–¿Cuál es
su enfoque sobre el tema de la corrupción?
–El
fenómeno de la corrupción ha golpeado por toda América latina, pero existe en
el mundo entero. Pero es una cosa curiosa, porque en América Latina nos
destripamos. Entre otras cosas rompemos todas las empresas. La Volkswagen, la
empresa de fabricación de autos más grande del mundo, se mandó una joda de
carácter sideral, no hay nadie en cana, y sigue facturando autos. Paga multas.
A la banca Morgan la vacunaron con 3 mil, 4 mil millones dólares de multa.
Pagan y a otra cosa. Y así sucesivamente. Nosotros destrozamos todo y una
empresa (lo digo yo que, tengo una visión socializante) es también una
construcción social. Si las pocas que tenemos las dejamos destrozadas, ¿a quién
favorecemos? A las multinacionales de afuera. Yo preferiría no matar a la
empresa porque la empresa es un esfuerzo colectivo, y una acumulación de
conocimiento, de experiencia, de funcionamiento, romper eso es un disparate.
–Este
fenómeno de la corrupción es interesante porque atraviesa a izquierda y a
derecha por igual y hoy parece ser una preocupación de toda la sociedad. A
riesgo de parecer ingenuo, ¿Cómo se combate la corrupción?
–Si
se está sembrando la imagen de que triunfar en la vida es tener plata y eso es
lo que estamos vendiendo como un modelo, y triunfador es el que gana mucha plata,
¿qué nos vamos a asustar de la corrupción? ¡Es una consecuencia del modelo que
estamos planteando y se lo planteamos a todas las clases sociales! Y el gurí
que nace en la pobreza y sale de caño, está enfermo de lo mismo. Y el burócrata
que tiene un puesto importante en el Estado está enfermo también de lo mismo.
Es una consecuencia de esta cultura, no hay que asustarse. Entonces, recogemos
lo que sembramos. Ahora bien, no sembramos una sociedad de santos, no nos
preocupamos por una sociedad solidaria. Tácitamente nos preocupamos por una
sociedad de “Hacé la tuya, y mirá que con eso vas a hacer más feliz”. Acá hay
un problema de filosofía de la vida.
/////
PEPE
MUJICA: “¿POR QUÉ HAY TANTA ENFERMEDAD DEL BALERO?”.
Entrevista
al ex Presidente sobre Lula, el aborto, la Izquierda, la corrupción y el ser
humano.
*****
Presidente
de Uruguay entre el 2010 y 2015, el Senador Pepe Mujica está muy preocupado por
lo que ocurre en Brasil con su amigo Lula y por su impacto en la Región. En
Diálogo con Página/12 no se privó de ninguna definición sobre ningún otro tema.
Gonzalo Arias.
Página /12 domingo 15
de abril del 2018.
Desde
Montevideo
Cerca de
cumplir 83 años el mes que viene y con 14 años de su vida como preso político,
el senador José Pepe Mujica ya fue otra vez senador, y también ministro de
Agricultura y Presidente en los gobiernos del Frente Amplio que gobierna
Uruguay desde 2005. Sigue siendo un protagonista de la política, en el mundo y
sobre todo desde su chacra de siempre, en las afueras de Montevideo, donde
recibió a PáginaI12.
–En la
Argentina se está debatiendo actualmente la posibilidad de que se apruebe un
proyecto de despenalización del aborto. Uruguay lo discutió en 2012, cuando
usted era presidente.
–Desde
que el mundo es mundo, hay abortos. Cuanto más oculto y menos reconocido lo
tenemos, más perjudicamos a las mujeres pobres, castigamos doblemente a las
mujeres pobres. El paso a la legalización parte de este primer escalón, primero
tenderle una mano social a la mujer si quiere retroceder en la decisión que
tome. Si lo dejamos como un fenómeno clandestino, eso es imposible. Es decir,
una atención social y psicológica de ayudarla si quiere retroceder. Creo que se
terminan salvando más vidas con un procedimiento así de cara, de frente,
reconociéndolo, que en el otro, al decir no, el aborto no. Pero sigue
existiendo, porque somos hipócritas si no nos enteramos de que existe y que
termina en una sociedad de mercado, siendo un estupendo negocio para algunos, y
caro. Más claro: las mujeres que tienen la necesidad de abortar y que tienen
poder económico van a resolver al problema clínicamente, bien atendidas. Las
mujeres que están en el fondo de la sociedad, que tienen problemas sociales, se
van a jugar la vida. Por esto nosotros decidimos. Porque no es que me gusta o
no me gusta. El problema es que existe. En Uruguay, es una vieja manera de
pensar.
