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Crisis financiera
y ecológica: crisis de una civilización.
Con el neoliberalismo el
sector productivo tendió a crecer cada vez
menos, el sector financiero especulativo se volvió dominante. EEUU constituye
hoy el epicentro de la crisis económica, financiera, política social, militar y
cultural actual. La actual crisis económica financiera se presenta a la par de una
crisis ecológica y de recursos naturales. La reproducción natural no
puede acompañar más la reproducción del capital, con su economía de derroche.
Los recursos no son suficientes para prolongar el actual estilo occidental de
vida. Actualmente el 20 por ciento de la población mundial, concentrada en el
Norte, consume el 80 por ciento de los recursos naturales y con el consumo de
esa minoría el globo está amenazado. La crisis que nos enfrenta es mucho más que
económica. La declaración final del encuentro latinoamericano del Foro Mundial
de Alternativas en Quito finales el 1 de marzo de 2008 lo señala: “Esta claro
que se trata de una crisis estructural y no solamente coyuntural, es una crisis
de (…) de tipo civilizacional que
exige un replanteamiento de parámetros, al cual la lógica del capitalismo no
puede responder.
Estamos próximos a la cima de la producción mundial de petróleo. Los
inventarios muestran una tendencia clara hacia la baja. El agua y los recursos minerales se
tornan cada vez más escasos. EEUU ya ha de importar el 10% del agua
potable. Por otro lado, esta presente una competencia entre biocombustibles
para el consumo de los autos de una minoría y alimentos que encarecen la vida
cotidiana de las grandes mayorías. Lo
anterior agudiza la lucha por el uso de la tierra que también escasea. El
resultado es que se encarece la producción de alimentos. El alza de los precios
de los alimentos básicos es una tendencia estructural, o sea, de largo plazo.
La tasa de inflación de los productos agrícolas es el doble de la tasa de
inflación general. La importación de alimentos, a menudo transgénicos, es un
fenómeno cada vez más generalizado. Ante
una crisis es fundamental garantizar la soberanía y seguridad alimentaria.
El siglo XXI es un
período de agotamiento de las reservas de las materias primas, y esta realidad configura una nueva situación y un problema muy grave
para la humanidad. Los precios ascendentes de los minerales conducen a una
deformación de la estructura económica de los países poseedores de esos
recursos. La nacionalización y control
soberano sobre los recursos naturales, ha resultado un proceso muy difícil
en el pasado reciente. La profundización de la crisis internacional puede
brindar una mejor oportunidad para la nacionalización y socialización de los
mismos. Ante una crisis más profunda, el control sobre los precios de los
recursos naturales podría favorecerse a través de un acuerdo de precios Sur-Sur, siguiendo el ejemplo de la OPEP.
Las mayores reservas de
recursos naturales se encuentran en el Sur y son ferozmente disputadas por los
países dominantes, que ya
generó guerras en el pasado reciente que tienden a ampliarse a otras regiones
del planeta y amenazan hoy a América Latina. La amenaza hacia Venezuela e incluso Ecuador
y Bolivia son cada vez más claras. Hay una distribución desigual de
la riqueza natural que se refleja en un flujo de recursos naturales Sur-Norte.
Es necesario un proceso de reasignación de dichos recursos en beneficio de los
países pobres y los sectores populares. Para protegerse ante la crisis, es necesario
que los países latinoamericanos reivindiquen la soberanía sobre sus recursos
naturales, que tienen un peso determinante en la economía mundial y en
su propia sobrevivencia. La profundización de la crisis actual es una
oportunidad de desconectarse de las políticas neoliberales para así poder
(re)conectarse con las necesidades y demandas populares. La crisis brinde la
oportunidad de reorientar la economía hacia un desarrollo autocentrado en
beneficio de las mayorías. Tratase de
una política de desconexión con una re-conexión popular. La crisis, así
mismo, es una oportunidad de recuperar el control sobre los flujos financieros,
en beneficio de ese mismo proceso.
El Gran Amauta José Carlos Mariátegui. Desde la década del 30 del siglo XX en nuestra patria, nos forjó el camino del Socialismo. Por un Perú Nuevo en un Mundo Nuevo.
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Crisis sistémica y depresión mundial: Las
causas estructurales de la crisis financiera.
Una situación dramática, y un
futuro desolador el que recoge el último informe de Intermón Oxfam sobre "Crisis, desigualdad y pobreza". La
ONG advierte que si se siguen aplicando medidas de austeridad y recortes
sociales la pobreza en España podría llegar a afectar al 40 por ciento de la
población en los próximos diez años. Advierte además que si en España no se
cambian este tipo de políticas el país necesitaría 25 años para recuperar el
bienestar social. Según Intermón Oxfam,
el porcentaje de pobreza se sitúa en el 27% de la población, afecta ya a cerca
de 13 millones de personas, En estos cuatro años de crisis, España encabeza el
nivel de desigualdad en la Unión Europea. Intermón insiste además en la necesidad de
proteger a los más vulnerables y blindar derechos sociales básicos como la
educación y sanidad pública
&
Si el negocio de la muerte se ha
entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a
velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros
internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas
de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en
su fase de hiper-desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales
donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin
correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente
reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo
que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un
nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y
tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto
demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida.
Pero el capitalismo no está en crisis terminal. Convive
estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha
podido sortearlas todas; así surgió el
keynesianismo (hoy, quizá, con un keynesianismo latinoamericano, como los
diversos proyectos de “capitalismo con rostro humano” de la región); o incluso
ahí están las guerras como válvulas de escape, siempre listas para servir a la
estabilidad del sistema. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena
salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que
el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia,
terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la
vida de millones y millones de “prescindibles”,
de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza,
una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad.
Dr. Salvador Allende. Presidente Constitucional de la República de Chile. Fue víctima de la traición interna, la venganza del fascismo derechista-militarista y el trabajo destructor de la CIA norteamericana en el gobierno del Presidente Nixon. Nos ha dejado un ejemplo de lucha, consecuencia y compromiso con la causa revolucionaria de Nuestra América.
*****
Esto es definitorio: si un sistema puede
llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque
consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no
así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es
concebible que se haya inventado el virus
de inmunodeficiencia humana VIH -tal como se ha denunciado insistentemente-
como un modo de “limpiar” el continente
africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan
los recursos naturales allí existentes (minerales estratégicos, petróleo,
biodiversidad, agua dulce), si un sistema puede necesitar siempre una cantidad
de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace
sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, por atroz y
sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la
humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son
posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales
como el hambre, la salud, la educación básica.
