“MARX LLEVABA BASTANTE RAZÓN.- Vicenç Navarro.- Como consecuencia del enorme dominio que las
fuerzas conservadoras tienen en los mayores medios de difusión y comunicación, incluso académicos, en España (incluyendo
Catalunya), el grado de desconocimiento de las distintas teorías económicas
derivadas de los escritos de Karl Marx
en estos medios es abrumador. Por ejemplo, si alguien sugiere que para salir de
la Gran Recesión se necesita estimular la demanda, inmediatamente le ponen a
uno la etiqueta de ser un keynesiano,
neo-keynesiano o “lo que fuera” keynesiano. En realidad, tal medida
pertenece no tanto a Keynes, sino a las
teorías de Kalecki, el gran pensador polaco, claramente enraizado en la
tradición marxista, que, según el economista keynesiano más conocido hoy en el
mundo, Paul Krugman, es el pensador
que ha analizado y predicho mejor el capitalismo, y cuyos trabajos sirven mejor
para entender no solo la Gran Depresión, sino también la Gran Recesión. En
realidad, según Joan Robinson,
profesora de Economía en la Universidad
de Cambridge, en el Reino Unido, y discípula predilecta de Keynes, este
conocía y, según Robinson, fue
influenciado en gran medida por los trabajos de Kalecki.
Ahora bien, como Keynes es más tolerado que Marx en el mundo académico
universitario, a muchos académicos les asusta estar o ser percibidos como
marxistas y prefieren camuflarse bajo el término de keynesianos. El camuflaje
es una forma de lucha por la supervivencia en ambientes tan profundamente derechistas, como ocurre en España, incluyendo
Catalunya, donde cuarenta años de dictadura fascista y otros tantos de
democracia supervisada por los poderes fácticos de siempre han dejado su marca.
Al lector que se crea que exagero le
invito a la siguiente reflexión. Suponga que yo, en una entrevista
televisiva (que es más que improbable que ocurra en los medios altamente
controlados que nos rodean), dijera que “la lucha de clases, con la victoria de la
clase capitalista sobre la clase trabajadora, es esencial para entender
la situación social y económica en España
y en Catalunya”; es más que probable que el entrevistador y el oyente me
mirasen con cara de incredulidad, pensando que lo que estaría diciendo sería tan anticuado que sería
penoso que yo todavía estuviera diciendo tales sandeces. Ahora bien, en el lenguaje del establishment español (incluyendo el
catalán) se suele confundir antiguo
con anticuado, sin darse cuenta de que una idea o un principio pueden ser
muy antiguos, pero no necesariamente anticuados. La ley de la gravedad es muy, pero que muy antigua, y sin embargo,
no es anticuada. Si no se lo cree, salte de un cuarto piso y lo verá.
La lucha de
clases existe.
Pues
bien, la existencia de clases es un principio muy antiguo en todas las
tradiciones analíticas sociológicas.
Repito, en todas. Y lo mismo en cuanto al conflicto de clases. Todos, repito,
todos los mayores pensadores que han analizado la estructura social de nuestras
sociedades –desde Weber a Marx- hablan
de lucha de clases. La única diferencia entre Weber y Marx es que, mientras que en Weber el conflicto entre clases es coyuntural, en Marx, en cambio, es
estructural, y es intrínseco a la existencia del capitalismo. En
otras palabras, mientras Weber habla
de dominio de una clase por la otra, Marx habla de explotación. Un agente (sea una clase, una raza, un género o una
nación) explota a otro cuando vive mejor a costa de que el otro viva peor.
Es todo un reto negar que haya enormes explotaciones en las sociedades en las
que vivimos. Pero decir que hay lucha de clases no quiere decir que uno sea o
deje de ser marxista. Todas las tradiciones sociológicas sostienen su existencia”.
Vicenç Navarro, Público.es septiembre del 2016.
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“EL CAPITAL" DE CARLOS MARX MÁS ACTUAL QUE NUNCA.
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Álvaro
Ramis.
Punto Final. Domingo
15 de enero del 2017.
En 2017 conmemoraremos los 150 años de la publicación del primer tomo de El Capital, de Carlos Marx. Se trata de un hito mundial que no debe pasar inadvertido, entre otras razones porque la obra magna de Marx continúa siendo criterio ineludible a la hora de entender el tiempo en que vivimos. Con El Capital Marx logró el objetivo fundamental que se propuso: realizar una “crítica a la economía política”, entendida como aquellas relaciones de producción que involucran a las clases sociales. Se trata de una “crítica” en el sentido que Kant le da a este término: someter al juicio de la razón resolver, en lo posible, las distintas interpretaciones de un fenómeno. Y Marx propone su propia interpretación, que en estos 150 años ha obligado a derramar literalmente miles de litros y litros de tinta, tanto para intentar rebatirle, reinterpretarle o para reafirmar sus argumentos.
