El Articulo
del Dr. Rodrik, por favor enviarle al Ministro de Comercio Exterior, quien ayer muy
"·suelto de huesos" al informarse de que el Sr. Trump - el Presidente
electo de Estados Unidos - ha manifestado
que su primera Política de Estado, al Jurar el 20 de enero próximo es retirar a Estados Unidos del TPP,
como cumplimiento de lo prometido en su campaña política (Incluso como es de
conocimiento general están en seria observación los TLC, en especial el TLC
Estados Unidos, Canadá y México) El primer TLC firmado en la historia a mediados de la década del 90’ del
siglo XX.. Igual, varios países y sus Gobiernos de Europa, antes de la elección
decidieron retirarse del TPP, porque
va en contra de sus intereses nacionales. (Es decir, intereses de las burguesías
dominantes de cada país) Pero el
Ministro dice buscar nuevos aliados para darle vida a un "muerto"
como es el TPP, cuyo padre, EE.UU ya expresó cual es su decisión Política,
final. Sr. Ministro aún falta la
aprobación del Congreso, pero como es puro veneno neoliberal, no dudo que
Usted y el fujimorismo lo aprueben por encima
de la voluntad de la Ciudadanía Nacional. Finalmente señores – cuál es el
problema – porqué
no se abre una Polémica Nacional en relación si conviene o no a los intereses
nacionales, visto como país en su conjunto.
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CONVERSACIONES HONESTAS
SOBRE COMERCIO.
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Dani
Rodrik Profesor de la Universidad de Harvard.
Eldiario.es
Otra Mirada lunes 21 de noviembre del 2016.
¿Los
economistas son en parte responsables de la abrumadora victoria de Donald Trump
en la elección presidencial de Estados Unidos? Aunque no hubieran podido frenar
a Trump, los economistas habrían tenido un mayor impacto en el debate público
si se hubieran ceñido más a la enseñanza de su disciplina, en lugar de aliarse
con los promotores de la globalización.
Cuando
mi libro ¿La globalización ha ido demasiado lejos? fue a imprenta hace casi dos
décadas, me puse en contacto con un economista muy conocido para pedirle que
escribiera un comentario en la contratapa. En el libro yo decía que, en
ausencia de una respuesta gubernamental más concertada, un exceso de
globalización agravaría las divisiones sociales, exacerbaría los problemas de
distribución y minaría los acuerdos sociales nacionales –argumentos que, desde
entonces, se han vuelto moneda corriente–.
El
economista puso reparos. Dijo que, en realidad, no estaba en desacuerdo con
ninguno de los análisis, pero que tenía miedo de que mi libro ofreciera
"munición para los bárbaros". Los proteccionistas se servirían de los
argumentos del libro sobre los aspectos negativos de la globalización para
justificar su agenda estrecha y egoísta.
Es
una reacción que todavía recibo de mis colegas economistas. Uno de ellos
levantó la mano dubitativamente después de una conversación y preguntó: ¿no te
preocupa que se haga abuso de tus argumentos y terminen favoreciendo a los
demagogos y populistas que estás denunciando?
Siempre existe el riesgo de que
aquellos con quienes disentimos se apropien de nuestros argumentos en el debate
público. Pero nunca entendí por qué muchos economistas creen que esto implica
tener que torcer nuestro razonamiento sobre el comercio en una dirección
determinada. La premisa implícita parece ser que sólo hay bárbaros en uno de
los lados del debate comercial. Aparentemente, aquellos que se quejan de las
reglas de la Organización Mundial de Comercio o de los acuerdos comerciales son
proteccionistas desagradables, mientras que quienes los respaldan siempre están
del lado de los ángeles.
En verdad, muchos entusiastas del
comercio también están motivados por sus propias agendas estrechas y egoístas.
Las compañías farmacéuticas que defienden reglas sobre patentes más estrictas,
los bancos que presionan por un acceso sin restricciones a los mercados
extranjeros o las multinacionales que solicitan tribunales de arbitraje
especiales no tienen una mayor consideración por el interés público que los
proteccionistas. De manera que cuando los economistas matizan sus argumentos,
en efecto están favoreciendo a un grupo de bárbaros por sobre otro.