Quizá podría pensarse que el sistema
actual se volvió “loco”…, pero es ése el sistema con el que tenemos que
vérnosla. Y en realidad, sopesada mente vistas las cosas, no hay ninguna “locura”
en juego. Hay, eso sí, límites infranqueables. El sistema se retroalimenta a sí
mismo de su mismo combustible: lo que lo
pone en marcha y alienta es el afán de lucro, y eso puede terminar siendo su
tumba; pero no puede cambiar. Si se modifica, deja de ser capitalista. Un capitalismo de rostro humano, atemperado
en su voracidad y en su frenética busca de ganancia a toda costa, es posible
limitadamente, sólo en algunas islas perdidas, suponiendo siempre la
explotación inmisericorde de los más. El sistema, en tanto sistema-mundo de alcance planetario y absolutamente interconectado,
no admite cambios reales sino sólo parches cosméticos (la socialdemocracia, por
ejemplo). Por eso, en tanto sistema -estando más allá de voluntades subjetivas-
no puede detenerse, y como máquina desbocada sigue tragando seres
humanos y destrozando la naturaleza para optimizar su tasa de ganancia,
aunque eso elimine en forma creciente seres humanos y se enfrente en forma
autodestructiva a la casa común de todos, el mismo planeta. Por eso mismo,
también, se hace imprescindible conocerlo en su más mínimo detalle, analizarlo,
desmenuzarlo. Eso
es lo que pretenden los materiales que conforman el presente texto: un análisis
profundo de las actuales características del sistema como un todo.
/////
La más grande y extraordinaria referencia histórica. la Juventud en miles en MAYO 68. PARÍS. La Revolución estudiantil de París a todo el mundo. Cuestionaron seria y profundamente al reformismo y asistencialismo sindical, al reformismo y claudicación de los Partidos de Izquierda. MAYO PARÍS 68. LA GENERACIÓN 68 DE LA POLÍTICA MUNDIAL.
*****
¿FIN
DEL CAPITALISMO?. Nuevas formas de explotación, nuevas ideas para la lucha:
Sembrando utopía.
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ARGENPRESS.
Info. Viernes 4 de enero del 2013.
Colectivo
de autores (1)
Próximamente
aparecerá el libro que lleva por título “¿Fin
del capitalismo? Nuevas formas de explotación, nuevas ideas para la lucha.
Sembrando utopía”. Se trata de un conjunto de 14 ensayos de 10 autores
diversos, de distintos países (Cuba, Venezuela, Argentina, España, Costa Rica,
México, Estados Unidos), los cuales tienen un hilo conductor: son preguntas
sobre la situación actual del capitalismo (¿está en crisis, agoniza, o está más
fuerte que nunca?) y reflexiones sobre las nuevas ideas que se plantean para la
lucha revolucionaria, haciendo un análisis crítico de lo que ha sido el
socialismo hasta la fecha.
A modo de
adelanto, presentamos aquí su Introducción y sus Conclusiones.
____________________
Introducción.
Algunos años atrás, no muchos, parecía -o, al menos, muchos queríamos creerlo así- que el triunfo de la revolución socialista era inexorable. El mundo vivía un clima de ebullición social, política y cultural que permitía pensar en grandes transformaciones.
Introducción.
Algunos años atrás, no muchos, parecía -o, al menos, muchos queríamos creerlo así- que el triunfo de la revolución socialista era inexorable. El mundo vivía un clima de ebullición social, política y cultural que permitía pensar en grandes transformaciones.
Entre las
décadas del 60 y del 70 del siglo pasado, más allá de diferencias en sus
proyectos a largo plazo, en sus aspiraciones e incluso en sus metodologías de
acción, un amplio arco de protestas ante lo conocido y de ideas innovadoras y
contestatarias barría en buena medida la sociedad global: radicalización de las
luchas sindicales, profundización de las luchas anticoloniales y del movimiento
tercermundista, estudiantes radicalizados por distintos lugares con el Mayo Francés de 1968 como bandera,
aparición y radicalización de propuestas revolucionarias de vía armada, movimiento hippie anti-consumismo y anti-bélico,
incluso dentro de la iglesia católica una Teología
de la Liberación consustanciada con las causas de los oprimidos. Es decir,
reivindicaciones de distinta índole y calibre (por los derechos de las mujeres,
por la liberación sexual, por las minorías históricamente postergadas, por la
defensa del medioambiente, etc.) que permitían entrever un panorama de
profundas transformaciones a la vista.
Para los años 80 del siglo pasado, al menos
un 25% de la población mundial vivía
en sistemas que, salvando las diferencias históricas y culturales existentes
entre sí, podían ser catalogados como socialistas.
La esperanza en un nuevo mundo, en un despertar de mayor justicia, no era
quimérico: se estaba comenzando a realizar.
Hoy, tres o cuatro décadas después, el mundo
presenta un panorama radicalmente distinto: la utopía
de una sociedad más justa es denigrada por los poderes dominantes y presentada
como rémora de un pasado que ya no podrá volver jamás. “El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo
necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen”, es la
expresión triunfante de ese capitalismo que, en estos momentos, pareciera
sentirse intocable. Lo que se pensaba como un triunfo inminente algunos años
atrás, parece que deberá seguir esperando por ahora. El sistema capitalista no está moribundo. Para decirlo con una
frase más que pertinente en este contexto: “los
muertos que vos matáis gozan de buena salud”, anónimo equivocadamente
atribuido a José Zorrilla.
Las
represiones brutales que siguieron a aquellos años de crecimiento de las
propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y
torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo
XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de
fondo cuando se imponían los planes de capitalismo salvaje eufemísticamente
conocido como neoliberalismo, el
miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro
actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de
parálisis, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere
decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la
reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha
cambiado) sigue presente.
Ahí están
nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con
idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie
de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición
incluso de nuevos frentes y nuevos sujetos: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, las luchas por territorios ancestrales de los
pueblos originarios, el movimiento ecologista, los empobrecidos del sistema de
toda laya (el “pobretariado”,
como lo llamara Frei Betto). Hoy
día, según estimaciones fidedignas, aproximadamente el 60% de la población económicamente activa del mundo labora en
condiciones de informalidad, en la
calle, por su cuenta (que no es lo mismo que “microempresario”, para utilizar ese engañoso eufemismo actualmente
a la moda), sin protecciones, sin sindicalización, sin seguro de salud, sin
aporte jubilatorio, peor de lo que se estaba décadas atrás, ganando menos y
dedicando más tiempo y/o esfuerzo a su
jornada laboral.
“El amo tiembla aterrorizado delante del esclavo
porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”, podría
decirse con una frase de cuño hegeliano.
