&&&&&
Una de las más conocidas entre estas adaptaciones
de la desobediencia zapatista se produce en Italia, donde, al igual que en México, sujetos y redes activistas anti-sistémicas buscan una salida alternativa a la
disyuntiva entre acción institucional y guerra civil, vías que la
experiencia de las pasadas décadas han demostrado agotadas e inútiles para
desafiar el orden económico y político vigente. De ahí surge la experiencia de los llamados Monos Blancos y otros
colectivos afines, que mediante un uso extendido de la no-violencia activa, la violencia defensiva o el sabotaje
material, plantean un conflicto radical frente al Estado, que al mismo tiempo
desborda el testimonialismo de la desobediencia civil clásica y esquiva el conflicto
molar con la fuerza armada. Los
Monos Blancos, pertrechados exclusivamente de estrategias y equipamientos
de tipo defensivo, marchan a pesar de las prohibiciones o más allá de los
límites autorizados reivindicando la
extensión del derecho de participación política, desmantelan físicamente
centros de internamiento de inmigrantes para defender el derecho de libre
circulación de las personas o realizan distintos tipos de expropiaciones para reclamar el derecho efectivo al sustento, la
cultura o la movilidad de las personas. Con matices en su justificación y
ejecutoria, según los distintos sujetos y redes, esta desobediencia ampliada se convierte en una práctica extendida,
reiterada y protagónica a lo largo del llamado «ciclo de las contracumbres», a
través del cual se va componiendo el plural mosaico del denominado «movimiento antiglobalización»: en Seattle
en 1999 contra la Organización Mundial del Comercio, en Praga en 2000 contra el Banco Mundial o en Génova en 2001 frente al G-8, no solo denunciando la ilegitimidad
radical de estas instancias de poder globalizado, sino tratando de interferir
efectivamente en
el desarrollo de sus encuentros mediante cortes de ruta, bloqueo de edificios y
otras acciones desobedientes.
/////
Robert García.
MAPA DE RESISTENCIAS: Experiencias de
resistencias contra la globalización neoliberal.
*****
Jónatham F. Moriche.
Rebelión jueves 14 de febrero del 2013.
01. ¿De qué hablamos cuando decimos desobediencia?
A lo largo
de la Historia, sujetos sociales heterogéneos, en defensa de cosmovisiones y
proyectos políticos dispares, han practicado una pluralidad ingobernable de
formas de oposición activa al poder constituido. A través de tiempos y
geografías, es posible trazar constelaciones de afinidad en fondo y manera,
pero no taxonomías exactas ni fronteras impermeables: ¿dónde acaba la no
colaboración y empieza la desobediencia, donde acaba la desobediencia y empieza
la insurrección, dónde acaba la insurrección y empieza la revolución? ¿En qué
se solapa y difiere la desobediencia con la objeción de conciencia, la acción
directa o la no violencia activa? No existe nada parecido a una ciencia exacta
de la acción colectiva que ofrezca respuesta precisa y permanente a estas
preguntas. Cada episodio de convulsión social es en menor o mayor grado
original, y ello nos exige la revisión constante de los conceptos y lógicas que
empleamos para esclarecer los acontecimientos y operar sobre ellos. A la
pregunta genérica sobre «qué es desobediencia» siempre habrá que añadirle un
cuándo y dónde para obtener respuestas de alguna utilidad.
¿Cuáles son
las características mínimas que justifican hablar de la desobediencia? Un error
corriente es identificar la desobediencia en general con «desobediencia civil»,
categoría mucho más rígida y restrictiva, que describe una transgresión
pública, políticamente motivada, incondicionalmente no violenta, cuyos
objetivos deben circunscribirse a la reforma de un aspecto determinado de la
legislación vigente. En tanto debe limitarse a la denuncia de la injusticia de
una norma legal, pero no puede oponerse más que de forma simbólica a su
ejecución, esta desobediencia civil de genealogía ideológica liberal apenas
pasaría de ser, en sus interpretaciones más estrictas, una forma excepcional de
ejercicio de la libertad de expresión, en la que el ciudadano o ciudadanos
apelan a instituciones cuya legitimidad no niegan para que subsanen un capítulo
puntual en sus decisiones. Es tan estrecha esta lectura teórica de la
desobediencia como desobediencia civil que no es fácil encontrar en la realidad
casos químicamente puros del tipo de acción contenciosa que describe.
