“¿Qué es la economía?.- Responder a esta pregunta
desde la retórica ortodoxa es morir en el intento de desvelar sus cuantiosos
misterios de naturaleza irracional toda vez que el fundamento
del valor intrínseco de la mercancía es materia de fe incluso visto desde la
perspectiva de la utilidad La ecuación básica de la transacción mercantil ya no
es M–D–M
(Mercancía–Dinero–Mercancía), sino esta otra; D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero) Siempre lo fue, pero desde que el
dinero es una mercancía, la primera ecuación es un atrapador de sueños emancipatorios. Los
progresistas ignoran lo obvio; que el productor busca liquidez comprando
trabajo D–W–D (Dinero–Trabajo
(W)–Dinero); que el comerciante busca liquidez mediante su propia liquidez D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero); que el
consumidor busca liquidez mediante trabajo para comprar producto W–D–M (Trabajo–Dinero–Mercancía); que
el financiero busca liquidez con deuda; D–X–D
(Dinero–Deuda (X)–Dinero); y que el
Estado busca liquidez mermando la liquidez de sus ciudadanos mediante impuestos”.
“De momento digamos que la liquidez señala un concepto complejo toda
vez que hay que apreciarlo fuera
de la teoría del valor ya que carece de núcleo sustancial, lo que invalida su
configuración a partir de una posible estructura
interna de valías y plusvalías totalmente irrelevante. Aquí el concepto de
liquidez define dinero como elemento de poder. Consecuentemente el dinero es
aquí un cuantificador de poder y actúa organizando la sociedad desde un modelo
taxonómico que estructura a los individuos por tramos de liquidez. El hombre moderno ya no se puede definir
como un ser social, ni siquiera como un miembro del cuerpo místico de Cristo. Por primera vez en la historia de la
humanidad aparece la figura de un ser relativamente aislado del colectivo
humano, relacionado tan sólo por nómina con su empresa, por fiscalidad con el
Estado y por consumo con el resto”.
“La democracia es
otro misterio más de la economía, lo mismo que el Estado
de Derecho fundado en un ordenamiento jurídico que pone al Estado al servicio
de TINA mediante el Estado de Conveniencia del poder dominante. La falacia de la
doctrina económica vigente se muestra en sus propios fundamentos
psudocientíficos llenos de penumbras y paradojas dirigidas a establecer la
economía como una ley objetiva de la naturaleza y no como una doctrina
arbitraria de la oligarquía dominante. En
realidad la situación actual podría caracterizarse como la contrarreforma a la
Revolución Francesa de lema oficial; «Liberté,
Égalité, Fraternité», ya que la crisis actual ha puesto sobre la
mesa al dios neoliberal conocido por el acrónimo thatcheriano «There is no alternative», (TINA) donde el
«austericidio» ha dejado bien claro el nuevo lema del siglo XXI: “Sumisión,
Desigualdad, Hostilidad.”
/////
¿QUÉ ES LA ECONOMÍA?.
*****
Francisco
Muñoz Gutiérrez
Rebelión.
Sábado
26 de agosto del 2017.
La
economía es todo menos una ciencia racional. Y no es una
ciencia porque tiene tantos misterios como la religión. Los sacerdotes de ayer
son los expertos de hoy. Tanto los ancestros, como sus hijos hablan del “motor” que mueve el mundo.
Los antiguos creían en Dios, los expertos de hoy creen en TINA; las iniciales del acrónimo thatcheriano «There
is no alternative» (no hay alternativa). Políticos y
economistas reclaman hoy lo mismo que los curas medievales exigían a la
feligresía cristiana y a los incrédulos de todo tipo; amar a Dios sin
entenderle. Amar a TINA sin límite.