Eso es cierto, al menos en términos teóricos: el sistema sabe que conlleva en
sus entrañas el germen de su propia destrucción. La lucha de clases está ahí, y
la posibilidad que las masas oprimidas alguna vez despierten, abran los ojos y
revolucionen todo (¡como ya lo han hecho varias veces en la historia!), está
presente día a día, minuto a minuto. Por eso y no por otra cosa los mecanismos
de control del sistema están perpetuamente activados, mejorándose de continuo. Pero hay que reconocer que hoy, en este
momento, este combate (combate que es sólo un momento de una larga guerra)
no lo viene ganando el campo popular. Hoy, caído
el muro de Berlín y tras él el sueño de un mundo más justo, el gran capital
sale fortalecido. El capitalismo
como sistema, aunque le tenga terror a la posibilidad de estas “explosiones” de
los desposeídos, sabe cada vez más cómo controlar. ¡Y sin lugar a dudas, controla muy bien! La esencia misma del
capitalismo actual (al menos el por así decir “tradicional”: el estadounidense,
el europeo, el japonés, el capitalismo pobre del Tercer Mundo; algo distinto quizá
es el caso chino) se inclina cada vez más a controlar lo logrado, a prever y
evitar posibles desestabilizaciones. En otros términos: es cada vez más
sumamente conservador. De ahí que buena parte de su energía la dedica al
mantenimiento del orden establecido, al control social. El neoliberalismo, que es una estrategia económica sin dudas,
puede entenderse en ese sentido como una gran jugada política, que retrotrae
las cosas a décadas atrás y sienta bases para varias generaciones: hoy día
aterroriza tanto la posibilidad de ser desaparecido y torturado como la de
perder el trabajo. La cultura light
dominante es la expresión de esa re-ideologización: “no piense y sea feliz”.
Sra. Magaret Tatcher. Primer Ministro del Reino Unido. 1980. "El Estado no es la solución, el Estado es parte del problema", junto al Presidente Ronald Reagan, en el inicio de la globalización neoliberal y el nuevo modelo del capitalismo financiero-especulativo. El capitalismo salvaje.
*****
No otra
cosa que control social es todo el inmenso
aparataje superestructural que cada vez más viene perfilándose en el
sistema: un sistema-mundo basado en forma creciente en la industria militar, en
las tecnologías de avanzada ligadas a las comunicaciones -sutil forma de
control; de hecho hoy día transitamos lo que los estrategas de la primera
potencia mundial llaman “guerra de
cuarta generación” (Lind, 1989)-; control basado en el manejo planetario de
las masas, en las industrias de la muerte (los principales rubros del quehacer
humano actual están ligados a las mafias del ámbito financiero-especulativo
(¿por qué no llamarlo usura?), a la producción y venta de armas así como de los
narcóticos, al control social en su más amplio sentido.
El capitalismo actual, si bien en su raíz
continúa siendo el mismo que estudiaron los clásicos de la economía política en
la Inglaterra del siglo XVIII o XIX (Adam Smith, David Ricardo, Thomas Maltus,
John Stuart Mill), así como también Marx,
es decir: un sistema basado exclusivamente en la obtención de lucro, ha ido
sufriendo importantes mutaciones en su dinámica. El actual modelo tampoco es el
que pudo estudiar Lenin a principios del siglo XX, cuando ya se perfilaba la
importancia creciente del capital financiero, pero aún con potencias imperiales
enfrentadas mortalmente entre sí. El capitalismo actual se basa crecientemente
en la especulación (mundo de las finanzas como nunca antes en la historia), en
el primado absoluto de capitales de orden global que ya han dejado atrás el Estado-nación moderno, en la
destrucción como negocio (industria de la guerra, consumismo voraz que lleva a
la incontenible catástrofe medioambiental, sistema que excluye cada vez más
población en vez de integrarla), en la concentración de riquezas en forma
inversamente proporcional al volumen de lo producido y del crecimiento poblacional.
Si hoy alguien dijera que los grandes capitales pueden tener hipótesis de
mediano plazo en donde se elimina buena parte de las grandes masas planetarias,
donde el trabajo va siendo casi totalmente automatizado, y donde el planeta
Tierra puede comenzar a ser prescindible (con vida en islas interplanetarias
para grupos “escogidos”), ello no parecería de vuelo especulativo, pura
ciencia-ficción. Por el contrario, los escenarios que se van dibujando en el
sistema-mundo, más que pensar en un acercamiento de los beneficios del
desarrollo científico-técnico para el grueso de la población mundial dejan ver
un retroceso ético fenomenal: vale más la propiedad privada que la vida humana,
vale más el lucro que cualquier valor “espiritual”. ¿Cómo, si no, entre los
negocios más dinámicos de la actualidad podrían encontrarse las guerras y las
drogas ilegales?
El capitalismo chino, segunda economía a escala
planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis
financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no
muestra abiertamente estas características mafiosas. No abiertamente, valga
aclarar, pero sí las tiene también. Hay diversos grupos mafiosos que desde las reformas de Deng Xiaoping, con el
oxígeno capitalista gozan de buena salud, como: las triadas chinas (de gran
importancia en los talleres de textil de las Zonas Económicas Especiales, donde
hacen tratos con los capitalistas no chinos y tienden a meter su negocio
mediante ellos en Europa, por ejemplo). Seríamos quizá algo ilusos si pensamos
que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue
manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos
históricos: la revolución industrial inglesa de los siglos XVIII y XIX, China recién ahora la está pasando, al modo
chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la
prudencia ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá
ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya
envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”,
pleno de ardides y tretas sucias. Las guerras y las drogas ilegales son hoy una
savia vital, y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas
de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se
esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la
enfermedad estructural define al capitalismo actual y no hay diferencias con el
de siempre.
Si el
negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de
nanotecnología es la constante en los circuitos financieros
internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades
astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el
capitalismo en su fase de hiper-desarrollo
del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta
son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción
tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a
ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada
esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado
con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra
mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene
salida.
Pero el capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de
superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas
todas; así surgió el keynesianismo
(hoy, quizá, con un keynesianismo latinoamericano, como los diversos proyectos
de “capitalismo
con rostro humano” de la región); o incluso ahí están las guerras como
válvulas de escape, siempre listas para servir a la estabilidad del sistema.
Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire
fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se
independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las
cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”,
población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el
capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un
sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen
demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así
bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es
concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana VIH -tal
como se ha denunciado insistentemente- como un modo de “limpiar” el continente
africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los
recursos naturales allí existentes (minerales estratégicos, petróleo,
biodiversidad, agua dulce), si un sistema puede necesitar siempre una cantidad
de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace
sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, por atroz y
sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la
humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son
posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre,
la salud, la educación básica.
Quizá podría pensarse que el sistema actual se
volvió “loco”…, pero es ése el sistema con el que tenemos que
vérnosla. Y en realidad, sopesada mente vistas las cosas, no hay ninguna “locura” en juego. Hay, eso sí, límites
infranqueables. El sistema se retroalimenta a sí mismo de su mismo combustible:
lo que lo pone en marcha y alienta es el afán de lucro, y eso puede terminar
siendo su tumba; pero no puede cambiar.
Si se modifica, deja de ser capitalista. Un capitalismo de rostro humano, atemperado
en su voracidad y en su frenética busca de ganancia a toda costa, es posible
limitadamente, sólo en algunas islas perdidas, suponiendo siempre la
explotación inmisericorde de los más. El sistema, en tanto sistema-mundo de
alcance planetario y absolutamente interconectado, no admite cambios reales
sino sólo parches cosméticos (la
socialdemocracia, por ejemplo). Por eso, en tanto sistema -estando más allá
de voluntades subjetivas- no puede detenerse, y como máquina desbocada sigue
tragando seres humanos y destrozando la naturaleza para optimizar su tasa de
ganancia, aunque eso elimine en forma creciente seres humanos y se enfrente en
forma autodestructiva a la casa común de todos, el mismo planeta.