Ya hace mucho tiempo que existe una
regla tácita de compromiso público para los economistas según la cual deben
defender el comercio y no reparar demasiado en la letra pequeña. Esto ha
generado una situación curiosa. Los modelos estándar de comercio con los cuales
trabajan los economistas normalmente tienen fuertes efectos distributivos: las
pérdidas de ingresos de ciertos grupos de productores o categorías de
trabajadores son la otra cara de los "réditos del comercio". Y los
economistas hace mucho que saben que las fallas del mercado –incluidos el mal
funcionamiento de los mercados laborales, las imperfecciones del mercado de
crédito, las externalidades del conocimiento o ambientales y los monopolios–
pueden interferir en la obtención de esos réditos.
También saben que los beneficios
económicos de los acuerdos comerciales que atraviesan las fronteras para dar
forma a regulaciones nacionales –como sucede con el endurecimiento de las
reglas sobre patentes o la coordinación de los requerimientos de salud y
seguridad– son esencialmente ambiguos.
Sin embargo, se puede contar con que
los economistas repitan como loros las maravillas de la ventaja comparativa y
del libre comercio cada vez que se hable de acuerdos comerciales.
Recurrentemente han minimizado los temores en materia distributiva, aunque hoy
resulte evidente que el impacto distributivo de, por ejemplo, el Acuerdo de
Libre Comercio de América del Norte o el ingreso de China a la Organización
Mundial de Comercio fueron importantes para las comunidades más directamente
afectadas en Estados Unidos. Sobreestimaron la magnitud de las ganancias
agregadas a partir de los acuerdos comerciales, aunque esas ganancias han sido
relativamente pequeñas desde por lo menos los años 1990. Han respaldado la
propaganda que retrata los acuerdos comerciales de hoy como "acuerdos de
libre comercio", aunque Adam Smith y David Ricardo se revolcarían en sus
tumbas si leyeran el Acuerdo Transpacífico.
Esta reticencia a ser honestos
respecto del comercio les ha costado a los economistas su credibilidad ante la
población. Peor aún, ha alimentado los argumentos de sus oponentes. La
incapacidad de los economistas de ofrecer un panorama completo sobre el comercio,
con todas las distinciones y advertencias necesarias, ha hecho que resultara
más fácil embadurnar al comercio, muchas veces equivocadamente, con todo tipo
de efectos adversos.
Por ejemplo, a pesar de todo lo que
puede haber contribuido el comercio a la creciente desigualdad, es sólo un
factor que contribuye a esa tendencia amplia –y, con toda probabilidad, un
factor menor, comparado con la tecnología–. Si los economistas hubieran sido
más directos respecto al lado negativo del comercio, podrían haber tenido mayor
credibilidad como actores honestos en este debate.
De la misma manera, podríamos haber
tenido una discusión pública más informada sobre el dumping social si los
economistas hubieran estado dispuestos a admitir que las importaciones
provenientes de países donde los derechos laborales no están protegidos
efectivamente plantean cuestiones serias sobre la justicia distributiva. Se
podría haber hecho una distinción entre aquellos casos donde los salarios bajos
en países pobres reflejan una baja productividad y aquellos casos donde se
registran violaciones genuinas de los derechos. Y el grueso del comercio que no
plantea este tipo de temores podría haber estado mejor aislado de las
acusaciones de "comercio injusto".
Del mismo modo, si los economistas hubieran
escuchado a sus críticos que advertían sobre la manipulación de la moneda, los
desequilibrios comerciales y las pérdidas de empleos, en lugar de apegarse a
modelos que ignoraban esos problemas, podrían haber estado en una mejor
posición para contrarrestar los argumentos exagerados sobre el impacto adverso
de los acuerdos comerciales en el empleo.
En resumen, si los economistas
hubieran manifestado públicamente los reparos, incertidumbres y escepticismo de
la sala de seminarios, podrían haberse convertido en mejores defensores de la
economía mundial. Desafortunadamente, su celo a la hora de defender el comercio
de sus enemigos resultó contraproducente. Si los demagogos con sus comentarios
absurdos sobre el comercio hoy están siendo escuchados –y, en Estados Unidos y
otras partes, están
ganando poder– al menos parte de la culpa debería recaer sobre los impulsores
académicos del comercio.
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(*)Dani Rodrik, profesor de Economía Política en la
Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, es el autor
de Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science.
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