El
misterio fue la clave de toda la larga
Edad Media, y durante siglos la humanidad occidental amó a Dios bien porque
no le entendía (tesis de los jesuitas; con su lema del fin que justifica los
medios), o justo porque era imposible entenderlo (tesis de los cristianos
fundamentalistas, con su metáfora del pastor que guía a sus ovejas leales)
Sin embargo en el siglo
XXI
la economía está en crisis porque al igual que sucedió con el cristianismo en
el siglo XVIII, la crisis actual aflora la economía más como un misterio
retórico (postular la incapacidad colectiva) que como una doctrina del misterio
(postular el austericidio sin alternativa).
Los
expertos explican siempre las crisis como efectos de la economía, y sus causas
son siempre superficiales y jurídicas, con lo que toda crisis se salda con el
establecimiento de la culpa en el chivo expiatorio. Nunca se diagnostica
cáncer, sino una reacción alérgica. Nunca se cuestiona el núcleo de sus
fundamentos. TINA es sagrada.
TINA y el
ciudadano obsolescente que no suda.
No
obstante, la feligresía del mítico Estado del Bienestar concibe ya la economía
como el imperio de una distinguida y colosal glosolaila donde todo el mundo
converge sobre la inminencia de la gran crisis final del mundo civilizado; bien
por explosión de la superburbuja global, bien por la revolución de las
desigualdades, bien por la caída de las ganancias.
Es decir que la “economía” de hoy además de ser una
criatura misteriosa y hostil que justifica guerras y robotiza los trabajos,
amenaza ahora con implosionar de forma inminente porque su metabolismo no solo
está devastando el planeta, sino que también está modificando al propio sujeto
social mediante algoritmos y tecnologías que transforman la clásica figura del
burgués autónomo y libertino en un sujeto obsolescente de actividad subsidiada
con panes sin sudores de frente. Toda una herencia antropológica del viejo
mundo que el nuevo parece querer conservar rindiéndole culto con el formol de
un presente permanentemente indefinido.
La verdad de
la curva del más acá bidimensional.
Así
pues, mientras que la religión hacía de la simbología eclesiástica y de la
imaginería santoral el deleite de la feligresía beata medieval transmitiéndole
eficazmente las eternas noticias doctrinales del mundo del más allá, la
economía de hoy hace de la curva estocástica la verdad absoluta del nuevo mundo
de los dos ejes XY del más acá bidimensional. Un mundo volátil, sin forma
constante, compuesto sólo de categorías que se realizan cuando se cruzan al
vuelo.
Permanentemente
se publican tratados de expertos que afloran las curvas que recristalizan todas
las percepciones ocultas de la realidad subyacente; el PIB contra deuda, las exportaciones contra las importaciones, la
balanza de pagos, el índice de GINI,
etc.
Se
trata de realidades super objetivas que el político y el economista describen
con un nutrido arte de preciosismo conceptual, hermetismo técnico y oblicuidad
gráfica; “deuda”, “cinturón”,
“austericidio” “expansión cuantitativa”, etc. son tan solo otros pocos ejemplos
de esta doctrina retórica.
El misterio
de “el valor”.
Pero
esto sólo son manifestaciones de la superficie. En cuanto a los misterios sobre
los que se funda esta doctrina subsiste todavía con pleno vigor el enigma
de “el valor” como
sustancia objetiva de toda mercancía (1).
Un misterio que alumbró la reforma marxista, pero que desarrolló en todo su
esplendor quimérico la contrarreforma neoliberal del siglo XX.
Así Marx,
buscando identificar esa sustancia mística la concibe como la cantidad de
trabajo que encierra la producción de toda mercancía y los capitalistas
contentos del hallazgo añaden a las mercancías sus propias plusvalías de
costumbre.
La plusvalía no fue un
proceso claro de mercaderes innovadores, sino que fue un
secreto mantenido discretamente en el gremio mercantil hasta que los más ricos
descubrieron en el siglo XVIII que para la captación de liquidez la mercancía
era una rémora de costumbres primitivas.
Desde
la más remota antigüedad, los mercados funcionaban adaptando los precios a la cantidad
de dinero disponible en la plaza mediante un proceso de tanteo por regateo. Es
decir la mercancía siempre ha sido un objeto de seducción manifiestamente
neutral y no tenía más valor que aquel que el mercader podía obtener con sus
trapicheos.