Por eso
mismo, también, se hace imprescindible conocerlo en su más mínimo detalle,
analizarlo, desmenuzarlo. Eso es lo que pretenden los materiales que conforman
el presente texto: un análisis profundo de las actuales características del
sistema como un todo. Los textos aquí
presentados no son -ni lo pretenden, en modo alguno- análisis económicos en
sentido estricto; por supuesto, presuponen una lectura del fenómeno económico
como trasfondo (léase: lucha de clases
como motor de la historia, ley del valor, plusvalía), pero pretenden ser,
ante todo, análisis políticos. En otros términos: ¿cómo se mueve el sistema
capitalista actual? ¿Cuáles son sus notas
distintivas? ¿Se alteró algo de lo denunciado en El Capital decimonónico? ¿Cómo
y en qué sentido cambió? ¿Por qué el actual capitalismo se apoya en el
parasitismo de los monumentales capitales financieros globales que se desplazan
por toda la faz de la Tierra con velocidad vertiginosa? ¿Por qué la producción
y tráfico de drogas ilegales, por ejemplo, ocupa un lugar de tanta preeminencia
actualmente? El “imperio”, como categoría aislada
(Hardt, Negri, 2001), no termina de explicar, y mucho menos de otorgar
herramientas válidas, para plantear vías reales de acción en pos de la
transformación. ¿Hay imperios o hay capitales globales? ¿Es posible hoy una
nueva guerra de proporciones mundiales, quizá con armamento nuclear? ¿Está el
mundo globalizado por los capitales supranacionales, o sigue habiendo
rivalidades inter-imperialistas? ¿Cómo pararse ante los escenarios de nuevas
guerras planetarias desde el campo popular?
Todo
esto, retomando las primeras experiencias socialistas del siglo XX, e incluso
el llamado “socialismo del Siglo XXI”
-concepto muy discutible, por cierto- nos debe llevar a plantear críticamente
la posibilidad (o imposibilidad) de socialismo en un solo país.
En
definitiva, preguntas todas que nos apuntan a la cuestión de fondo: ante estas
nuevas caras de la explotación, ¿cómo proponer alternativas? Ante el dominio
fenomenal de los capitales globales, las bombas inteligentes, los mecanismos de
detección satelital y las neurociencias al servicio de los poderes, ¿cómo es
posible seguir pensando en la utopía de un mundo de mayor justicia? En ese caso, entonces: -pregunta
fundamental de lo que pretende ser nuestro aporte- ¿qué hacer?
Vladimir Ilich Lenin. El Gran Revolucionario y Maestro de la Revolución Bolchevique de Octubre. La Primera revolución Socialista de la Humanidad.
*****
Hace ya más de un siglo, en 1902, Vladimir Lenin se
preguntaba cómo enfocar la lucha revolucionaria; de esa manera, parafraseando
el título de la novela del ruso Nikolai
Chernishevski, de 1862, igualmente se interrogaba ¿qué hacer? La pregunta quedó como título de la que sería una de
las más connotadas obras del conductor de la revolución bolchevique. Hoy, 110
años después, la misma pregunta sigue vigente: ¿qué hacer? Es decir: qué hacer
para cambiar el actual estado de cosas.
Si vemos
el mundo desde el 20% de los que comen todos los días, tienen seguridad social
y una cierta perspectiva de futuro, las cosas no van tan mal. Si lo miramos
desde el otro lado, no el de los
“ganadores”, la situación es patética. Un mundo en el que se produce
aproximadamente un 40% de comida más de la necesaria para alimentar a toda la
humanidad sigue teniendo al hambre como una de sus principales causas de
muerte; mundo en el que el negocio más redituable es la fabricación y venta de
armamentos y donde un perrito hogareño de cualquier casa de ese 20% de la humanidad que mencionábamos
come más carne roja al año que un habitante de los países del Sur. Mundo en el
que es más importante seguir acumulando ese fetiche llamado dinero, aunque el
planeta se torne inhabitable por la contaminación ambiental que esa misma
acumulación conlleva. Mundo, entonces, que sin ningún lugar a dudas debe ser
cambiado, transformado, porque así, no va más.
Entonces,
una vez más surge la pregunta: ¿qué se
hace para cambiarlo? ¿Por dónde comenzar? Las propuestas que empezaron a
tomar forma desde mediados del siglo XIX con las primeras reacciones al sistema
capitalista dieron como resultado, ya en
el siglo XX, algunas interesantes experiencias socialistas. Si las miramos
históricamente, fueron experiencias balbuceantes, primeros pasos. No podemos
decir que fracasaron; fueron primeros pasos, no más que eso. Nadie dijo que la
historia del socialismo quedó sepultada, más allá del aire triunfalista con que
la derecha actual, post Guerra Fría,
presenta las cosas. Quizá habría que considerarlas como la Liga Hanseática,
allá por los siglos XII y XIII en el norte de Europa, en relación al
capitalismo: primeras semillas que germinarían siglos después. Los procesos
históricos son insufriblemente lentos. Alguna vez, en plena revolución china,
se le preguntó al líder Lin Piao
sobre el significado de la Revolución
Francesa, y el dirigente revolucionario contestó que… aún era muy prematuro
para opinar. Fuera de la posible humorada, que seguramente sólo un chino con
5.000 años de historia a sus espaldas puede hacer, hay ahí una verdad
incontrastable: los procesos sociales van lento, exasperantemente lentos. De la
Liga Hanseática al capitalismo globalizado del presente pasaron varias, muchas
centurias; hoy, terminada la Guerra Fría, se puede decir que el capitalismo ha
ganado en todo el mundo, dando la sensación de no tener rival. Para eso fue
necesaria una acumulación de fuerzas fabulosas. Las primeras experiencias socialistas -la rusa, la china, la cubana- son
apenas pequeños movimientos en la historia. No ha pasado aún un siglo de la Revolución Bolchevique, pero la semilla
plantada no ha muerto. Y si hoy nos podemos seguir planteando ¿qué hacer? ante
el capitalismo, ello significa que la historia continúa aún.
El mundo,
como decíamos, para la amplia mayoría no sólo no va bien sino que resulta
agobiante. Pero el sistema global tiene demasiado poder, demasiada experiencia,
demasiada riqueza acumulada, y hacerle mella es muy difícil. La prueba está con
lo que acaba de suceder estas últimas décadas: caída la experiencia de
socialismo soviético y revertida la revolución
china con su tránsito al capitalismo (o “socialismo de mercado” al menos),
los referentes para una transformación de las sociedades faltan, se han
esfumado. Movimientos armados que levantaban banderas de lucha y cambios
drásticos algunos años atrás ahora se han amansado, y la participación en
comicios “democráticos” pareciera
todo a cuanto se puede aspirar. Lo “políticamente correcto” vino a invadir el espacio cultural y la idea de lucha de
clases fue reemplazándose por nuevos idearios “no violentos”: de Marx (el fundador del socialismo
científico) pasamos a Marc’s
(métodos alternativos de resolución de conflictos).
