Tiembla el centro del mundo: Nuestra Opinión, la globalización neoliberal, multidimensional, hegemónica y dominante, hoy
en la coyuntura de un mundo Multipolar, donde se construyen dos "Nuevo Orden Mundial" diferentes, Políticos,
pero sí además con claros y definidos intereses económico-financieros,
dominación de mercados y control de divisas. El Nuevo Orden Occidental, Imperialista (EE.UU -- U.E ) y El
"Nuevo Orden Mundial" (chino-ruso-indo-oriental). Este mundo Multipolar,
tiembla porque la globalización
neoliberal atraviesa serios problemas estructurales, por el ataque directo,
por ahora - señalados por el autor -
como es la migración de millones de seres humanos de Oriente Medio hacia
Europa, así como la creación del Estado
Islámico y el correspondiente Terrorismo
internacional, concentrado en sus ataques hoy en Europa y estados Unidos –
según informes de la prensa global - , ponen en jaque al mundo actual, según el
autor.
Pero existen otros igual de
graves y violentos problemas internos que a diario minan internamente la
estructura de la globalización neoliberal: El separatismo e independentismo de vastas
regiones de la propia Europa, la guerra
en Oriente Medio (Siria, Libia) la guerra en Ucrania y la independencia de varias regiones, la crisis interna
(poli-crisis estructural - prolongada -) el
desempleo general - en especial de la juventud - la extrema pobreza concentrada en la Ciudad Global, la crisis demográfica - población
adulto mayor -, esta realidad radical, injusta, violenta, está produciendo
internamente el crecimiento de la Derecha
política más conservadora y xenofóbica y homofóbica; conjunto de graves
problemas internos, concatenados dialécticamente, están concentrados, hoy en la
terrible, fría, violenta, salvaje e inhumana Desigualdad económico-social-laboral,
sin embargo todo ello, para nosotros, si – reflexionamos, con una mirada
general – pareciera estar matizado por la campaña electoral en Estados Unidos, Francia,
Reino Unido, donde la derecha
conservadora, violenta y radical, pone en primer plano de la discusión
Política, el problema CULTURAL, (hoy
jaqueado por la migración de los
países, del “tercer mundo”, como de economías en desarrollo hacia las grandes periferias mundiales) al final,
el primer resultado, es que a la Gran
Burguesía Transnacional, sus corporaciones y el capital corporativo global,
les “gusta jugar con fuego”, olvidándose de problemas graves también como: la poli-crisis,
en lo principal económico-financiero, lo social, laboral, la guerra, la
anti-política, la corrupción mundializada, la violencia en las ciudades y la
inseguridad, y el propio Político etc. . Representan un conjunto de graves problemas internos que sacuden
la estructura interna "Central del Mundo Multipolar de hoy".
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CUANDO TIEMBLA EL CENTRO DEL MUNDO.
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José Natanson.
Le Monde Diplomatique.
Revista Rebelión viernes 4 de noviembre del 2106.
La historia está cargada de acontecimientos
inesperados, y aunque en las miradas retrospectivas es fácil identificar los
procesos que les dieron forma, porque los quiebres históricos siempre son
resultado de un desarrollo previo y porque todos somos más inteligentes con el
diario del lunes, lo cierto es que a menudo se desploman sobre nosotros con la
fuerza repentina de una tormenta tropical. De la Revolución Rusa al 17 de
octubre, de Pearl Harbor al Cordobazo, el siglo XX es generoso en este tipo de
sucesos imprevistos. La novedad es que ya no se originan en una explosión
social o una invasión extranjera sino bajo las instituciones de la democracia
electoral: el Brexit, la candidatura de
Donald Trump y el ascenso de la ultraderecha europea son expresiones de esta
tendencia. La explicación general quizás pueda rastrearse a la impotencia
social que produce el impacto convergente de tres fuerzas poderosísimas.
La primera, a
su vez condición de las otras dos, es la globalización financiera, con todos sus
efectos en términos de contracción industrial, consolidación de núcleos de
desempleo estructural e incremento de la desigualdad. Los datos son
impresionantes: las 28 instituciones financieras de importancia sistémica
manejan unos 50 billones de dólares, contra un PBI mundial de unos 75 billones.
