TRUMP ATACÓ A LAS MUJERES
QUE SE MOVILIZARON EN SU CONTRA.- Respondió con ironía en su cuenta de Twitter.
El Presidente de los Estados Unidos
criticó las multitudinarias protestas y preguntó en tono burlón por qué no
descargaron su bronca en las urnas.
El presidente de EE.UU., Donald
Trump, respondió en Twitter a las multitudinarias marchas en su contra
celebradas el sábado en muchas ciudades de ese país y se preguntó
irónicamente: "¿Por qué esas personas no votaron?"
"Vi las protestas de ayer, pero
bajo la impresión de que acabamos de tener una elección. ¿Por qué esas personas
no votaron?", sostuvo Trump en su cuenta personal de Twitter, que sigue
usando pese a que también cuenta con la oficial asignada al presidente
(@POTUS).
Trump criticó con dureza a las celebridades que
participaron en las marchas en su contra.
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Watched
protests yesterday but was under the impression that we just had an election!
Why didn't these people vote? Celebs hurt cause badly.
Trump señaló, además, que las
celebridades que asistieron a esas marchas, entre ellas las cantantes Madonna y
Alicia Keys, las actrices Scarlett Johanson, Ashley Judd y América Ferrera, y
el cineasta Michael Moore, "dañaron gravemente la causa", consignó la
agencia EFE.
Las denominadas Marchas de las
Mujeres se celebraron este sábado para enviar un mensaje de resistencia contra
la Presidencia de Trump en 670 ciudades, con una asistencia de más de un millón
de personas en total. También hubo actos en otras 70 ciudades de todo el mundo.
La concentración celebrada en
Washington superó todas las expectativas, con más de medio millón de
manifestantes, y se convirtió en una de las concentraciones más masivas vividas
en la capital estadounidense.
Durante su visita del sábado a las
instalaciones de la CIA en Langley (Virginia), Trump acusó a los medios de
mentir sobre las cifras de asistencia a su investidura presidencial.
Sin embargo, sin cifras oficiales
para comparar, los datos del subte de Washington sí muestran que hubo muchos
más usuarios en la mañana del sábado para acudir a la marcha que los que
viajaron en ese transporte el viernes para asistir a la investidura de Trump.
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HISTÓRICA MOVILIZACIÓN DE
MUJERES EN WASHINGTON CONTRA EL PRESIDENTE DONALD TRUMP.
RESPETA NUESTRA EXISTENCIA O
ESPERA RESISTENCIA.
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La escritora peruana Claudia Salazar
Jiménez –Premio Las Américas de Novela – que reside en Nueva York, cuenta para
Página /12 su experiencia en la multitudinaria marcha de mujeres en Washington
en protesta contra el flamante Presidente norteamericano.
Por Claudia Salazar
Desde Washington DC.
Página/12 domingo 22 de enero del 2017.
Ventanas destrozadas, tachos de
basura quemados, la policía rociando gases lacrimógenos a los manifestantes.
Algunas calles de Washington DC completamente cubiertas por el humo y la gente
corriendo sin ningún orden. El desborde de la frustración luego de la jura de
Donald Trump como presidente de los Estados Unidos el mediodía del viernes 20
de enero.
Este fue un panorama muy distinto al
del día de ayer. Un día marcado por el reclamo de justicia, igualdad y
democracia en la marcha de mujeres más grande de la que se tiene recuerdo. Se
esperaba la asistencia de unas doscientas mil personas, pero los primeros
conteos afirmaban que el número no bajaría de quinientos mil y que
probablemente se acercaría al millón. Según lo que pude ver, el millón es un
número más cercano a esta explosión de indignación y reclamo. Un millón de
voces.
El día comenzó a las 4.30 de
la madrugada en Nueva York, todavía con el cielo oscuro, desde donde abordamos
los buses que nos llevarían a la marcha. Curiosamente, mi bus llevaba el nombre
de “Bus de los artistas” y era uno de los muchos que se lanzarían a la
carretera a las 5 de la mañana, en una caravana llena de feministas
adormecidas. La llegada a DC estaba programada para las 10, hora oficial del
inicio de la marcha, con una asamblea donde participarían personalidades
reconocidas, activistas, artistas y celebridades.
