Fue un engaño pensar que nuestros sistemas democráticos podían ser exportados, ni mucho menos impuestos por la fuerza. La democracia necesita raíces locales para sustentar una sociedad civil que funcione. Los cambios rápidos necesitan el colchón de un Estado de Derecho que, como señala Thomas Carothers, destacada autoridad en la promoción democrática, reside más en las “cabezas de los ciudadanos” que en estatutos recién forjados. Todo esto toma tiempo. Mientras tanto, los dictadores se agazapan y golpean. George Kennan llamó al “ascenso al poder de las más decididas, decisivas y a menudo brutales naturalezas humanas… la condición común de la mayor parte de la humanidad durante siglos”.
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Democracias del mundo uníos.
Frente a la "recesión de la democracia" y la reducción acelerada de los espacios democráticos.
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Por Jeremy Kinsman
El espacio democrático en el mundo se está estrechando en una “recesión de la libertad”, a medida que el número de países que la practican disminuye por cuarto año consecutivo. Pero la Comunidad de Democracias puede convertirse en un efectivo canal para las respuestas democráticas al abuso contra los derechos humanos.
Viernes 17 de septiembre de 2010 Blog Columnistas
En la oscuridad de 1939, H.G. Wells preguntó en una carta a The Times de Londres: “¿Por qué estamos combatiendo?”. Aparte de la supervivencia de Gran Bretaña, Wells propuso que era por los “derechos del hombre”. Un poco después, Franklin D. Roosevelt les dijo a los estadounidenses que la causa aliada era por las “cuatro libertades” (de expresión y de culto, de carencias y miedo) “en todas partes del mundo”. Recientemente, en el aeropuerto internacional de Seattle-Tacoma, esta causa global no parecía ya interesar a un duro funcionario de la seguridad interior estadounidense, que cuestionó mi explicación sobre qué estaba haciendo yo en Estados Unidos. “¿Un proyecto de democracia en el extranjero? ¿No hemos acaso metido nuestras narices lo suficiente en los asuntos de otra gente y hecho suficiente daño?”.
Lo cierto es que el Pew Research Center informa de una dramática caída en el apoyo público en Estados Unidos a la promoción de la democracia. Al mismo tiempo, el espacio democrático en el mundo se está estrechando en lo que Freedom House llama una “recesión de la libertad”, a medida que el número de países que practican la democracia disminuye por cuarto año consecutivo.
Eso no era lo que esperaban los encandilados occidentales a comienzos de los años ‘90 cuando presionamos a los rusos para que imitaran nuestra democracia y se jugaran por los mercados abiertos. La caótica experiencia dejó a los rusos con vidas genuinamente privadas y creciente prosperidad, pero en ese proceso confuso la “democracia” se convirtió en un código para cambios convulsivos, fracasos de mercado, profunda inequidad social y violencia.
Fue un engaño pensar que nuestros sistemas democráticos podían ser exportados, ni mucho menos impuestos por la fuerza. La democracia necesita raíces locales para sustentar una sociedad civil que funcione. Los cambios rápidos necesitan el colchón de un Estado de Derecho que, como señala Thomas Carothers, destacada autoridad en la promoción democrática, reside más en las “cabezas de los ciudadanos” que en estatutos recién forjados. Todo esto toma tiempo.
Mientras tanto, los dictadores se agazapan y golpean. George Kennan llamó al “ascenso al poder de las más decididas, decisivas y a menudo brutales naturalezas humanas… la condición común de la mayor parte de la humanidad durante siglos”. La gente corriente en Myanmar, Irán, Cuba y Zimbabwe han arruinado sus vidas si se salen de la fila. Pero, si no estamos en guerra con sus líderes, ¿deberían importarnos las vidas de otros pueblos? ¿No necesitamos tender a nuestros propios jardines bien cuidados e inclinarnos más a lo que los estados extranjeros puedan hacer para cooperar en la paz y la seguridad globales, que a lo que están haciendo en casa por sus ciudadanos? Creo que las vidas de otras personas importan, porque los pueblos “en todas partes del mundo”, incluyendo Rusia, aspiran a derechos humanos que nosotros damos por sentados y buscan en los demócratas de fuera de sus fronteras solidaridad con sus luchas no violentas para ampliar su espacio democrático.
Como demócratas (siendo humildes respecto de nuestros propios procesos hacia democracias más justas, que todavía son trabajos en curso), debemos apoyar la legitimidad de estos esfuerzos. Un expansivo sector no gubernamental acoge el desafío de ayudar a que la sociedad civil construya las bases para una gobernabilidad local, proceso simbolizado recientemente por la donación de 100 millones de dólares de George Soros a Human Rights Watch. Pero las ONG están siendo cada vez más acosadas por regímenes autoritarios. Los gobiernos democráticos deben venir en apoyo de su derecho a apoyar a la sociedad civil en formas que no constituyan interferencia.
Las democracias han vacilado en organizarse para un propósito tan idealista, aunque algunas, como la Unión Europea, la Commonwealth (Comunidad Británica de Naciones) y ahora la OTAN, hacen de la práctica democrática un requisito fundamental de membresía. Hasta hace poco, la Comunidad de Democracias, una organización intergubernamental inaugurada en 2000, se veía entorpecida por la desconfianza en la inconsistencia de Estados Unidos y la agenda intervencionista de la administración Bush. Pero a medida que amaina la controvertida invasión a Irak, la Comunidad de Democracias puede convertirse en un efectivo canal para las respuestas democráticas al abuso contra los derechos humanos; no como un bloque hostil a los regímenes autoritarios, sino como una asociación internacional libre de ciudadanos y estados democráticos.
En política exterior, los estados democráticos pueden abordar al mismo tiempo intereses y valores interdependientes, siempre y cuando seamos consistentes. Nuestro interés propio nos impone tratos con no-democracias clave. Pero el capital político de esas relaciones puede también desplegarse en apoyo de los derechos legítimos de la sociedad civil y de los acosados defensores de los derechos humanos. Podemos trabajar con hombres fuertes sin cortejar a sus parientes corruptos o a sus torturadores, por falsas consideraciones de seguridad.
Los autoritarios deben saber que apoyamos a los héroes de conciencia como Aung San Suu Kyi, Liu Xiaobo, Oswaldo Paya o Ayman Nour, y que los valores que compartimos con ellos no son negociables. Nuestra verdadera seguridad siempre residirá en la consistencia con los valores que creemos que nos definen, que Wells y Roosevelt consideraron dignos de luchar por ellos, y que los pueblos “en todas partes del mundo” están intentando lograr para ellos mismos mediante medios no violentos.
* Diplomático canadiense.
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