¿Puede haber, luego de tantos años, algo nuevo que decir sobre El Capital? Por supuesto, en tanto esta obra no es un punto de llegada, sino el inicio de un método. Marx no buscó dar respuesta a lo que describe en los dos primeros tomos de su obra. Las propuestas de salida sólo quedaron insinuadas y bosquejadas en el tomo III, que quedó inconcluso por su muerte. Por eso El Capital es ante todo una compleja lección de anatomía del capitalismo, y más ampliamente, de las relaciones políticas y culturales asociadas a sus lazos económicos. Sus argumentos constituyen hipótesis de trabajo, no son dogmas ni creencias, sino líneas de investigación. De esa manera, si aplicamos algunos de los conceptos que acuña Marx en El Capital podríamos entender mejor una serie de procesos del Chile actual, que la ciencia económica y sociológica que normalmente se enseña en las Facultades no logra descifrar. Veamos algunos casos:
Vivimos
bajo un “modo de producción”: Para
mucha gente, incluso gente muy bien formada, sólo hay una “economía”. Se habla
de la opinión de los “economistas”, entendiendo por ello a los economistas ortodoxos,
que asumen como natural e inevitable el mundo en que vivimos. No les importa
cómo hemos llegado a este punto en la evolución económica. Sólo les interesa
saber cómo funciona, y a partir de eso hacerla funcionar mejor, dentro de su
propia lógica de funcionamiento. Pero Marx
nos recuerda que existen muchos modos de producción que cambian y evolucionan
históricamente. Y por lo tanto, la economía es fruto de relaciones de poder, de
intereses de clases, de confrontaciones entre actores sociales que usan
distintas tecnologías, formas de distribución e intercambio.
Marx nos diría que Chile ha devenido en lo que hoy es. No nació así. Por siglos fuimos la más pobre colonia
española en América, mucho más pobre que Perú
y Bolivia, ricas en minas de oro y plata. Pero esta pobre colonia podía
producir trigo, cueros y alimentos para abastecer esos mercados más ricos.
Paradojalmente, esta relación económica fue favoreciendo a la clase
agrario-latifundista de nuestros fundos. Entusiasmados por esta nueva relación
económica, nuestra oligarquía fraguó una alianza con el capital transnacional, especialmente el inglés, para arrebatar a
nuestros vecinos del norte buena parte de su territorio y riquezas. Chile se estructuró entonces como una
“mesa de tres patas”: una pata en la agricultura en el sur, otra pata en la
minería en el norte y la última pata, en el sector financiero exportador en Santiago y Valparaíso. Poco a poco, en
este baile empezó a emerger un actor nuevo: la industria. Un actor que
reclamaba mercados protegidos para desarrollarse. Y para eso un Estado
desarrollista, activo, fuerte. Al amparo de esa industria naciente fue
surgiendo una clase obrera, distinta a la clase campesina y a los trabajadores
mineros. La demanda social exigió entonces grandes reformas al orden
tradicional, las que llegaron en plenitud entre 1970 y 1973. El golpe de
Estado, por lo tanto, no fue sólo el golpe contra un gobierno. Fue la reacción
de las patas tradicionales de la mesa chilena, que volvieron al ciclo inicial:
mataron el ciclo industrializador, y volvieron a hacer de Chile un país
exportador de recursos naturales. Un gran fundo, equipado con la última
tecnología, pero con relaciones laborales propias del siglo XIX. A pesar del
aparente “desarrollo”, para Marx el
Chile de hoy no sería un país capitalista moderno. Inglaterra en el siglo
XIX nos aventajaría por mucho. Somos un país extractivista, que mantiene una estructura social que no es plenamente “capitalista”, porque mantiene fuertes rasgos oligárquicos que le
impiden entrar en los parámetros de la verdadera “modernidad”.
Nada se entiende en Chile sin la “acumulación originaria”: El Capital de Marx nos permite entender fenómenos que la economía ortodoxa no
quiere ni mirar. Por ejemplo, ¿cuál es
la raíz del conflicto entre el Estado de Chile y el pueblo mapuche? Los
analistas funcionalistas dirían que es por la pobreza de unas comunidades
atrasadas en el sur. Y ahí se quedan. Nunca explican cómo unas comunidades que
hasta el siglo XIX eran riquísimas, porque controlaban millones de hectáreas en
Argentina y Chile, se vieron reducidas a pequeñas parcelas de tierra pobrísima,
al margen de toda posibilidad de crecer. Este proceso, que los historiadores
chilenos llamaron “pacificación de La
Araucanía” y los de Argentina “conquista
del desierto”, Marx lo llama “acumulación
originaria” y describe el ciclo por el cual se produce la desvinculación
del productor de sus medios de producción, mediante la violencia, la conquista,
la piratería y el robo.