–¿Es
realismo?
–No
se puede tapar lo que existe. Eso nos llevó a que en 1912 hubo un gobierno que
le dio el divorcio a la mujer por su sola voluntad, que reconoció la
prostitución con carnet de salud y aportes sociales. ¿Por qué, porque me gusta
la prostitución? No, no, pero existe, es tan vieja como el mundo. Porque a un
gobierno se le ocurra que no existe no va a dejar de existir. El alcohol lo
mismo. Allá por 1915 hubo un gobierno acá que no pensó en la Ley Seca como en
los Estados Unidos. No: nacionalizó la producción de alcohol de boca para
garantizar que fuera un alcohol bueno. De ahí sacaba recursos para atender la
salud pública, entre ellos las consecuencias del alcoholismo. Esa filosofía ha
estado muy metida en Uruguay: no negar la evidencia de la realidad y tratar de
organizarla lo mejor posible. Me considero un humilde heredero de esa
tradición. La marihuana, ¿qué, la marihuana es una maravilla? No, es una joda,
yo no creo que ninguna adicción sea buena. Si la intentamos legalizar, por lo
menos tenemos un elemento de control y le damos un golpe al narcotráfico por el
lado de romper el mercado. Hay una cierta armazón en todo: no negar la
evidencia de la realidad y aceptándola, tratar de organizarla lo mejor que se
pueda para que tenga un costo menor.
–Brasil
está viviendo uno de los terremotos políticos de la región más importantes de
los últimos años. ¿Qué impacto cree que puede tener en la democracia brasileña
y en la región el escenario posible de que le prohíban postularse a un
candidato como Lula, que podría ser electo con más de 60 por ciento?
–No
lo puedo medir, pero no es la primera vez que Brasil hace dibujos de terror.
Hay que recordar el suicidio de Getúlio
Vargas. Curiosamente debe ser el pueblo más alegre de América Latina, un
pueblo de samba, hermoso, mestizo. Si en la Argentina pasaba lo de Lula era un incendio. Daban vuelta
Buenos Aires. Eso por las tradiciones que tiene el pueblo argentino. Brasil no
es así, es distinto, no tiene esa tradición de luchas colectivas, de masas, de
múltiples organizaciones sociales que se mueven. ¿En qué desemboca? No sé.
Porque si han hecho tanta barbaridad (hay que recordar lo de Dilma y eso), no
parece que tengan espíritu de detenerse así como así. De todas maneras no la
van a tener fácil. Parte de la opinión a favor de Lula es la consecuencia
sociológica de las reformas conservadoras que están metiendo. Lo meten a Lula
en cana, pero los efectos de las reformas conservadoras los siente la gente. Y
la gente se expresa políticamente. El PT, a la caída de Lula estaba hecho
pelota. Y el PT sin Lula es muy poco, pero con Lula es mucho porque es un
símbolo que está nucleando todo eso.
–¿Cuál es
su enfoque sobre el tema de la corrupción?
–El
fenómeno de la corrupción ha golpeado por toda América latina, pero existe en
el mundo entero. Pero es una cosa curiosa, porque en América Latina nos
destripamos. Entre otras cosas rompemos todas las empresas. La Volkswagen, la
empresa de fabricación de autos más grande del mundo, se mandó una joda de
carácter sideral, no hay nadie en cana, y sigue facturando autos. Paga multas.
A la banca Morgan la vacunaron con 3 mil, 4 mil millones dólares de multa.
Pagan y a otra cosa. Y así sucesivamente. Nosotros destrozamos todo y una
empresa (lo digo yo que, tengo una visión socializante) es también una
construcción social. Si las pocas que tenemos las dejamos destrozadas, ¿a quién
favorecemos? A las multinacionales de afuera. Yo preferiría no matar a la
empresa porque la empresa es un esfuerzo colectivo, y una acumulación de
conocimiento, de experiencia, de funcionamiento, romper eso es un disparate.
–Este
fenómeno de la corrupción es interesante porque atraviesa a izquierda y a
derecha por igual y hoy parece ser una preocupación de toda la sociedad. A
riesgo de parecer ingenuo, ¿Cómo se combate la corrupción?
–Si
se está sembrando la imagen de que triunfar en la vida es tener plata y eso es
lo que estamos vendiendo como un modelo, y triunfador es el que gana mucha plata,
¿qué nos vamos a asustar de la corrupción? ¡Es una consecuencia del modelo que
estamos planteando y se lo planteamos a todas las clases sociales! Y el gurí
que nace en la pobreza y sale de caño, está enfermo de lo mismo. Y el burócrata
que tiene un puesto importante en el Estado está enfermo también de lo mismo.
