jueves, 9 de septiembre de 2010

NO FUE UN “MARTES NEGRO” CUALQUIERA. La Bancarrota capitalista. El ingreso de China agudiza la competencia de los monopolios capitalistas.

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La ocupación de esa periferia es el motor fundamental de las guerras que se disfrazan como una cruzada contra el terrorismo o aún, el islamismo. El imperialismo todavía debe demostrar que puede quebrar las resistencias de las masas para consumar la restauración del capital en todos sus términos. No basta llamar burguesía a la burocracia de la ex URSS y ni qué decir de China, para proclamar el triunfo irreversible del capitalismo, cuyo objetivo histórico tiene una amplitud que parece no entenderse.
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NO FUE UN “MARTES NEGRO” CUALQUIERA.


La Bancarrota capitalista. El ingreso de China agudiza la

competencia de los monopolios capitalistas.

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Martes 7 de septiembre del 2010.



Jorge Altamira (especial para ARGENPRESS.info)



Desde hace varios años hemos estado escribiendo sobre la crisis capitalista mundial en diversas publicaciones partidarias y otras nacionales e internacionales. Lo hemos abordado también en distintos foros y conferencias con bastante anterioridad al estallido de la bancarrota que acaba de ingresar en su cuarto año.

La elaboración de este asunto ha sido una línea distintiva de nuestra corriente política. La atraviesa el derrumbe sin precedentes de Wall Street, en 1986, las recesiones posteriores, la crisis asiática de 1997-99 y las de Rusia y Brasil, la cuasi quiebra bancaria de Estados Unidos, en el 2000 (bancarrota del fondo LTCM) y, naturalmente, los numerosos escritos que anticiparon el colapso de Argentina. En la edición que el lector tiene en las manos se encuentra una parte ínfima de ese largo trabajo – la publicación de la totalidad de ese material insumiría, de acuerdo a los compañeros que se tomaron el trabajo de recopilarlo, entre cuatro y cinco volúmenes. La urgencia por publicar una parte menor de ese material obedece a la necesidad de ofrecerlo a la discusión de una conferencia cuarta-internacionalista en América Latina que tendrá lugar a mediados de noviembre de 2010. Es decir que está vinculado a una actividad militante, así como a la reposición de documentos agotados. Nos identificamos con aquellos para quienes se trata de transformar el mundo y no de interpretarlo para que quede osificado en un nuevo sistema.


Son varios los aspectos que diferencian nuestra caracterización de lo que llamamos la bancarrota capitalista. El más obvio y criticado es el recorrido de la crisis como etapas de una tendencia al colapso de las relaciones sociales capitalistas; nos reconocemos como catastrofistas mucho antes de que nos apostrofaran con este vocablo como si él fuera la prueba de algún pecado. Como le escribe en una carta el gran teórico que fue Román Rosdolsky al trotskista belga Ernest Mandel, este punto es la esencia inextricable del marxismo. (¨Aunque Mandel había subrayado la inevitabilidad de crisis y recesiones, no había ofrecido un tratamiento sistemático de la teoría del colapso, que Rosdolsiky consideraba el corazón del marxismo¨; en ¨Ernest Mandel¨ de Jan Willem Stutje). Se trata del punto más alto de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existente, la premisa histórica y económica de la revolución social. Se trata de un proceso que se desarrolla bajo nuestros ojos y que se manifiesta en la presión que sufre el Estado para nacionalizar (con resarcimientos) a gran parte de la banca y de la industria. El punto más alto de esta tendencia se alcanzó, en la presente crisis, en dos oportunidades: una, cuando la quiebra de Lehman Brothers y la inminencia de que ocurriera algo similar con la aseguradora AIG y el Citibank, en el tránsito del gobierno de Bush a Obama, planteó la discusión en los círculos de poder norteamericanos de la posibilidad de una nacionalización generalizada de la banca, pero que se contuvo en los límites de semi-nacionalizaciones parciales – como los mismos AIG y Citibank, las enormes agencias hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, y las que ocurrieron en Gran Bretaña y Alemania. El colapso no significa que la Tierra deja de girar sobre su eje imaginario, sino de que el capitalismo no puede funcionar sobre sus propias bases – que es cuando el Estado utiliza su monopolio del poder para operar un rescate transitorio del régimen social afectado a ese extremo.


Para proceder de esta manera el Estado abandona sus formalidades constitucionales y opera por decreto: el departamento del Tesoro concentra las decisiones; se suspende en los hechos la ley de quiebra; se violan las leyes financieras y se emite dinero espurio; y se crea de este modo las condiciones para estallidos de mayor envergadura. La intervención despótica del Estado politiza la bancarrota capitalista, que de este modo se transforma en un asunto de poder para todas las clases sociales, incluida la burguesía. En el límite, este rescate capitalista amenaza con la bancarrota de las bancarrotas, la del propio Estado y del Banco Central, bajo la forma de una inflación galopante, es decir la pérdida de control sobre la moneda. Es lo que quedó planteado en la segunda manifestación de la tendencia al colapso, la reciente crisis de la zona euro a partir de la exposición del derrumbe fiscal de Grecia.


