"Aunque
todavía no arriesgó cuál será la definición que dará el diccionario sobre el
vocablo posverdad, el Director de la RAE, subrayó que se refiere a aquella información o aseveración
que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias
o deseos del público”. El director de la RAE precisó que en la base de
datos de la Academia la palabra aparece con registros que se remontan a 2003. El término en inglés lo habría
usado por primera vez en 1992 el
dramaturgo y novelista serbio-estadounidense Steve Tesich (1942-1996) en las
páginas del ensayo The Nation. En 2004
recogió el guante el sociólogo norteamericano Ralph Keyes en su libro The
Post-Truth Era. Dishonesty and Deception in Contemporary Life (La era de la
posverdad. La deshonestidad y el engaño en la vida contemporánea). Luego el periodista Eric Alterman acuñó
el término para referirse a la política de George
W. Bush como “la presidencia de la
posverdad” por el modo en que manipuló los atentados a las Torres Gemelas en 2001. La expresión resurgió por obra y gracia
de Donald Trump, otro político republicano. En septiembre del año pasado, The
Economist le dedicó un artículo de tapa al entonces candidato presidencial,
bajo el título Art of the Lie. Post-Truth Politics in the Age
of Social Media (El arte de la mentira. La política de la posverdad en la era de los medios sociales). La primera
mención documentada en español se atribuye al escritor Luis Verdú, en su libro El prisionero de las 21.30,
publicado en 2003".
"En un artículo de Diego Ezequiel Litvinoff,
sociólogo y docente de la UBA, publicado en este diario, Página/12 en la edición del pasado 15 de febrero, advierte
acerca de los equívocos que puede suscitar el uso y abuso de este sustantivo. “Como sucede ante la aparición de todo
neologismo, conviene preguntarse hasta qué punto responde a una necesidad de expresión
lingüística que no encuentra eco en los conceptos preexistentes, o si la pereza
intelectual de sus propagadores interpreta como si fueran novedosos ciertos
sucesos arraigados en largas tradiciones, cuya omisión oblitera la comprensión
de los matices que ofrece la situación presente. Si esto último fue lo que sucedió cuando las contradicciones de la
modernidad, que el neoliberalismo exacerbó a fines del siglo pasado, fueron
erróneamente leídas como las del inicio de una nueva era, posmoderna, no sorprenderá
encontrar la misma estrechez de miras en quienes también anteponen el prefijo ‘pos’ al concepto de verdad para indicar su
supuesta superación”, plantea Litvinoff. El
director de la RAE aseguró que el concepto, aparecido en el contexto de la
globalización, es “interesante a la vez que preocupante”.
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EN TIEMPOS DE POST-VERDAD.
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Osvaldo
León.
ALAI-
Lunes
14 de agosto del 2017.
Sobre
todo en el curso de la última década, en la región la causa de la
democratización de la comunicación ha registrado notables avances, con decir
que ahora hace parte de la agenda pública en prácticamente todos los países. Y
esto, porque varios gobiernos progresistas dan paso al reconocimiento del
Derecho a la Comunicación en marcos constitucionales y en leyes específicas. En
unos casos como resultado de una construcción ciudadana, en otros como secuela
de la correlación de fuerzas.
Sin
embargo, por la lentitud y limitaciones en la implementación de tales
disposiciones legales, los cambios que se operan quedan muy fragilizados y
expuestos a una permanente arremetida del poder mediático, que se mueve de
manera muy sincronizada, nacional e internacionalmente, en torno a ejes
estratégicos definidos, con ofensivas comunicacionales integrales y sobre la
base de un tejido muy articulado de diversos sectores (partidos políticos,
Ongs, think tanks, sectores académicos, gremios, etc.).
Por lo
mismo, la corriente de restauración conservadora, que tiene como epicentro el
único triunfo electoral de la derecha contra el progresismo en Argentina y el
golpe parlamentario en Brasil, con el mismo formato de los ocurridos
anteriormente en Paraguay y Honduras, registra en común un programa que, entre
sus prioridades, apunta a reforzar el poder de los monopolios mediáticos. Vale
decir, a sepultar todas las conquistas alcanzadas para democratizar la
comunicación.