Existen sin
embargo interpretaciones más abiertas, que aspiran a describir el amplio
espectro de acciones políticas posibles al margen de la participación
institucional, de un lado, y del conflicto armado, del otro. Esta desobediencia
ampliada puede negar, no solo la norma legal, sino la legitimidad del
legislador, y puede aspirar a la transformación estructural de la sociedad,
esto es, puede ser ejercida con fines revolucionarios. Y no se distingue tanto
de la violencia en abstracto como de la guerra civil, de la que viene a ser una
especie de contrafigura. Esta desobediencia en sentido amplio rechaza el
enfrentamiento cruento y directo entre fuerzas armadas formales o informales,
pero no excluye el recurso a formas heterogéneas de no-violencia activa,
autodefensa, sabotaje y otras.
En tanto lo
que les divide puede ser un desacuerdo estructural sobre la forma económica y
política de la sociedad, poder constituido y sujeto desobediente bien pueden
entenderse, en los casos más extremos, como los bandos de una guerra civil que
no llega a estallar, debido a la decisión de los desobedientes de enfrentar el
conflicto con medios distintos a los de la guerra civil (ya por principios
ideológicos, por conveniencia estratégica o por ambos a un tiempo), sin por
ello renunciar a sus máximos objetivos. A esta desobediencia ampliada se la ha
denominado, para distinguirla de la desobediencia civil, «desobediencia
social», y es la forma más notoria y pujante de la acción política contenciosa
contemporánea. Tanto las radicales transformaciones en la forma del mercado, el
Estado y las relaciones internacionales que ha traído consigo la globalización,
como los igualmente radicales realineamientos en las estructuras históricas de
contestación registrados de las últimas décadas, han contribuido a ensanchar y
potenciar estas prácticas desobedientes, al mismo tiempo ajenas a las urnas y a
las armas, forma característica de la revolución en la era de la plena
globalización neoliberal.
02. San Cristóbal, Génova, Madrid, El Cairo.
Con la caída
del llamado «socialismo real» no sólo se desplazaron las fronteras exteriores
del capitalismo, sino también sus fronteras interiores. Ese desplazamiento
interior, desde el modelo keynesiano dominante tras la II Guerra Mundial y
hacia las posiciones que hoy conocemos como neoliberales, había comenzado en
realidad tiempo antes: lentamente desde comienzos de la década de 1970, a mayor
velocidad tras las victorias de Thatcher en 1979 en Gran Bretaña y Reagan en
1981 en EEUU, y a velocidad de crucero a partir de la caída del Muro de Berlín.
El objetivo del neoliberalismo es el desmantelamiento de la «economía social de
mercado», que muchos países centrales del capitalismo habían adoptado durante
el medio siglo anterior para modular e institucionalizar el conflicto social.
Pero la agenda neoliberal no solo pretende el endurecimiento de las condiciones
materiales de vida de las multitudes productivas, sino también un estrechamiento
de sus posibilidades de autorrepresentación e intervención política.
«La cuestión de las máquinas de lucha de las
cuales el movimiento deberá dotarse para poder vencer», escriben Antonio
Negri y Félix Guattari en 1989, queda «completamente abierta» tras
el fin de la Guerra Fría (Las verdades nómadas, Akal, Madrid, 1999, p.
61). El 1 de enero de 1994, el
llamado Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) lanza desde donde nadie parecía esperarla, el sur campesino
de México, una respuesta novedosa a esta cuestión, que sacude, a escala global,
a unas fuerzas anti-sistémicas sumidas durante años en una profunda y
melancólica desorientación. Durante apenas unas horas, el EZLN parece
comportarse como una guerrilla tradicional, tomando por las armas la localidad
chiapaneca de San Cristóbal de las Casas. Pero no se trata, como se comprueba
enseguida, de una guerrilla al uso: el EZLN no aspira a medirse con el Estado
mexicano en el terreno de las armas, sino de la legitimidad, empleando este
inicial y efímero episodio de violencia armada solo como recurso expresivo
radical. Los zapatistas abandonan casi inmediatamente sus posiciones en San
Cristóbal y se repliegan a la selva Lacandona. Hacen al mismo tiempo una
propuesta de negociación al Estado mexicano y, mediante los entonces novísimos
medios digitales de comunicación, un llamado a la solidaridad que atraviesa
instantáneamente el planeta, conectando amplias redes activistas que se
convierten en su mejor defensa frente a la represión estatal. Estas redes no se
limitarán a reconocer la legitimidad del modelo de lucha zapatista y apoyarlo
en la distancia, sino que, de muy distintas maneras, tratarán de aclimatarlo a
sus respectivos territorios y condiciones de actuación.