Se inició el período de las ¨crisis soberanas¨, que ha puesto en la picota a todo el sistema bancario, propietario de la deuda pública. Europa reprodujo, además, una característica que ya se había visto en la crisis asiática: el derrumbe financiero de Estados con escaso déficit fiscal o incluso superávit, esto debido al enorme endeudamiento de los bancos y de las empresas. Es el caso notorio de España. Lejos de una superación la crisis europea es hoy más intensa que nunca; China tuvo que intervenir mediante la compra de deuda de las bancas en España y Grecia. No es correcto llamarlas españolas o griegos, porque no son ni unas ni otras: el 75% del Santander se encuentra en manos de fondos institucionales norteamericanos y por sobre todo ingleses; la de Grecia es propiedad de bancos franceses y alemanes. China intervino en socorro de si misma, esto porque la devaluación del euro provocado por el derrumbe de las ¨deudas soberanas¨ amenazaba con hacer colapsar el comercio exterior de China. En la Unión Europea se discutió durante varias semanas la separación de Grecia de la zona euro, o sea un principio de disolución de la Unión Europea. Como decimos en las manifestaciones populares: ‘si esto no es un derrumbe el derrumbe dónde está`. La velocidad que ha desarrollado la crisis mundial desde la quiebra de Wall Street y luego de la crisis asiática, es una expresión aguda de la tendencia al derrumbe.


Otro aspecto que distingue nuestro análisis, el más decisivo desde el punto de vista estratégico, es que la bancarrota capitalista se desarrolla en la época de declinación del capitalismo; en una época en que esta declinación ya ha dejado enormes huellas en la conciencia de la humanidad – desde el fascismo y la guerra mundial con su holocausto, y las guerras ininterrumpidas posteriores hasta las actuales salvajerías en la ex Yugoslavia, Irak, Afganistan, el Cáucaso, Palestina – y el reiterado anuncio del ataque (¿nuclear?) a Irán. El desarrollo gigantesco del ¨capital ficticio¨ es una manifestación rotunda de la descomposición del capital: la relación entre el crédito y el PBI de los países desarrollados es del 400%, cuando en los años 50 era del 50%. Las transacciones brutas de derivados mueven un mercado de unos 600 billones de dólares. El crédito ha ido jugando un papel determinante en la expansión del mercado mundial, incluso en la integración mayor de las economías menos desarrolladas.


El incremento impresionante de la productividad del trabajo y de la tasa de plusvalía ha sido contrarrestado por la tendencia a la sobreproducción, en tanto que el poder adquisitivo de los trabajadores se ha estancado. El desarrollo del capital ficticio, en oposición al capital efectivamente aplicado a la creación de nuevo valor, ha reforzado la posición del rentista y del especulador financiero; incluso la gran industria obtiene su mayor tajada de beneficios de los llamados ingresos extraordinarios que resultan de la aplicación de sus ganancias a la especulación financiera (por eso la gran industria se opone a la regulación del mercado de derivados, que es el corazón del capital ficticio). Se impone aquí, sin embargo, otra precisión: la bancarrota capitalista que se encuentra en curso es la culminación de un proceso cíclico; ella no debe ser confundida con la categoría histórica de la decadencia de la formación capitalista. El corazón no deja de latir en una persona de mayor edad; por eso para entender la bancarrota actual es necesario analizar el ciclo del cual ha resultado; el carácter del ciclo le imprime su peculiaridad a la crisis.


La bancarrota actual está encadenada al ciclo iniciado luego de la crisis asiática (rusa, brasileña, argentina) y al derrumbe de la burbuja bursátil conocida como punto.com.; tiene multiplicados todos los genes de aquella. El otro gran factor de este ciclo es el enorme salto de la integración de China al mercado mundial, precisamente porque sus nuevas instituciones restauracionistas habían logrado resistir, en 98-2002, la colosal crisis de su entorno (incluida la larga crisis de la economía de Japón). Las crisis pasadas se desenvolvieron en un espacio local o regional, aunque su naturaleza fue siempre internacional y su epicentro se encontró siempre en Estados Unidos. Lo que distingue a la bancarrota actual es que parte de Estados Unidos y tiene un carácter generalizado que supera a la bancarrota de los años 30 del siglo pasado. De los colapsos pasados pasamos al desarrollo del colapso a partir de los centros de la economía mundial.


El tercer elemento distintivo de nuestro análisis ha sido la previsión de que la restauración capitalista en la ex URSS, China y Europa del este, se convertiría en un factor poderoso de la crisis mundial, aunque apareciera, en una primera etapa, como lo contrario: como la salida para el capital que conquistaba un área de casi dos mil millones de personas para el campo de la explotación capitalista mundial. Distinguimos lo que es la incorporación de nuevos mercados en el período de ascenso del capitalismo de lo que ocurre en la época de decadencia, y en estos casos concretos (Rusia, China) sobre la base de la destrucción despiadada de conquistas sociales extraordinarias, que en su mayor parte habían sido obtenidas por medios revolucionarios.


