadas después hay siete millones de venezolanos expulsados de sus fronteras por un régimen criminal.
“¿Y qué decir del Perú? Cuando
apareció Buscando América, se cometían
atrocidades y Belaunde aseguraba que los
informes de Amnistía Internacional había que
tirarlos a la basura. Hoy la elite del
país —política,
económica, mediática— desprecia
nuevamente los DDHH
más básicos, se amnistían
crímenes de lesa humanidad y se busca
eliminar su protección en instancias internacionales. El objetivo es poder seguir desapareciendo gente.
Se entiende que la señora
presidenta y sus valedores estén encantados con el
chifa: al que importuna se le chifa. Los apellidos más recurrentes entre las víctimas de “la época del terrorismo” fueron Quispe y Huamán. Tras la represión criminal del Gobierno de Boluarte, los apellidos
son Quispe, Huamán y
Mamani. Rubén ya nos explicó hace
cuarenta años por qué es que se desaparecen. Y
ante la desolación peruana solo queda acudir a Rubén de nuevo, rescatar a “la
esperanza que no ha muerto”, convencernos de que “vamos a encontrarte en esta oscuridad” y cantar que “ese es nuestro destino, nuestra necesidad”.
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CREANDO
AMÉRICA, POR ALBERTO VERGARA.
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Hace cuarenta años apareció Buscando América, el disco de Rubén Blades. Vergara lo celebra, comenta y termina subrayando su relevancia para América Latina y el Perú de hoy.
Por Alberto Vergara. Politólogo.
Fuente. Diario La República domingo 7 de julio del 2024.
Como a mi papá la música no le interesa nada, sospecho que aquel casete llegó a su casa porque el
recién divorciado andaba chiboleando. Buscando América. ¿Quién lo dejaría tirado? Era 1991. Me jaló el ojo por una coincidencia: poco tiempo
antes había sido el concierto de Amnistía Internacional
en Chile, y aunque lo vi por televisión esperando la actuación de Sting y Sinead O’Connor —los
ídolos del adolescente que era—, en realidad, ahí descubrí a Rubén Blades. En especial, una canción titulada ‘El padre Antonio y el monaguillo Andrés’ (cuya letra
estuvo escrita por años en la pared de mi cuarto). Así, por esa canción, me
senté a escuchar el casete. Y fui. Arrastrado a territorio bladesiano y salsero. Paradójicamente, con un álbum que era una
ruptura tremenda con la salsa. Incluso con la salsa hecha por el propio Blades.
Pero entonces yo no sabía nada de esto. Lo único concreto es que por una suma
de carambolas —después de todo, la vida te da
sorpresas—, Buscando América me
estaba partiendo la cabeza.
…
Buscando América cumple cuarenta años. Apareció
en 1984. Ahí Blades
realiza tantas cosas importantes que uno no sabe por dónde comenzar: ¿con la salsa revolucionada, sin vientos, con batería y
sintetizadores?, ¿con los textos bellos y avezados?, ¿con el sonero afilado?
La
dificultad está en que Buscando
América es más que un gran álbum; es un evento cultural mayor. Tengo la
impresión de que la genialidad de Blades es montar un proyecto cuyo propósito
literal es buscar a América Latina, pero su intención profunda es crearla (no
inventarla).
En un primer sentido, este
esfuerzo por crear América Latina venía desde
los setenta e inicios de los ochenta. Se trata de un primer sentido social y cultural, digamos. En discos como Metiendo
mano (1977), Siembra (1978) o Maestra vida (1980) —todos en colaboración con Willie Colón—, el panameño ya se había sumado a la
cadena de artistas e intelectuales que, poco a poco, han construido la idea de
la “patria grande”. A través de la música del Caribe, Blades sigue construyendo eso que Monsiváis llamó el “aire de
familia”. Juan Pachanga y Pedro Navaja, Paula C y Carmelo da Silva,
Cipriano Armenteros y Camilo Manrique, entre tantos otros, son personajes de
ningún lado y, por eso mismo, pueden encarnar a la esquiva Latinoamérica.
