“GUERRA
Y PAZ: LA ÉLITE POLÍTICA.- Contrario a lo que cree la mayoría del público, los últimos cuatro presidentes de EE.UU.,
desde los 90 han incrementado el
presupuesto militar, enviando cientos de miles de soldados a librar guerras en tres países del Medio Oriente,
mientras promovían guerras civiles sangrientas en tres países del Norte de
África y dos países europeos. A pesar de que las mayorías creen que las invasiones de Afganistán e Irak han
aumentado las amenazas de seguridad nacional, Obama mantuvo tropas en tierra, mar y aire, al igual que operaciones con drones en esos países.
A pesar de que solo un 10% aprueba
sus políticas militares, el régimen de Obama
ha enviado armas, asesores y Fuerzas Especiales para apoyar la invasión del
diminuto Yemen por parte de las
fuerzas sauditas dictatoriales. Obama y la candidata demócrata a la
presidencia, Hillary Clinton han impulsado una política de cerco en contra
de Rusia y han demonizado al
presidente Putin rotulándolo como la
mayor amenaza para EE.UU., en
contraste con lo que piensa la opinión mayoritaria en el país, que considera la amenaza de terrorismo islámico
como cinco veces más grave”.
“Mientras
que la élite política y los candidatos presidenciales prometen expandir la
cantidad de tropas en el exterior y aumentar el gasto militar, más de tres cuartos del público estadounidense
se opone o no está seguro sobre la expansión del militarismo de EE.UU. Mientras
que la candidata Clinton hizo campaña por el despliegue de naves de la
Fuerza Aérea y misiles de EE.UU. para patrullar "la zona de exclusión
aérea" en Siria, incluso derribando
aviones de Siria y de Rusia, la mayoría (51%) del público estadounidense se
opuso a ello. Con respecto a las leyes, cuatro quintos (80%) del público cree
que el Presidente debe contar con el
apoyo del Congreso para incrementar la presencia militar en el extranjero. Sin
embargo, los presidentes de ambos partidos, Bush y Obama iniciaron guerras sin la
aprobación del Congreso, creando un precedente que el nuevo presidente
probablemente aprovechará”.
/////
Jorge Alaminos.
SOCIÓLGO JAMES PETRAS:
LA ÉLITE POLÍTICA PROMUEVE LA GUERRA,
MIENTRAS LA OPINIÓN PÚBLICA ESTADOUNIDENSE SE OPONE AL MILITARISMO.
*****
James Petras.
Rebelión lunes 21 de noviembre del 2016.
Traducido
por Silvia Arana para Rebelión.
Introducción.
Al atacar al electorado de EE.UU. como cómplices y
facilitadores de las guerras o, en el mejor de los casos, desestimarlos como
gente ignorante que sigue el rebaño encabezado por las élites políticas, se
está parcializando la realidad. Las encuestas de opinión pública, incluso las
que tienen un fuerte sesgo de centro-derecha, describen una ciudadanía opuesta
al militarismo y a las guerras, pasadas y presentes.
Tanto la derecha como la izquierda no comprendieron la
contradicción que define la vida política de EE.UU.: Principalmente la profunda
brecha entre el público y la élite de Washington en cuestiones de guerra y paz
dentro del proceso electoral que avanza constantemente hacia un mayor
militarismo.
Este es un análisis de recientes encuestas de opinión
sobre el resultado de las últimas elecciones. El ensayo concluye con un
comentario sobre las contradicciones más enraizadas y propone diversas maneras
posibles de resolución de estas contradicciones.
Método.
Una de las principales encuestas de opinión pública,
patrocinada por el Instituto Charles Koch y el Centro por el Interés Nacional y
realizada por Survey Sampling International, entrevistó a una muestra de mil
personas.
Los resultados: Guerra o Paz.
Más de la mitad del público estadounidense se opone a
un incremento del rol militar de EE.UU. en el exterior, mientras que solo el
25% apoya la expansión militar.
El público ha expresado su desilusión con la política
exterior de Obama, especialmente sus nuevos compromisos militares en el Medio
Oriente, los que han sido fuertemente promovidos por Israel y los
representantes sionistas en EE.UU.
El público estadounidense muestra una sólida memoria
histórica con respecto a las debacles militares promovidas por los presidentes
Bush y Obama. Más de la mitad de la población (51%) cree que EE.UU. es menos
seguro en los últimos 15 años (2001-2015), mientras que un octavo (13%) se
siente más seguro.
