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En América Latina, las derechas
económicas han tenido éxito en convencer que los déficits presupuestarios deben
solucionarse mediante la reducción del
gasto público. Pero una economía
social requiere incrementar los ingresos
públicos, lo cual conlleva la necesidad de aumentar impuestos a los ricos y cobrar a los evasores.
El estrangulamiento al Estado explica la imposibilidad de los gobiernos para atender reclamos
urgentes y variados sobre rentas que permitan financiar medicinas, universidades, obras de infraestructura, actividades culturales,
investigación, seguridad, etc. Si algo adicional han demostrado los “Panama Papers” (https://bit.ly/3dDuh45)
así como los “Pandora Papers” (https://bit.ly/3IFQbBX) es que la
región tiene unas elites económicas
ricas, que controlan incluso el poder
político y que son campeonas
mundiales en esconder sus capitales en el exterior, eludir el pago de
impuestos y, al mismo tiempo, quejarse y reclamar a los Estados que achiquen su tamaño, reduzcan o exoneren impuestos a sus
clases
empresariales y flexibilicen el trabajo para reducir “costos” que supuestamente
impiden sus inversiones.
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EL
MITO DE ACHICAR AL ESTADO.
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Juan Paz-y-Miño Cepeda, Historia y Presente
Jueves 16 de diciembre del 2021.
Existe una enorme diferencia de
conceptualizaciones en América Latina sobre el papel del Estado en la economía,
con respecto a lo que se formula y se sigue en los países del “primer mundo”.
Los EEUU, tanto como Canadá, así como
los países de la Unión Europea, además Rusia, Japón, incluso los “tigres asiáticos” y, sin duda, China, tienen fuertes Estados, con enormes
capacidades para controlar sus economías y varios para expandirlas e
incursionar en las geoestrategias del mundo. Esos Estados poseen recursos
gigantescos, varios sostienen ejércitos
poderosos, realizan inversiones en obras
públicas y servicios, financian la investigación científica y
técnica, destinan dinero a la educación y a múltiples actividades de cultura
(museos, cine, teatro, artes, etc), tienen medios de comunicación públicos, manejan empresas propias, algunos han
llegado al espacio sideral.
A
diferencia de los EEUU o Japón, con
economías de libre empresa, los más importantes países europeos y el Canadá se distinguen por su economía social y entre los nórdicos de Europa se habla de “socialismo del
siglo XXI”. En este tipo de economías
se mantienen la seguridad
social, la educación pública y
la atención
médica, como servicios universales y gratuitos, conquistados
después de la II Guerra Mundial, cuando tomó auge el modelo de economía social de mercado con Estados
de bienestar. En Europa,
a fin de atender la recuperación económica a raíz de la pandemia del Coronavirus, se ha comenzado a hablar de “economía del nuevo
bienestar”, con elevación de fondos
presupuestarios, nuevas normas de protección a derechos laborales y conquistas
sociales, incremento de salarios, ayudas a las empresas con diversos subsidios y también variados bonos para
las familias, que implican enormes inversiones estatales. Hasta 2020, el gasto público en relación con
el PIB era del 61.60% en Francia; y en
los países europeos, en general, supera el 50%,
en tanto en los EEUU es del 45.45%;
pero es necesario el examen por países, a fin de advertir cuánta importancia
dan a las inversiones en los servicios
sociales antes señalados (https://bit.ly/3DJiNGE).
Los estudios académicos más serios sobre el rol del Estado en las economías mundiales coinciden en tres
puntos clave: 1.
Gracias a los Estados y no exclusivamente a las empresas privadas,
los países del “primer mundo” lograron crecer y desarrollarse; 2. Sólo al
llegar a cierto nivel de desarrollo,
los Estados abrieron más campos al mercado
libre y a las empresas privadas; 3. La desregulación estatal ha conducido, inevitablemente, al deterioro de los servicios públicos
de carácter social (educación, medicina, seguridad social) y al
desmejoramiento de las condiciones de
vida y trabajo. En una “vieja”
entrevista (2016), el economista coreano Ha-Joon
Chang, especialista en economía del
desarrollo, fue contundente en sostener que el simple crecimiento del PIB no implica mejoramiento social y
que Corea, junto con los otros “tigres” asiáticos, no se desarrolló,
como suele creerse, por el mercado libre
y la empresa privada, sino gracias a la decisiva acción de los Estados (https://bit.ly/3DK01ix).