Es una consecuencia de esta cultura, no hay que asustarse. Entonces, recogemos
lo que sembramos. Ahora bien, no sembramos una sociedad de santos, no nos
preocupamos por una sociedad solidaria. Tácitamente nos preocupamos por una
sociedad de “Hacé la tuya, y mirá que con eso vas a hacer más feliz”. Acá hay
un problema de filosofía de la vida.
–¿Cuál
sería?
–El
capitalismo necesita que estemos ambicionando, queriendo, comprando cosas
nuevas y deseando. Generar deseos. Paralelamente a esto tenés que hacerte esta
pregunta: ¿por qué hay tantos psiquiatras? ¿Por qué tanta enfermedad del
balero? Parece que entramos en el siglo de las enfermedades neuronales, lo que
está demostrando que algo anda mal. “Pobre es el que necesita mucho” es la
vieja definición de Séneca. O la definición de los aimara: “Pobre es el que no
tiene comunidad, el que está condenado a estar rodeado de soledad.” Este ideal
de vida que significa comprar más que está planteado, y que el éxito depende de
la riqueza, no tiene fin y quedan por el camino los afectos, porque para
cultivar los afectos se necesita tiempo.
–¿Por qué
usted habla cada vez más del tiempo?
–Las
relaciones personales necesitan tiempo. Los afectos (porque el ser humano es
muy emotivo: primero sentimos, después pensamos) necesitan tiempo. Pero si el
tiempo de nuestra vida se gasta en la lucha por tener dinero para pagar las
deudas que tenemos, ¿qué tiempo tenemos para nuestros afectos? “Yo no quiero
que a mi hijo le falte nada”, ¡pero le faltás vos, que no tenés tiempo jamás de
salir con tu hijo! ¿Qué querés, sustituir los afectos con juguetes? Las cosas
no van por ahí. Porque las cosas inertes no emocionan. Las emociones son
consecuencia de las cosas vivas. Esto es tan elemental que tácitamente todo el
sistema nos lleva por un camino que es muy contrario a nuestro sentir. En
realidad cuando comprás, no comprás con plata. Comprás con el tiempo de tu vida
que tuviste que gastar para tener esa plata. Ojo, yo no hago apología del
atorrantismo. Toda cosa viva tiene necesidades materiales y si tienes
necesidades materiales, hay que trabajar para enfrentarlas, y el que no trabaja
está viviendo a costilla de alguno que trabaja. Pero la vida no es solo
trabajar. Acá hay un concepto de límite que nos hace perder esta civilización.
Hay un tiempo para trabajar. Pero la vida no se hizo solo para trabajar. La
vida tiene sentido para vivirla porque es lo único que se nos va. Gasto tiempo
para tener plata para comprar. Pero no puedo ir al supermercado a comprar
tiempo de vida. Por eso el concepto de límite, el viejo concepto griego, “nada
en demasía” es parte de defender la libertad. Porque, ¿cuándo sos libre? Cuando
estás sometido a la ley de la necesidad no sos libre. Sos libre cuando tenés
tiempo que lo usás en lo que a ti te gusta y a ti te motiva.
–Quiere
decir que la cultura del consumismo fue más arrolladora que la comunicación de
una cultura?
–¡Por
supuesto! La otra es de la academia. Es la que podemos decir en el devenir.
Pero la cultura consumista golpea todos los días en el seno de los hogares, de
la mañana a la noche y prácticamente estamos inmersos. Y eso es funcional al
sistema. El sistema necesita que estemos debiendo, que tengamos cuotas que
pagar. Y necesita que andemos desesperados porque no nos alcanza y cada vez
tenemos que comprar más, porque somos agentes de mercado. Y los economistas se
agarran la cabeza si no marcha ese mercado interno. Pero esto tiene una onda,
tampoco la derecha la va a satisfacer, la va a explotar. Ya vendrá el reflujo,
es inevitable. Yo creo que es pendular, y si tuviera que esquematizarlo hay
tiempos que parece que son más bien de acumulación, y tiempos donde la
prioridad la tiene el reparto: ninguno son definitivos ni eternos. El gran
problema que tenemos los latinoamericanos es que por llegar tarde a la fiesta
del capitalismo, tenemos las venas abiertas. Es decir, buena parte de nuestros
períodos de eventual prosperidad, se nos va para afuera porque necesitamos
recurrir a la inversión directa extranjera, después tenemos que pagar la
amortización y la ganancia, aparte de los desequilibrios que se nos pueden dar
en el comercio. Tenemos poca capacidad de generar ahorro con el esfuerzo propio
porque estamos prisioneros de nuestra propia cultura y esa cultura nos hace
también como países, eternamente demandantes. Sin darnos cuenta queremos vivir
como el primer mundo, estamos como admirando el consumo del primer mundo, pero
no somos. Porque ellos acumularon mucho, saqueando África, saqueando a la India.
