Y no estamos tratando solo con unos pocos de miles
de adolescentes tristones ataviados con polos planchados. Todos los estudios
posteriores a las elecciones muestran que la coalición electoral de Trump estaba dando alas a millones de
personas para que puedan expresar su racismo y su violenta misoginia. Al elegir
a Trump, sus seguidores declararon
una guerra cultural sobre el progresismo estadounidense, y les dijeron a
aquellos que insisten en lo de que "Black
Lives Matter" ("La vida de los negros importa") que a ellos no.
El silencio de Trump
en torno al asesinato de Hather Heyer,
presuntamente por el supremacista blanco Alex
Fields, no fue algo accidental. Hay personas con vínculos con la extrema
derecha en su propio equipo, entre los que están Steve Bannon y Sebastian Gorka. Todo su movimiento se basa en
potenciar el racismo, no en eliminarlo. Después de todo, fue el neoyorquino Carl Paladino (artífice de la campaña
de Trump) quien dijo que Michelle Obama debería "volver
a ser un hombre y dejarla suelta en el interior de Zimbabue donde podría vivir
cómoda en una cueva con Maxie, el gorila".
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Neonazis,
simpatizantes de Alt-Right y supremacistas blancos participan en una marcha en
la noche antes de la manifestación 'Unite the Right' en Charlottesville,
Virginia. Marchan con antorchas a través del campus de la Universidad de
Virginia. ZACH D ROBERTS/ZUMA PRESS.
***
LA EXTREMA DERECHA NOS HA DECLARADOUNA
GUERRA CULTURAL Y TENEMOS QUE PARARLES YA.
*****
Paul Mason.
The Guardian / El Diario (España).
Rebelión sábado 19 de agosto del 2017.
Para algunos
estadounidenses la guerra civil nunca terminó. La violencia vista en Virginia,
debe servir para levantar a los progresistas de todo el mundo.
Las memorias
del general de la Unión Willian
Tecumseh Sherman, son una lectura incómoda. En medio de las órdenes de
batalla y las descripciones racistas de
esclavos liberados, intercala recuerdos de la época de postguerra y de
encuentros amistosos con antiguos enemigos confederados. Entre partidas de
cartas y cenas distendidas, aceptó lo que le dijeron sus enemigos de que si
alguien ordenó la masacre de todas las unidades negras durante la batalla, no
fueron ellos.
Sherman se oponía a la emancipación de los
esclavos, saboteó los esfuerzos que realizaron sus propias tropas para
liberarlos y utilizó fuerza esclava en sus fortificaciones. Aun así, hizo una
cosa que, a la luz de lo ocurrido en la marcha fascista en Charlottesville,
podríamos tomar hoy como ejemplo. Libró una guerra total contra sus enemigos.
Ordenó a sus tropas destruir kilómetros y kilómetros de vías de tren, quemar
granjas de dueños de esclavos que resistieron y quemar Atlanta. Después partió
hacia el mar, afirmando en su famosa promesa que, dado que la guerra era el
remedio que el Sur había elegido, "propongo que les demos todo lo que
quieren".
Nadie, viendo desfilar a las milicias ataviadas con chalecos antibalas y fusiles
de asalto, este fin de semana, quiere que EEUU llegué a un conflicto.
Pero la violencia por motivos políticos de bajo nivel unido a la gran
dislocación cultural de los EEUU de hoy muestra ciertos paralelismos con los
años anteriores a la guerra civil estadounidense.
Tal y como observó el historiador Allan Nevins, a finales de la década de 1850, la
América blanca se había convertido en "dos pueblos", cuyas
identidades culturales radicalmente diferentes ya no podían contenerse en un
único sistema político.
Posteriormente, los "dos pueblos" fueron
modelados por dos sistemas económicos rivales: el de la industria y el libre
comercio frente al de los aparceros agrícolas y la esclavitud. Sin embargo, los
conceptos por los que los confederados fueron a la guerra han sobrevivido: los
derechos de los estados federados frente al Gobierno federal, supremacía
blanca, y el concepto de una nación definida por origen étnico con un destino
designado por Dios.
Y todo esto no ha llegado hasta nuestros días por
accidente. La estatua del General
Confederado Robert E, Lee, que el
Ayuntamiento de Charlottesville votó retirar, es una de una larga lista de
monumentos que se han convertido en iconos de la resistencia para el movimiento
de extrema derecha que ahora cobra más fuerza tras la victoria de Trump.
La
policía detiene a un manifestante en la marcha supremacista de EEUU. EFE
***
Nathan
Bedford Forrest, jefe de la caballería del sur que masacró a
soldados negros y después fundó el Ku
Klux Klan, es recordado no solo por una estatua oficial en Memphis sino
también por otra extraoficial de oro en
un terreno privado de Nashville, rodeado de banderas confederadas. Forrest fue un genio militar cuyas
tácticas de guerrilla se estudian a día de hoy en las academias militares de
EEUU. También lo fue el mariscal de campo alemán Erwin Rommel. Ambos lucharon a
favor del genocidio y de la supremacía racial.