La idea
de transformación radical, de revolución político-social, no pareciera estar
entre los conceptos actuales. Pero las condiciones reales de vida no mejoran
para las grandes mayorías. Aunque cada vez hay más ingenios tecnológicos
pululando por el mundo que supuestamente deberían hacer la vida más agradable,
las relaciones sociales se tornan más dificultosas, más agresivas. Las guerras,
contrariamente a lo que podía parecer cuando terminó la Guerra Fría -quizá una esperanza ingenua-, siguen siendo el pan
nuestro de cada día desde la lógica de los grandes poderes que manejan el
mundo. La miseria, en vez de disminuir, crece.
Una vez más entonces: ¿qué hacer? Hoy, después
de la brutal paliza recibida por el campo popular con la caída del muro de
Berlín, símbolo de una caída mucho más grande, y el retroceso sufrido en las
condiciones laborales (pérdidas de conquistas históricas, desaparición de los
sindicatos como arma reivindicativa, condiciones cada vez más leoninas,
sobre-explotación disfrazada de cuentapropismo) las grandes mayorías, en vez de
reaccionar, siguen anestesiadas. Una vez más también: el sistema capitalista es
sabio, muy poderoso, dispone de infinitos recursos. Varios siglos de
acumulación no se revierten tan fácilmente. Las ideas de transformación que
surgen a partir del pensamiento labrado por Marx, puntal infaltable en el pensamiento revolucionario, hoy día
parecieran “fuera de moda”. Por supuesto que no lo son, pero la ideología
dominante así lo presenta.
Hoy,
producto de ese sofisticado trabajo superestructural del sistema, es más fácil
movilizar a grandes masas por un telepredicador o por un partido de fútbol que
por reivindicaciones sociales. ¡Pero no todo está perdido! Los mil y un
elementos que el sistema tiene para mantener el statu quo no son infalibles. Continuamente surgen reacciones, protestas,
movimientos contestatarios. Lo que sí pareciera faltar es una línea
conductora, un referente que pueda aglutinar toda esa disconformidad y
concentrarla en una fuerza que efectivamente impacte certeramente en el
sistema. ¿Por dónde golpear a ese gran
monstruo que es el capitalismo? ¿Cómo lograr desbalancearlo, ponerlo en jaque,
ya no digamos colapsarlo? Los caminos de la transformación se ven cerrados.
Quizá el presente es un período de búsqueda, de revisiones, de acumulación de
fuerzas. Hoy por hoy no se ve nada que ponga realmente en peligro la globalidad
del sistema-mundo capitalista. Las luchas siguen, sin dudas, y el planeta está
atravesado de cabo a rabo por diversas expresiones de protesta social. Lo que
no se percibe es la posibilidad real de un colapso del capitalismo a partir de
fuerzas que lo adversen, que lo acorralen. El proletariado industrial urbano,
que se creyó el germen transformador por excelencia -de acuerdo a la
apreciación absolutamente lógica de mediados del siglo XIX- hoy está en
retirada. Los nuevos sujetos contestatarios -movimientos sociales varios,
campesinos, luchas étnicas, reivindicaciones puntuales por aquí y por allá- no
terminan de hacer mella en el sistema. Y las guerrillas de corte socialista
parecen destinadas hoy a ser piezas de museo, salvo excepciones puntuales, como
el movimiento naxalita en la India.
¿Quién levantaría la lucha armada en la actualidad como vía para el cambio
social cuando la tendencia es buscar salidas negociadas y deponer las armas?
Sin
embargo, en el medio de esa nebulosa siguen surgiendo protestas, voces
críticas. Es decir: sigue habiendo esperanzas.
La historia no ha terminado, definitivamente. Si eso quiso anunciar el grito
victorioso apenas caído el muro de Berlín con aquellas famosas frases pomposas
de “fin de la historia” y “fin de las ideologías”, el estado actual del mundo
nos recuerda que no es así. Ahora bien: ¿qué hacer para que colapse este
sistema y pueda surgir algo alternativo, más justo, menos pernicioso para
nuestra especie?
El solo
hecho de seguir planteándonos todo esto muestra que la utopía no está muerta. Puede
estar golpeada, maltrecha, aturdida. Pero no muerta. Los materiales que
aquí ofrecemos intentan ser un llamado a mantener viva esa esperanza. Si
“sembramos utopía”, tal como quisimos ponerle de sub-título al presente libro,
es porque esperamos que la misma madure, florezca, fructifique y dé como
resultado algo menos injusto que el actual sistema que, aunque quisiera -y por
supuesto no quiere- no puede superar su asimetría estructural.
Es por eso que, aún pasando este mal momento, el
socialismo sigue siendo una esperanza abierta. La utopía nos sigue esperando.
____________________
Carlos Marx.- El Maestro del Socialismo Científico. Su pensamiento y su obra hoy constituyen la esperanza de la gran Utopía Socialista de la Humanidad.
*****
A
modo de conclusión.
Dicho todo lo anterior (trece exposiciones con lujo
de detalles) resultaría ocioso repetir que el sistema capitalista no ofrece solución a
los grandes problemas históricos de la humanidad. Esto ya es más que sabido. La
cuestión básica estriba en cómo nos planteamos su transformación.
Ya ha
habido varios intentos para llevar adelante esa monumental empresa en el
transcurso del siglo XX. No se puede
decir que los mismos fracasaron estrepitosamente; no, de ningún modo. Con
dificultades, con muchos más problemas de los que hubiera sido deseable, se
consiguieron resultados encomiables. Si se miden con el rasero capitalista
basado en la acumulación del fetiche mercancía y la teoría del valor, por
supuesto que esas sociedades no se “desarrollaron”;
pero está claro que los socialismos realmente existentes se encaminaron a otra
cosa y no a repetir el modelo del capitalismo. Si de medirlas se trata,
definitivamente hay que apelar a otras categorías. Lo que se buscó en esas
experiencias tiene que ver básicamente con la dignificación del ser humano, con
desarrollar sus potencialidades, con la promoción de valores más ricos que la
acumulación de objetos apuntando, por el contrario, hacia la solidaridad, al
espíritu colectivo, al darle vuelo a la creatividad y la inventiva.
Quizá
esas primeras experiencias, de las que sin dudas podemos y debemos formular una
sana crítica constructiva, son un primer paso: con las dificultades del caso
quedó demostrado que sí se puede ir más allá de una sociedad basada en la
exclusiva búsqueda de lucro personal/empresarial. Los logros en ese sentido
están a la vista: en esas sociedades, más allá de la artera publicidad
capitalista, no se pasa hambre, la población se educa, no existe la violencia
demencial de los modelos de libre mercado, existe una nueva idea de la
dignidad. Si hoy muchas de esas
experiencias se revirtieron o se pervirtieron, eso debe llamar a una serena
reflexión sobre qué significa hacer una revolución. Pero no hay nada más
demostrativo de los logros obtenidos como el hecho que, por inmensa mayoría, en
los países donde existieron modelos socialistas, al día de hoy, con la llegada
del capitalismo salvaje y luego de pasado el furor de la novedad de las
“cuentas de colores” de los fascinantes shopping centers, las poblaciones
añoran los tiempos idos. Ahora, al igual que en cualquier país capitalista,
allí comer, educarse, tener salud y seguridad social es un lujo; el socialismo,
aún con sus errores, enseñó que la dignidad no tiene precio.