Hay una historia, 200 años atrás nosotros estuvimos ahí en el pelotón de los
saqueados.
–¿Hay una
crisis de sucesión de los líderes fuertes?
–Los
hombres trascendentes son muy importantes pero a la larga no pueden sustituir a
las formaciones políticas. Si uno tiene la humildad estratégica de reconocer
que vamos pasando, que la lucha es eterna y permanente, y que es en el fondo
por mejorar la civilización humana, no solo por una cuota de poder, se da
cuenta que tiene que contribuir a crear la rueda de la historia y esos son
colectivos que quedan luego de nosotros. El mejor dirigente no es el que hace
más, o el que ladra más, o el que tiene el letrero más grande, o marquesina, o
aplausos, o reconocimiento. No: el mejor dirigente es el que deja una barra que
lo suplante con ventaja, porque la vida se nos va y las causas quedan, y el
camino queda. Porque la lucha no es ni siquiera coyuntural, la lucha es el
camino eterno de la vida.
–¿Produzca
un triunfo o produzca un fracaso?
–Nunca
hay un triunfo total, porque tampoco nunca hay una derrota total. Y porque
además antropológicamente somos gregarios. Solos somos insignificantes, por
poderosos que nos parezca que somos. Hay que detenerse un poco en las
consecuencias de ser gregario. La construcción de la civilización humana es la
herencia más grande que recibimos cuando nacemos. Desde aquellos que
descubrieron el fuego y la rueda, hasta los que han descubierto la biología
molecular. Cuando nacemos recibimos sin darnos cuenta la herencia de ese
formidable esfuerzo intergeneracional. Quiere decir que lo que se ha acumulado
es la destilación de generaciones que nos llega a nosotros y eso es
construcción colectiva. ¿Eso va en contra del individuo? No, es lo que ampara
al individuo. Lo colectivo es lo único que permite que el individuo no esté en
soledad y enfrente a la vida con otras posibilidades. En el derecho antiguo, en
las tradiciones antiguas, después de la pena de muerte, la pena más rigurosa
era que te expulsaran de la comunidad porque tenías que salir a vivir en un
mundo feroz, sin respaldo colectivo. Esta etapa de la civilización trata de
atomizarnos. Vivimos en la megalópolis, a veces en un bloque de apartamentos
donde ni nos saludamos con los vecinos. Es el imperio de la soledad en el medio
de la multitud. Porque cuanto más solos estemos, más manejables somos. Uno
tiende a creer que somos nosotros, que “he logrado esto por mi esfuerzo
personal”... No quiere decir que el esfuerzo personal no tenga importancia,
claro que la tiene, la tiene siempre que esté el cosmos colectivo que nos
rodea. Yo tengo compañeros en pila, pero si me da un ataque cardíaco, preciso
un cardiólogo, y eso me lo da la sociedad. Si salgo con la Fusca y se me rompe,
tendré amigos pero necesito un mecánico que lo entienda. Todo eso es la
sociedad. No podríamos vivir sin eso. Pero sin embargo esto lo olvidamos. Esto
es tan elemental que rompe los ojos. Por eso hay que construir cuestiones
colectivas. Pero también hay otra cosa: cambiar el mundo no es changa eh, tiene
algunos inconvenientes, y a veces nos han costado caro. Pero es como una
avenida que pasan autos, y autos van y vienen y es un loquero. No podemos
evitar que pasen autos, pero tenemos que aprender a cruzar la avenida sin que
los autos nos pisen. La avenida es la vida. El cruce es el grado de
independencia que tenemos acá. Si tenemos conciencia, la lucha es por que esta
sociedad demandante no nos lleve del hocico. Porque creo, y este es un
problema que tiene que incorporar la izquierda (o eso que llamamos izquierda,
que llamamos progresismo, llamémosle como quieran): no alcanza con el
desarrollo económico. Hay que entrarse a preocupar por la felicidad humana,
porque esta vida se nos va.
–En 2016
usted señaló que “si a la izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y
aprenda” En este marco, ¿cuáles cree que son las “lecciones” que la izquierda
tiene que aprender en el proceso político que viene?