En este
punto, vale recordar que salvo un par de excepciones, los gobiernos de corte
progresista inicialmente, cuando no en el curso de sus mandatos, se inclinaron
por negociar con los poderes fácticos mediáticos para no “pisarse la manguera”:
¡falsa ilusión!, pues éstos, ante el descalabro de los partidos de derecha,
terminan por constituirse en los puntos nodales de las acciones
desestabilizadoras, en conjunción con las redes digitales (mal llamadas
“sociales”) en lo que se ha dado en denominar “guerra de cuarta generación”
bajo la premisa de la “post-verdad”.
Ahora, el efecto manda
Ya no son
tiempos en los cuales la palabra tenía peso por sí misma, con el entendido de
compromiso y veracidad, para el fluido relacionamiento entre personas y
pueblos. Hoy se habla de post-verdad para señalar que la palabra-verdad puede
ser transfigurada, cuando no simplemente ignorada o triturada con la impostura
de golpes de efecto sin sustento alguno, pero con alta dosis de emotividad. A
la postre, un mecanismo para anular el pensamiento crítico de todas las
vertientes.
Uno de
estos factores, se considera, tiene que ver con las redes digitales que por su
alcance han multiplicado y, por cierto, “globalizado” ese fenómeno cultural
llamado rumor, cuando no chisme, cuya ecuación señala: a mayor
intriga/incógnita y menor información, la potencialidad del rumor crece en el
campo de las emociones que tiene una fuerte carga de irracionalidad. Aunque la
fórmula parezca simple, su implementación no lo es tanto, más allá de los
mecanismos operativos/instrumentales, ya que entra en juego el contexto social
de su implementación.
Varios
analistas se han referido a este tema para señalar que, como telón de fondo,
está la “ceguera moral” (al decir de Zygmunt Bauman) como efecto de la
hiper-competencia, individualismo, consumismo, etc. que son resultantes de la
economía de mercado. Pero el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi acota que
también hay que considerar los impactos de las nuevas tecnologías en nuestra
sensibilidad y procesos cognitivos, señalando incluso de que estamos ante una
“mutación antropológica”.
Al
respecto señala: “La comunicación alfabética tiene un ritmo y una medición que
permiten al cerebro una recepción lenta, secuencial, reversible. Son las
condiciones de la crítica, que la modernidad considera como la condición de la
democracia y de la racionalidad. Pero ¿qué significa ‘crítica’? En su sentido
etimológico, la crítica es la capacidad de distinción, y particularmente de
discriminación entre verdad y falsedad de los enunciados. Cuando el ritmo de la
enunciación se acelera, la posibilidad de interpretación crítica de los
enunciados se reduce hasta al punto de cancelarse completamente”.
Como sea,
habilitado un entorno en donde el fin justifica los medios ante la “ceguera
moral”, el asunto es que en la vida política se pretende establecer que lo que
importa es el efecto que pueda ocasionar un mensaje, sea verdadero o no, por lo
general explotando el miedo, la intriga, el escándalo, las creencias
personales, cuando no el odio y todo lo que contribuya a generar polarizaciones
y dicotomías taponadas, anulando por tanto la posibilidad de análisis.
El
fenómeno de la desinformación ha existido siempre, aunque ahora ha alcanzado
niveles de resonancia inéditos por la velocidad de transmisión y la viralidad
que permiten los medios digitales, pero también por el deterioro del sentido de
credibilidad para persuadir ya que ahora se está haciendo común que la
persuasión pase por la falta de credibilidad.
En este
punto, más allá del entramado político y geopolítico actual en la región, en
cuya disputa obviamente asumimos la defensa de la autodeterminación y soberanía
de nuestros pueblos, lo que nos queda claro es que la lucha por rescatar el
sentido de la verdad, hoy por hoy –igual que antes–, es una tarea prioritaria
en un mundo globalizado para reafirmar valores y compromisos éticos con sentido
de comunidad y solidaridad.
En
nuestra trayectoria, siempre hemos considerado que la comunicación popular y
alternativa tiene vigencia porque su atributo principal se sustenta en fundamentos éticos con respaldo
en el sentido de una democracia participativa plena.
Osvaldo León es Director de América Latina en Movimiento
que edita ALAI.
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