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La
lucha por la liberación de las Américas rompió esta dimensión continental. Las
colonias inglesas consiguieron su liberación en el siglo XVIII, inspiradas en
una ideología liberal y republicana
que vino a revolucionar el mundo a finales del siglo, a través de la Revolución Francesa y su expansión
por toda Europa y sus colonias, particularmente en el Caribe. La onda democrática por ella
desencadenada llegó a la América española y portuguesa bajo la forma de la
invasión napoleónica que condujo a la gesta independentista que cumple ahora 200 años. A pesar de iniciarse en
los cabildos de las colonias españolas, ella recorrió toda la región con una
concepción unitaria de la cual Bolívar fue el intérprete máximo. En Brasil con la llegada de la corte
portuguesa en 1808 se mantuvo la unidad en torno al príncipe portugués que
declaró la independencia. No debemos
olvidar las variadas rebeliones indígenas como la tentativa de Tupac Amaru
de reconstruir el imperio Inca o las
revueltas afro-americanas bajo la forma de los quilombos, cuya expresión
más representativa fue la de Zumbi de los Palmares. No faltaron tampoco
brotes de rebeldía contra la colonización o incluso propuestas independentistas
lideradas por una ya poderosa oligarquía local (Tiradentes).
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Dr. Theotonio dos Santos. Economista y Sociólogo brasileño. "La integración más que una cuestión económica, es un fenómeno de larga duración, expresión de un destino histórico".
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THEOTONIO DOS SANTOS: Integración: fenómeno de larga duración.
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Theotonio dos Santos
ALAI.
Net/globalización febrero del 2013.
Con este artículo pretendemos demostrar una tesis central: la
integración suramericana –que se convirtió en el principal objetivo de la
actual política externa brasileña– es más que una cuestión económica, la
integración es un fenómeno de larga duración, expresión de un destino
histórico. El continente americano, antes de la llegada truculenta de Cristóbal
Colón, albergaba una población de cincuenta a setenta millones de habitantes
que estaban relativamente integrados, sobre todo a través de las conquistas
Aztecas en el sur de América del Norte y del avance del imperio Inca en la
región Andina. Hoy sabemos también que la región amazónica comprendía
cerca de cinco millones de habitantes y había una alta comunicación de estos
imperios en su interior, entre ellos y entre los pueblos que no estaban
incorporados a ellos.
La violenta colonización española y portuguesa (además de las
incursiones de otros centros imperiales europeos) buscó administrar esta
vastísima región articulándola demográfica, económica, social y culturalmente
bajo una dirección única, a la vez que reorientó sus economías hacia el mercado
mundial en expansión del siglo XV al XVIII bajo la égida del capitalismo
comercial-manufacturero. En las regiones de menor densidad habitadas por
poblaciones originarias, asistimos al fenómeno del comercio de esclavos,
traídos de África en condiciones infrahumanas.
La lucha por la liberación de las Américas rompió esta dimensión
continental. Las colonias inglesas consiguieron su liberación en el siglo
XVIII, inspiradas en una ideología liberal y republicana que vino a
revolucionar el mundo a finales del siglo, a través de la Revolución Francesa y
su expansión por toda Europa y sus colonias, particularmente en el Caribe.
La onda democrática por ella desencadenada llegó a la América española y
portuguesa bajo la forma de la invasión napoleónica que condujo a la gesta
independentista que cumple ahora 200 años. A pesar de iniciarse en los
cabildos de las colonias españolas, ella recorrió toda la región con una
concepción unitaria de la cual Bolívar fue el intérprete máximo. En
Brasil con la llegada de la corte portuguesa en 1808 se mantuvo la unidad en
torno al príncipe portugués que declaró la independencia.