Chile entero no se entiende
en absoluto sin esos procesos de “acumulación originaria”, respecto a los
pueblos indígenas en primer lugar, y luego a los nuevos habitantes de los demás
territorios. Es lo que David Havey llama la “acumulación por desposesión”, que consiste en el
despojo violento de un bien común que pasa a ser una mercancía. Los
ejemplos nos rodean: la educación y la
salud que eran un servicio público, fueron arrebatados para convertirse en
mercancías en los nuevos mercados de los servicios. Las pensiones, que no eran más que un mecanismo de solidaridad
inter-generacional, se convirtieron en fondos especulativos, basados en el
ahorro forzoso de los trabajadores, para alimentar a la industria financiera.
Todo lo susceptible de ser apropiado,
cercado, envuelto y comercializado, ha sido
arrebatado a sus dueños originales para ser puesto a la venta. El
desarrollo de todas las grandes fortunas de Chile sólo se puede explicar por
esta acumulación originaria. Incluyendo la enorme privatización de recursos y
empresas públicas entre 1973 y 1989, que pasó a ser patrimonio de capitales
chilenos en alianza con las transnacionales.
Un país
fascinado por el fetichismo del dinero y la mercancía: A los economistas
funcionalistas y neoliberales les es imposible explicar un fenómeno que ocurre
a cada instante ante sus ojos. ¿Cómo es posible que objetos y mercancías cuyo “valor de uso” es tan bajo, incrementen
su “valor de cambio” hasta niveles absurdos, por razones inexplicables? Por
ejemplo, producir en China un par de zapatillas
Nike Air no supera los 1.800 pesos chilenos. Pero en nuestras multitiendas
se venden a 45.000 pesos. ¿Qué es lo que realmente se está vendiendo ahí? ¿Un
calzado o un fetiche mágico? Para Marx no hay duda: es un fetiche, en el sentido
duro del término. Un fetiche es un objeto al que se le atribuyen poderes
mágicos o sobrenaturales que benefician a su dueño o portador.
El
comprador del fetiche Nike cree
firmemente que al usarlas se le reconocerá de otra manera. Si es un joven poblador
se le abrirán puertas cerradas en las mentes y corazones de quienes le
observen. La mujer que compra un bolso Louis
Vuitton cree entrar por un instante en un paraíso de elegancia, bienestar,
admiración. El futbolista que compra el último Ferrari vive un éxtasis de autoestima increíble. Pero a los pocos
días el poblador descubre que sus Nike
no le eximen de la detención por sospecha, la señora descubre que el Louis Vuitton no le protege de los
chismes de sus amigas y el futbolista se da cuenta que su nuevo auto no es más
que alimento para los periodistas de farándula. Por lo tanto, los objetos
anhelados pierden su poder mágico, y hay que volver a comprar otros que los
sustituyan.
Marx se dio cuenta hace 150 años de algo que los economistas de hoy saben aprovechar muy
bien, pero no saben explicar. Las mercancías no se consumen por su valor de uso
sino por las características fetichistas que adquieren como valor de cambio, ya
que bajo el capitalismo uno vale por lo que tiene, no por lo que es o lo que
hace; lo cual lleva a que las personas se expresen por medio de sus posesiones.
Chile es un país donde esta dinámica
perversa ha llegado a niveles aberrantes. La prensa financiera informa que “el
mercado del lujo en 2015 alcanzó los 500 millones de dólares de ventas en
nuestro país”, y se espera que crezca un 53% entre 2016 y 2019. Es el mismo
país donde el 10% más rico gana 26 veces más que el 10% más pobre.
Y la noción de plusvalía: Tal
vez el concepto más integrador de todo El Capital es la idea de plusvalor, que Marx expone en su teoría del
valor-trabajo. Sin ella no se entienden las relaciones de explotación bajo el
capitalismo. Por años se dijo que este concepto estaba superado, que era
necesario abandonarlo, pero inevitablemente, regresa a escena, corregido,
matizado, pero igualmente real y concreto. El último testigo de su existencia
es el famoso economista francés Thomas
Piketty en su colosal obra El Capital en el siglo XXI, donde por sus propios
cálculos y medios de investigación llega a formular lo que llama “la primera
ley del capitalismo”. En qué consiste esta ley: Piketty resume esta idea en su fórmula r > g, donde r
representa la tasa media anual de rendimiento del capital (es decir,
beneficios, dividendos, intereses y rentas) y g representa la tasa de crecimiento económico. En otras palabras,
la riqueza acumulada crece más rápido que los ingresos del trabajo. Por tanto,
los ricos se hacen más ricos, mientras todos los que dependen de los ingresos
de su trabajo, quedan atrás. Es la renta
del capitalista. Nada conceptualmente nuevo para Marx. Pero algo muy novedoso para toda la economía ortodoxa que no
puede explicar el extraño residuo oculto que explica la desigualdad y
la miseria, la extrema riqueza y la extrema pobreza bajo el reinado del
capitalismo.
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