En Buscando América agrega dos
dimensiones a este sentido creador. La primera es
musical. El ancla sigue estando en el Caribe, pero lo desborda. Estrena
una banda con influencias del rock y el latín jazz:
Seis del Solar. Una salvajada de banda. Era su primer disco sin Willie Colón,
quien le había dado un sonido particular, con vientos y trombonazos como
truenos caribeños. (Leonardo Padura ha escrito con justicia que la separación
de Rubén y Willie es como la de McCartney y Lennon). Y, por cierto, también era el
primer álbum que hizo fuera de la Fania. Seis del
Solar, entonces, rompe con ese molde previo. América
Latina ya no cabe solamente en esa vertiente del Caribe. Hay que ir más allá. Al Caribe
anglófono, por ejemplo, incluyendo un reggae en forma; o maridando la nostalgia
limeña de nuestro César Miró con un arreglo
medio playero y una fuga salsera sin frenos; o Caminos
verdes que combina una atmósfera afro y folk
con unos sintetizadores de sabor progresivo
(¿new age?). Sigue, en síntesis, creando América Latina,
ahora una aún más abarcadora desde la música.
La segunda dimensión novedosa: la política. En Buscando América,
Rubén Blades pasa a crear un horizonte político para
la región. Sus personajes previos circulaban
entre la hipocresía y el arribismo (la pareja plástica), entre la fiesta y el
pesar (Juan Pachanga), entre la voluntad y la decepción (Pablo Pueblo), entre
la felicidad y la discriminación (Ligia Elena),
entre el drama y la comedia (el camusiano Ramiro
da Silva); pero ninguno aparece enmarcado por algún tipo de régimen político, democrático o autoritario.
Esto
cambia en Buscando América. Sus personajes ya no están únicamente
condicionados por cuestiones sociales, sino por
la política. (Por cierto, el álbum aparece el
año que Blades ingresa a la maestría en Derecho
Internacional en Harvard y diez años antes de ser candidato presidencial
en Panamá: está haciendo una transición personal
también). El punto es que aparece aquí la política en
un sentido creativo: debemos crear eso que no
somos y deberíamos ser. Y la apuesta es radicalmente democrática.
Buscar a América pasa por crear una América
democrática.
Y ciudadana. No en vano
el álbum se abre con una canción en la que el
coro convoca a que la ciudadanía salga y haga
sus apuestas. Cada quien responsable de sus decisiones: la exseñorita que no ha
decidido qué hacer, el galante señor de la casa
de alquiler y el borracho que hunde el pie en el
acelerador. Ciudadanía y agencia en un solo
combo. Casi Hannah Arendt. O cercano a Octavio Paz: “En mi utopía
política no todos somos felices, pero, al menos, todos somos
responsables”.
Ahora bien, la ciudadanía como institución solo es posible en democracia. Tras nombrar a la ciudadanía en la primera canción, Blades nos traslada a un mundo donde ha sido eliminada. El segundo track es GDBD (“gente despertando bajo dictaduras”, según la leyenda). Es el corte más audaz del álbum: se declama un texto en segunda persona sin acompañamiento musical. Aunque Blades se refiere a este como un cuento, a mí siempre me ha parecido el guion de un plano-secuencia que va desde el momento en que un hombre despierta hasta que sale al trabajo. Entre esos dos puntos, se entrevé que se trata de un agente de seguridad del Estado. Mientras realiza las acciones mañaneras cotidianas (se afeita y se corta, se seca con una toalla que dice Disneylandia, pisa los orines del perro, la esposa le recuerda que debe pagar la escuela de los niños), también nos enteramos de que “hoy van a arrestar al tipo”, así que coge sus lentes oscuros, su libreta, su revólver y sale a la calle, donde “aún está oscuro, pero huele a mañana, varón”.