No debemos olvidar las variadas rebeliones indígenas como la tentativa
de Tupac Amaru de reconstruir el imperio Inca o las revueltas afro-americanas
bajo la forma de los quilombos, cuya expresión más representativa fue la de
Zumbi de los Palmares. No faltaron tampoco brotes de rebeldía contra la
colonización o incluso propuestas independentistas lideradas por una ya
poderosa oligarquía local (Tiradentes).
Dos proyectos.
América Latina surgió unida, pero se dejó dividir por los intereses de
las oligarquías exportadoras locales, de la expansión británica sobre el
comercio de la región y en función de los intereses de Estados Unidos recién
formados. El conjunto de estas fuerzas vino a fortalecer las
articulaciones regionales orientadas hacia el comercio y apoyadas en el
liberalismo económico.
La región se dividió así entre dos grandes doctrinas. De un lado,
el bolivarismo buscó preservar la unidad continental en la búsqueda de la
formación de una gran nación, por lo menos suramericana. Del otro lado,
la doctrina Monroe buscó alejar la presencia británica y europea en general
bajo la consigna de “América para los americanos”.
De un lado, Bolívar fue derrotado, pero el bolivarismo continuó
desarrollándose como expresión de esta historia secular y multidimensional (hoy
día, los descubrimientos arqueológicos de la ciudad sagrada de Caral nos
remiten a una civilización altamente desarrollada hace cinco mil años, cuya
continuidad es realmente impresionante al ser preservada, aunque secretamente,
por sus descendientes indígenas actuales).
Del otro lado, Estados Unidos no pudieron ser fieles a su pretensión
pan-americana. Cumpliendo la previsión de Bolívar, según la cual los
Estados Unidos estaban destinados a confrontar a América Latina, invadió México
en la mitad del siglo XIX y se apropió de la mitad de su territorio; realizó
varias intervenciones militares en Centroamérica y en el Caribe (la
participación de Estados Unidos en la guerra de independencia de Puerto Rico y
Cuba dio origen a la incorporación de Puerto Rico como una colonia y, al
fracasar la ocupación de Cuba, al establecimiento de la base militar de
Guantánamo, la mayor de sus miles de bases militares esparcidas por el mundo).
El mismo papel desempeñó la construcción del canal de Panamá que separó
esta región de Colombia y tantas otras intervenciones brutales en la región que
fueron desplazándose inclusive a América del Sur en la medida en que las
ambiciones imperialistas de Estados Unidos se fueron ampliando. Fue así
como Estados Unidos tuvo que renunciar en la práctica a su doctrina
panamericana convirtiéndose en el monstruo que Martí, Hostos, Mella,
Sandino y otros tantos pensadores latinoamericanos identificaron.
Nuestras oligarquías exportadoras o aquellas ligadas al capital
internacional perciben a Estados Unidos como un aliado casi incondicional pero
los pueblos de la región se sienten mucho más identificados con la visión
bolivariana. Así también se sienten los nuevos empresarios, sobre todo
industriales, inclinados al mercado interno de la región. Continúan
actuando así las fuerzas que aspiran a una mayor integración de la región.
Fueron ellas las que, en 1947, se unieron en torno a la idea de formar en
las Naciones Unidas una Comisión Económica de América Latina (CEPAL), a la que
se opuso inútilmente el gobierno estadounidense. La CEPAL no solamente
sirvió de base para iniciativas diplomáticas sino que se convirtió en el centro
de un pensamiento alternativo que se diferenciaba teórica y doctrinariamente de
la Organización de los Estados Americanos (OEA), del Fondo Monetario
Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Fue bajo su inspiración que se
creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1960.
Iniciativa a la que Estados Unidos responde con la creación del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), con la Alianza para el Progreso, la USAID y
otras iniciativas diplomáticas y de seguridad (contra insurgencia).
