Por José Antonio Díez Alday, * Periodista –
Tribuna Abierta.- Viernes, 10 de Septiembre de 2010 -
AGOBIADA por una cruel crisis económica que ha dejado a millones de familias sin trabajo y sin futuro en medio de una cultura superficial y consumista, la sociedad occidental tiende a creer las promesas y bravatas mesiánicas de quien dice hablar en nombre de Dios mientras los líderes políticos muestran la hipócrita actitud de defender una sociedad laica cuando, fuera de su ámbito geográfico de responsabilidad, son vulnerados los derechos humanos que ellos mismos niegan en su propia casa. Es un claro ejercicio de desfachatez cocinada a fuego lento que erosiona todos y cada uno de los derechos humanos que vieron la luz a finales del siglo XVIII en EE.UU. y Francia, cuyos actuales máximos responsables, Obama y Sarkozy, son un ejemplo de esa actitud antidemocrática.
Paralelamente, al otro lado del Atlántico, la sociedad europea se rasga las vestiduras ante comentarios como el del diario iraní Kayhan, ultraconservador por más señas, calificando de "prostituta" a Carla Bruni por pedir a las autoridades iraníes el indulto para Sakinen Mohammadi Ashtiani, condenada a morir por lapidación, pero nada dice cuando su marido, el presidente Sarkozy, expulsa a miles de gitanos europeos bajo el argumento de defender el derecho a la propiedad de los franceses, pero vulnerando derechos humanos como la presunción de inocencia de los expulsados o su libertad de tránsito por el espacio de
Ambos países, EE.UU. y Francia, fueron el epicentro de la revolución social que, a finales del siglo XVIII, reconocía la propiedad de los derechos humanos por encima del derecho a la propiedad. Fueron más lejos que los postulados sobre libertad y propiedad de John Locke. En realidad, rompieron las cadenas del ancien régime que se apoyaba en interpretaciones medievales sobre las ideas vertidas por Platón y Plotino según las cuales un dios generoso había creado el universo y, bajo la doctrina de plenitud, todo lo puede existir debe existir, incluidos reyes por la gracia de Dios, súbditos que les sirviesen y esclavos sin libertad.
Durante casi dos milenios, los europeos creyeron en esta doctrina cristiana de la plenitud sermoneada por miles de sacerdotes que prometían a sus fieles que, si cumplían los mandamientos de Dios, alcanzarían la bendición eterna y por la que debían ceder su libertad personal a la voluntad del creador porque, como había dejado escrito Dante Alighieri (1265-1321) en el canto tercero del libro Paraíso de
Sin embargo, Jefferson y el resto de firmantes afirmaban en el preámbulo de
Pocos años después (26 de agosto de 1789), se hace pública en Francia
Abundando en este breve recorrido histórico, conviene señalar cómo James Madison (1751-1836), sucesor de Jefferson, apuntaba una interesante variante al señalar que "igual que se dice que un hombre tiene derecho a su propiedad, se puede decir que tiene la propiedad de sus derechos". Es este un matiz concluyente e inequívoco, como también lo es el artículo 16 de
Posiblemente, algunos historiadores señalen que Virginia, un Estado norteño, defendió la esclavitud y se unió a
Hoy nadie parece discutir estos derechos y su propiedad reside en todos y cada uno de los individuos, por encima de cualquier sistema político o gobierno. El ser humano es propietario de los derechos humanos, afirmaba James Madison, y al margen de cualquier religión, tal y como señala
Pues bien, estos derechos humanos (igualdad, libertad y presunción de inocencia), cuya vigencia apenas tiene poco más de dos siglos, están siendo erosionados en el propio mundo occidental donde vieron la luz. Lo malo de esta situación no reside en la existencia de personajes mesiánicos. Siempre han existido iluminados.
La sociedad, sus medios de comunicación y sus líderes, sean políticos, sociales o religiosos, muestran una inacción preocupante ante la lenta pero inexorable erosión de los valores y derechos que nos dejaron Jefferson, Madison o Rousseau. Los peligros que la acechan, entre ellos la pérdida de la propiedad de sus derechos, caen en saco roto. Más aún, nos recreamos en la desfachatez mesiánica y elevamos hasta el decimocuarto lugar entre los líderes de opinión del mundo, según Time, al portavoz de Dios en el mundo, Glenn Beck, cuyas diatribas, lejos de contrarrestarse con la razón, encuentran reflejo en prestigiosos diarios, como el liberal New York Times, con artículos firmados por prestigiosos columnistas (Frank Rich) que titulan Incluso Glen Beck tiene razón dos veces al día.
Estamos ante un nuevo ejemplo del hedonismo que nos envuelve en una nube de ciega superficialidad y no deja ver la luz de la ilustración que Immanuel Kant (1724-1804) encendió con la frase "sapere aude" (atrévete a saber o, también, ten el valor de usar tu propia razón). Podemos perder la propiedad de nuestros derechos, pero nada hacemos para impedirlo. Ni tan siquiera los líderes políticos mueven ficha por temor a ser desacreditados por una sociedad sumida en una grave crisis económica que le ha robado su futuro y el de sus hijos. Es un caldo de cultivo para el fanatismo mesiánico, como aquellos millones de alemanes sin futuro y empobrecidos por el Tratado de Versalles (1919) que se creyeron las promesas de un iluminado como Hitler y le acompañaron a la muerte en la más cruel de las guerras.
Quizás por ello, la polémica mediática que prevalece en EE.UU., a poco más de dos meses de la elecciones legislativas en las que los demócratas se juegan su mayoría en el Congreso, gira en torno a las creencias religiosas de Obama, sobre si asiste o no con regularidad a una iglesia en Washington y, aunque el propio presidente señala que "no voy a estar preocupándome sobre los rumores que flotan ahí", desde la propia Casa Blanca se reitera que "Obama es un devoto cristiano que reza todos los días". Poco se dice y menos se hace para erradicar los factores y las actitudes que han provocado la crisis.
Así parecen funcionar los políticos en EE.UU. y también Europa. Renuncian a defender de facto los ideales progresistas y los derechos humanos con tal de no perder un puñado de votos. Defienden la memoria de grandes pensadores que tuvieron el valor de usar su propia razón, pero renuncian a su legado ideológico. Apelan al humanismo fuera de sus fronteras, pero renuncian a defender reformas sociales en su país ante la posibilidad de incomodar a los insaciables poderosos. Dicen ser partidarios de una sociedad laica, pero utilizan la fe religiosa y el poder de las iglesias para alcanzar el poder. Con estos mimbres, el mundo se lamentará en breve.
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