La mañana nos sorprendió en
pleno tráfico de la carretera. La carretera estaba llena de buses cuyo interior
rebosaba de personas con carteles. ¡Todos iban a la marcha! Quizás nos despertó
el cambio de velocidad del bus, la sensación de que avanzábamos más lento o de
que casi no lo hacíamos. Aunque suene contradictorio, el cuerpo no sólo se
irrita por la velocidad, también es susceptible a la lentitud. La vida reclama
seguir avanzando.
Y de pronto, una marea rosada. La
ola de “pussy hats” nos dio la bienvenida a Washington. Muchas mujeres de
diferentes ciudades del país tejieron para sí mismas y para sus amigas y
compañeras de la marcha unos gorros de mil tonos de rosa, con dos orejitas que
simulaban un gato (también llamado “pussy” en inglés, palabra que también
denomina los genitales femeninos, la “concha”). Los pussy hats eran
democráticos, no discriminaban por edad, orientación sexual, raza, había tantos
tonos de rosado como grupos de manifestantes. Pussy hats como respuesta
indignada a la infeliz frase del ahora presidente Trump, quien dijo a las
mujeres que había que “agarrarlas por la concha”. Bajamos del bus y uno de los
primeros afiches decía “No vas a agarrar ni mierda”, en letras doradas llevado
por tres chicas totalmente agatunadas. No solamente el gorro, sino las
máscaras, la pose, colas, sus cuerpos gritando rotundamente ¡NO! al desprecio
misógino mostrado por Trump durante su campaña electoral.
Otras amigas llegarían luego en
otros buses, y confiábamos en nuestros teléfonos y las redes sociales para
encontrarnos. Así que nos dirigimos al punto de inicio de la marcha, en el
cruce de la Avenida Independencia y la Calle Tres. La marea humana era
impresionante, no solo por su cantidad sino por su diversidad. Los carteles
expresaban, en diversos tonos y estilos, los reclamos y preocupaciones de
quienes habíamos decidido participar, poner el cuerpo en la capital del
imperio.
La palabra “feminista” se repetía en
remeras, banderolas, carteles, dibujos. ¿No decían que era una palabra que
provocaba miedo y hasta rechazo? “Mi cuerpo, mi decisión”, invocaban unas
jóvenes universitarias que venían desde Austin y marchaban por defender su
derecho a elegir y a tener acceso a Planned Parenthood, una organización sin
fines de lucro que brinda acceso a salud reproductiva de la mujeres. Trump y
los congresistas republicanos tienen en la mira retirar los fondos estatales
que recibe esta institución, lo que dejaría sin cobertura a mujeres de escasos
recursos.
“Somos viejas mujeres repugnantes”
(Nasty old women) reclamaban las remeras rosadas de tres señoras que ya eran
veteranas de las luchas feministas de los años sesenta y que ven con temor una
amenaza a estos derechos con el gobierno de Trump.
Si los pussy hats fueron el objeto
símbolo de la marcha, la frase “Nasty woman” (mujer repugnante) se convirtió en
el emblema. En plena campaña presidencial, Trump no supo qué responder a las
ideas de Hillary Clinton durante un debate y sólo atinó a llamarla “Nasty
woman”. Desde allí, lo repugnante ha sido recuperado por los movimientos
feministas y se ha vuelto un significante que las mujeres llevan con orgullo:
“Las mujeres repugnantes siguen luchando”, “Las mujeres repugnantes consiguen
hacer las cosas”, “Sigue siendo repugnante”, y así en ciencia de carteles y
hasta bandas que llevábamos como si fuéramos ganadoras de concursos (abyectos)
de belleza.