El valor del
dinero como mercancía.
Fue
entonces cuando empezaron a experimentar con el dinero como mercancía
desarrollando a escala el préstamo a interés. La alegría cundió entre los
pobres amigos de los ricos que prestaron –en confianza–, expandiendo el comercio
en cascada hasta los pueblos más recónditos de Occidente.
Hasta
el siglo XVIII el dinero era algo oficialmente estéril y reclamar abiertamente
una plusvalía por un dinero prestado era considerado como “usura”. Idea aberrante que la propia Iglesia condenaba con todas
sus fuerzas hasta que los jesuitas adaptaron el cristianismo a la revolución
burguesa que se estaba cociendo en Francia mediante su conocida doctrina del
fin que justifica los medios. En este caso el fin es la riqueza y los medios
son todos aquellos con los que se verifica el negocio en confianza. Es decir la
desigualdad aceptada entre acreedor y deudor.
El mito del
valor como sustancia de la economía.
Luego
los progresistas del siglo XIX y XX dedicaron sus mejores esfuerzos a pelear el
mito del valor como sustancia de la mercancía. Los colectivistas antiburgueses
abogaban por la socialización de los medios de producción del valor y los
burgueses racionales abogaban por la redistribución fiscal de los excesos de
ganancias en orden a conservar al principio de igualdad ciudadana del Estado
del Bienestar.
Mientras
tanto los capitalistas desarrollaron en paralelo la desigualdad como principio
motor de la economía enfatizando la creación burguesa del individuo autónomo y
libre de toda atadura, sea de origen divino o colectivo. La iniciativa
individual no debe restringirse con normas, y el Estado ha de ser mínimo.
Las
viejas desigualdades
de hecho se lograron revestir de desigualdades de derecho mediante la doctrina
del mérito individual y la retórica de la igualdad de oportunidades. Una
igualdad quimérica que no sólo invisibilizaba los abolengos de cuna, sino que
además culpabilizaba al desigual desgraciado como concreto individual –“producto
defectuoso”–, de la naturaleza. ¡Se es pobre por naturaleza!
Consecuentemente
el Darwinismo había saltado ya de la naturaleza a la metrópoli, y en el mundo
secularizado del siglo XX los neoliberales sistematizaron la vieja frase de
Hobbes del siglo XVII; “Homo homini lupus est” (el hombre es
el lobo del hombre), y Wall Street se convirtió en el nuevo Vaticano del orden
económico tras el derrumbe estrepitoso del Kremlin.
¿Qué es la
economía?.
Responder
a esta pregunta desde la retórica ortodoxa es morir en el intento de desvelar
sus cuantiosos misterios de naturaleza irracional toda vez que el fundamento
del valor intrínseco de la mercancía es materia de fe incluso visto desde la
perspectiva de la utilidad (2).
La
ecuación básica de la transacción mercantil ya no es M–D–M
(Mercancía–Dinero–Mercancía), sino esta otra; D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero) (3). Siempre lo fue, pero desde que el
dinero es una mercancía, la primera ecuación es un atrapador de sueños
emancipatorios.
Los progresistas ignoran
lo obvio; que el productor busca liquidez comprando trabajo D–W–D
(Dinero–Trabajo (W)–Dinero); que el comerciante busca liquidez mediante su
propia liquidez D–M–D (Dinero–Mercancía–Dinero); que el consumidor busca
liquidez mediante trabajo para comprar producto W–D–M
(Trabajo–Dinero–Mercancía); que el financiero busca liquidez con deuda; D–X–D
(Dinero–Deuda (X)–Dinero); y que el Estado busca liquidez mermando la liquidez
de sus ciudadanos mediante impuestos.