Cada una de ellas dispone en promedio de 1,8 billones de dólares, contra por
ejemplo un PBI de Brasil de 1,5 billones. Bajo las nuevas condiciones del
capitalismo global, la forma principal de apropiación de riqueza ya no reside
en la producción o el comercio de ciertos bienes o servicios sino en la
especulación con finanzas, que, como sostiene Joseph Stiglitz, sirven menos
para inyectar dinero en las empresas que para extraerlo de ellas. En palabras
del sociólogo brasilero Ladislau Dowbor, es la cola la que mueve al perro.
La segunda
fuerza incontrolable son las migraciones. Alrededor del 3,1% de la población
mundial, unos 230 millones de personas, viven hoy en países diferentes al de su
origen. Tan antiguas como la humanidad, las migraciones aumentan pero no
registran una explosión desproporcionada como la ocurrida por ejemplo luego de
la Segunda Guerra Mundial. Más cualitativa que cuantitativa, la novedad parece
radicar en el hecho de que las nuevas tecnologías les permiten a los migrantes
conservar los lazos con su patria: lejos del italiano que se despedía para
siempre del pueblito que lo vio nacer, cruzaba el Atlántico y se argentinizaba,
los migrantes preservan hoy –vía Skype, vuelos baratos y noticias al instante–
al menos parte de su cultura y su modo de vida, lo que los dota de una
“visibilidad étnica” que pone en jaque el viejo ideal asimilacionista.
El tercer
factor es el terrorismo. Tampoco es nuevo, por supuesto. Pero su fase actual
está determinada por la imposibilidad de una solución negociada, que en el
pasado era difícil pero no imposible con organizaciones como, digamos, el ETA,
el IRA o las FARC, y que hoy resulta sencillamente inimaginable con grupos como
Al Qaeda o el Estado Islámico, cuyo objetivo es imponer el califato mundial.
Contra ellos, sostiene el historiador Patrick Boucheron, la única alternativa
es la guerra de exterminio. Pero además, a la luz de los últimos casos
registrados en Francia y Estados Unidos, el terrorismo es cada vez más local y
cada vez menos importado, sus causas anidan más en las sociedades nacionales
que en los invasores venidos de afuera, lo que fortalece la sensación de
amenaza permanente, la aterrorizante percepción de convivir con el peligro que
tan rápidamente está corroyendo a las buenas conciencias occidentales.
Obviamente interrelacionadas, la globalización financiera,
las migraciones y el terrorismo se presentan ante los ciudadanos, sobre todo
del primer mundo, como fuerzas poderosas imposibles de enfrentar, como
tendencias incontestables situadas fuera de su control. No es difícil imaginar
la mezcla de frustración y bronca que esto genera en personas que desde hace
medio siglo se han acostumbrado a vivir en condiciones de relativo bienestar y
a salvo de cualquier catástrofe.
Algo muy importante está ocurriendo en el centro del
mundo, algo que resulta difícil de capturar analíticamente pero que se hace
cada vez más evidente. Quizás el mejor paralelismo, con las distancias
oceánicas del caso, sea la República de Weimar, que también se agitaba por la
impotencia social ante fenómenos percibidos como ajenos, la angustia ante el
avance de la crisis económica y una creciente pérdida de confianza en las
instituciones políticas.
La transformación social acelerada caracteriza ambos períodos: si en los años 30 los cambios eran consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que propició, entre otras cosas, la incorporación de la mujer al mercado laboral, hoy la mutación es resultado del impacto económico de la globalización: el empleo industrial en Estados Unidos, por ejemplo, cayó 30% en los últimos quince años, afectado por la incorporación tecnológica y la deslocalización. Como no tiene mucho sentido enojarse con las computadoras, resulta hasta comprensible que los trabajadores desplazados se enfurezcan con los mexicanos.
La transformación social acelerada caracteriza ambos períodos: si en los años 30 los cambios eran consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que propició, entre otras cosas, la incorporación de la mujer al mercado laboral, hoy la mutación es resultado del impacto económico de la globalización: el empleo industrial en Estados Unidos, por ejemplo, cayó 30% en los últimos quince años, afectado por la incorporación tecnológica y la deslocalización. Como no tiene mucho sentido enojarse con las computadoras, resulta hasta comprensible que los trabajadores desplazados se enfurezcan con los mexicanos.