La titánica tarea de revolucionar el sistema
conocido implica un cambio fenomenal: es la construcción de un parteaguas en la
historia, es el inicio de una sociedad que, alcanzado un nivel de productividad
mucho más alto que otros estados históricos de desarrollo anteriores, puede
empezar a pensar realmente en el bien común, en el colectivo, en la especie
humana como un todo. Eso es el socialismo.
Obviamente, un proyecto fenomenal. Haciendo nuestras las palabras de Marx que poníamos en el epígrafe del
libro: “No se trata de reformar la
propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de
clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente,
sino de establecer una nueva.”
Establecer una nueva sociedad: ahí está la clave. No es
reformar, maquillar, disimular algo viejo dando la sensación de un superficial
cambio cosmético. Estamos hablando de una transformación profunda, enorme. Por
supuesto, eso es algo monumentalmente difícil. Es refundar la humanidad. Y eso,
la experiencia lo mostró, no es algo que se logra por decreto, en poco tiempo,
sólo con buena voluntad a partir de ideas renovadoras, con una vanguardia que
intenta dinamizar un proceso y empuja. Cambiar el curso de la historia implica
transformar de raíz el sujeto que somos. Para el caso: transformar a millones y millones de seres humanos. Eso no es
imposible, pero sí sumamente complejo. Unas pocas generaciones, tal como
efectivamente sucedió en esas primeras experiencias, sólo pueden servir para
comenzar a dimensionar la magnitud de la empresa con la que nos enfrentamos.
¡Es un reto fenomenal!
Ahora bien: estas reflexiones nos
llevan hacia consideraciones que van más allá de la intención original de esta
obra; nos obligan a repensar el sentido último de lo que significa la
revolución socialista. ¿Por qué no funcionaron como se esperaba las primeras
revoluciones socialistas del silgo XX? ¿Por
qué, después de varias décadas, cayeron, o se revirtieron? ¿Acaso no es posible
entonces tomarse en serio lo de transformar la historia, crear un “hombre
nuevo”, dejar atrás la prehistoria
apegada a las luchas en torno a la propiedad privada? Reflexiones, por
cierto, que son imprescindibles para acometer la construcción del cambio en
ciernes. La idea de base es que sí es posible; si no, ni siquiera nos lo
estaríamos planteando. La pasión que nos alienta es que la utopía es posible.
De lo que se trata ahora es cómo darle forma, cómo sembrarla para que germine.
Pero lo
que pretendemos con esta colección de
ensayos que aquí presentamos no apunta a reflexionar sobre esto
precisamente: busca, en todo caso, plantear cómo está el capitalismo actual, y
qué podemos hacer para lograr su transformación. Es decir: cómo colapsar el
actual sistema, cómo impactar, cómo vencerle.
Dicho
así, pareciera que aquí se dan recetas, guías de acción, un “manual” para hacer
la revolución. ¡Ojalá se pudiera
disponer de eso! Sin embargo, ello es absolutamente imposible; es más: está
reñido con la ética socialista misma, con la idea de una verdadera
transformación. Más allá de poder pensar dificultades comunes e intentar sacar
conclusiones de los errores cometidos y de las luchas libradas, si algo define
la experiencia humana es su complejidad, su alto grado de imprevisibilidad
(pese a que exista una ciencia social -de derecha- que intenta anticiparse y
controlarla), su dosis de irracionalidad incluso. Vista en sentido histórico,
más allá de saber que las guerras son disputas a muerte por el poder: ¿es
racional la guerra en términos de especie humana, o justamente atenta contra
ella? Todos sabemos que fumar puede producir cáncer, pero seguimos fumando.
¿Cómo entender la racionalidad entonces? Se abre ahí una imperiosa necesidad de
reformularnos cuestiones básicas, desde el materialismo histórico y desde las
ciencias sociales que fueron apareciendo en el transcurso del siglo XX, luego
que Marx
formulara las líneas fundamentales de este andamiaje conceptual.
Por
ejemplo, la cuestión del poder como eje que dinamiza buena parte de las
relaciones interhumanas (las conocidas al menos, las que se basan y presuponen
la propiedad privada), es un tema que desde la izquierda tradicionalmente no se ha considerado en
toda su complejidad, lo cual no deja de ser una agenda pendiente de
gran importancia. ¿Por qué vemos que se
repiten muchas veces similares errores en la construcción de alternativas
anticapitalistas? ¿Estamos en la izquierda inmunizados ante los juegos del
poder, o ello debería replantearse con mayor altura crítica? ¿Por qué un
camarada dirigente de ayer puede transformarse tan fácilmente en un magnate?
Así sea
sólo un ejemplo este tema del poder -no pequeño, por cierto- son muchas las
tareas de revisión crítica que nos esperan para potenciar las estrategias
revolucionarias, hoy por hoy bastante alicaídas. Los materiales aquí ofrecidos
no son “manuales”; son preguntas críticas. No
más. Pero tampoco: nada menos. ¿Cómo nos planteamos el tema del poder? ¿Qué
hay de las actuales mezquindades y flaquezas que nos constituyen? (Dicho en
otros términos: ¿por qué es posible revertir revoluciones socialistas
victoriosas?) ¿Cómo se construye el “hombre
nuevo” del socialismo? Sólo decir esto y ya vemos la necesidad de la
autocrítica: ¿“hombre” como sinónimo de
humanidad? ¿No se nos filtra ahí un arrogante prejuicio machista? Dicho sea de
paso: en el presente libro sólo varones publican; ¿arrogante prejuicio machista
de quien seleccionó los textos? De eso se trata entonces: “no de mejorar la
sociedad existente, sino de establecer una nueva.” La autocrítica permanente
debe ser una clave vital. Pero en lo humano no se puede establecer aquello de
“borrón y cuenta nueva”: construimos el socialismo con la materia prima que
somos. Ahí estriba una dificultad enorme, y por tanto, el reto es mayúsculo. De
todos modos “dificultad”, nunca, en
ningún momento histórico y en ninguna lengua significa “imposibilidad”.
Académicos de la Universidad Nacional de San Agustín en la presentación del Libro. La Globalización Neoliberal: Historia Crecimiento y Crisis., Un enfoque Multidimensional. del Dr. en Sociología Pablo Raúl Fernández Llerena. Enero del 2010. Está presente el eminente Sociólogo y Maestro Bralileño Dr. Teothonio Dos Santos y el Dr. Adolfo Prado Cárdenas.
Profesionales comprometidos con el futuro de Nuestra América.