De
momento digamos que la liquidez (4)
señala un concepto complejo toda vez que hay que apreciarlo fuera de la teoría
del valor ya que carece de núcleo sustancial, lo que invalida su configuración
a partir de una posible estructura interna de valías y plusvalías totalmente
irrelevante. Aquí el concepto de liquidez define dinero como elemento de poder.
Consecuentemente
el dinero es aquí un cuantificador de poder y actúa organizando la sociedad
desde un modelo taxonómico que estructura a los individuos por tramos de
liquidez. El hombre moderno ya no se puede definir como un ser social, ni
siquiera como un miembro del cuerpo místico de Cristo. Por primera vez en la
historia de la humanidad aparece la figura de un ser relativamente aislado del
colectivo humano, relacionado tan sólo por nómina con su empresa, por
fiscalidad con el Estado y por consumo con el resto.
La
democracia es otro misterio más de la economía, lo mismo que el Estado de
Derecho fundado en un ordenamiento jurídico que pone al Estado al servicio de
TINA mediante el Estado de Conveniencia del poder dominante.
La
falacia de la doctrina económica vigente se muestra en sus propios fundamentos
psudocientíficos llenos de penumbras y paradojas dirigidas a establecer la
economía como una ley objetiva de la naturaleza y no como una doctrina
arbitraria de la oligarquía dominante.
En realidad la situación
actual podría caracterizarse como la contrarreforma a la Revolución Francesa de
lema oficial; «Liberté, Égalité,
Fraternité», ya que la crisis actual ha puesto sobre la mesa al
dios neoliberal conocido por el acrónimo thatcheriano «There is no alternative», (TINA) donde el «austericidio» ha
dejado bien claro el nuevo lema del siglo XXI: “Sumisión, Desigualdad,
Hostilidad.”
Si
se acepta que el dinero es poder, entonces la economía no es otra cosa
que “el derecho”, es decir; el ordenamiento jurídico. Y ahí si
que hay alternativa. Sólo bastaría con cambiar el derecho mercantil, el derecho
financiero, el código penal, la ley del IVA, el derecho laboral etc, etc.
*****
NOTAS:
(1) La “hipótesis sustancialista” tiende
a “naturalizar” las relaciones comerciales porque da prioridad a los objetos
dotándolos de un valor intrínseco que reduce a un segundo plano las voluntades
de los agentes que realizan la transacción. Bajo esta hipótesis los agentes no
influyen en los precios pues se supone una racionalidad objetiva paramétrica,
no estratégica, donde el regateo está mal visto, ya que la transacción
comercial se describe como un ideal automático; sin trapicheos, ni negociación
posible.
(2) En la versión
neoclásica de la doctrina económica de León Walras, las
mercancías tienen un valor objetivo e independiente de las interacciones del
mercado, siendo que la voluntad del comprador se dirige por su “cálculo de la
utilidad”, una característica intrínseca de los bienes y externa al consumidor.
Por el contrario, en la teoría marxista el valor de la mercancía viene
determinado por el trabajo de su producción, que es el núcleo determinante de
la relación de intercambio. Bajo la óptica marxista la tensión entre la oferta
y la demanda fija el precio final. Pero este precio señala la desviación con
relación al valor (trabajo) de la mercancía. Valor que asimismo se define como
el centro de gravedad en torno al cual han de girar los precios del mercado.
(3) Aglietta, M. y A.
Orléan. La violencia de la moneda, México, D. F., Siglo XXI,
1990, pág. 77–78
(4) Un determinado
concepto de liquidez es desarrollado por André Orléan, en L’empire
de la valeur. Refonder l’économie, París, Éditions du Seuil, 2011. No
obstante para Orléan el concepto de liquidez va asociado a la utilidad del
dinero, ocupando el dinero un lugar central en su concepción de valor. La “hipótesis
mimética” de Orléans otorga al dinero una naturaleza institucional de
relación social basada en la confianza, la representación colectiva y las
expectativas. Algo que difiere significativamente de la interpretación que se
sugiere en este texto de “liquidez” como cuantificador de poder.
*****
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