sábado, 11 de septiembre de 2010

LA GLOBALIZACION DE LA DESFACHATEZ: La violación más descarada de los Derechos Humanos.

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Por un lado el Sr Sarkozy, expulsa de su país, Francia, la cuna de la libertad, a miles de gitanos – rumanos y búlgaros – con el falso argumento de defender la propiedad y la seguridad de los franceses lo cual constituye una clara y descarada violación de los derechos humanos, consagrados a nivel universal: El gobierno de Irán también pone su cuota de violencia y liquidación de los derechos humanos de una “humilde” mujer, acusada de adulterio, que por su puesto debe ser juzgada pero no a morir como aun piensan que estamos en el siglo XV del oscurantismo medieval y finalmente para completar el “trío” de violadores de los derechos humanos e intolerantes. Surge un “pastor” loco en una iglesia norteamericana, agitando “quemar el Corán” el libro sagrado de los musulmanes, situación que ya originó una protesta y condena mundial, primero la violencia de millones de musulmanes y segundo la protesta de los “Demócratas” y Cristianos del mundo, llamando a la calma a este nuevo loco, enviado de dios y con el derecho de hacer justicia con su “poder” sobre el 11 de septiembre y las víctima del terrorismo salvaje..
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LA GLOBALIZACION DE LA DESFACHATEZ.
La violación más descarada de los Derechos Humanos.
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Por José Antonio Díez Alday, * Periodista



Tribuna Abierta.- Viernes, 10 de Septiembre de 2010 -



AGOBIADA por una cruel crisis económica que ha dejado a millones de familias sin trabajo y sin futuro en medio de una cultura superficial y consumista, la sociedad occidental tiende a creer las promesas y bravatas mesiánicas de quien dice hablar en nombre de Dios mientras los líderes políticos muestran la hipócrita actitud de defender una sociedad laica cuando, fuera de su ámbito geográfico de responsabilidad, son vulnerados los derechos humanos que ellos mismos niegan en su propia casa. Es un claro ejercicio de desfachatez cocinada a fuego lento que erosiona todos y cada uno de los derechos humanos que vieron la luz a finales del siglo XVIII en EE.UU. y Francia, cuyos actuales máximos responsables, Obama y Sarkozy, son un ejemplo de esa actitud antidemocrática.



"Me lo ha dictado Dios. Me eligió porque os puedo guiar". En estos términos la rutilante estrella de la Fox, Glenn Beck, convocaba el pasado mes de noviembre a sus seguidores para que fueran al mismo lugar, el Lincoln Memorial de Washington, y el mismo día (47 años después de un 28 de agosto de 1963) en que Martin Luther King dijo tener un sueño en el que "todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de vida, libertad y la búsqueda de la felicidad". Beck prometía un plan divino para EE.UU. que "devolverá al verdadero espíritu de nuestros padres fundadores" en clara referencia a Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia de los EE.UU. y James Madison, conocido como el Padre de la Constitución y autor de la Primera Enmienda sobre libertad religiosa.
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Paralelamente, al otro lado del Atlántico, la sociedad europea se rasga las vestiduras ante comentarios como el del diario iraní Kayhan, ultraconservador por más señas, calificando de "prostituta" a Carla Bruni por pedir a las autoridades iraníes el indulto para Sakinen Mohammadi Ashtiani, condenada a morir por lapidación, pero nada dice cuando su marido, el presidente Sarkozy, expulsa a miles de gitanos europeos bajo el argumento de defender el derecho a la propiedad de los franceses, pero vulnerando derechos humanos como la presunción de inocencia de los expulsados o su libertad de tránsito por el espacio de la Unión Europea a la que pertenecen.

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Ambos países, EE.UU. y Francia, fueron el epicentro de la revolución social que, a finales del siglo XVIII, reconocía la propiedad de los derechos humanos por encima del derecho a la propiedad. Fueron más lejos que los postulados sobre libertad y propiedad de John Locke. En realidad, rompieron las cadenas del ancien régime que se apoyaba en interpretaciones medievales sobre las ideas vertidas por Platón y Plotino según las cuales un dios generoso había creado el universo y, bajo la doctrina de plenitud, todo lo puede existir debe existir, incluidos reyes por la gracia de Dios, súbditos que les sirviesen y esclavos sin libertad.

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Durante casi dos milenios, los europeos creyeron en esta doctrina cristiana de la plenitud sermoneada por miles de sacerdotes que prometían a sus fieles que, si cumplían los mandamientos de Dios, alcanzarían la bendición eterna y por la que debían ceder su libertad personal a la voluntad del creador porque, como había dejado escrito Dante Alighieri (1265-1321) en el canto tercero del libro Paraíso de la Divina Comedia: "En la voluntad de Dios está nuestra paz".

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Sin embargo, Jefferson y el resto de firmantes afirmaban en el preámbulo de La Declaración unánime de trece Estados Unidos de América (4 de julio de 1776) que "todos los hombres son creados iguales; son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre otros están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Y declaraban en su conclusión que, dados los abusos, injurias y usurpaciones del rey de Gran Bretaña, "estas colonias son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes; que están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica". No negaban la existencia de Dios, pero consideraban que el ser humano podía desobedecer y derrocar a los reyes que no defendieran los derechos humanos.

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Pocos años después (26 de agosto de 1789), se hace pública en Francia la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, génesis de la República Francesa. Dos de sus artículos muestran la hipocresía que nos rodea. En su artículo primero reza: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común". Más adelante, el artículo noveno revela: "Puesto que todo hombre se presume inocente mientras no sea declarado culpable, si se juzga indispensable detenerlo, todo rigor que no sea necesario para apoderarse de su persona debe ser severamente reprimido por la ley".