O que mueran. Una impactante investigación de los economistas Angus Deaton y Anne Case
revela que los hombres blancos adultos con bajo nivel de escolaridad (conocidos
como white trash) conforman el único grupo social estadounidense cuya
tasa de mortalidad, en lugar de descender como sucede con los latinos, los
negros y los universitarios, aumenta, hasta casi duplicar al promedio. Las
causas principales son, en orden de importancia, el suicidio, el alcoholismo y
el abuso de analgésicos. Paradojas de la historia, se trata de la generación
del baby-boom, concebida en el clima de optimismo posterior a la Segunda
Guerra, que hoy protagoniza un vuelco demográfico en sentido negativo pero
igual de espectacular: si su tasa de mortalidad hubiera seguido al promedio,
hoy habría 500.000 white trash más en Estados Unidos. La cifra equivale
a los muertos por SIDA.
Retomando el
hilo del argumento, parece natural que en este clima de no-futuro las sociedades oscilen
entre la apatía nihilista, el furor militante (vivimos tiempos de Bernie Sanders, Jeremy Corbin, Podemos)
y el apoyo desesperado a la extrema derecha. Si lo mejor que tiene para ofrecer
el Partido Demócrata es una ex secretaria de Estado millonaria financiada por
Wall Street, si cada vez resulta más difícil distinguir al socialismo francés
de la derecha, si, como sostiene Slavoj
Žižek, la salida ante la crisis
europea se limita a elegir entre el modelo anglosajón (adaptarse sin más al
capitalismo global) o el modelo franco-germano (salvar lo que sea posible del
Estado de Bienestar), ¿por qué no optar por algo distinto, pero total,
completa, absolutamente distinto? ¿Por qué no votar No cuando todos recomiendan
votar Sí, apoyar el Sí cuando el consenso apunta al No? Como en Weimar, cada
día se amplía un poco más la distancia entre un pueblo que sufre y no termina
de entender lo que ocurre –ni por qué ocurre– y una elite cosmopolita y
ultravanguardista que parece vivir en otro planeta.
Sin embargo, el panorama no es el mismo en todos
lados. América Latina atravesó problemas parecidos hace una década pero logró,
con todos sus enormes déficits, dejarlos atrás. Los datos del Latinobarómetro, que viene midiendo de manera
sistemática la confianza de los latinoamericanos en las instituciones
políticas, revelan que entre 2002 y 2003 se registraron niveles mínimos de
apoyo (13% de confianza en los partidos políticos, 21% en el Congreso y 28 en
el Gobierno) y que a partir de allí comenzaron a recuperarse, alcanzaron su
pico en 2008 y luego descendieron levemente (hoy la confianza es del 20% en los
partidos, 37 en el Congreso y 34 en el Gobierno).
Habrá entonces que reconocerles a los gobiernos del
giro a la izquierda que no sólo lograron mejorar la distribución del ingreso
sino también inyectarle vitalidad a un conjunto de democracias que al final del
largo ciclo neoliberal se arrastraban exhaustas al borde del knock out.
En otras palabras, que nuestros criticados populismos pueden haber contribuido
a tensionar las instituciones y en algunos casos amenazar la estabilidad
económica, pero que también ayudaron a relegitimar la democracia, en un
reencuentro entre sociedad y política que resultó más notable en los países que
experimentaron un giro más radical de orientación político-económica, como
Argentina o Ecuador, o incluso un recambio de elites, como Bolivia y Venezuela,
que en aquellos con gobiernos más serenos. Por si hacía falta, la experiencia
latinoamericana reciente confirma que la clásica distinción entre democracias
jóvenes y maduras carece de sentido.
Concluyamos
señalando que las respuestas a las fuerzas de la globalización apenas se están
esbozando. De hecho, los esfuerzos para encarar los desafíos
globales mediante iniciativas coordinadas resultan ineficaces y tardíos, como
demuestra la decisión de Estados Unidos y Suiza de no suscribir el mecanismo de
intercambio automático de información financiera del G-20, el desesperante
empantanamiento del conflicto sirio y la desresponsabilización
europea ante la ola de refugiados. Frente a esta parálisis aparecen pocas
alternativas, entre las que se destaca el camino siempre original de los países
nórdicos que, sin embargo, son más una excepción que una regla: cada vez más
los ciudadanos se inclinan por una agenda de soluciones nacionales, desde la
xenofobia de Viktor Orban y Marie Le Pen (“Francia para los
franceses”) al giro proteccionista de la campaña electoral estadounidense, de
la demagogia de Boris Johnson a la improbable propuesta de la izquierda
española de renegociar los tratados europeos.
En este
contexto, el gran desafío consiste en alejar las interpretaciones
filo-fascistas y transformar en una perspectiva progresista el reclamo de
recuperar al Estado-nación como herramienta efectiva de intervención pública, repatriar el
poder político, reestatizar la democracia.
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