En el presente periodo, más de la mitad del público se
opone al despliegue de tropas en Siria y Yemen, y solo un 10% apoya continuar
respaldando al Reino de Arabia Saudita.
Con respecto a las guerras específicas de EE.UU., más
de la mitad cree que la invasión de Irak ordenada por Bush disminuyó la
seguridad en EE.UU., mientras que solo el 25% cree que esta ni aumentó ni disminuyó.
Hubo respuestas similares con respecto a Afganistán: 42% cree que la Guerra de
Afganistán aumentó la inseguridad y alrededor de un tercio (34%) cree que no
afectó la seguridad interna de EE.UU.
En términos de perspectivas para el futuro, tres cuartos
(75%) del público estadounidense quiere que el próximo presidente se enfoque
menos en operaciones militares en el extranjero o se sienten inseguros ante el
tema. Solo el 37% apoya un incremento de gastos militares.
Los medios masivos y los poderosos financistas de la
candidata Demócrata a la presidencia están enfocados en demonizar a Rusia y
China como "las mayores amenazas de nuestro tiempo". En contraste,
casi dos tercios (63,4%) de los estadounidenses cree que la mayor amenaza
proviene del terrorismo extranjero y local. Solo un 18% considera a Rusia y
China como las mayores amenazas de seguridad.
Con respecto al Pentágono, 56% quiere reducir o
congelar el actual gasto militar, mientras que solo el 37% quiere aumentarlo.
Guerra y Paz: La élite política.
Contrario a lo que cree la mayoría del público, los
últimos cuatro presidentes de EE.UU., desde los 90 han incrementado el
presupuesto militar, enviando cientos de miles de soldados a librar guerras en
tres países del Medio Oriente, mientras promovían guerras civiles sangrientas
en tres países del Norte de África y dos países europeos. A pesar de que las
mayorías creen que las invasiones de Afganistán e Irak han aumentado las
amenazas de seguridad nacional, Obama mantuvo tropas en tierra, mar y aire, al
igual que operaciones con drones en esos países. A pesar de que solo un 10%
aprueba sus políticas militares, el régimen de Obama ha enviado armas, asesores
y Fuerzas Especiales para apoyar la invasión del diminuto Yemen por parte de
las fuerzas sauditas dictatoriales.
Obama y la candidata demócrata a la presidencia,
Hillary Clinton han impulsado una política de cerco en contra de Rusia y han
demonizado al presidente Putin rotulándolo como la mayor amenaza para EE.UU.,
en contraste con lo que piensa la opinión mayoritaria en el país, que considera
la amenaza de terrorismo islámico como cinco veces más grave.
Mientras que la élite política y los candidatos
presidenciales prometen expandir la cantidad de tropas en el exterior y
aumentar el gasto militar, más de tres cuartos del público estadounidense se
opone o no está seguro sobre la expansión del militarismo de EE.UU.
Mientras que la candidata Clinton hizo campaña por el
despliegue de naves de la Fuerza Aérea y misiles de EE.UU. para patrullar
"la zona de exclusión aérea" en Siria, incluso derribando aviones de
Siria y de Rusia, la mayoría (51%) del público estadounidense se opuso a ello.
Con respecto a las leyes, cuatro quintos (80%) del
público cree que el Presidente debe contar con el apoyo del Congreso para
incrementar la presencia militar en el extranjero. Sin embargo, los presidentes
de ambos partidos, Bush y Obama iniciaron guerras sin la aprobación del
Congreso, creando un precedente que el nuevo presidente probablemente
aprovechará.
Análisis y perspectivas.
En todos los temas principales de política exterior
relacionados con guerras en el extranjero, la élite política es mucho más
beligerante que el público de EE.UU. La élite es extremadamente más propensa a
iniciar guerras que con el tiempo constituirán amenazas a la seguridad interna,
y a no respetar las previsiones constitucionales sobre declaraciones de guerra.
La élite está comprometida a incrementar el gasto militar, incluso al riesgo de
desfinanciar programas sociales esenciales.
La élite política es más propensa a intervenir en
guerras en el Medio Oriente, sin apoyo interno y a pesar de la oposición a la
guerra expresada por las mayorías populares. Sin ninguna duda, los ejecutivos
del complejo militar-industrial oligárquico, del poder pro-Israel y de los
medios corporativos masivos tienen mucha más influencia que el público
pro-democrático.