*****
Sin dudas es mucho más fácil preguntar
críticamente y desarmar lo establecido que proponer cosas nuevas. Esa es
una dialéctica humana: es más fácil destruir que construir. En ese sentido,
resulta más simple constituirnos en críticos implacables del capitalismo (pues
obviamente hay muchísimo por demoler ahí) que proponerle alternativas válidas,
posibles, efectivas, que realmente sirvan para edificar algo nuevo. Si fuera tan fácil aportar soluciones, el
mundo sería distinto. Pero siendo auténticamente socráticos en nuestro
proceder, podríamos decir que en el hecho de preguntar/criticar lo conocido
anida ya el germen de la respuesta, o sea, la solución al problema planteado.
Por tanto, vale (¡y mucho!) preguntarnos acerca de los límites del capitalismo,
del actual y de sus raíces históricas, porque a partir de ese interrogante se
podrán ir construyendo las respuestas, los caminos alternativos.
Está
claro que el libro en su conjunto, que es eminentemente una colección de
reflexiones políticas, es un ejercicio académico-intelectual y no una propuesta
de acción concreta. En verdad, nunca pretendimos esto último; y por supuesto no
creemos haber contribuido mucho en ese sentido. Pero sí podemos dejar algunas
preguntas en el nivel de lo que los autores aquí reunidos pueden aportar:
consideraciones críticas sobre aspectos teóricos que ojalá permitan iluminar un
poco más la práctica concreta. Sin tenerle miedo a la teoría, podemos repetir
con Einstein que “no hay nada más
práctico que una buena teoría en el momento oportuno”.
¿Cómo hacer la revolución socialista entonces? La
publicación, en todo caso, dice más lo que no se debe hacer que los pasos concretos
a seguir. Quizá es poco, pero no deja de ser importante considerarlo: hablar de
los límites y los errores nos da ya un primer marco. Presentémoslo en forma de
preguntas:
a.- ¿Es posible
construir el socialismo en un solo país hoy día?. Quizá
podría ser factible tomar el poder a nivel nacional, desplazar al gobierno de
turno en forma revolucionaria y establecerse como nuevo grupo gobernante con un
planteo de izquierda, pero eso no significa necesariamente una transformación
en términos de relaciones de fuerza como clase de los trabajadores y oprimidos.
Además, dado el grado de complejidad en el proceso de globalización y la
interdependencia de todo el planeta, es imposible construir una isla de
socialismo con posibilidades reales de sostenimiento a largo plazo. En ese
sentido los planteos revolucionarios deben apuntar a pensar en bloques,
espacios regionales. La idea de Estado-nación entró en crisis y hay que
revisarla críticamente desde las propuestas de izquierda. El ejemplo de los
distintos socialismos que se intentaron construir en el transcurso del siglo
XX, o el socialismo bolivariano actual, nos da alguna pista al respecto: se
pueden comenzar procesos muy interesantes, fecundos, imprescindibles incluso;
pero eso es un preámbulo del socialismo. De todos modos, todo ello no debe
inmovilizarnos y hacernos pensar en que hay que abandonar las luchas
nacionales. De momento nuestra unidad de acción son espacios nacionales, y ahí
debemos trabajar, planteándonos todos estos problemas como los nuevos retos.
b.- ¿Cómo dar
luchas globales desde lo micro? No hay más alternativa que esa: las luchas son
siempre en el espacio local, pequeño: en la comunidad, en el sindicato, en las
reivindicaciones sectoriales. Pero toda lucha debe tener como perspectiva final
un nivel más amplio, entendiendo que lo local es articula, en definitiva, con
lo planetario. Hoy día hay que buscar sumar descontentos, acumular fuerzas de los
numerosísimos golpeados/explotados/excluidos del sistema. Ese trabajo
de hormiga de juntar descontentos se hace en el nivel micro; aprovechando la
globalización que impera, el desafío es sumar esos descontentos puntuales y
locales en esfuerzos globales, macros. El
Foro Social Mundial fue (es) un intento en ese sentido. quizá no prosperó
como herramienta real de lucha, pero a partir de ello hay que estudiar el
fenómeno y ver cómo impulsar alternativas realmente viables que consideren el
estado actual del mundo como aldea global.
El Hombre Nuevo, para un Mundo Nuevo.
Es por eso que, aún pasando este mal momento, el
socialismo sigue siendo una esperanza abierta. La utopía nos sigue esperando.
***
c.- ¿Es
necesaria una vanguardia? Viejo problema en la izquierda, no resuelto, y
probablemente que no admite “una” solución única.
Vanguardia no debe ser partido único.
Sin lugar a dudas que el puro espontaneísmo tiene límites muy cercanos: es, en
todo caso, pura reacción visceral, más propia de los procesos colectivos de
muchedumbres desarticuladas (pensemos en un linchamiento por ejemplo) que de
acciones planificadas, con direccionalidad política, que buscan motorizar
proyectos claros. Por supuesto que la reacción espontánea existe, y puede jugar
un papel muy importante en la historia; pero la historia tiene líneas maestras
que alguien traza, que no son casuales. Es más: hoy día existe toda una
parafernalia de ciencias (¿éticamente las podremos seguir llamando así?) que
tienen como objetivo manejar, controlar, trazas escenarios a futuro y lograr
que grandes masas de población actúen conforme a lo planificado. Por supuesto,
están siempre al servicio de los poderes de turno. Desde la izquierda no planteamos “manejar” las masas, pero sí
trazar líneas para que se den cambios en el sistema. Eso, en definitiva, es la
política revolucionaria: tener proyectos a futuro en el que las grandes
mayorías jueguen el papel protagónico para transformar el actual estado de
explotación e injusticia. Dejando librado todo al puro voluntarismo, al
espontaneísmo popular, no se irá muy lejos: es preciso tener claro un proyecto.
Esa claridad es la que debe aportar la vanguardia. Ahora bien: es difícil
establecer quién juega ese papel. Los partidos de izquierda tradicionales con
su estructura vertical, militar en algunos casos, son cuestionables. El liderazgo
de una sola persona, más allá de su carisma, puede dar como resultado el nada
deseable culto a la personalidad que ya hemos conocido en más de una ocasión,
quitándole real protagonismo a las clases explotadas. En todo caso hay que
pensar en vanguardias con dirección colegiada, siempre en diálogo permanente
con las masas.
d.- ¿Quién es hoy
el sujeto de la revolución? Las nuevas modalidades del capitalismo globalizado
presentan nuevos paisajes sociales; el proletariado industrial urbano,
considerado como el núcleo revolucionario por excelencia para la revolución
socialista, está hoy diezmado. O vendido por sindicatos corruptos cooptados por
la clase dominante, o desmovilizado por contrataciones laborales en absoluta
precariedad que lo dejan en situación de indefensión, la clase obrera como tal
ha retrocedido en su papel histórico, acorralándosela y anestesiándola (para
eso, además, están las nuevas tecnologías de control: medios de comunicación masivos,
nuevas religiones fundamentalistas, deporte profesional que inunda la
vida cotidiana). Por supuesto sigue siendo la principal creadora de plusvalor a
partir de su trabajo, pero hoy día la arquitectura del sistema, sin cambiar en
su sustancia, ha tenido modificaciones importantes. Numéricamente, incluso, no está
en crecimiento; la desocupación o subocupación -derivados naturales del
capitalismo, más aún en esta fase de hiper robotización y automatización de los
procesos productivos, de deslocalización y de primado del capital
financiero-especulativo- han hecho del proletariado industrial una minoría
entre la masa de explotados.