–El
duelo derecha-izquierda compone la historia humana, es un devenir constante. La
forma que toma es contemporánea, pero es la cara eterna de la humanidad ese
duelo. Triunfar en la vida no es llegar a un objetivo. Triunfar en la vida es
levantarse y es volver a empezar cada vez que uno cae. Entonces, si la lucha es
continua, tiene que ser colectiva porque solo lo colectivo se hereda. Pero
además, los errores y la falta de humildad de creernos tan soberbios de creer
que tenemos la verdad absoluta revelada y que somos absolutamente
imprescindibles, y perdemos capacidad de negociación entre nosotros mismos y nos
atomizamos. La gente de izquierda tiende a dividirse por ideas y la gente de
derecha tiende a juntarse por intereses. La gente de izquierda es demasiado
poética, la otra es demasiado realista. Para enfrentar eso hay que juntarse,
colectivos grandes. Para lograr colectivos grandes, hay que aprender a transar
con las diferencias y lograr puntos medios. Pero somos frecuentemente, tan
soberbiamente intelectuales que dejamos por el camino a todos los que dijeron y
queremos cosas cuadraditas, perfectas que solo están en el esquema de nuestra
cabeza. La vida no es así. Y reventamos las fuerzas que pueden servir para
enfrentar los desafíos que nos pone la grosa unidad de la derecha (que tiene
sus contradicciones y a patadas también), pero tiene un instinto superior
porque tiene intereses que custodiar. Creo que ha sido una constante.
–Hay un
concepto que usted repite. Se lo cito: “Inventamos la república con la idea de
que los hombres somos iguales, por lo menos ante la ley”.
–Todos
sabemos que hay algunos que son mucho más iguales que otros. El que tiene mucha
guita tiene abogados mucho mejores. Pero igual es una afirmación de principios
que hay que defenderla. Debiera ser un camino ideal por el cual luchar. Los
defectos que tiene no quieren decir que tengamos que volver al absolutismo. No
merece ser despreciado, hay que defenderlo. Pero me parece que los que
rengueamos por la parte izquierda o los que tenemos sentimientos solidarios no
debiéramos desligar nunca nuestra forma de vivir y vivir como viven la mayoría
de nuestro pueblo y no como viven las minorías privilegiadas.
–¿Cómo
sería en la práctica?
–La
izquierda tiene que cultivar una conducta. A la mesa ubérrima a la que nos
invitan los señores por urbanismo a veces tenemos que concurrir y sentarnos,
pero no es nuestra mesa. Nuestra mesa es la mesa común y corriente del pueblo
común y corriente. Hay que vivir como se piensa, porque de lo contrario
terminamos pensando cómo vivimos. La izquierda del futuro debe defender eso y
debe preocuparse de esto. Yo no puedo cambiar la realidad de muchísima gente
que está muy jodida, y si no lo puedo hacer, tengo que vivir a tono como vive
la mayoría de la gente de mi sociedad. Porque eso es la República, eso es el
republicanismo. Entonces yo he dicho, a los que les guste mucho la plata hay
que correrlos de la política. En la política hay que buscar gente que viva con
sencillez, con sobriedad. No quiero usar nunca más la palabra austeridad porque
dejan a la gente sin laburo y a eso le llaman austeridad. Muy frecuentemente se
pierde esa frontera. Y cuando sos referente no podés cometer esos errores
porque el hombre de la calle ve esas cosas. Y si perdemos la confianza de la
gente que defendemos, somos unos impostores. No creo que haya que ser monjes
cartujos, no, pero hay que vivir como el pelotón de la sociedad, como la
inmensa mayoría. Y ser coherente con un discurso que apunte a la igualdad, a la
distribución, a la equidad, y que no puede solucionar todos los problemas, pero
que los tiene que expresar. Yo creo que frecuentemente la izquierda en América
Latina se equivocó en ese camino. Te tienden la alfombra roja, te ponen la
corneta, te ponen toda una serie de instituciones que vienen del feudalismo, te
las meten en los gobiernos, y creo que eso es una trampa. Soy desconfiado
viejo, allá por la época de Nikita Jrushchov fui a la Unión Soviética y me
llevaron a un hotel. Había unas alfombras que me hacían cosquillas en los
tobillos y yo me hago la pregunta:“¿Para qué hicieron un hotel con este lujo en
una revolución proletaria?” Ya no me gustó. Y empecé a mirar y me di cuenta que
empezaba a haber una clase acomodada. Guarda: la forma de vivir también tiene
que ver con lo que terminás pensando. Pero además esto se toca con la libertad:
si no andás en la vida liviano de equipaje, tenés que preocuparte después de
una cantidad de cosas materiales. Todo es complicado y difícil. Muchos
sirvientes, que te afanan esto o lo otro... Dejá, si se puede vivir con enorme sencillez
tranquilo. La sobriedad y la sencillez en el fondo son una terrible comodidad.
*****
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