En efecto, en el ciclo económico que arranca en 2002, China inunda el mercado mundial como factoría tercerizada del capital internacional, que se vale de una gigantesca confiscación de las masas campesinas y de una elevación extraordinaria de la tasa de explotación del proletariado. El ingreso de China agudiza la competencia de los monopolios capitalistas y financia la mayor especulación financiera que se conozca. Seamos más precisos: el capital mundial expropia a China de gigantescos recursos a cambio del más ficticio de los capitales – los dos billones y medio de dólares que China recibe como contraprestación. Se trata de una masa irrealizable de dinero, sometida a la deriva de la devaluación del dólar, cuya utilización para importaciones devastaría a la economía china y su transformación en inversiones internacionales destruiría a la economía mundial. La distinción entre capitalismo en ascenso histórico y capitalismo históricamente decadente o en declinación, revela su pertinencia como instrumento de análisis.


El cuarto punto que distingue nuestro análisis está ligado al anterior: la restauración del capital en aquellas naciones en que fuera expropiado revolucionariamente, producida en el periodo de la declinación histórica del capitalismo, no puede ser sino un fenómeno transicional entre nuevas revoluciones y contrarrevoluciones. El capital mundial no ha completado su trabajo confiscatorio, lo cual supone la colonización de esas naciones y la expropiación completa de sus recursos decisivos: de los obreros y campesinos en China; del proletariado y de las reservas industriales y tecnológicas en la ex URSS. Toda la periferia de la ex URSS es un campo de pillaje internacional que está muy lejos de haber concluido. La ocupación de esa periferia es el motor fundamental de las guerras que se disfrazan como una cruzada contra el terrorismo o aún, el islamismo. El imperialismo todavía debe demostrar que puede quebrar las resistencias de las masas para consumar la restauración del capital en todos sus términos. No basta llamar burguesía a la burocracia de la ex URSS y ni qué decir de China, para proclamar el triunfo irreversible del capitalismo, cuyo objetivo histórico tiene una amplitud que parece no entenderse.


No hay burguesías nacionales que puedan presidir un régimen capitalista; la restauración corre por entero por cuenta de la alianza entre el imperialismo y la burocracia estatal. Asistimos a una suerte de desarrollo combinado: en China, una nación donde las dos terceras partes de sus mil cuatrocientos millones de habitantes se encuentran por debajo del nivel de la pobreza, se desarrolla en el momento actual una especulación inmobiliaria que supera varias veces el nivel de la que llevó a los Estados Unidos al crack. Para contrarrestar esta tendencia a la quiebra, la burocracia china abre el mercado financiero y apunta a la convertibilidad de su moneda, el yuan, aun a sabiendas de que esto convertirá a China en presa de saqueo por parte del capital mundial. La bancarrota capitalista mundial está infiltrada en todos los poros de la restauración capitalista.


Precisamente porque es la culminación de varios ciclos de crisis, y precisamente porque ha capturado en sus redes a la tercera parte del globo que en el pasado reciente se encontraba sólo marginalmente integrado a la economía mundial, la bancarrota actual deberá remover, necesariamente, todas las relaciones entre las clases que se han conservado en forma precaria en el último medio siglo. Es la premisa de las situaciones revolucionarias. Llegamos así al quinto planteo que distingue a nuestro análisis. Sin una teoría del derrumbe capitalista, la perspectiva revolucionaria se reduce a una aspiración moral o a una utopía. No estamos hablando de un acto único, eso sería una revolución, sino de una etapa de crisis políticas crecientes y movilizaciones populares. El camino promete toda suerte de argentinazos. Los tumbos del gobierno kirchnerista, que había asumido para reconstruir el Estado e imponer la primacía de la política sobre la acción directa, es una buena ilustración del punto. Este desarrollo se ve en Grecia, pero aún más en las huelgas obreras en Asia (China, Vietnam, Indonesia, India), incluso en insurrecciones obreras, como las de los tres millones que componen el joven proletariado de Bangladesh.


Esperamos que este resumen apretado del contenido de este libro motive al lector y a los militantes que participarán de la Conferencia Internacional. Como militantes exponemos nuestros análisis y pronósticos a la verificación de los hechos, algo que no podría hacer quien contempla la historia desde afuera. El contenido de este libro es ya una corrección de pronósticos anteriores, de nosotros mismos y de nuestros maestros. Esto es lo que debe entenderse por programa, una praxis, una unidad de teoría y acción. Pero la praxis no puede ser individual, solo puede emerger como tal si es socializada. Por eso convoca a construir partidos revolucionarios internacionalistas y a refundar la IV Internacional. ¿Qué es esta? La organización que lucha por convertir a la bancarrota capitalista en terreno fértil de la revolución socialista mundial.

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