Los explotados/excluidos del sistema, globalmente
considerado, crecen: campesinos sin tierra que en muchos casos marchan
a las ciudades, subocupados y desocupados, poblaciones originarias cada vez más
marginadas o excluidas por un modelo de desarrollo que no las incluye,
migrantes del Sur hacia el Norte, empobrecidos por la crisis estructural,
jóvenes sin futuro, constituyen los sectores más golpeados por el capitalismo.
Los obreros industriales, tanto en el capitalismo central como en el
periférico, en ese mar de desesperación pueden considerarse afortunados, pues
tienen salario fijo (eso, hoy día, ya se presenta como un lujo). Todo ello, por
tanto, cambia el panorama social y político: hoy día el fermento revolucionario
se nutre en muy buena medida de todo ese subproletariado de trabajadores precarizados
e informales, de población “sobrante” en la lógica del sistema. Y
además entran en escena con fuerza creciente otros actores (otros descontentos,
diríamos) como las mujeres, históricamente marginadas y que ahora levantan
reivindicaciones específicas, los pueblos originarios, las juventudes, que
pasan a ser igualmente fermentos de cambio. Por todo ello, el motor de la
revolución socialista hoy ya no es sólo el proletariado industrial: es la masa
de trabajadores y golpeados por el sistema. Los
grupos más beligerantes de estas últimas décadas han sido, justamente, grupos
indígenas, campesinos sin tierra, desocupados urbanos, “marginales” del
sistema, en sentido amplio. Es preciso redefinir con precisión el actual
sujeto revolucionario, pero sin dudas hay ahí otro desafío que debemos asumir
con ética revolucionaria.
El Foro Social Mundial. de Porto Alegre. Otro Mundo Socialista, si es posible. Pero un Mundo Socialista, Democracia directa, participativa, solidaria, dialogante, asociacionista, Mundo Socialista de Ciudadanos Multiculturales y de pleno respeto de la Madre Naturaleza. Alternativa política mundial en plena construcción de todos los pueblos y Ciudadanos del Mundo.
*****
e.- ¿Cuáles
deben ser en la actualidad las formas de lucha? Las que se pueda, simplemente.
Insistamos mucho en esto: ¡no hay manual para hacer la revolución! La Comuna de París, allá por el lejano
1871, fue una fuente inspiradora, y de allí Marx y Engels tomaron
importantísimas enseñanzas. Es a partir de esa experiencia que surge la
idea de “dictadura del proletariado”, en tanto gobierno revolucionario de los
trabajadores como constructores de un nuevo orden. Después de los socialismos
realmente existentes y de todas las luchas del pasado siglo se abren
interrogantes para plantearnos esa noble y titánica tarea de hacer parir una
nueva sociedad: ¿cómo hacerlo en
concreto? Pregunta válida no sólo para ver cómo empezar a construir esa
sociedad nueva a partir del día en que se toma la casa de gobierno sino también
para ver cómo llegar a esa toma, punto de arranque primario. Ya hemos dicho que
la tarea de construir la sociedad nueva es complejísima y necesita de la
autocrítica como una herramienta toral.
Ahora bien: la pregunta -quizá más pedestre, más limitada y puntual- que
se pretende el hilo
conductor del presente libro es ¿qué hacer para estar en condiciones de
comenzar esa construcción? Dicho en otros términos: ¿cómo se desaloja a la
actual clase dominante y se toma su Estado (el Estado nunca es de todos, es el
mecanismo de dominación de la clase dominante) para comenzar a construir algo
nuevo? ¿Se puede repetir hoy
-metafóricamente hablando- la toma del Palacio de Invierno de la Rusia de 1917? ¿O hay que pensar en una
movilización popular con palos y machetes que, acompañando a su vanguardia
armada, pueda desalojar al gobernante de turno como sucedió en la Nicaragua de 1979? ¿Constituyen los
procesos democráticos -dentro de los límites infranqueables de las democracias
burguesas- de Chile con Allende, o
la actual Revolución Bolivariana en
Venezuela, con Chávez a la cabeza, modelos de transiciones al socialismo?
¿Cuáles son sus límites? ¿Se puede apostar hoy por movimientos armados, cuando
vemos, por ejemplo, que todas las guerrillas en Latinoamérica o ya han depuesto
las armas, o están próximas a hacerlo? ¿Se puede revolucionar la sociedad y
construir el socialismo con el “mandar
desobedeciendo”, como pretende el movimiento zapatista? ¿Hay que participar
en los marcos de la democracia representativa para ganar espacios desde allí?
Dado que no hay manual para esto, la respuesta debería ser amplia y ver como
válidas todas esas alternativas. “Válidas” no significa ni infalibles ni
seguras; son, en todo caso, pasos a seguir. ¿Hoy es pertinente levantar la
lucha armada? Pertinente, quizá sí, como de hecho puede suceder en algunos
puntos del planeta (el movimiento naxalita
en la India, por ejemplo), pero no está clara su real posibilidad de
triunfo, dadas las tecnologías militares sofisticadas con que el sistema cuenta
para defenderse. En definitiva, golpeado como está hoy el campo popular,
desarticulado y sin propuestas claras, muchos pueden ser los caminos para
comenzar a construir alternativas. Queda claro que no hay “una” vía; distintas
formas pueden ser pertinentes. Quizá los movimientos populares amplios, los
frentes, la unión de descontentos y la potenciación de rebeldías comunes pueden
ser útiles en un momento. La presunta
pureza doctrinaria de las vanguardias quizá hoy no nos sirva.
En
realidad estas no son conclusiones en sentido estricto. Todo el libro, a través
de sus diferentes textos, es una invitación a profundizar estos debates, a
enriquecerlos y darles vida. Si algún valor puede tener todo este esfuerzo es
aportar un modesto grano de arena más en una búsqueda interminable. De lo que
sí podemos estar absolutamente seguros es que esa utopía vale la pena. El mundo
de ninguna manera puede ser una suma de “triunfadores” y “desechables”, por lo
que esa búsqueda está abierta, invitándonos a zambullirnos en ella. Cerremos
con una frase del poeta Antonio Machado
totalmente oportuna para el caso: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”.
*****
(1)
Colectivo de autores: 1) Amado, Oscar, 2) Borges, Edgar, 3) Colussi, Marcelo,
4) Corbière, Emilio, 5) Cuevas Molina, Rafael, 6) Fontes, Anthony, 7) Illescas
Martínez, Jon E. (Jon Juanma), 8) López y Rivas, Gilberto, 9) Mora Ramírez,
Andrés y 10) Perdomo Aguilera, Alejandro L.
*****
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