El futuro presagia una continuación del militarismo de
la élite política, un incremento de las amenazas a las seguridad interna y
menos representación de la voluntad popular.
Algunas hipótesis sobre la contradicción entre opinión popular y resultados
electorales.
Hay claramente una brecha sustancial entre la mayoría
de estadounidenses y la élite política con respecto al rol militar en guerras
en el extranjero, el debilitamiento de las prerrogativas constitucionales, la
demonización de Rusia, el despliegue de fuerzas armadas estadounidenses en
Siria y un incremento en la intervención en las guerras de Medio Oriente para
beneficiar a Israel.
Sin embargo es también un hecho que el electorado
estadounidense continúa votando por los dos partidos políticos principales que
continuamente han apoyado guerras, formado alianzas con estados beligerantes
del Medio Oriente, especialmente Arabia Saudita e Israel, y agresivamente
sancionando a Rusia como la mayor amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Algunas hipótesis sobre esta contradicción que merecen
ser analizadas:
1. Cerca del 50% de los votantes se abstienen de votar
en las elecciones presidenciales y legislativas. Entre ellos se incluyen muchos
del sector mayoritario que se opone a la expansión militar en el extranjero. De
hecho, el partido de la guerra "ganador" proclama su victoria con
menos del 25% de los votos, y lo considera como un mandato para librar más
guerras.
2. El hecho que los medios de comunicación masivos
apoyan fervorosamente a uno de los dos partidos de la guerra influye
probablemente sobre la parte del electorado que participa en las elecciones.
Sin embargo, los críticos han exagerado la influencia de los medios masivos y
son incapaces de explicar por qué la mayoría del público estadounidense está en
desacuerdo con la guerra y se opone a la propaganda militarista.
3. Muchos estadounidenses, si bien se oponen al
militarismo, votan por el "mal menor" entre los dos partidos
pro-guerra. Quizás creen que hay diferentes niveles de posturas pro-guerra, y
eligen la menos estridente.
4. Los estadounidenses, que se oponen al militarismo
de manera coherente, pueden decidir dar su voto a políticos militaristas por
otras razones, independientes de las guerras en el extranjero. Por ejemplo,
pueden votar por un político militarista que les garantice el financiamiento de
programas locales de infraestructura o subsidios para proteger actividades
agro-ganaderas o que prometa creación de puestos de trabajo, reducción de la
deuda pública o se oponga a candidatos corruptos.
5. Los estadounidenses, que se oponen al militarismo
de manera coherente, pueden ser engañados por las declaraciones de un candidato
presidencial demagogo de uno de los dos partidos pro-guerra, cuyas promesas de
paz serán -una vez elegido- reemplazadas por un incremento de las guerras.
6. De igual manera, el énfasis en las "políticas
de identidad" pueden resultar engañosas para los votantes anti-guerra,
impulsándolos a votar por un militarista comprobado que levante estandartes de
raza, etnicidad, género, preferencias sexuales o lealtades a estados
extranjeros.
7. Los partidos pro-guerra trabajan juntos para
impedir que los partidos anti-guerra puedan acceder a los medios masivos,
evitando especialmente su participación en debates electorales nacionales vistos
por decenas de millones de votantes. Los partidos por la guerra complotan para
establecer restricciones severas contra la participación de los partidos
anti-militaristas en las elecciones nacionales, excluyendo del voto a
ciudadanos con un récord policial por actividades no violentas o impidiendo que
voten personas que ya han cumplido su sentencia. Excluyen a los ciudadanos
pobres que no tienen un documento de identificación con foto, limitan acceso al
transporte hacia los sitios de votación, restringen la cantidad de sitios de
votación en barrios pobres o de minorías y niegan permiso para votar a los
trabajadores. A diferencia de otros países, las elecciones de EE.UU. tienen
lugar un día laboral y muchos trabajadores no pueden concurrir a votar.
En otras palabras, el proceso electoral está amañado,
conlleva un "voto forzado" y abstención: el complot entre los dos
partidos pro-guerra limita la posibilidad de elegir y causa la abstención o el
voto por "el mal menor" entre los dos partidos pro-guerra.
Las contradicciones entre los deseos de las mayorías
anti-militaristas y los votos por la élite pro-guerra solo se podrían resolver
si hubiera elecciones abiertas y democráticas, si los partidos
anti-militaristas tuvieran igualdad de derechos para registrarse, participar y
debatir en los medios masivos y si el financiamiento de las campañas fuera
equitativo.
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