Así que con banderas confederadas combinadas con
esvásticas en las calles de Charlottesville, no solo los estadounidenses sino
los progresistas de todo el mundo tenemos que hacernos una pregunta difícil:
¿qué estamos dispuestos a hacer para derrotar a la derecha racista?
Ellos nos han declarado una guerra cultural.
"La comunidad al completo (en Charlottesville) es de extrema
izquierda", dijo a los medios Jason
Kessler, el organizador de la marcha
nazi 'Unite the Right', añadiendo que los residentes de Charlottesville
habían "absorbido esos principios culturales marxistas promovidos en las ciudades
universitarias de todo el país, en las que se culpa a la gente blanca de
todo".
Esto no es un grito para pedir ayuda o una petición
de reforma: es una expresión exacta del mismo tipo de hostilidad cultural hacia
la modernidad que podrías encontrar en los escritos de los líderes políticos
del Sur. Ellos consideraban que cualquier petición por la igualdad de los
negros ante la ley era algo "jacobino",
el equivalente al marxismo del siglo XIX. Ellos también veían el hecho de
otorgar estatus de ser humano a los negros como un presagio del fin de su
civilización.
Y no estamos tratando solo con unos pocos de miles
de adolescentes tristones ataviados con polos planchados. Todos los estudios
posteriores a las elecciones muestran que la coalición electoral de Trump estaba dando alas a millones de
personas para que puedan expresar su racismo y su violenta misoginia. Al elegir
a Trump, sus seguidores declararon
una guerra cultural sobre el progresismo estadounidense, y les dijeron a
aquellos que insisten en lo de que "Black
Lives Matter" ("La vida de los negros importa") que a ellos no.
El silencio de Trump
en torno al asesinato de Hather Heyer,
presuntamente por el supremacista blanco Alex
Fields, no fue algo accidental. Hay personas con vínculos con la extrema
derecha en su propio equipo, entre los que están Steve Bannon y Sebastian Gorka. Todo su movimiento se basa en
potenciar el racismo, no en eliminarlo. Después de todo, fue el neoyorquino Carl Paladino (artífice de la campaña
de Trump) quien dijo que Michelle Obama debería "volver
a ser un hombre y dejarla suelta en el interior de Zimbabue donde podría vivir
cómoda en una cueva con Maxie, el gorila".
Durante el último año de la guerra civil americana,
Sherman (que era un racista) se dio
cuenta de una manera pragmática de que nada separaría a la población del Sur de
su apego al modelo económico de propietarios de esclavos y de la cultura que lo
rodea, nada que no fuera su destrucción física.
A día de hoy puede parecer que no existe una
infraestructura física del racismo americano que quede todavía por destruir.
Pero existe. La conducta habitual de los policías cuando ven a una persona
negra en un barrio de blancos como una excusa para pararle y registrarle; la criminalización de los jóvenes negros en
el sistema judicial. La existencia, en toda la sociedad, de segregación no
reconocida. Y la implacable cámara de resonancia de actitudes racistas cuya
cúspide es Fox News, pero cuyas entrañas son las tertulias en radios locales
donde su discurso del odio llega a tu radio tan pronto como cambias de
frecuencias al llegar a las periferias de las ciudades.
Cada uno de los que enseñaron sus rostros en la
marcha fascista de las antorchas posee el derecho constitucional de la libertad
de expresión. Pero también tienen webs organizadas por compañías, trabajos, contratos telefónicos y cuentas bancarias
estadounidenses. Y no, no existe un derecho constitucional que permita
utilizar la infraestructura empresarial de EEUU
para organizar actos violentos.
Por encima de todo, la institución que está
permitiendo este auge y las acciones violentas de la extrema derecha es la
propia presidencia de Trump.
En todo el mundo, la gente progresista se está
enfrentando a estos movimientos populares que tratan de revertir los cambios
sociales conseguidos en los últimos 50 años. La respuesta ha consistido en
buscar quejas por cuestiones económicas que pueden ser mitigadas, o buscar
protección a través de la ley y de la
Constitución y –a nivel individual– ignorar los absurdos desahogos contra
migrantes, negros o musulmanes lanzados por nuestros familiares, conductores de
taxi o el tipo que se sienta justo a tu lado en la barra del bar.
Tendríamos que haber parado esto hace mucho. Charlottesville es la llamada de
atención para los progresistas de todos los sitios. Tanto si estás en una
ciudad universitaria como si estás en una multiétnica y empobrecida, Kessler y sus aliados de todo el mundo
se están movilizando para castigar a tu comunidad por su "marxismo
cultural".
Si
alguien te declara una guerra cultural, en algún momento debes contraatacar.
Traducido
por Cristina Armunia Berges.
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