Una de las
más conocidas entre estas adaptaciones de la desobediencia zapatista se produce
en Italia, donde, al igual que en México, sujetos y redes activistas anti-sistémicas
buscan una salida alternativa a la disyuntiva entre acción institucional y
guerra civil, vías que la experiencia de las pasadas décadas han demostrado
agotadas e inútiles para desafiar el orden económico y político vigente. De ahí
surge la experiencia de los llamados Monos Blancos y otros colectivos afines,
que mediante un uso extendido de la no-violencia activa, la violencia defensiva
o el sabotaje material, plantean un conflicto radical frente al Estado, que al
mismo tiempo desborda el testimonialismo de la desobediencia civil clásica y
esquiva el conflicto molar con la fuerza armada. Los Monos Blancos,
pertrechados exclusivamente de estrategias y equipamientos de tipo defensivo,
marchan a pesar de las prohibiciones o más allá de los límites autorizados
reivindicando la extensión del derecho de participación política, desmantelan
físicamente centros de internamiento de inmigrantes para defender el derecho de
libre circulación de las personas o realizan distintos tipos de expropiaciones
para reclamar el derecho efectivo al sustento, la cultura o la movilidad de las
personas.
Con matices
en su justificación y ejecutoria, según los distintos sujetos y redes, esta
desobediencia ampliada se convierte en una práctica extendida, reiterada y
protagónica a lo largo del llamado «ciclo de las contracumbres», a través del
cual se va componiendo el plural mosaico del denominado «movimiento antiglobalización»:
en Seattle en 1999 contra la Organización Mundial del Comercio, en Praga en
2000 contra el Banco Mundial o en Génova en 2001 frente al G-8, no solo
denunciando la ilegitimidad radical de estas instancias de poder globalizado,
sino tratando de interferir efectivamente en el desarrollo de sus encuentros
mediante cortes de ruta, bloqueo de edificios y otras acciones desobedientes.
Con el
cambio de siglo, el acceso al poder de los neoconservadores en EEUU, los
atentados del 11 de septiembre y las
respuestas bélicas en Afganistán e Iraq señalan una inflexión aún más represiva
y autoritaria del proyecto neoliberal a escala global. También a escala global
se articulan sus antagonistas, en un vasto y plural movimiento que retoma,
extendiéndolas a estratos cada vez más amplios de la población, las prácticas
desobedientes del movimiento antiglobalización, a veces recombinada con formas
tradicionales de protesta como la manifestación o la huelga. La desobediencia
se hace social y pasa a convertirse en un factor a tener en cuenta en el
balance global de poderes y contrapoderes. En diciembre de 2001, una pluralidad
de sujetos sociales provoca mediante la desobediencia de masas en Argentina un
cambio de gobierno que remueve las líneas centrales de la política del país,
empezando por el desacato a los imperativos de los deudores financieros
internacionales. En España, en marzo de 2004, decenas de miles de personas
conectadas a través de las redes anti-guerra emplean prácticas desobedientes
para quebrar la manipulación informativa del gobierno saliente sobre los
atentados de Madrid y acaban provocando su derrota en las urnas. Son los
episodios más visibles de una tendencia que se extiende, a pequeña, mediana y
gran escala, por todos los rincones del mundo.
El último
episodio de esta cadena de desobediencias se desencadena en diciembre de 2010,
y de nuevo, como sucedió con la rebelión chiapaneca de 1994, se deslizó desde
la periferia hacia el centro: las protestas en una recóndita aldea del desierto
tunecino se extienden primero al mundo árabe, luego saltan, a través de España,
a la Unión Europea, EEUU o México. Plural, dinámica y en no pocas ocasiones
contradictoria, la nueva oleada de desobediencia tiene como marca y práctica en
común la ocupación multitudinaria de plazas públicas: Tahrir en El Cairo, Sol
en Madrid, Syntagma en Atenas, Zucotti Park en Nueva York,... El balance de estas
nuevas revueltas desobedientes contra el despotismo, tradicional o
tecnocrático, permanece abierto.
*****
[Editado originalmente en el nº 84 (diciembre
de 2012) de Utopía. Revista de Cristianos de Base, publicación de las
Comunidades Cristianas Populares, http://www.redescristianas.net]
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
publicarlo en otras fuentes.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario