La literatura de mercado, la literatura
hegemónica de hoy.- Este
capitalismo desbocado, este poder económico –cada vez más
concentrado y global- ha ido capturado también el mercado del libro. Las multinacionales han pasado a dominar la
oferta literaria, y de éstas, en el ámbito de la ficción, lo que vendría a ser
lo más rentable: la novela. Con esto
han dejado en la desolación, mucho más que antes, otras áreas de la expresión
literaria. Un caso notorio es la poesía. “La
poesía no vende”. En esta era donde se entroniza lo prosaico y mercantil, la poesía, precisamente por su
propensión al simbolismo, o también, a
la estética, ha sido completamente desaforada de los reflectores del
neoliberalismo cultural. Caracterizan a
estos grandes grupos editorialistas
-que ya no son las casas editoriales locales o nacionales- el hecho que abarcan
una red de filiales en el mundo y de medios de comunicación -prensa
escrita, digital, canales de TV-, además de red de librerías, incluso
de cinematografía: una obra exitosa pasa inmediatamente a tener su versión
fílmica.
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No todas las Editoriales globalizadas publicaron los Libros del Maestro, Sociólogo Pierre Bourdieu. Todo su Literatura hoy representa una "Escuela del Socialismo" en especial en la Sociología hacia el Siglo XXI. La producción intelectual en Literatura, Arte, Novela, Poesía, hoy en tiempos del neoliberalismo, desnuda su carácter de clase en su producción y publicación.
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EL CARÁCTER DE CLASE AL DESNUDO.
NEOLIBERALISMO Y LITERATURA.
*****
Arturo Bolívar Barreto.
Rebelión martes 17 de abril del
2018.
El clima de una crisis civilizatoria.
El mercado
absoluto ha succionado la médula de la cultura y de la ideología. Ha sustituido
los ideales humanísticos por una ética basada en los principios económicos de
competitividad y éxito. Y las ha presentado como pensamiento moderno, novísimo
y único para el progreso personal y social. El individualismo lapidario ha sido
legitimado como un valor social. Es el triunfo de la barbarie. El sentimiento
de extrañeza aún no termina de pasar. Y es comprensible. Estamos viviendo una
crisis de civilización.
En ese clima espiritual, la creación literaria -ya en los 80
y 90- ha tendido a ser, en general, desencantada, focalizada en lo vivencial e
inmediato, cargada de hastío, de un realismo procaz acorde con la dureza en que
ha devenido la vida. Los paradigmas
éticos, estéticos y sociales han sido abandonados. La posmodernidad es el
retorno del decadentismo, pero esta vez –con el capitalismo tardío desbocado e
irracional, y la derrota o repliegue del pensamiento progresivo- un decadentismo
que se muestra aplastante, sin oposición: el existencialismo, el voluntarismo, el
superhombre de Nietzsche, el darwinismo social, han retornado para
imponerse ya a la totalidad de la vida, han pasado del ideario reaccionario
burgués, antes resistidos, a dominar triunfantes toda la conducta de la vida
social.
La literatura de mercado, la literatura
hegemónica de hoy.
Este
capitalismo desbocado, este poder económico –cada vez más
concentrado y global- ha ido capturado también el mercado del libro. Las multinacionales han pasado a dominar la
oferta literaria, y de éstas, en el ámbito de la ficción, lo que vendría a ser
lo más rentable: la novela. Con esto
han dejado en la desolación, mucho más que antes, otras áreas de la expresión
literaria. Un caso notorio es la poesía. “La
poesía no vende”. En esta era donde se entroniza lo prosaico y mercantil, la poesía, precisamente por su
propensión al simbolismo, o también, a
la estética, ha sido completamente desaforada de los reflectores del
neoliberalismo cultural.
Caracterizan a
estos grandes grupos editorialistas
-que ya no son las casas editoriales locales o nacionales- el hecho que abarcan
una red de filiales en el mundo y de medios de comunicación -prensa
escrita, digital, canales de TV-, además de red de librerías, incluso
de cinematografía: una obra exitosa pasa inmediatamente a tener su versión
fílmica.
Guiados
compulsivamente por el beneficio económico, diseñan directamente los parámetros
del texto narrativo que ofertan al mercado. Así, han impuesto como canon literario –en la novela, y en
general en la narrativa- los
preceptos de la literatura de masas, la
paraliteratura, el best seller. No es que éstas no hayan existido antes –en
el mundo anglosajón (en el norteamericano) han tenido vastísima presencia-,
pero al lado de los patrones culturales y artísticos clásicos, eran
consideradas una literatura inferior o menor, una subliteratura. Pues bien, con la totalización del mercado de
hoy, éstas se han entronizado como precepto narrativo excluyente. La concepción del arte y la literatura –ya sean las del formalismo o esteticismo, o las progresivas que reivindicaban su
carácter crítico y desvelador-, han dejado de ser vigentes. El interés
centrado en la difusión masiva y en el gran rendimiento económico está, pues,
en la base de esta orientación narrativa hegemónica. La cual se caracteriza
porque los textos, de fácil corte narrativo -periodístico
o con los recursos técnicos del cine-, contienen, como una receta
culinaria, determinados condimentos recurrentes que apuntan a matizar y dar
sazón a la trama argumentativa: acción, intriga, suspenso, misterio.
Generalmente el lenguaje es neutro, estándar, sin localismos, como para la
difusión global.
Han estado apelando a la temática histórica o
religiosa (thriller histórico o religioso), ya que de ellas pueden ser
explotados aspectos que llamen la atención, por ejemplo, romances o amoríos de
personajes históricos u órdenes religiosas que fueron perseguidas y
exterminadas, etc. O el tan suculento tema de la violencia, como se ha dado en
nuestro país con la novelas escritas a mediados del 2000 y que han tratado el
conflicto armado de los 80 y 90. Obras
todas ellas con premios organizados por las grandes editoriales españolas.
Estas “historias” tienen, en general, un carácter
anecdótico, centrados en los detalles individuales de los personajes, o
componen un falso historicismo, acendrado en lo truculento. Nunca ahondan en
las realidades del contexto y de la historia social (procesos históricos de
dominación, marginación, condición social actual), como si los personajes no
tuvieran nada que ver con ellas. No solo no es su preocupación central,
sino que una elaboración narrativa más o menos penetrante puede atentar contra
esta propuesta literaria ligera cuyo fin obvio es el consumo masivo. Y claro,
no se condice tampoco con la ideología
ni con la orientación cultural de estos poderes económicos globales.
De manera que
este modelo narrativo y la temática que se “recomienda”
está segregada directamente de esta gran industria a través del diseño
editorial, “complejo constructivo de la
obra”. Se promueve esta producción a través de la organización de premios.
O de otras formas, hasta por encargo:
“La política editorial consistía en contactar a un
individuo para que presente un proyecto de novela histórica, de ser aprobado
por la editorial, según los criterios de venta –que se guía por el gusto del
público masivo- se hace el contrato”. (María
Cristina Pons, Neoliberalismo y literatura en Argentina). Seguidamente se
pone en marcha el gran aparato de la publicidad.
Los críticos literarios se han extinguido.
Las grandes editoriales, al hacer
desaparecer los patrones de la literatura artística –ya ni siquiera preservando el puramente formalista o esteticista- y
entronizar una literatura liviana, una sub literatura a todo dar, diseñada para
la venta masiva, y que es sostenida y validada fundamentalmente por el
marketing, ha hecho desaparecer también la crítica literaria cultural como
valoración de la obra y de su posible difusión. La crítica cultural ha sido sustituida por la publicidad y el
crítico literario convencional por el reseñador rentado de los medios masivos,
parte de ese aparato publicitario.
La situación del escritor en esta época.
En cuanto a la
suerte del escritor, el neoliberalismo ha acentuado su marginalidad.
Claro que la
marginación del escritor no es nueva. Pero en épocas donde se preservaban los valores artísticos literarios clásicos,
o los que derivaban de ellos, la marginación podía ser social o económica -la pobreza de los mejores artistas y
escritores, o el no vivir de su arte, ha sido siempre proverbial, salvo en
breves periodos-, pero su arte mismo no era negado o anulado como tal por
el mundo cultural de su tiempo. Es decir, su obra no podía tener valor comercial
pero no era mezquinada en su valor artístico. Y tarde o temprano podía ser
reconocida. Con el neoliberalismo
cultural, que es la negación misma de los presupuestos artísticos, el
escritor se ve ya excluido en su esencia misma. Al imponer la estructura bestseller como modelo narrativo difundido
y celebrado, la exclusión adquiere un carácter letal. Puesto que, cuanto más
artística y compleja sea la obra del escritor, con mayor razón será vetada,
pero ya no solo de ser difundida, pero ni siquiera tomada en cuenta por el
actual mundo literario muy imperativo. Hasta los grandes autores del pasado
–clásicos o modernos- han sido sacados de las librerías, escuelas o
universidades, y, cada vez más, echados de los medios del mundo de esta poscultura. Desde Cervantes a César
Vallejo, el neoliberalismo les tiene jurada su muerte definitiva. La escala
de valores del neoliberalismo está declarando, con la liquidación del arte
literario, la muerte artística no solo de los autores vivos, también de los
históricos que habían sobrevivido por la validez de sus obras. Ya ni siquiera
el autor de corte elitista, el del canon de cierto tiempo pasado, el formalista
o esteticista, tiene cabida. Peor aún el escritor que propende a una literatura
crítica, desveladora, transformadora
(pero este último ya no puede reclamar, en las condiciones que plantea el
neoliberalismo, sino una posición de lucha social y política).
Las editoras
locales o nacionales, hoy en crisis gracias al poder económico global,
tampoco pueden ya acogerlos como lo hacían antes. El escritor se debate, así,
entre ser completamente ignorado o coquetear con el canon. No pocos han caído
en esto último.
Este canon bestselleriano está reservado
solo para esa casta que calza -por origen social y por ideología, o solo
por ideología- con esa literatura. Es decir, el escritor de tendencia
liberal, “moderna”, en definitiva el
escritor de percepción neoliberal, y dispuesto, en concordancia con su
ideología, a convertirse, sin ningún remordimiento, en un mercenario de la literatura.
Y a esa casta y a esa literatura es a la única que alumbra el foco “cultural” de nuestra época.
El neoliberalismo nos muestra al desnudo el
carácter de clase de la literatura.
La literatura
de mercado es por naturaleza una literatura del status quo. Al estar capturada
prosaicamente por el poder económico es obvio que ha sido puesta al servicio
directo del orden establecido, como en ninguna etapa anterior de la historia
moderna. Cosa interesante, el
neoliberalismo muestra al desnudo el carácter de clase del arte y la
literatura. Ha zanjado con el debate entre el elitismo y el progresismo
cultural, dándole un golpe mortal al primero: el arte y la literatura están,
efectivamente, impregnadas de su tiempo y, en el conflicto social, obedecen a
un interés determinado. El
neoliberalismo le ha dado la razón al socialismo que sistematizó y abrazó
esta concepción del arte y la literatura. La literatura elitista, evasiva,
formalista o esteticista, o de la torre de marfil, pretendía estar por encima
del conflicto social –aunque, con su vocación elusiva, expresaba el miedo y la
incomodidad ante las fuerzas sociales que cuestionaban el sistema dominante en
crisis, del que era parte, y por eso la evitaba-, no obstante, era sutil: con
su formalismo y esteticismo aparentaba esa distancia con lo social y político. Con el neoliberalismo, es decir, con el poder económico actual que tiene
cautiva y prostituida a la literatura, se ha dejado toda sutileza; al
convertirla en producto-mercancía, está,
a) como nunca antes fabricada para su beneficio
económico directo y,
b) completamente a su servicio ideológico, ya que,
siendo banal, una no literatura o un no arte, no puede ser ni crítico ni
desvelador vital o social; está puesto al servicio, ya sin fisura, del
establishment.
Pero al
mostrar, abiertamente, cómo el arte y la
literatura están vinculados directamente al interés económico y social
dominante -en este caso al capitalismo salvaje que barbariza y
prostituye el arte y la literatura-, automáticamente el neoliberalismo nos
plantea que la única posibilidad de liberación de la cultura y del arte, la
única posibilidad de progreso cultural, literario y artístico, es cuestionando el sistema que lo está
pervirtiendo y destruyendo. Por tanto, un artista o escritor que hoy pretenda
preservar el arte y la literatura sin querer ver la condición social que
atraviesa, estaría sosteniendo un absurdo contrasentido, sería un artista o
escritor ya completamente desfasado, ridículo, o abiertamente un cómplice del
deterioro cultural y literario. El
neoliberalismo nos enseña, con una evidencia cruda y desde su control
dictatorial, que el arte, la cultura y la literatura son dependientes del orden
establecido. Siempre lo fueron, solo que ahora el neoliberalismo nos lo revela con
la crueldad y desvergüenza propia
de su totalitarismo autodestructivo e irracional. Y con la fuerza de sus
golpes más duros, nos indica que la salvación del arte, la cultura y la
literatura solo son posibles cambiando ese orden social dominante. La obra que, conscientemente, se tense
sobre esta crítica realidad, y el escritor o artista que también,
conscientemente, asuma el compromiso social, que asuma esta concepción del arte
y la literatura vinculada a la lucha por cambiar este orden, no es que esté
asumiendo una opción, es la única opción coherente que nos exige el desembozado
capitalismo actual. Queda, por tanto, derrotada, y desfasada, la concepción
elitista y evasiva de la literatura.
La concepción
literaria del arte-vida y del artista
como hombre integral que, en el conflicto social, asume una posición
comprometida por el cambio, no es que sea solo una teoría progresiva que está
comprobando su verdad, sino que está colocando a los creadores en la necesidad
histórica y urgente de asumirla. El neoliberalismo confirma la concepción
marxista.
El neoliberalismo moviliza su propia
negación social y cultural.
Y, por eso
mismo, la dictadura neoliberal no es homogénea, agudiza aún más todas las
contradicciones sociales y extrema los propios elementos materiales de su
negación. Así, la tecnología
comunicacional, que ha integrado a la humanidad como en ninguna etapa
anterior, acelera un proceso de democratización social y cultural. Hay una base
popular, cultural y social, que emerge al ritmo de la novísima tecnología: edita,
publicita y difunde sus propias creaciones –y con ellas su propia ideología-,
alternativas a la dictadura de las multinacionales. Los grandes conglomerados
editoriales ven socavados su propio formato convencional (el libro de papel) con las posibilidades de lectura e información
que brinda el formato digital cada vez más perfeccionado (el libro electrónico), tecnología que, incluso, ha hecho saltar
hasta el techo –repudiándola- a ciertos escritores de élite acostumbrados a vivir de la difusión exclusiva de sus obras
con los patrones del negocio editorial tradicional.
Todo esto, además de las recurrentes
crisis económicas globales, tras una primera etapa de dominio neoliberal, está haciendo que
las multinacionales del libro vean cada vez más afectadas sus posibilidades de
crecimiento.
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