La marea humana no nos permitió
llegar al inicio de la marcha, pues se iba haciendo más compacta a medida que
nos acercábamos a la avenida Independencia. Por la calle tres fue imposible,
así que intentamos por la calle seis, donde habían colocado una pantalla
gigante. En ese momento, daba un discurso Gloria Steinem, una de las lumbreras
del feminismo estadounidense, desbordada ella misma por esa multitud que seguía
creciendo y ovacionándola. En su discurso reconoció la potente energía de los
manifestantes, la clara respuesta frente al nuevo presidente. Más ovaciones. Y
dijo también algo fundamental, que es importante poner el cuerpo y no solamente
“hacer clics”. Más ovaciones. En ese momento me di cuenta de que no había
cobertura de Internet. Como si fuera un conjuro de la Steinem, no más clics, ni
tweets, ni Facebook. Puro cuerpo. Piernas para seguir marchando, piel para
seguir aguantando el frío, brazos para levantar nuestros carteles.
La avenida Independencia se
resistía, y ya que era central en la ruta de la marcha, había que entrar en
ella. Mientras tanto, sus márgenes, las avenidas paralelas veían también la
marcha sin la celebridades. Un niña llevada en hombros por su padre con el
cartel “Ya es suficiente. Soy suficiente; una madre y su hija compartiendo
“Pelea como una chica”; un niño de ojos brillantes reclamando “Protejamos a los
niños trans”; la joven afroamericana sin pussy hats pero con los bigotes
gatunos dibujados sobre el rostro; el chico de falda y su “bésame, soy queer”;
diversidad de reclamos, diversos motivos por los que estábamos allí.
La diversidad también se organizó
paralelamente en grupos de tambores. Uno muy especial fue el grupo Batala, de
DC. Se alinearon a un lado de la acera y bajo la dirección de una mujer que
parecía salida de una película hippie (vestido delicado, ¿cómo no sentía frío?)
impregnaron el aire húmedo de la resonancia de sus tambores. Ligeros al inicio,
y cada vez más potentes, más y más hasta que los cuerpos se convertían en una
extensión de esas vibraciones. Los cuerpos eran percusión y el frío se volvía
nada, mientras que detrás de la banda un cartel resumía la escena: “Solamente
amor”.
Otro intento por entrar en la
Independencia; pero los márgenes ya había hecho lo suyo: la marcha tuvo que
cambiar su ruta. En ese momento, la internet se reactivó y entró el mensaje de
una amiga: “Claudia, que está pasando, no estamos avanzado aquí. Estamos cerca
del estrado”. Iba a responder y la red de cayó nuevamente. Pasó eso, el
desborde.
Pasó que la ruta Pre establecida no
pudo contenernos. Ni a los musulmanes repitiendo “No somos terroristas”, ni a
los afroamericanos con su combativo “Black Lives Matter”, ni a los
latinoamericanos con carteles escritos en español “Los migrantes no somos
violadores”. Menos aún a los niños que corrían envueltos en las banderas del
arco iris y a los miles de hombres que caminaban al lado de sus esposas, amigas
madres, abuelas, con carteles “Yo apoyo lo que digan ellas” y flechas señalando
a todas las que marchábamos. O a aquel chico delgado con pinta de rockero “Los
hombres de calidad no temen la igualdad”.
Dentro de su ritmo pacífico, hubo también
espacio para el disenso y las manifestaciones medievales en medio de la marcha:
grupos religiosos conservadores que nos llamaban pecadoras y abominación,
leyendo en voz alta pasajes bíblicos y conminándonos a regresar a nuestro rol
natural de santas mujeres, adjudicado por el buen señor de los cielos, y
carteles repitiendo lo mismo; se acercó una mujer con flores y el lema “Querido
Blanco supremacista patriarcal. No somos nosotras, eres tú. “¡Lárgate!”. Y a
pocos metros, uno de ellos llevando orgulloso su cartel: “El feminismo es una
rebelión”. Todas
pasamos a su lado y nos tomamos fotos con él, sonrientes. En su ignorancia
conservadora, el tipo lo había dicho todo.
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