A partir de este momento podemos contar una historia muy interesante de
la resistencia latinoamericana más o menos radical. Varios estudios nos
cuentan buena parte de esta historia al presentar de manera didáctica los
antecedentes y las perspectivas de un esfuerzo integracionista regional que
avanza a pasos agigantados a pesar de la tentativa sistemática de un
pensamiento dependiente y subordinado que insiste en ignorar todos estos pasos
que forman una interesantísima acumulación de experiencias que ganó una
intensidad extremadamente rica estos últimos años, que en parte es consecuencia
de la pérdida de hegemonía de Estados Unidos sobre la economía mundial.
Es así que asistimos, inclusive, a una presencia constante de otras
regiones antes totalmente ausentes de nuestra historia como la de China, que se
está convirtiendo en el principal socio comercial e incluso inversor de
casi todos países de la región.
Brasil y América Latina.
La creciente incorporación de Brasil en este frente latinoamericano, tan
despreciada históricamente por nuestra oligarquía, es un factor decisivo para
viabilizar este proyecto histórico. Toda la región espera de Brasil que
asuma un liderazgo histórico a favor de la integración regional. Una
parte significativa de la población brasileña ya adhirió a esta idea y el
gobierno Lula da Silva consiguió concretar esta meta histórica con la creación
de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), el apoyo al Banco del Sur
y el asumir posiciones políticas siempre favorables a los intereses regionales.
El gobierno Dilma Rousseff viene dando continuidad a estos cambios,
buscando darles mayor eficiencia y eficacia. La Constitución brasileña ya
había consagrado nuestra definición estratégica por una relación privilegiada
con América Latina, seguida de África. Caminamos así hacia una política
de Estado a favor de la integración regional así como fortalecemos nuestra
decisión histórica de ejercer un papel unificador de las dos orillas del
Atlántico Sur.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil está buscando definir
con mayor precisión lo que llama como las prioridades de nuestra política de
integración. Él define la relación con la Argentina y, consecuentemente,
con el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) como prioridad "A". Le
sigue, como prioridad "B", la integración de América del Sur, que
tiene como su máxima expresión a la UNASUR, en pleno proceso de
institucionalización. Así también debería priorizar el Banco del Sur,
pero éste viene sufriendo la oposición del capital financiero nacional e
incluso de los bancos públicos de inversión del país que aspiran a financiar
directamente las inversiones, sobre todo para infraestructura de la región.
En tercer lugar, encontramos la integración de Latinoamérica y el Caribe
en su conjunto, que encuentra en la CELAC su expresión máxima y que podría dar
pasos significativos con el restablecimiento de la hegemonía del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) en México, pues le será muy difícil
abandonar, en esta coyuntura, la postura programática histórica de este partido
a favor de la unidad latinoamericana. Se debe tomar en cuenta que los
problemas emigratorios con los Estados Unidos y las dificultades registradas en
las relaciones comerciales preferenciales con ese país y, finalmente, las
dificultades surgidas de la demanda estadounidense de las drogas y la acción
singular de la DEA en el “combate” al tráfico de drogas, todo esto lleva al PRI
a la necesidad de rever su desvío derechista hacia el neoliberalismo que le
desplazó del poder.
Se abre pues un contexto cada vez más favorable para la integración
regional. Falta, sin embargo, que nuestras universidades y nuestra
enseñanza en general tomen en serio su papel en la creación de una conciencia
regional. De la gran prensa podemos esperar poco. Ella es propiedad
de las más retrógradas oligarquías regionales, que se oponen radicalmente a la
integración regional y al avance de ésta, a toda costa. La oligarquía
tradicional y la oligarquía financiera, que tienen especial interés en la
dispersión de los intereses regionales a favor de los centros de poder
financiero mundial, se parecen muy claramente a las oligarquías regionales que,
en las puertas de la independencia de la región, continuaban atrapadas en la
sumisión a los imperios ibéricos. Estos sectores económicos están cada
vez más ausentes de las necesidades de la población de sus países y tienden a
perder liderazgo ante un enfrentamiento serio con ellos.