También Mariana Mazzucato
(ítalo-estadounidense) demostró, en El
Estado emprendedor (2013), el papel de las inversiones públicas para la biotecnología,
la inteligencia artificial o la telecomunicación, además de su rol
regulador general; y en otra obra reciente: El valor de las cosas (2021), discute el mito de la exclusiva generación
privada de valor. Y el norteamericano Joseph Stiglitz (Nobel
de economía 2001), ha estudiado el papel del Estado en el desarrollo de los EEUU y cuestiona, en Capitalismo progresista (2020),
cómo desde Ronald Reagan (1981-1989)
esa nación dejó los logros del New Deal
de la época de F.D. Roosevelt
(1933-1945), perdiendo el camino hacia una economía
social de bienestar, que afectó a los norteamericanos.
La diferenciación conceptual sigue marcando la historia del presente.
En los países europeos que relanzan el nuevo bienestar, es prioridad la atención a la sociedad, mientras en la América Latina neoliberal se prioriza a las empresas. Entre los primeros, a nadie se le ocurre privatizar la educación, la atención médica universal o la seguridad social que atiende a todos, incluyendo a los empresarios. Sería inimaginable la exigencia de “achicamiento” de los Estados. El financiamiento proviene, sobre todo, de los altos impuestos; y si bien existen áreas privatizadas y concesionadas, además de gigantescas empresas privadas, los Estados no dejan de recibir fuertes regalías u otras ventajas. La presión fiscal (impuestos sobre rentas) no baja del 35% y en Dinamarca es del 47.4% (https://bit.ly/3oMuIz6). Desde luego, se vigila severamente la evasión. Italia cuenta con una Guardia di Finanza, escrupulosa fuerza policial-militar especializada en materia económica y financiera. Pero en América Latina es conocido que los ricos no quieren pagar impuestos. De acuerdo con la CEPAL, el 10% más rico posee el 71% de la riqueza y tributa solo el 5.4% de su renta (https://bbc.in/3IDtw9f), un promedio que esconde realidades como la de Ecuador, donde la evasión tributaria alcanza a 7.6 miles de millones de dólares, monto equivalente a los subsidios de combustibles entre 2015 y 2020 (https://bit.ly/30h4LOZ); 965 personas propietarias de Grupos Económicos (25 empresas en promedio) tienen ingresos superiores a 60 mil dólares mensuales (datos de 2019, https://bit.ly/3dGX9s5); y 214 de esos grupos apenas causaron impuestos equivalentes al 2.6% del total de sus ingresos (https://bit.ly/3DMzCRd).
En América Latina, las derechas
económicas han tenido éxito en convencer que los déficits presupuestarios deben solucionarse mediante la reducción del gasto público. Pero una economía social requiere incrementar
los ingresos públicos, lo cual
conlleva la necesidad de aumentar
impuestos a los ricos y cobrar a los evasores.
El estrangulamiento al Estado explica la imposibilidad de los gobiernos para atender reclamos
urgentes y variados sobre rentas que permitan financiar medicinas, universidades, obras de infraestructura, actividades culturales,
investigación, seguridad, etc. Si algo adicional han demostrado los “Panama Papers” (https://bit.ly/3dDuh45)
así como los “Pandora Papers” (https://bit.ly/3IFQbBX) es que la
región tiene unas elites económicas
ricas, que controlan incluso el poder
político y que son campeonas
mundiales en esconder sus capitales en el exterior, eludir el pago de
impuestos y, al mismo tiempo, quejarse y reclamar a los Estados que achiquen su tamaño, reduzcan o exoneren impuestos a sus
clases
empresariales y flexibilicen el trabajo para reducir “costos” que supuestamente
impiden sus inversiones.
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