El dato crucial está en el
primer verso: no ha dormido bien. Además, cuando
se baña, no canta. Y es claro que la mujer está incómoda con su presencia, ni siquiera
molesta. El hombre anda metido en algo oscuro.
La
siguiente canción permite dilucidar en qué puede estar involucrado: ‘Desapariciones’. Ahí —con el bajo de Mike Viñas
mandando cual si hubiera escapado de los Wailers
o de Black Uhuru—, Blades canta en primera persona la angustia de los familiares de desaparecidos.
Buscan al esposo, a la hermana,
al hijo que “a veces es terco cuando opina”;
describen cómo iban vestidos, listan las instituciones públicas
a las que han acudido. El coro de la canción termina lanzando las preguntas y
respuestas fundamentales de la vida política: “¿Y por qué es que se desaparecen?… porque no todos
somos iguales”.
Algo semejante ocurre en ‘El
padre Antonio y el monaguillo Andrés’, inspirada en el homicidio de monseñor Romero en El Salvador. El cronista nos cuenta el asesinato de un cura que da el sermón en manga’e
camisa, que “condena la violencia” y cae abatido
junto con el monaguillo Andrés, un chiquillo que
muere sin conocer a Pelé. Y, sin embargo, tras
el cierre terrible de la crónica —“entre el grito y
la sorpresa, agonizando otra vez/ estaba el Cristo
de palo clavao a la pared”— pasamos a una fuga endiabladamente salsera y en la cual la luz empieza a abrirse camino.
Mientras el coro repite que “suenan las campanas”,
Blades sonea que suenan para celebrar, nuestra libertad, que la tierra va a temblar y que el mundo va a
cambiar.
Blades está ayudando a crear la posibilidad de la democracia en el continente. Está muy lejos del panfleto revolucionario. Aquí los héroes no van “matando
canallas con su cañón de futuro”. Ni siquiera hay héroes propiamente. La recuperación de América aparece como una tarea
colectiva, ciudadana. Que es lo que reaparece en la canción que cierra
el álbum y que también se llama Buscando América. Ahí retrata un continente perdido en la oscuridad.
Sin embargo, retruca Blades, a “nosotros nos toca ponerte en libertad”. Así, al
cerrarse el disco regresa a la ciudadanía y a un
futuro que solo podrá ser el que ella construya. Buscando
América se trata menos de crear a América Latina
en tanto unidad cultural, que de crearla
como territorio democrático. Donde no se tortura, desaparece ni olvida; donde la ciudadanía manda.
Cuarenta años después, mucho cambió, mucho sigue aquí. En Centroamérica ya no hay guerras civiles, pero las cifras de homicidios no están lejos de una. Si en Caminos verdes Blades cantaba con esperanza “voy llegando a la frontera/ pa’salvarme en Venezuela”, cuatro décadas después hay siete millones de venezolanos expulsados de sus fronteras por un régimen criminal.
¿Y qué decir del Perú? Cuando
apareció Buscando América, se cometían
atrocidades y Belaunde aseguraba que los
informes de Amnistía Internacional había que
tirarlos a la basura. Hoy la elite del
país —política,
económica, mediática— desprecia
nuevamente los DDHH
más básicos, se amnistían
crímenes de lesa humanidad y se busca
eliminar su protección en instancias internacionales. El objetivo es poder seguir desapareciendo gente.
Se entiende que la señora
presidenta y sus valedores estén encantados con el
chifa: al que importuna se le chifa. Los apellidos más recurrentes entre las víctimas de “la época del terrorismo” fueron Quispe y Huamán. Tras la represión criminal del Gobierno de Boluarte, los apellidos
son Quispe, Huamán y
Mamani. Rubén ya nos explicó hace
cuarenta años por qué es que se desaparecen. Y
ante la desolación peruana solo queda acudir a Rubén de nuevo, rescatar a “la
esperanza que no ha muerto”, convencernos de que “vamos a encontrarte en esta oscuridad” y cantar que “ese es nuestro destino, nuestra necesidad”.
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