Es hora que las fuerzas progresistas de la región se unan para promover
un nuevo estilo de desarrollo socioeconómico, ecológicamente sostenible, con
profundo sentido social y humano. Para esto, además de los avances
políticos y económicos, tienen que crear y articular una prensa escrita,
hablada y virtual que cuide de los intereses de la región y de sus pueblos.
El ejemplo de la Telesur ha demostrado la utilidad de esta propuesta, a
pesar del poco apoyo que ha recibido de gobiernos como el brasileño.
Establecer un gran frente.
Las tareas son cada vez más complejas, pero esto es una consecuencia de
los avances que hemos tenido. Pues, mientras avanzamos moderadamente en
la integración de las zonas de predominio de políticas de altas concesiones a
nuestro pasado colonial y a la decadente ofensiva neoliberal, vemos que la
propia CEPAL reconoce los resultados positivos alcanzados por la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). La unión de los
países de orientación socialista en la región, inspirados sobre todo en la
cooperación y la solidaridad, presenta una ventaja derivada de la unidad
política de estos países y del peso de sus políticas públicas en todos los
campos.
Para espanto de los economicistas “realistas”, apoyados en el
individualismo posesivo del siglo XVIII, son los “idealistas” y románticos
colectivistas los que presentan mejores resultados. Ellos no aprendieron
nada de la victoria del Socialismo sobre el Nazismo en la Segunda Guerra
Mundial, que afectó tan intensamente las políticas económicas de la posguerra,
ni del Movimiento de Liberación Nacional anti-colonial y anti imperialista.
Regresaron en los años 70 del siglo pasado con su carga reaccionaria a
favor del “libre” mercado y del llamado “Estado mínimo” y con el canto de
sirena del “equilibrio” de los fundamentos del mercado como el gran objetivo
económico.
Tras reinar
por 30 años entraron en una crisis definitiva: el legado de sus políticas fue
un Estado deudor máximo, sumergido en una crisis fiscal colosal para defender
la supervivencia de una esfera financiera especulativa que vive a costa de la
transferencia de recursos públicos; nos entregaron un mundo de crisis
económicas y de déficits comerciales, fiscales y de anarquía monetaria.
Si no dejamos que nos tomen las reservas financieras que acumulamos los
últimos años y aplicamos nuestros recursos a la creación de un poderoso mercado
regional, sustentado por políticas industriales que reestructuren nuestra
participación en la división internacional del trabajo, al lado de las zonas
emergentes en el mundo, estaremos listos para dar un salto civilizatorio que
nos coloque al frente de la articulación de una nueva economía mundial.
Esta afirmación tendría que complementarse con nuevos estudios sobre los
cambios civilizatorios que se imponen en el mundo contemporáneo.
Ellos crearon, por lo tanto, las condiciones para establecer un gran
frente, similar al que se creó a partir de 1935 contra el fascismo y por la
participación de un Estado de base popular en la atención de las necesidades
humanas. Las interacciones regionales son una parte esencial de este
cambio político al esparcir por todo el mundo una nueva fase de desarrollo
científico y tecnológico en la cual las nuevas naciones podrán ejercer un papel
cada vez más activo. La promesa de los BRICS de convertirse en polos
económicos cada vez más importantes se hace realidad cada día.
Y una América Latina unida podrá hacer mucho más. Si las
oligarquías no están dispuestas a cumplir este papel, los sectores populares no
dudarán un sólo instante en asumirlo. Esta es la tarea fundamental para transformar
en realidad el sueño histórico de nuestros antepasados. (Traducción
ALAI).
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- Theotonio dos Santos es profesor
emérito de la Universidad Federal Fluminense, Presidente de la Cátedra
UNESCO-ONU sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible.
theotoniodossantos.blogspot.com.br
Este artículo es parte de la revista América
Latina en Movimiento # 480-481,
"Integración suramericana: Temas estratégicos", noviembre-diciembre
de 2012.
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