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Abundando en este breve recorrido histórico, conviene señalar cómo James Madison (1751-1836), sucesor de Jefferson, apuntaba una interesante variante al señalar que "igual que se dice que un hombre tiene derecho a su propiedad, se puede decir que tiene la propiedad de sus derechos". Es este un matiz concluyente e inequívoco, como también lo es el artículo 16 de la Declaración de Virginia, donde se cita textualmente "que la religión o las obligaciones que tenemos con nuestro creador, y la manera de cumplirlas, sólo pueden estar dirigidas por la razón y la convicción, no por la fuerza o la violencia; y, por tanto, todos los hombres tienen idéntico derecho al libre ejercicio de la religión, según los dictados de la conciencia; y que es deber mutuo practicar la indulgencia, el amor y la caridad cristianas".

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Posiblemente, algunos historiadores señalen que Virginia, un Estado norteño, defendió la esclavitud y se unió a la Confederación en tiempos de la Guerra Civil de EE.UU. También se pueden argumentar otras deficiencias y contradicciones que existieron y convivieron en el origen de las declaraciones citadas. Pero estas circunstancias son unas más entre las muchas paradojas humanas que nos ha dejado su historia y evolución. Lo que interesa destacar de las tres declaraciones aludidas son otros tantos derechos básicos de los seres humanos: Son libres e iguales; son inocentes mientras no se demuestre lo contrario y tienen derecho al libre ejercicio de la religión.

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Hoy nadie parece discutir estos derechos y su propiedad reside en todos y cada uno de los individuos, por encima de cualquier sistema político o gobierno. El ser humano es propietario de los derechos humanos, afirmaba James Madison, y al margen de cualquier religión, tal y como señala la Primera Enmienda (15 de diciembre de 1791): "El Congreso no legislará respecto al establecimiento de una religión o a la prohibición del libre ejercicio de la misma; ni impondrá obstáculos a la libertad de expresión o de la prensa; ni coartará el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agravios".

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Pues bien, estos derechos humanos (igualdad, libertad y presunción de inocencia), cuya vigencia apenas tiene poco más de dos siglos, están siendo erosionados en el propio mundo occidental donde vieron la luz. Lo malo de esta situación no reside en la existencia de personajes mesiánicos. Siempre han existido iluminados. La Historia está llena de ellos y su memoria puede revolver el estómago. Sin embargo, bien parece que no hemos aprendido nada del pasado y seguimos dejando hacer impunemente, en nombre de la libertad de expresión, a quienes abogan por suprimir esos derechos.

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La sociedad, sus medios de comunicación y sus líderes, sean políticos, sociales o religiosos, muestran una inacción preocupante ante la lenta pero inexorable erosión de los valores y derechos que nos dejaron Jefferson, Madison o Rousseau. Los peligros que la acechan, entre ellos la pérdida de la propiedad de sus derechos, caen en saco roto. Más aún, nos recreamos en la desfachatez mesiánica y elevamos hasta el decimocuarto lugar entre los líderes de opinión del mundo, según Time, al portavoz de Dios en el mundo, Glenn Beck, cuyas diatribas, lejos de contrarrestarse con la razón, encuentran reflejo en prestigiosos diarios, como el liberal New York Times, con artículos firmados por prestigiosos columnistas (Frank Rich) que titulan Incluso Glen Beck tiene razón dos veces al día.

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Estamos ante un nuevo ejemplo del hedonismo que nos envuelve en una nube de ciega superficialidad y no deja ver la luz de la ilustración que Immanuel Kant (1724-1804) encendió con la frase "sapere aude" (atrévete a saber o, también, ten el valor de usar tu propia razón). Podemos perder la propiedad de nuestros derechos, pero nada hacemos para impedirlo. Ni tan siquiera los líderes políticos mueven ficha por temor a ser desacreditados por una sociedad sumida en una grave crisis económica que le ha robado su futuro y el de sus hijos. Es un caldo de cultivo para el fanatismo mesiánico, como aquellos millones de alemanes sin futuro y empobrecidos por el Tratado de Versalles (1919) que se creyeron las promesas de un iluminado como Hitler y le acompañaron a la muerte en la más cruel de las guerras.

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Quizás por ello, la polémica mediática que prevalece en EE.UU., a poco más de dos meses de la elecciones legislativas en las que los demócratas se juegan su mayoría en el Congreso, gira en torno a las creencias religiosas de Obama, sobre si asiste o no con regularidad a una iglesia en Washington y, aunque el propio presidente señala que "no voy a estar preocupándome sobre los rumores que flotan ahí", desde la propia Casa Blanca se reitera que "Obama es un devoto cristiano que reza todos los días". Poco se dice y menos se hace para erradicar los factores y las actitudes que han provocado la crisis.

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Así parecen funcionar los políticos en EE.UU. y también Europa. Renuncian a defender de facto los ideales progresistas y los derechos humanos con tal de no perder un puñado de votos. Defienden la memoria de grandes pensadores que tuvieron el valor de usar su propia razón, pero renuncian a su legado ideológico. Apelan al humanismo fuera de sus fronteras, pero renuncian a defender reformas sociales en su país ante la posibilidad de incomodar a los insaciables poderosos. Dicen ser partidarios de una sociedad laica, pero utilizan la fe religiosa y el poder de las iglesias para alcanzar el poder. Con estos mimbres, el mundo se lamentará en breve.

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